En un mundo donde la “equidad” es el lema de los corporativistas que acumulan riqueza sin precedentes, el regreso del colonialismo no debería sorprender. Después de todo, el colonialismo aporta grandes beneficios a aquellos a quienes desempodera y saquea. El éxito requiere un enfoque altamente centralizado para lograr el control de masas, restringiendo la libertad a cambio de “el bien común”, mientras simultáneamente quienes están en desacuerdo son silenciados.
Ahora que la Organización Mundial de la Salud (OMS) se ha reiniciado para promover precisamente esos enfoques, y que su calamitosa respuesta al covid ha empujado recientemente a las antiguas colonias a una mayor penuria, el escenario está preparado para un retorno del antiguo orden. Un ejército de burócratas sanitarios internacionales, dotados con un arsenal de retórica en torno de la “infodemia”, la “equidad de las vacunas”, y un recién descubierto amor por el patrocinio empresarial, están formando la vanguardia. Los ganadores, los perdedores y los facilitadores –todas cosas que ingenuamente creímos haber dejado de lado, pero que sólo estaban empeorando en las sombras.
Si bien el colonialismo europeo demostró ser una excelente manera de extraer la riqueza de otros, también tuvo sus desventajas. Uno fue la extracción inadvertida de pestilencias como el cólera y el tifus. Si bien la viruela había sido una exportación europea devastadora, que despejó tierras codiciadas para los asentamientos coloniales, la transmisión de la enfermedad en la dirección inversa molestó a los colonizadores; las leyes y expectativas locales aplicadas, y la muerte y el sufrimiento en masa, no pudieron ser ocultadas al ojo público.
Para abordar este problema, 12 países europeos se reunieron en 1851 para la primera conferencia sanitaria internacional. La mayoría invirtió mucho en la empresa colonial, estableciéndose y saqueando otras tierras para demostrar una forma superior de civilización. Algunos todavía esclavizaban activamente a la gente, para que este bien mayor fuera aún más barato de imponer. Así nació el noble campo de la salud pública internacional (hoy rebautizado como “Salud Global”). El cambio de marca es importante, ya que el pasado se vuelve incómodo.
Una serie de conferencias de este tipo culminaron en la primera Convención Sanitaria en 1892, y el establecimiento de la Oficina Internacional de Higiene Pública permanente en París en 1907. Los países de las Américas habían sido los primeros en contar con su propia Oficina Sanitaria Internacional en 1902, pero el centro de gravedad del mundo estaba todavía en Europa. Si bien las grandes asociaciones público-privadas que habían explotado a las poblaciones coloniales –como las compañías de las Indias Orientales– se habían disuelto en su mayoría, los gobiernos coloniales todavía podían matar de hambre y abusar de los lugareños sin demasiada referencia a las normas de comportamiento que se esperaban en casa. La salud pública internacional consistía en mantener seguras a las poblaciones de origen, no en lidiar con la carga de enfermedades de los colonizados.
Las colonias podrían ser gestionadas con la eficiencia de la industria privada, libre de las crecientes expectativas de salud y bienestar en Europa. Eran lo suficientemente distantes y rentables para los beneficios de la riqueza extraída, como para atenuar cualquier sentimiento de culpa que tal abuso pudiera despertar. Los extremos de algunos recién llegados, como la mutilación sistémica, también podrían servir como salida para quienes deseaban desahogar la virtud; ésto podría permitir que sentimientos de altruismo filantrópico, o de “carga del hombre blanco”, ocultasen la matanza más rutinaria de los poderes más establecidos.
A lo largo de todo ésto, las escuelas de salud pública tropicales de Europa ayudaron a mantener a las poblaciones productivas y rentables, al tiempo que reforzaban este velo de benevolencia; dictaron atención médica para apoyar al estado corporativo-autoritario. También impulsaron el ego y el sentido de aventura de los jóvenes profesionales de la salud que reclutó el estado. No hay muchas novedades bajo el sol.
Entre las dos guerras mundiales, el colonialismo siguió siendo un buen negocio. La Sociedad de Naciones probó la inclusión añadiendo a Japón, la creciente potencia colonial asiática. La gripe española anterior a los antibióticos había causado recientemente estragos en todo el mundo, con entre 25 y 50 millones de muertes entre 1918 y 1920, y el tifus había continuado su camino mortal durante la Primera Guerra Mundial. La colaboración internacional tenía sentido, pero se haría en los términos de los ricos, y seguiría centrándose principalmente en las amenazas contra su propia salud.
Esta visión elitista se extendió al movimiento eugenésico de la época. Con el apoyo de gran parte del establishment de la salud pública occidental, ésto llegó a expresarse más claramente a través de su entusiasta aceptación del nazismo en Alemania. Normalmente vemos al nazismo como imágenes grises de botas militares y campos de concentración, pero ésto es una distorsión; un producto de películas monocromáticas y propaganda. Fue considerado progresista en ese momento; personas trabajando juntas bajo el sol en beneficio de muchos, creciente prosperidad y oportunidades.
Capturó las mentes y los corazones de los estudiantes y los jóvenes, dándoles una causa que defender, sancionando su derecho a denigrar a los desviados, los inconformistas, y a aquellos considerados insalubres o una amenaza a la pureza social. Como hoy, todo ésto fue promovido desde arriba por una mezcla de políticos y corporativistas, reflejado en las sociedades y colegios profesionales. Permite a las personas considerar virtuosa la subyugación de los demás. Fascismo y colonialismo son caras de la misma moneda.
Los consiguientes cadáveres apilados en descomposición de los trenes de la muerte de la década de 1940, y los fantasmas esqueléticos mutilados de los campos a los que servían, dieron mala fama al autoritarismo médico. La Segunda Guerra Mundial también dio a las poblaciones colonizadas un camino y un medio para deshacerse de sus opresores. Siguieron algunas décadas en las que la salud pública hizo penitencia. Las trayectorias profesionales requerían el reconocimiento de conceptos antifascistas, como la igualdad entre países, el control comunitario de las políticas sanitarias, y la siempre impopular idea del “consentimiento informado”. Las declaraciones desde Nüremberg hasta Helsinki y Alma Ata, promovieron este tema, y los derechos humanos fueron tendencia en los medios de comunicación.
Para que el autoritarismo corporativo y el ideal colonialista vuelvan a ser amigables, habría que desinfectar los primeros temas. El “bien común” es un buen punto de partida; “Protege a tu comunidad, recibe tu vacuna”, hace que el cumplimiento forzado suene afectuoso. “Nadie está a salvo hasta que todos estén a salvo”, justifica la demonización de los incumplidores. Unas cuantas generaciones de olvido, un poco de cambio de marca, y todo vuelve a ser algo común.
Profundicemos más en nuestro presente iluminado. Derribamos las estatuas de los tiranos, prohibimos los libros de los racistas, luego cerramos los mercados y las escuelas en los países de bajos ingresos y ampliamos su deuda, asegurándonos de que sigan siendo serviles. En los países ricos, los corporativistas financian las universidades que capacitan a los cuadros que luego salvan a los ignorantes y necesitados en los estados “atrasados”. Se encargan de que a los niños se les inyecten los medicamentos que fabrican los corporativistas, cuya eficacia ha demostrado ser probada por los modeladores que patrocinan, y aprobada por las agencias reguladoras que apoyan. Las nuevas y grandes asociaciones público-privadas garantizan que las ganancias privadas puedan ser impulsadas por dinero público.
Una burocracia cada vez mayor, en una lista cada vez mayor de agencias internacionales, ahora implementa la agenda centrista, eliminando los vestigios restantes de propiedad y control local. Miles de trabajadores “humanitarios” bien remunerados son los nuevos burócratas de la Compañía de las Indias Orientales, que proyectan la misma fachada de generosidad occidental ante los distantes, ignorantes y subdesarrollados. Agencias internacionales intocables como la OMS, externas al control judicial nacional, hacen el trabajo preliminar para quienes tienen dinero y poder. Hace dos décadas, el énfasis estaba en empoderar a las comunidades. En los últimos años he asistido a reuniones en las que estas mismas personas discuten descaradamente sobre el desfinanciamiento de países que no cumplen con las normas culturales occidentales emergentes. El imperialismo cultural ha vuelto a ser aceptable.
Ahora que el mundo está cerrando el círculo, los conceptos de derechos humanos, igualdad y agencia local posteriores a la Segunda Guerra Mundial, están saliendo del escenario internacional. El colonialismo velado que actualmente se disfraza de equidad en materia de vacunas, parece un grupo de burócratas coloniales que imponen los productos de sus patrocinadores a aquéllos con menos poder, mientras elaboran políticas para garantizar que este desequilibrio se mantenga. La desnutrición, las enfermedades infecciosas, el matrimonio infantil y la pobreza generacional, son problemas secundarios de los resultados de East India Pharma and Software Company. Ésto se detendrá cuando los colonizados se unan una vez más y se nieguen a obedecer. Mientras tanto, bien podrían los facilitadores abrir los ojos y comprender para quién están trabajando.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko