En Septiembre de 2024 se cumple el octogésimo aniversario de la publicación de la edición británica del libro de Friedrich Hayek Camino de servidumbre. Hayek presenta un poderoso argumento en defensa del llamado estado de derecho, el principio de que las mismas normas jurídicas deben ser aplicadas a todos los que se encuentran en una situación determinada, y que la aplicación de las normas no debe estar sujeta a la discreción gubernamental. Lamentablemente, también sostiene que varias partes del estado de bienestar pueden hacerse compatibles con este requisito. Hayek proporciona una elocuente y sucinta caracterización del estado de derecho:
Nada distingue más claramente las condiciones en un país libre de las de un gobierno arbitrario, que la observancia en el primero del gran principio conocido como estado de derecho. Despojado de todos los tecnicismos, ésto significa que en todas sus acciones el gobierno está sujeto a reglas fijadas y expresadas de antemano, reglas que permiten prever con bastante certeza cómo utilizará la autoridad su poder coercitivo en determinadas circunstancias, y planificar los asuntos individuales sobre la base de ese conocimiento.
En resumen, Hayek sostiene que si el estado sigue una regla fija, se puede planificar lo que se quiere hacer, sin temor a que los funcionarios estatales interfieran arbitrariamente. En este sentido, señala que casi cualquier regla es mejor que ninguna. Pero, ¿es ésto cierto? Si el gobierno nazi promulga una regla según la cual todos los judíos serán enviados a campos de concentración, ¿es ésto mejor que una situación en la que los judíos sean arbitrariamente enviados a campos de concentración? De alguna manera, “al menos los judíos podrán saber que no deben hacer planes a largo plazo que dependan de su libertad” no parece una respuesta adecuada, por decir lo menos.
Desafortunadamente, Hayek piensa que varias medidas del estado de bienestar son compatibles con el estado de derecho, siempre que el gobierno siga reglas fijas:
Esa mezcolanza de ideales poco meditados y a menudo inconsistentes que bajo el nombre de estado de bienestar ha reemplazado en gran medida al socialismo como el objetivo de los reformadores, necesita una clasificación muy cuidadosa para que sus resultados no sean similares a los del socialismo en toda regla. Ésto no quiere decir que algunos de sus objetivos no sean a la vez practicables y loables … La creciente tendencia a recurrir a la coerción administrativa cuando una modificación de las normas generales de derecho podría, tal vez más lentamente, lograr el mismo objetivo … sigue siendo un poderoso legado del período socialista …
¿Hasta qué punto está dispuesto Hayek a aceptar medidas del estado de bienestar que se basan en la aplicación fija de normas burocráticas? Muy lejos, según se desprende:
No hay ninguna razón por la que en una sociedad que ha alcanzado el nivel general de riqueza que ha alcanzado la nuestra [es decir, la Inglaterra de 1944], el primer tipo de seguridad [es decir, limitada, no absoluta] no deba garantizarse a todos sin poner en peligro la libertad general … no puede haber duda de que se puede asegurar un mínimo de vivienda y ropa a todos … Los argumentos a favor de que el estado ayude a organizar un sistema integral de seguro social son muy sólidos … no hay incompatibilidad entre que el estado proporcione una mayor seguridad de esta manera, y la preservación de la libertad individual.
Supongamos, por ejemplo, que el gobierno quiere dar dinero a los pobres. En ese caso, en opinión de Hayek, una ley que declare que todo aquel que gane menos que una cantidad específica tiene derecho a recibir ayuda, es mejor que una que deje en manos de los burócratas del gobierno la tarea de determinar si un solicitante de dinero es realmente necesitado. La gente no podría quejarse de que se le están cobrando impuestos según los caprichos de los burócratas del gobierno. Podría conocer la regla de antemano y planificar su gasto teniendo ésto en cuenta.
Hayek es muy consciente de que las medidas del estado de bienestar son peligrosas; podrían conducir a una economía completamente planificada por una pendiente resbaladiza. Pero no creía que sus propias propuestas fueran susceptibles de tener ese efecto. Ludwig von Mises no estaba de acuerdo con Hayek. La reseña de von Mises de La constitución de la libertad, en la que Hayek desarrolló sus ideas sobre el estado de bienestar, fue en general elogiosa, pero sus comentarios sobre esas ideas fueron decididamente otros:
En realidad, el Estado de bienestar no es más que un método para transformar paso a paso la economía de mercado en socialismo. El plan original de acción socialista, tal como lo desarrolló Karl Marx en 1848 en el Manifiesto Comunista, apuntaba a una realización gradual del socialismo mediante una serie de medidas gubernamentales. Las diez medidas más poderosas de ese tipo fueron enumeradas en el Manifiesto. Son bien conocidas por todos, porque son las mismas medidas que forman la esencia de las actividades del estado de bienestar, de la Sozialpolitik alemana de Bismarck y el Kaiser Wilhelm der Grosse, así como del New Deal (Roosevelt) estadounidense y del socialismo fabiano británico. El Manifiesto Comunista califica las medidas que sugiere como “económicamente insuficientes e insostenibles”, pero subraya el hecho de que “en el curso del movimiento” se superan a sí mismas, requieren más incursiones en el viejo orden social, y son inevitables como medio para “revolucionar por completo el modo de producción”.
Más tarde, Marx adoptó un método diferente para la política de su partido. Abandonó la táctica de un acercamiento gradual al estado total del socialismo, y abogó en cambio por un derrocamiento revolucionario violento del sistema “burgués”, que de un solo golpe debería “liquidar” a los “explotadores” e instaurar “la dictadura del proletariado”. Ésto es lo que Lenin hizo en 1917 en Rusia, y ésto es lo que la Internacional Comunista planea lograr en todas partes.
Lo que separa a los comunistas de los partidarios del estado del bienestar no es el objetivo final de sus esfuerzos, sino los métodos por medio de los cuales quieren alcanzar ese objetivo que es común a ambos. La diferencia de opiniones que los divide, es la misma que distinguía al Marx de 1848 del Marx de 1867, el año de la primera publicación del primer volumen de El Capital.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko