Ludwig von Mises comienza su libro Burocracia declarando que la principal cuestión que enfrentaba Occidente en su época era si el hombre debía entregar su libertad al “gigantesco aparato de compulsión y coerción, el estado socialista”. Y reformula: “¿Debería [el hombre] ser privado de su privilegio más preciado de elegir medios y fines, y de moldear su propia vida?”
Esta cuestión también es inminentemente apremiante en la actualidad, salvo que nosotros, en Occidente, ocho décadas después, nos tambaleamos al borde de la tiranía total: el destino sobre el que Mises escribió para evitarlo. Quizás lo más trágico fue que pensó que “sólo Estados Unidos” era libre de decidir su camino en la encrucijada hacia la libertad o la tiranía. En retrospectiva, Estados Unidos ha elegido lo último. Por lo tanto, cualquier hombre que valore la libertad y su patria, debe trabajar para contrarrestar esta marcha hacia la tiranía y la destrucción. Para entender cómo, primero debemos entender qué existía antes de nuestra tiranía moderna, cómo opera la tiranía moderna, y luego podremos razonar qué se debe hacer.
En la actualidad, la tiranía puede ser acertadamente descripta como el agua en la que nadamos; nuestros predecesores estarían absolutamente horrorizados por la coerción extrema y desnuda de nuestros gobiernos y sus cómplices comerciales. Para comprender con precisión cuán generalizada es esta corrosiva corrupción, primero debemos entender una sociedad libre, y Mises comienza Burocracia sentando las bases de dicha sociedad: “La economía de mercado es ese sistema de cooperación social y división del trabajo que se basa en la propiedad privada de los medios de producción”.
Aquí tenemos nuestra base. La economía de mercado es el sistema libre que cultiva la cooperación social mediante el intercambio voluntario de medios valiosos, y estos intercambios voluntarios son posibles gracias a la propiedad privada de los medios. En este sistema, los hombres dividen el trabajo y se especializan, alcanzando su máximo potencial productivo a través de la experiencia, mejorando así su propia posición y la de sus semejantes a través del intercambio voluntario de excedentes cada vez mayores.
A través del intercambio, surgen estructuras sociales cada vez más complejas para facilitar una mayor producción. Estas plantas, granjas y fábricas, son propiedad de empresarios, que constituyen la fuerza animadora de un mercado. Estos emprendedores actúan bajo incertidumbre, lo que significa que arriesgan su tiempo, esfuerzo y recursos para adivinar los deseos de otros en su sociedad, para poder intercambiar con ellos y así beneficiarse con el esfuerzo.
Obtener ganancias, entonces, es el objetivo del empresario, y su búsqueda guía sus decisiones dentro de su negocio. Emplea gerentes encargados de administrar de manera rentable una subsección de su negocio. Comercializa innovaciones que satisfacen mejor las necesidades de los consumidores, ampliando su base de consumidores y, en consecuencia, sus ganancias. Intenta comercializar más productos de mayor calidad y a precios más bajos, esforzándose por superar a cualquiera que haga lo mismo, para seguir en el negocio un día más. No tiene margen para entregarse a caprichos secundarios, ya que de hacerlo, no obtiene más beneficios.
Si bien la búsqueda empresarial de ganancias a través del intercambio es lo que mejora a todos y eleva la calidad de vida general en este sistema libre, los empresarios no dictan en última instancia los resultados del sistema: lo hacen los consumidores. Al intercambiar con otros según sus valoraciones derivadas de su propia moralidad, gustos y estimaciones inciertas de su futuro, los consumidores dictan qué empresarios fracasan y qué empresarios tienen éxito. Ningún consumidor tiene suficiente poder para conceder o retirar el éxito de un empresario, pero el proceso orgánico del comercio ve a los consumidores como un grupo que recompensa a los mejores empresarios.
Este concepto de soberanía del consumidor nos permite deducir lógicamente que, en esta sociedad libre, las empresas reflejarían los deseos del consumidor, ya que luchar por cualquier otra cosa terminaría en pérdidas y eventualmente en quiebra. En esta sociedad libre, entonces, las empresas no podrían impulsar agendas sociales no deseadas, y el estado no intervencionista también estaría ausente en este ámbito, si es que existiera alguno. La “ingeniería social” nunca existiría; las comunidades discriminarían naturalmente ejerciendo sus derechos de propiedad y la consiguiente libertad de asociación, promoviendo la normalidad y su cultura particular.
Sin embargo, no vivimos en esta sociedad conceptual. Nuestras empresas no están naturalmente obligadas a competir. En cambio, a menudo se ven legalmente obligadas a burocratizar; como en cuestiones de recursos humanos, a expensas en última instancia del consumidor. Los derechos de propiedad están corroídos, y la discriminación –excepto en las circunstancias más intrascendentes– está prohibida. Nuestras libertades son cada vez menos a medida que pasan las generaciones. Existimos bajo un sistema de tiranía, que debe ser analizado en comparación con el sistema anterior, más libre, para comprender cómo y en qué grado nuestras comunidades se ven afectadas.
Contrariamente a los deseos de Mises, nuestros gobiernos son intervencionistas y, aunque varía el alcance de sus intervenciones, siempre han sido así. Nuestros gobiernos son y siempre han sido burocráticos, especialmente a medida que los súbditos y territorios en deuda con ellos se han vuelto más numerosos. Además, cualquier estructura de gobierno necesita una burocracia, aunque dichas estructuras dictan la función y los poderes de la burocracia, más allá de la simple tarea de gobernar.
Uno sólo puede discrepar de la burocracia si también discrepa con la causa subyacente: la intervención gubernamental y la estructura del gobierno. Hasta este punto, Mises dirige la típica indignación conservadora contra la burocratización hacia su causa fundamental –es decir, la centralización. No es que la burocracia aparezca en cualquier sociedad ex nihilo, dispuesta a despojar a la gente normal de sus libertades mediante el abuso arbitrario de su poder, sino que la burocratización es la única manera de que se desarrollen gobiernos intervencionistas o imperios lejanos. Deben formar administraciones sujetas a normas y reglamentos.
Más allá de los habituales argumentos conservadores contra la burocracia, Mises critica a los progresistas. Estos progresistas, según Mises, ven la burocracia como un afloramiento del comercio no regulado, el resultado natural de dejar que las empresas crezcan hasta el punto de eclipsar toda competencia. Esta realidad inmutable, argumentan los progresistas, permite a las empresas tiranizar a la gente normal, y realmente representa la extinción del capitalismo en su transición a la siguiente etapa del desarrollo humano. Al comprender que los empresarios en un mercado libre no podían buscar otra cosa que la gestión basada en las ganancias, Mises desmantela el argumento demostrando que la burocratización corporativa, la gestión basada en reglas y directrices sobre las ganancias, sólo puede existir mediante la intervención económica.
Los impuestos y los grandes obstáculos regulatorios pueden privar a las empresas preexistentes de capital adicional, pero a la vez eliminan a los nuevos competidores. Ésto permite que las empresas que alguna vez tuvieron éxito –ahora, el establishment– se atrofien, permitiéndose excesos inflados como la burocratización y la promoción de agendas sociales impopulares. La soberanía del consumidor se ha visto erosionada, ya que los posibles intercambios en los que podría haber participado, han sido preseleccionados por una autoridad externa.
Lo que intensifica aún más esta situación es el hecho de que las opciones de intercambio que llegan al consumidor no se producen únicamente por un impulso de lucro –es decir, el mecanismo que garantiza que las empresas se ajusten a las necesidades de los consumidores. Más bien, dado que las empresas ahora han sido protegidas de la competencia que de otro modo habría existido en el mercado libre, los productos ofrecidos al consumidor ahora podrían estar allí simplemente para cumplir una agenda social o cumplir con regulaciones, no necesariamente para brindar satisfacción a ese consumidor.
Junto a ésto está el mayor poder de los gerentes para actuar según sus propios caprichos, independientemente del afán de lucro del empresario, provocado por el debilitamiento de los derechos de propiedad de los empresarios y su imposibilidad de despedir y contratar a voluntad. Ya no hay garantía de que los empresarios estén trabajando para satisfacer a los consumidores en la búsqueda de ganancias y, por lo tanto, el consumidor ha quedado subyugado.
Pretender que hoy los progresistas se enfaden contra la burocracia sería anacrónico. Cada nueva iniciativa progresista es el presagio de una nueva ola de progresistas cada vez más tiránicos, dispuestos a tomar medidas radicales. Cuando se permiten los poderes del estado, entidad cuya única tendencia es la centralización, se fomenta el gusto por ejercer el poder arbitrario. Las burocracias cada vez más expansivas están compuestas principalmente por progresistas, ya que son ellos quienes defienden las políticas que hacen crecer las burocracias. Luego ésto propaga aún más el progresismo, reforzando sus filas.
A través de divisiones políticas, la mayoría de las personas reconoce este patrón, implícitamente o no, razón por la cual hoy en día muchos en la izquierda no dicen una sola palabra contra la burocracia. Se nutren del ilusorio “cuerno inagotable de la abundancia” del gobierno, que promulga su tiranía regulando las vidas de la gente normal de acuerdo con reglas draconianas alojadas en tomos cada vez más gigantescos de estatutos y ordenanzas. Para asegurar su dominio sobre la nación, deben subyugar al consumidor, estableciendo reglas y burocracia diseñadas para gobernar cada mínima acción dentro de la vida humana. La asfixia de los talentos y la iniciativa personales, la privación de la capacidad de “contribuir con algo nuevo al viejo inventario de la civilización”, simplemente hace que el proceso sea mucho mejor para los dementes cruzados del igualitarismo.
La consecuencia inevitable de la centralización económica progresiva, la causa fundamental de la burocracia, es lo que animó a Mises a escribir sobre este tema específico. La mayor amenaza es la marcha hacia el socialismo, la forma más total de tiranía, miseria e ingeniería social. La burocracia, sostiene Mises, es sólo un reflejo de la centralización económica de una sociedad. Si bien las mayores acusaciones contra la burocracia se reflejan en la amenaza separada pero relacionada de la centralización económica, continúa siendo la burocracia la que es en sí misma un indicador de la amenaza.
Bajo nuestras políticas intermedias de intervencionismo –aunque se inclinan cada vez más hacia el socialismo– obtenemos algunos beneficios sofocados de la actividad del mercado. Nuestros niveles de vida aún pueden aumentar, aunque menos que lo que habría sido en un mercado libre de obstáculos. Sin embargo, al final de nuestro camino intermedio, se encuentra el socialismo. Bajo este sistema sin propiedad, sin intercambio ni precios, la devastación de la vida humana y del espíritu humano está garantizada. Todo hombre que toma decisiones para su mejora carece del denominador común del dinero, y se ve relegado a tomar sus decisiones en la oscuridad. El cálculo económico se vuelve imposible y las líneas de producción, recetas y recursos, son perseguidos basándose en conjeturas. La mayoría se queda sin nada, mientras reinan los partidistas parásitos y los psicópatas señores de la guerra.
Como se mencionó al principio, cuando Mises advirtió sobre esta amenaza inminente, reconoció que Estados Unidos se encontraba en una encrucijada entre la libertad y el socialismo. En su época, todavía había esperanzas de que se pudiera revertir la centralización económica de principios del siglo XX, y con ella la burocracia resultante. Todavía estaba en juego una farsa de democracia funcional, y el Partido Republicano estaba preparado para salvar al país del New Deal, y de hecho prometió hacerlo. El Partido Republicano ignoró estas promesas y, administración tras administración, fortaleció las políticas intervencionistas.
A medida que el siglo XX avanzaba y se acercaba al XXI, quedó claro que Estados Unidos era rehén de un consenso de sus dos únicos partidos, unidos en la búsqueda del bienestar y la guerra. Mirando hacia atrás, vemos la encrucijada muy atrás, y el país está en el camino hacia el socialismo y una mayor burocracia.
¿Qué vamos a hacer? Dado que nuestras élites han elegido el camino hacia la eliminación de la propiedad y la civilización, actuaremos en consecuencia. La burocracia gubernamental es dominio de los izquierdistas y otros enemigos similares de la civilización, y permanecer dentro de ella, por diseño, sofocará la propia innovación y ambición. Capturar la burocracia está fuera de discusión. Más bien, hay que evitarlo y deslegitimar y desmantelar la raíz de la que surge: el estado. Los defensores de la libertad deben fortalecerse mutuamente a través del comercio y la cooperación, negando legitimidad y recursos a los canales oficiales.
Hay que aprovechar el poder de la juventud, algo que nos sobra. Como dice Mises: “No está bien ser un joven bajo una gestión burocrática. El único derecho que disfrutan los jóvenes bajo este sistema es el de ser dóciles, sumisos y obedientes”. Podemos brindar una alternativa productiva con vitalidad. Si podemos rodear al estado de recursos valiosos, y si podemos mostrar un camino a seguir para nuestra juventud, entonces nuestras libertades aún podrán rejuvenecerse, y nuestros países de origen podrán florecer una vez más.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko