Hoy en día, las guerras hacen estragos en Ucrania y Oriente Medio. ¿Qué actitud deberían adoptar los libertarios hacia estas guerras? ¿Es coherente con los principios libertarios apoyar al lado que Ud. crea que tiene los mejores argumentos? ¿Puede Ud. instar a ese lado a que haga todo lo posible por la victoria? Murray Rothbard, el más grande de todos los teóricos libertarios, no lo creía así. Y ésto es cierto incluso cuando Ud. haya evaluado correctamente el conflicto. Veamos lo que Rothbard dice en su gran libro La ética de la libertad.
Como era de esperar, Murray no comienza su análisis tomando como punto de partida los conflictos entre estados. Se pregunta qué podrían hacer adecuadamente los individuos involucrados en un conflicto en una sociedad anarcocapitalista:
“Antes de considerar las acciones interestatales, volvamos por un momento al mundo puramente libertario y apátrida, en el que los individuos y sus agencias de protección privadas contratadas, limitan estrictamente su uso de la violencia a la defensa de las personas y de la propiedad contra la violencia. Supongamos que en este mundo Jones descubre que Smith lo está agrediendo a él o a su propiedad. Es legítimo, como hemos visto, que Jones rechace esta invasión mediante el uso de la violencia defensiva. Pero ahora debemos preguntarnos: ¿está dentro del derecho de Jones cometer violencia agresiva contra terceros inocentes, en el curso de su legítima defensa contra Smith? Claramente la respuesta debe ser “No”. Porque la norma que prohíbe la violencia contra las personas o bienes de hombres inocentes, es absoluta; se mantiene independientemente de los motivos subjetivos de la agresión. Está mal y es criminal violar la propiedad o la persona de otro, incluso si uno es un Robin Hood, o está muriendo de hambre, o se está defendiendo del ataque de un tercero. Podemos comprender y simpatizar con los motivos de muchos de estos casos y situaciones extremas. Nosotros (o, más bien, la víctima o sus herederos) podemos mitigar posteriormente la culpa si el criminal es juzgado para recibir castigo, pero no podemos eludir el juicio de que esta agresión sigue siendo un acto criminal, y que la víctima tiene todo el derecho a repelerla, mediante la violencia si es necesario. En resumen, A agrede a B porque C está amenazando o agrediendo a A. Podemos entender la culpabilidad “mayor” de C en todo este procedimiento, pero aun así etiquetamos esta agresión por parte de A como un acto criminal que B tiene todo el derecho a repeler mediante la violencia. Para ser más concretos, si Jones descubre que Smith está robando su propiedad, Jones tiene derecho a repelerlo e intentar atraparlo, pero Jones no tiene derecho a repelerlo bombardeando un edificio y asesinando a personas inocentes o a atraparlo. disparando con ametralladora a una multitud inocente. Si hace ésto, es tanto (o más) un agresor criminal como lo es Smith. El mismo criterio se aplica si Smith y Jones tienen hombres de su lado, es decir, si estalla una ‘guerra’ entre Smith y sus secuaces, y Jones y sus guardaespaldas. Si Smith y un grupo de secuaces atacan a Jones, y Jones y sus guardaespaldas persiguen a la pandilla de Smith hasta su guarida, podemos animar a Jones en su esfuerzo; y nosotros, y otros miembros de la sociedad interesados en repeler la agresión, podemos contribuir financiera o personalmente a la causa de Jones. Pero Jones y sus hombres no tienen derecho, al igual que Smith, a agredir a nadie en el curso de su ‘guerra justa’: a robar la propiedad de otros para financiar su persecución, a reclutar a otros para su grupo mediante el uso de la violencia, o a matar a otros en el curso de su lucha por capturar a las fuerzas de Smith. Si Jones y sus hombres hicieran cualquiera de estas cosas, se convertirían en criminales tan plenamente como Smith, también pasibles de cualquier sanción que se imponga contra la criminalidad. De hecho, si el delito de Smith fue el robo, y Jones debiera recurrir al reclutamiento armado para atraparlo, o mata a personas inocentes en su persecución, entonces Jones se convierte en más criminal que Smith, ya que crímenes contra otra persona como esclavitud y asesinato son ciertamente peores que el robo. Supongamos que, en el curso de su ‘guerra justa’ contra los estragos de Smith, Jones matara a algunos inocentes; y supongamos que, en defensa de estos asesinatos, declamara que simplemente estaba actuando según el lema ‘dadme libertad o dadme muerte’. Lo absurdo de esta ‘defensa’ debiera ser evidente de inmediato, porque la cuestión no es si Jones estaba dispuesto a arriesgar personalmente su vida en su lucha defensiva contra Smith; la cuestión es si estaba dispuesto a matar a otras personas inocentes en pos de su fin legítimo. Porque en realidad Jones estaba actuando bajo el lema completamente indefendible: ‘Dadme libertad o dadles muerte’, sin duda un grito de batalla mucho menos noble”.
Murray sostiene a continuación que como nunca se debe dañar a inocentes, la guerra nuclear es siempre mala, porque no hay manera de limitar el daño que estas armas ocasionan a objetivos legítimos. Murray deja este punto inequívocamente claro:
“A menudo se ha sostenido –especialmente por parte de los conservadores– que el desarrollo de las horrendas armas modernas de asesinato en masa (armas nucleares, cohetes, guerra bacteriológica, etc.) es sólo una diferencia de grado, más que de tipo, respecto de las armas más simples de épocas anteriores. Por supuesto, una respuesta a ésto es que cuando el grado es el número de vidas humanas, la diferencia es muy grande. Pero una respuesta particularmente libertaria es que si bien el arco y la flecha, e incluso el rifle, pueden ser apuntados, si hay voluntad, contra criminales reales, las armas nucleares modernas no pueden hacerlo. He aquí una diferencia de tipo crucial. Por supuesto, el arco y la flecha podrían usarse con fines agresivos, pero también podrían usarse únicamente contra agresores. Las armas nucleares, incluso las bombas ‘convencionales’ de aviación, no pueden serlo. Estas armas son ipso facto motores de destrucción masiva indiscriminada. (La única excepción sería el caso extremadamente raro en el que una masa de personas, todas ellas delincuentes, habitaran una vasta zona geográfica). Por lo tanto, debemos concluir que el uso de armas nucleares o similares, o la amenaza de utilizarlas, es un delito contra la humanidad, para la que no puede haber justificativo. Esta es la razón por la que el viejo cliché ya no sostiene que lo importante a la hora de juzgar cuestiones de guerra y paz, no son las armas, sino la voluntad de utilizarlas. Porque es característico de las armas modernas el que no puedan ser selectivamente utilizadas, es precisamente por lo que no pueden ser utilizadas de forma libertaria. Por lo tanto, debe condenarse su misma existencia, y el desarme nuclear se convierte en un bien que debe ser perseguido por sí mismo. De hecho, de todos los aspectos de la libertad, ese desarme se convierte en el bien político más elevado que puede perseguirse en el mundo moderno. Porque así como el asesinato es un crimen más atroz contra otro hombre que el hurto, el asesinato en masa (de hecho, un asesinato tan extendido que amenaza la civilización humana y la propia supervivencia humana) es el peor crimen que cualquier hombre podría cometer. Y ese crimen ahora es muy posible. ¿O los libertarios van a indignarse adecuadamente por los controles de precios o el impuesto sobre la renta y, sin embargo, encogerse de hombros –o incluso defender positivamente– el supremo crimen del asesinato en masa?”
Murray ha estado hablando hasta ahora de lo que se permite hacer a los individuos y a las agencias de protección privadas en una sociedad libertaria.
“En el mundo actual, cada superficie terrestre está gobernada por una organización estatal, con varios estados dispersos por el planeta, cada uno con el monopolio de la violencia sobre su propio territorio. No existe ningún superestado que tenga el monopolio de la violencia sobre todo el mundo; y por eso existe un estado de ‘anarquía’ entre los distintos estados. Y así, salvo las revoluciones, que ocurren sólo esporádicamente, la violencia abierta y el conflicto bilateral en el mundo tiene lugar entre dos o más estados, es decir, lo que se denomina ‘guerra internacional’ o ‘violencia horizontal’. Ahora existen diferencias cruciales y vitales entre la guerra interestatal, por un lado, y las revoluciones contra el estado o los conflictos entre particulares, por el otro. En una revolución, el conflicto se desarrolla dentro de la misma zona geográfica: tanto los servidores del estado como los revolucionarios, habitan el mismo territorio. La guerra interestatal, por otra parte, se desarrolla entre dos grupos, cada uno con el monopolio de su propia zona geográfica. Es decir, tiene lugar entre habitantes de diferentes territorios. De esta diferencia se derivan varias consecuencias importantes: (1) En la guerra interestatal, el margen para el uso de armas modernas de destrucción masiva es mucho mayor. Porque si la escalada armamentista en un conflicto intraterritorial se vuelve demasiado grande, cada lado se hará estallar con las armas dirigidas contra el otro. Ni un grupo revolucionario ni un estado que lucha contra la revolución, por ejemplo, pueden utilizar armas nucleares contra el otro. Pero, por otra parte, cuando las partes en conflicto habitan en diferentes áreas territoriales, el alcance del armamento moderno se vuelve enorme, y todo el arsenal de devastación masiva puede entrar en juego. Una segunda consecuencia corolaria es que (2) si bien es posible que los revolucionarios identifiquen sus objetivos y los limiten a sus enemigos estatales, y así evitar agredir a personas inocentes, identificarlos es mucho menos posible en una guerra interestatal. Esto es cierto incluso con armas más antiguas; y, por supuesto, con las armas modernas no es posible establecer ningún tipo de localización. Además, (3) dado que cada estado puede movilizar a todas las personas y recursos de su territorio, el otro estado llega a considerar a todos los ciudadanos del país contrario como, al menos temporalmente, sus enemigos y los trata en consecuencia extendiéndoles la guerra. Por lo tanto, todas las consecuencias de la guerra interterritorial hacen que sea casi inevitable que la guerra interestatal implique una agresión de cada lado contra los civiles inocentes (los individuos privados) del otro. Esta inevitabilidad se vuelve absoluta con las armas modernas de destrucción masiva. Si un atributo distintivo de la guerra entre estados es la interterritorialidad, otro atributo único surge del hecho de que cada estado vive de los impuestos con que grava a sus súbditos. Por lo tanto, cualquier guerra contra otro estado implica el aumento y extensión de los impuestos-agresión contra su propio pueblo. Los conflictos entre particulares pueden ser, y normalmente son, voluntariamente librados y financiados por las partes interesadas. Las revoluciones pueden ser, y a menudo son, financiadas y combatidas mediante contribuciones voluntarias del público. Pero las guerras de estado sólo pueden ser libradas mediante la agresión contra el contribuyente. Por lo tanto, todas las guerras de estado implican una mayor agresión contra los propios contribuyentes del estado, y casi todas las guerras de estado (todas, en la guerra moderna) implican la máxima agresión (asesinato) contra los civiles inocentes gobernados por el estado enemigo. Por otra parte, a menudo las revoluciones son financiadas voluntariamente, y pueden apuntar su violencia contra los gobernantes del estado; así como los conflictos privados pueden limitar su violencia a los verdaderos criminales. Por lo tanto, debemos concluir que, si bien algunas revoluciones y algunos conflictos privados pueden ser legítimos, las guerras de estado deben ser siempre condenadas. Algunos libertarios podrían objetar lo siguiente: ‘Si bien nosotros también deploramos el uso de impuestos para la guerra y el monopolio del estado sobre los servicios de defensa, tenemos que reconocer que estas condiciones existen, y mientras exists an, debemos apoyar al estado en sus guerras justas de defensa’. A la luz de nuestra discusión anterior, la respuesta sería la siguiente: ‘Sí, los estados existen, y mientras existan la actitud libertaria hacia el estado debiera ser decirle en efecto: ‘Muy bien, tú existes, pero mientras lo hagas, al menos confina tus actividades al área que monopolizas’. En resumen, el libertario está interesado en reducir tanto como sea posible el área de agresión estatal contra todos los individuos privados, ‘extranjeros’ y ‘domésticos’. En los asuntos internacionales. la única manera de hacerlo es que los pueblos de cada país presionen a su propio estado para que limite sus actividades al área que monopoliza, y no agreda a otros estados monopolistas, en particular a los pueblos gobernados por otros estados. En resumen, el objetivo del libertario es limitar cualquier estado existente, al grado más pequeño posible de invasión de personas y propiedades. Y ésto significa evitar totalmente la guerra. Los pueblos de cada estado deben presionar a ‘sus’ respectivos estados para que no se ataquen entre sí y, si estalla un conflicto, para negociar la paz o declarar un alto el fuego lo más rápido posible físicamente”.
“El objetivo libertario debería ser entonces, independientemente de las causas específicas de cualquier conflicto, presionar a los estados para que no lancen guerras contra otros estados y, en caso de que estalle una guerra, presionarlos para que soliciten la paz y negocien un alto el fuego y un tratado de paz lo antes posible físicamente. Este objetivo, dicho sea de paso, estaba consagrado en el anticuado derecho internacional de los siglos XVIII y XIX, es decir, el ideal de que ningún estado agreda el territorio de otro, lo que ahora se denomina “coexistencia pacífica” de los estados”.
¿Qué pasa si estalla una guerra? Entonces, dice Murray, no debería haber ayuda exterior para ninguna de las partes involucradas.
“Un corolario de la política libertaria de coexistencia pacífica y no intervención entre estados, es la rigurosa abstención de cualquier ayuda exterior; es decir, ayuda de un estado a otro. Porque cualquier ayuda otorgada por el estado A al estado B (1) incrementa la agresión fiscal contra el pueblo del país A, y (2) agrava la represión por parte del estado B sobre su propio pueblo”.
Hagamos todo lo que podamos para seguir los principios de Murray en todos los terribles conflictos que enfrenta el mundo hoy.
Traducido por el Ms. Lic. Cristian Vasylenko