Por la Dra. Wanjiru Njoya y David Gordon
Muchos campos académicos se dedican a reconstruir la realidad, para hacer que ésta se ajuste mejor a sus ideales socialistas. Quienes desean reconstruir la realidad argumentan, por ejemplo, que no hay ninguna razón por la que algunos animales deban ser considerados “salvajes”. Sostienen que deberíamos buscar “nuevas formas de pensar y actuar en un mundo dominado en todas partes por el poder y la actividad humanos”, y que no hay razón para excluir al mundo animal de esa empresa. En cambio, “tenemos la responsabilidad de proteger a los animales ‘salvajes’ de la escasez y las enfermedades, y de preservar sus habitats”. Por ejemplo, Beka Jalagania argumenta a favor de deberes especiales hacia los animales salvajes: “Una de esas circunstancias que generalmente se cree que crea deberes positivos hacia los animales salvajes, es la imposición de daños injustificados a estos animales. Se argumenta que en casos como éste, a menudo llamados casos de reparación, la justicia requiere que ayudemos a los animales salvajes que han sido perjudicados por nuestras acciones”.
Quienes proponen hacer “reparaciones” a los animales salvajes no tienen en mente la conservación de la vida silvestre, que durante mucho tiempo ha sido de interés para los científicos. Tampoco se preocupan por los ya establecidos campos del bienestar y la cría de animales. Ésta no es una mera exhortación a que todos deban ser amables con los animales y preocuparse por el bienestar de los animales bajo su cuidado. La cuestión se refiere a las obligaciones del estado y al recurso al erario público. Los intentos académicos subyacentes de disolver la frontera entre los mundos humano y animal es la presunción de que las intervenciones estatales deberían abarcar a los animales salvajes o, de hecho, cualquier otra cosa que a la gente le gustaría que se incluyera bajo el alcance de la regulación estatal. Nada debería estar fuera del alcance del estado total, ni siquiera los animales salvajes.
El debate público sobre la conciencia animal y el apoyo al bienestar animal plantea implicaciones para las políticas públicas. Por ejemplo, la Declaración de Nueva York sobre la Conciencia Animal sugiere que “la evidencia establece al menos una posibilidad realista de conciencia. La posibilidad es lo suficientemente alta como para justificar más investigaciones destinadas a abordar cuestiones de conciencia en estos animales. La probabilidad es también lo suficientemente alta como para justificar una consideración seria de su bienestar”.
Como hemos argumentado anteriormente, tales intentos por regular el mundo natural –y, al hacerlo, reimaginar la naturaleza como nos gustaría que fuera– son tontos. Los animales salvajes no pueden ser entrenados para que no sean depredadores, ni pueden ser sometidos a capacitación en diversidad, equidad e inclusión [DEI] para garantizar que defiendan los “valores compartidos”. Argumentamos que “la depredación es parte de la forma en que existe el mundo natural, y no es asunto de la ética esforzarse por reconstruir la naturaleza”. Nuestro argumento era que “la ética, al menos si nos limitamos al ámbito secular, trata de cómo los seres humanos pueden vivir mejor sus vidas, y exigir que alteremos la forma en que los animales viven sus vidas es un error tonto y presuntuoso”.
La filosofía de la economía austriaca considera el mundo y la realidad tal como son. Como la economía austriaca se ocupa de la acción humana, surge otra pregunta: si es la acción humana diferente de la acción animal y, de ser así, de qué manera y por qué es importante. En Human Action, Ludwig von Mises argumentó que “lo que distingue al hombre de las bestias es precisamente que ajusta su comportamiento deliberadamente”. Von Mises argumenta:
Desde el punto de vista de la eternidad y del universo infinito, el hombre es una mota infinitesimal. Pero para el hombre, la acción humana y sus vicisitudes son la realidad. La acción es la esencia de su naturaleza y existencia, su medio para preservar su vida y elevarse por encima del nivel de los animales y de las plantas.
Von Mises describió ésto como “deseos y necesidades específicamente humanos que podemos llamar ‘superiores’ que aquellos que tiene en común con otros mamíferos”.
La idea de que el hombre es, en un sentido real, “superior” a otros animales, es cuestionada por quienes ven al hombre nada más que como un depredador que no se eleva por encima del nivel de los animales. Por el contrario, ven al hombre como un superdepredador destructivo que no causa más que daño al “planeta”.
Otros oponentes a la superioridad humana sobre los animales argumentan que muchos animales exhiben los rasgos esenciales de los humanos. Por ejemplo, algunos científicos sugieren que algunos animales –por ejemplo, los lobos– entienden la causa y el efecto. Otros sugieren que las bestias salvajes ajustan su comportamiento deliberadamente para cooperar entre sí en pos de objetivos comunes:
La evidencia de cooperación y compasión entre criaturas nadadoras, voladoras y caminantes ha capturado la imaginación del público. En el océano, los meros, los lábridos y las anguilas forman un equipo de múltiples especies, trabajando juntos para expulsar y consumir a sus presas en ataques de caza colaborativa. En el cielo, los reyezuelos abigarrados y los reyezuelos espléndidos se reconocen, forman asociaciones estables, y juntos defienden parches de matorrales de eucaliptos.
Otros han intentado modelar la acción animal siguiendo las mismas líneas que modelan la acción humana:
Aquí, presentamos un modelo individual de interacciones entre humanos y animales, en las que los animales pueden evitar encontrarse con un humano o permanecer en su zona de alimentación, y estar sujetos a las acciones del humano, ya sean peligrosas, gratificantes o neutrales. Utilizamos este modelo para evaluar la capacidad de animales con diferentes habilidades de aprendizaje para alcanzar la estrategia de evitación óptima durante sus vidas.
Von Mises reconoce que no podemos predecir lo que la ciencia futura revelará sobre la naturaleza humana, o incluso sobre la naturaleza animal, y bien puede que los descubrimientos científicos revelen que los animales son mucho más inteligentes que lo que se suponía hasta ahora. Sin embargo, ésto no cambia su teoría de la acción humana y la idea esencial de que los humanos aspiran a “luchar con éxito por la supervivencia, y a utilizar la razón como arma principal en estos esfuerzos”.
Además, von Mises sigue siendo escéptico en cuanto a que la ciencia alguna vez descubra todo lo que se pueda saber sobre el mundo natural. Sólo los utópicos buscan la omnisciencia y la omnipotencia, y Mises no está particularmente impresionado por sus esfuerzos:
Tejen sueños sobre el estado perfecto [fábula del nirvana] … Los utópicos no prestan atención a la naturaleza humana ni a las condiciones inalterables de la vida humana. Godwin pensaba que el hombre podría volverse inmortal tras la abolición de la propiedad privada. Charles Fourier balbuceaba acerca de que el océano contenía limonada en lugar de agua salada. El sistema económico de Marx ignoró alegremente el hecho de la escasez de factores materiales de producción. Trotsky reveló que en el paraíso proletario “el tipo humano promedio se elevará a las alturas de un Aristóteles, un Goethe o un Marx”.
Von Mises sostiene que los utópicos nunca alcanzarán su objetivo, porque siempre habrá un dato último –algo que no podemos explicar con referencia a la ciencia. La ciencia es más modesta que los utópicos, ya que reconoce que los científicos siempre buscarán saber más, y que siempre habrá más por descubrir. Von Mises explica: “La misma idea de perfección absoluta es contradictoria en todos los sentidos. El estado de perfección absoluta debe ser concebido como completo, definitivo y no expuesto a ningún cambio”, y mientras exista vida, habrá cambio. La omnisciencia o el conocimiento absoluto nunca serán alcanzados. Siempre necesitaremos confiar en categorías praxeológicas para comprender la acción humana, incluso cuando las fronteras del conocimiento y de la comprensión humanos sigan expandiéndose.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko