Desde el primer día de su presidencia, ha sido evidente que el presidente argentino Javier Milei quiere que el régimen argentino sea un miembro voluntario del eje Estados Unidos-OTAN en asuntos internacionales. Milei lo ha demostrado con una variedad de propuestas hacia el estado de Israel, y con sus reiteradas reuniones con el dictador de Ucrania, Volodymyr Zelenskyy.
Todo esto posiciona a Burenos Aires como un suplicante confiable y amigo de Washington. O, como lo resumí en Junio:
[Milei] no muestra ninguna afinidad particular por la política exterior antiintervencionista, y ciertamente no es una amenaza para el orden geopolítico establecido dominado por Estados Unidos. Milei es, y posiblemente lo seguirá siendo, un aliado confiable del estado de seguridad estadounidense. Más sucintamente, podríamos decir que Milei es un “jefe de estado aprobado por la CIA”.
Cabe señalar que no hay ninguna razón por la que Milei esté obligado a asumir estas posiciones. Milei podría fácilmente tomar una posición que convierta a Argentina en un país “no alineado”, que se niegue a participar en la intromisión de Estados Unidos y la OTAN en Europa del Este. El régimen de Milei podría fácilmente optar por no tomar posición en los conflictos que se multiplican entre Washington, Tel Aviv y media docena de otros estados.
Después de todo, Buenos Aires está a 12.000 kilómetros de Tel Aviv, y a casi 13.000 kilómetros de Kiev. La idea de que Buenos Aires deba elegir un bando en cualquiera de estos dos conflictos, es absurda. Además, Argentina tiene una economía pequeña y es un desastre económico, por lo que, francamente, las fuerzas armadas argentinas son tácticamente irrelevante para cualquier conflicto global. El apoyo de Milei y Buenos Aires a Estados Unidos y la OTAN sólo cumple una función diplomática: ayudar a Washington a fabricar legitimidad para sus interminables intervenciones internacionales.
Pero eso aparentemente no es suficiente para Milei, quien ahora ha dado señales de que quiere aumentar el gasto militar y aumentar la fuerza y el prestigio del estamento militar argentino.
En un discurso pronunciado el mes pasado ante partidarios de las fuerzas armadas argentinas, Milei expuso su visión: “Queremos una Argentina grande, una Argentina fuerte, una Argentina potencia”. ¿Qué significa exactamente tener una Argentina grande, fuerte y potencia?
Con estas palabras, Milei no está hablando de aumentar el poder y la prosperidad del sector privado. No lo menciona en su discurso. Más bien, se refiere a más poder para el régimen, y eso significa mucho más gasto gubernamental. En el discurso, Milei se jacta de haber comprado 24 aviones de combate F-16, y de la modernización de los tanques TAM. Milei quiere salarios más altos para los burócratas del gobierno (es decir, el personal militar), e insiste en que estos empleados del gobierno “merecen” más “respeto y reconocimiento”.
Dado que Argentina no ha estado involucrada en ningún conflicto internacional significativo desde el siglo XIX –y no enfrenta amenazas internacionales reales en sus fronteras terrestres o marítimas–, uno podría preguntarse para qué podría necesitar el régimen nuevos tanques. Milei insinúa ésto momentos después, cuando recuerda a la audiencia que quiere “unirse a la OTAN como socio global”.
(Para ser justos, debe notarse que la posición de Milei es sólo una continuación del statu quo. En este aspecto de su agenda política, Milei no parece ser más pro-OTAN que sus predecesores de los últimos 25 años. De hecho, Argentina ha sido uno de los regímenes más pro-EE. UU. en América del Sur durante décadas).
Sin embargo, donde encontramos una nueva dirección alarmante es en la aparente intención de Milei de usar sus fuerzas armadas fuertes y poderosas contra las “amenazas” internas. Según Milei:
Hasta ahora, las Fuerzas Armadas han tenido como misión pura y exclusivamente la protección frente a posibles amenazas externas. … [E]s imperativo que repensemos estos viejos paradigmas. Argentina no puede ser ajena a esta nueva realidad; es hora de modernizarse y adaptarse a estas nuevas amenazas. Por eso estamos modificando la Ley de Seguridad Interior para que las Fuerzas Armadas puedan apoyar a las Fuerzas de Seguridad en situaciones excepcionales, sin tener que recurrir a la opción extrema de declarar el estado de sitio.
Esta última frase es la más ominosa: “estamos modificando la Ley de Seguridad Interior para que las Fuerzas Armadas puedan apoyar a las Fuerzas de Seguridad en situaciones excepcionales”.
Si un presidente norteamericano dijera algo así, sería una señal de que el régimen está apostando a fondo por la adopción de un estado policial. En un país civilizado, existen barreras legales contra el uso de los militares contra la población nacional. Estados Unidos tiene muchas de esas barreras legales, cuyo principal ejemplo es la ley Posse Comitatus. Por supuesto, el régimen estadounidense suele ignorar estas limitaciones. Washington ahora utiliza rutinariamente su aparato de inteligencia militar para espiar a los estadounidenses y hacer cosas peores. Sin embargo, es mejor tener la excusa legal de las limitaciones a las operaciones militares internas que nada.
En Argentina, Milei dice que quiere derribar estas barreras en su búsqueda por luchar contra los enemigos internos. Este plan es, esencialmente, la “edición argentina” de la Ley Patriota y del Departamento de Seguridad Nacional.
El militarismo en el contexto argentino
Sin embargo, es importante no comparar excesivamente la situación estadounidense con la argentina. En Argentina, las opiniones públicas sobre los militares no son uniformes. El escepticismo respecto del poder militar es generalmente asociado con “la izquierda”, mientras que el apoyo al estamento militar es considerado “derechista”.
Al parecer, Milei no puede librarse de este estereotipo. Por ejemplo, en su discurso del mes pasado, Milei afirmó que se está “vaciando” las fuerzas armadas, y que “durante décadas” se las ha relegado a una posición de bajo status “inmerecido”.
Cuando dice “durante décadas”, es posible que se refiera a los últimos cuarenta años, durante los cuales el gasto militar en Argentina ha sido muy inferior al de la época de los gobiernos militares. Según la base de datos del SIPRI sobre gastos militares, éste aumentó marcadamente cuando la junta militar llegó al poder, y disminuyó drásticamente después.
Sin embargo, desde 1990 el gasto militar (en dólares constantes de 2022) se ha mantenido prácticamente sin cambios. En contra de lo que afirma Milei, las fuerzas armadas argentinas no están en vías de desaparecer pero, aunque así fuera, no podemos decir que hayan sufrido más que el hogar promedio del país. De hecho, como tiene acceso al dinero de los contribuyentes, el personal militar ha tenido buenos resultados en comparación con el sufrido sector privado.
Además, ¿qué pruebas tiene Milei de que el gasto militar es insuficiente? Argentina no ha sido invadida, ni los terroristas han llevado a cabo operaciones militares contra el país.
(En términos nominales, el gasto militar es mayor ahora que durante los años 1990, aunque la incesante devaluación del peso ha hecho que el gasto militar haya caído en términos reales.)
La aparente decisión de Milei de comprometerse con fuerzas armadas más grandes, más poderosas y más costosas, corre el riesgo de revivir y confirmar la posición de la izquierda latinoamericana de que los candidatos libertarios o de libre mercado están del lado del militarismo. Esta asociación ha perseguido a los liberales “clásicos” chilenos durante décadas después de que Augusto Pinochet apoyara un giro hacia la libertad económica como un último esfuerzo para escapar de la espiral inflacionaria descendente de Chile. Desde entonces, la izquierda sudamericana –que, por supuesto, detesta los mercados libres– ha insistido en que cualquier candidato que apoye los mercados libres es un clon secreto de Pinochet que quiere traer de vuelta a las juntas militares de los viejos y malos tiempos.
Lamentablemente, Milei parece estar jugando a favor de la izquierda en este sentido. Toda su retórica sobre los burócratas gubernamentales sobrepagados es convenientemente omitida cuando habla de los oficiales militares, y su discurso sobre recortar el gasto no se aplica aparentemente al financiamiento de nuevos esfuerzos para librar una guerra contra los enemigos internos.
Con este último giro de política, sigue acumulándose la evidencia de que Milei es más un conservador típico o “derechista”, que un libertario del libre mercado en cualquier sentido significativo. Es la fórmula conservadora habitual: “el gasto público es malo, a menos que sea para mis amigos militares”. Estados Unidos ha sufrido bajo esta marca de política conservadora de cebo y cambio desde 1945. Milei puede ser el último ejemplo en el extranjero.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko