Thursday, November 21, 2024
InícioespañolLos objetivos de la Agenda 2030 y el estatismo

Los objetivos de la Agenda 2030 y el estatismo

La Agenda 2030 y el globalismo

El globalismo es un sistema ideológico, que promueve la concentración del poder a escala mundial y la transferencia de la soberanía de las naciones, a entidades supranacionales, para conformar una estructura de poder global totalitaria.[1]

La anterior cita es quizá la definición más precisa que podía encontrar para iniciar este artículo. Entonces, ceder ante la puesta a punto y en marcha de un gran plan mundial para la consecución de determinados objetivos de la política y ciertos grupos de interés en consonancia con este sistema ideológico globalista, ¿no serviría acaso para conceder más poder y dinero a sus protagonistas y sucumbir ante esta conformación de poder totalitario a nivel global? Pues esto es lo que básicamente implica el globalismo por un mundo ‘mejor’, administrado centralmente por políticos y distintas élites. Obviamente, una simple exhortación de unos pocos intelectuales, políticos y empresarios no daría tal poder o dinero. En última instancia, el poder y el dinero a la política y a los grupos de interés se lo da una mayoría suficiente que avala el statu quo estatista y toda la gente que cree gran parte de las mentiras de los políticos y otros embaucadores, mientras que una mayoría suficiente acepta sus políticas y se planta poca o nula resistencia al rumbo de los eventos que se desarrollan a costa de los derechos de inocentes, eventos como los que hoy suceden en muchos países con la Agenda 2030.[2]

El estatismo, o la forma del gobierno, radica en última instancia en la opinión pública.[3] Y el estatismo es completamente transversal a todo el pensamiento político detrás de lo que se conoce como la Agenda 2030, como también lo es con cualquier intervencionismo estatal interno de un país. En pocas palabras, cambia solo la escala, y los planes sobre los objetivos acordados con un montón de autoridades nacionales de distintos países determinan nuevas políticas públicas. Estos se traducen en una profundización efectiva, y en este caso quizá más rápida, del estatismo global o globalismo, es decir, una aceleración de la integración política a nivel mundial.

Pero el globalismo no es la globalización económica, sino la extensión y estandarización territorial del poder político en la forma y el nivel de los impuestos y en las regulaciones contra los derechos de propiedad.[4] El globalismo es entonces sinónimo de centralización política a nivel global. El globalismo promueve la inclusión y exclusión forzosas,[5] eleva las animosidades entre los pueblos y grupos culturalmente distintos y causa conflictos sociales. El globalismo es objetivamente malo e implica imposición; es liberticida y erosiona severamente los contrapesos a la centralización política.

Del otro lado está la globalización económica, esta es la integración económica mundial: la expansión mundial de la división del trabajo signada por el intercambio voluntario. La integración económica es objetivamente buena, trae paz y armonía entre los pueblos, implica la participación e integración creciente de las personas en el mercado mundial mediante el intercambio de bienes y servicios, sin la necesidad de relacionarse cercanamente con personas culturalmente muy distintas. Esta integración promueve la inclusión y exclusión voluntarias.

En los últimos años, la Agenda 2030 ha abierto un nuevo frente de batalla para los defensores de la libertad y la justicia.

Pero, ¿de qué se trata la Agenda 2030?

La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, aprobada en septiembre de 2015 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, establece una visión transformadora hacia la sostenibilidad económica, social y ambiental de los 193 Estados Miembros que la suscribieron y será la guía de referencia para el trabajo de la institución en pos de esta visión durante los próximos 15 años. Esta nueva hoja de ruta presenta una oportunidad histórica para América Latina y el Caribe, ya que incluye temas altamente prioritarios para la región, como la reducción de la desigualdad en todas sus dimensiones, un crecimiento económico inclusivo con trabajo decente para todos, ciudades sostenibles y cambio climático, entre otros.[6]

No obstante, además de lo ya dicho hasta aquí, ¿cuál es la alerta de la Agenda 2030? Antes que nada, cualquier secuencia importante hacia la gobernanza mundial debería alertar a todos los defensores de la libertad y la justicia. La alerta está en el apego burocrático e institucional generalizado de los países mientras llevan a cabo todo tipo de disposiciones gubernamentales estrictamente relacionadas con la Agenda, expandiendo el rol del Estado o pavimentando el camino para futuras expansiones más importantes. Puedo citar, por ejemplo, el caso de mi país, Paraguay, donde hace poco tiempo me enteré de una «Dirección Nacional de Cambio Climático» creada en 2017.[7] Firmada por el expresidente Horacio Cartes el mismo año en que se comprometía públicamente con la Agenda 2030.[8] La historia repetida sería: más funcionarios, más presupuesto, más propaganda. Pues los mismos agentes estatales usan la Agenda para aumentar el tamaño del Estado y su burocracia y, por lo tanto, para robar más. Nada muy inusual en esto. Nótese también otro ejemplo en Chile, donde en 2016 crearon un «Consejo Nacional para la Implementación de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible».[9] ¿Sería acaso atrevido suponer que estas cosas están pasando en la mayoría de los países firmantes?[10]

Veamos aún más, como ejemplo, el caso de Paraguay:

Para hacer frente al desafío de alcanzar las metas establecidas en la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible, Paraguay formó una Comisión Interinstitucional de Coordinación para la Implementación, Seguimiento y Monitoreo de los Compromisos internacionales asumidos en el marco de los ODS (Comisión ODS Paraguay 2030).[11]

Esta comisión fue creada por el decreto Nro. 5887 del Poder Ejecutivo en 2016. Además de esto, por Decreto Presidencial Nro. 3581 de mayo de 2020,

se dispuso la reestructuración de la arquitectura institucional ODS del Paraguay, a través de la ampliación y el fortalecimiento de la Comisión ODS Paraguay. Como resultado de lo dispuesto, actualmente la Comisión ODS está conformada por 17 instituciones de los tres Poderes del Estado, lográndose elevar su representatividad al más alto nivel e integrando las tres dimensiones del desarrollo sostenible (económico, social y medioambiental).[12]

Ulteriores comentarios sobre la alianza de la Agenda con el gobierno del país para la extensión del intervencionismo y la planificación estatal a favor de órdenes y planes de gobernanza supranacional sería redundar en la más flagrante evidencia. Pero esto no debería sorprender, ya que, en el documento oficial, el carácter casi totalitario[13] de esta agenda se lee perfectamente entre líneas aquí:

La Agenda 2030 es una agenda civilizatoria, que pone la dignidad y la igualdad de las personas en el centro. Al ser ambiciosa y visionaria, requiere de la participación de todos los sectores de la sociedad y del Estado para su implementación.[14]

Finalmente, en el momento en que los países se comprometen a tomar medidas de políticas públicas y las realizan, la Agenda 2030 no es una simple exhortación de burócratas y entusiastas de la ideología globalista, sino un instrumento más del intervencionismo estatal que aleja todavía más a los ciudadanos del control sobre sus propias autoridades nacionales. Se convierte en un gran organigrama estatista a nivel mundial y las medidas se llevan a cabo en asociación y colaboración con los Estados participantes, dejando al ciudadano común cada vez más desprotegido de las consecuencias de tales medidas.[15] No obstante, no todos los Estados toman el compromiso y realizan las medidas de la misma manera ni con el mismo ahínco. La Agenda está lejos de ser un gobierno mundial por sí misma, pero sí es un paso en la práctica política en esa dirección.

Por supuesto, además de aumentar el intervencionismo, las medidas sirven para enriquecer y empoderar burócratas, políticos, intelectuales y otros estafadores, y no solo para reunirse armoniosamente, tomarse un cóctel y sacarse algunas fotos. La Agenda se difunde ideológica e informativamente para la opinión pública de manera masiva a través de eventos sociales[16] (tanto privados como gubernamentales), medios de comunicación,[17] universidades[18] y otras ventanas de debate e información. Y el ciudadano promedio, como suele suceder, cae normalmente en los engaños comunes de la política y la propaganda mediática, por lo menos inicialmente, hasta darse cuenta demasiado tarde de lo que ha venido sucediendo.[19]

El mensaje detrás de esta gran campaña global a favor del intervencionismo es que los Estados, y la sociedad civil a su lado,[20] deben combatir todo asunto que se considere de interés general (en este caso de interés global), lo que en realidad es igual a los intereses comunes de políticos, grupos de interés y parte de la opinión pública estatista. El mensaje va más o menos así: «unámonos con nuestros gobiernos y dejemos que estos nos dirijan a un mundo mejor». Pero todo esto no es mucho más que un estatismo disfrazado de humanismo y solidaridad global, y son los Estados los que ponen en acción el socialismo[21] y su planificación.

La última crisis del coronavirus[22] debería constituir una prueba fehaciente de que el manejo y guía central y/o global por parte de políticos y grupos de interés para hacer frente a una crisis o para lograr ciertos objetivos significa poner nuestras vidas y libertades en peligro y que nadie más que nosotros y nuestras familias podemos tomar cartas en el asunto de manera realmente responsable.

El libertario, como antiestatista, debería, por sobre todas las cosas, estar preparado para no caer en la demagogia de políticos, burócratas, empresarios e intelectuales ansiosos de conceder más poder a los Estados a causa de cualquier motivo: cambio climático, igualdad de género,[23] cuidado del medio ambiente, sexismo, pandemias, racismo, asistencia médica universal, lucha contra la pobreza, etc.

Por otra parte, no se puede perder de vista la posibilidad de que otros demagogos, intelectuales o políticos tengan sus propios motivos estatistas para rechazar esta Agenda y así posicionarse pública o políticamente en la gran contienda democrática y en el debate público en sus respectivos países. Cualquier apoyo libertario coyuntural a enemigos declarados de la Agenda debe estar advertido del juego perverso de la democracia, y aunque esto no sea necesariamente suficiente para descartar cualquier apoyo político de tal tipo, también los malos de otros bandos saben disfrazarse de los paladines del bien para terminar cediendo seguidamente a las mieles del poder.

Lo expuesto hasta aquí debería servir para oponerse a cualquier agenda internacional semejante que busque centralizar el poder, aumentar el control, aprovecharse de los mal llamados contribuyentes e incrementar el poder de los Estados sobre las personas y las economías de las naciones en pos de objetivos que requieran supuestamente una gestión global y mancomunada entre los países. Como se verá a continuación, en términos oficiales, no hay nada demasiado nuevo en los objetivos de la Agenda 2030 y, más allá de una gran propaganda, la Agenda representa esencialmente un siguiente paso en el clima general de estatismo creciente de los últimos tiempos, ahora más decorado y apoyado con los avances tecnológicos. Sin embargo, al ser un acuerdo mundial sin precedentes, este nuevo empuje formal hacia la gobernanza global debería llamar notablemente la atención de cualquier defensor de la libertad y la justicia.

Los objetivos de la Agenda 2030: un breve análisis

Es aquí necesario recordar que el Estado no es un generador de riqueza y que para pagar a las personas involucradas en sus proyectos debe asegurar la financiación de estos mediante impuestos, préstamos o el dinero que imprima un banco central. Y entre los tantos efectos perniciosos de estas prácticas, uno de ellos es la desviación de la riqueza de los generadores de riqueza a las actividades del gobierno.[24] Esto significa que el Estado no puede aumentar la riqueza social, sino solo redistribuir y consumirla mediante la mismísima injusticia.

Ahora bien, antes de elaborar una serie de hipótesis y explicaciones informadas por la teoría económica austriaca, la teoría libertaria y la historia del estatismo, será necesario tener en cuenta que se pretende llevar a cabo todos estos objetivos[25] con la participación de los Estados. Téngase en cuenta que todos o casi todos estos objetivos ya se intentan alcanzar, o ya se realizan los mismos actos intervencionistas que servirían supuestamente para alcanzarlos, desde hace ya mucho tiempo en la inmensa mayoría de los países adheridos a esta agenda. Otra vez, nada muy nuevo se encontrará aquí:

  1. Poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo

¿Qué causa la pobreza? Nada. Es el estado original, lo predeterminado y el punto de partida. La verdadera pregunta es: ¿Qué causa la prosperidad?[26]

Además, la pobreza, quiérase o no, nunca dejará de ser un asunto relativo a la clasificación, que en manos estatales o de los amigos de la planificación estatal, es normalmente todavía menos fiable. ¿Pero qué constituye ‘pobreza’ y dónde se coloca un límite? ¿Cuál es el rango aceptable para cada lugar, o hay acaso algún rango universal? ¿Y debe el límite o el rango estar sujeto a cambios por parte de los planificadores? Finalmente, pueden imaginarse infinitas formas de pobreza, e infinitas razones para combatirla infinitamente por parte de los gobiernos.

La política del combate a la pobreza es la favorita para la redistribución forzosa de la riqueza y el ingreso que empobrece necesaria y relativamente a toda la sociedad en su conjunto, expropiando y distribuyendo, injustamente, la propiedad de productores, apropiadores e intercambiadores legítimos hacia no productores, no apropiadores y no intercambiadores legítimos. Esto desincentiva sistemáticamente a las personas a ser productores, apropiadores e intercambiadores legítimos, mientras incentiva el comportamiento contrario, ya que los costos del mismo se reducen sistemáticamente a causa de la intervención estatal.

Sobre este objetivo y el siguiente, es también propicio recordar el sinfín de intentos de los gobiernos occidentales más ricos para combatir la pobreza y el hambre en África.

  1. Poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible

Íntimamente relacionado con el primer objetivo, debe encontrarse este segundo. Aquí, los tecnócratas del Estado y la sociedad civil implicada en la planificación definirán criterios arbitrarios de lo que debe ser una buena alimentación y una seguridad alimentaria y lo incluirán en programas sociales y en el sistema educativo.

Las necesidades fisiológicas —se ha dicho— en todos los hombres son idénticas; tal identidad, por tanto, brinda una pauta que permite apreciar en qué grado se hallan objetivamente satisfechas. Quienes emiten tales opiniones y recomiendan seguir esos criterios en la acción de gobierno pretenden tratar a los hombres como el ganadero trata a sus reses. Se equivocan al no advertir que no existe ningún principio universal que pueda servir de guía para decidir una alimentación que fuera conveniente para todos. El que al respecto se sigan unos u otros principios dependerá íntegramente de los objetivos que se persigan.[27]

Sobre la promoción de la agricultura sostenible, es dudosa la manera en que los Estados pueden hacer esto sin sobreponerse con su regulación a los intereses legítimos de los particulares del sector.

  1. Garantizar una vida sana y promover el bienestar de todos a todas las edades

El Estado de bienestar:[28] el sistema público de salud y el de las pensiones (quebrado en la mayoría de los países), y el resto de programas de bienestar social: todos promueven la irresponsabilidad individual y todo tipo de comportamientos contrarios a los que hacen posible la prosperidad en primer lugar y mejoran el bienestar material de las personas sin el atropello de derechos ajenos ni el despilfarro de recursos por parte del Estado.[29] Pero además de todo,

no existe delimitación precisa entre la salud y la enfermedad. Esta última no es un fenómeno aparte de la voluntad consciente y de las fuerzas espirituales que obran sobre el inconsciente. La capacidad de trabajo de un individuo no es función únicamente de su estado físico, sino que depende en gran parte de su inteligencia y su voluntad.[30]

  1. Garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de aprendizaje permanente para todos

El sistema educativo regulado por el Estado no responde al verdadero espíritu educativo, que no es otro que la libertad de currículo que el mercado libre representaría y promovería para satisfacer tanto los requisitos cambiantes como los permanentes para mantener una economía libre, creciente, expansiva e innovadora; por lo que la calidad de la educación estatal —si nos basáramos en un criterio general de la educación imbuida tanto en la ideología de la libertad que trae paz y prosperidad como en el aprovechamiento de los talentos y particularidades individuales— será siempre necesariamente inferior a la que sería en un marco no regulado estatalmente. Y como el Estado promueve y hace precisamente lo contrario —es decir, regula y educa a favor de su supervivencia y crecimiento y en contra de una liberación total de currículo y de la educación— mediante la escolarización y los estándares obligatorios, entonces la educación regulada u ofrecida por el Estado no solo será de peor calidad (cuando menos en términos relativos), sino que también tenderá a empeorar cada vez más. Asimismo, la competencia y el nivel de la misma y los incentivos para los competidores, tanto en los educados como en los educadores, son socavados en el marco de la regulación estatal. Y debido a los problemas de cálculo económico, el sistema educativo estatizado tiende, además de empeorar en calidad, a elevar los precios de la educación y dilapidar recursos que en un sistema libre serían mejor aprovechados.

Por otro lado, los objetivos arbitrarios y planificados de la política como la inclusión y la equidad distorsionan los intereses particulares, el sistema de precios y las oportunidades reales (y necesariamente diversas) que el mercado libre proporciona para un verdadero aprendizaje libre y permanente de todos los participantes de la cooperación social. La planificación e intervención estatal en la educación, igualitaria por antonomasia, descansa en la idea falaz de poder lograr alguna igualdad práctica en absoluto (de oportunidades o lo que sea) entre seres humanos únicos e irrepetibles, de historias y cualidades singulares, y de aquí, un sistema vetusto de la educación regulada por el Estado contrario a la individualidad y desigualdad absoluta entre todas las personas. Para colmo, un sistema garante de continuo adoctrinamiento en la religión del Estado. Parte de esta insistencia planificadora sobre la educación suele ser el pensamiento de que

el fracaso del pobre en la competencia del mercado se debe a su falta de educación. Se afirma que la igualdad de oportunidades sólo puede lograrse haciendo que la educación sea accesible a todos y en todos los niveles. Hoy se tiende a reducir todas las diferencias entre la gente a su educación y a negar la existencia de cualidades innatas en lo que respecta a la inteligencia, la voluntad o el carácter. Se olvida por lo general que la educación académica se limita casi siempre a aprender teorías e ideas ya formuladas con anterioridad. (…) Los innovadores y los genios creadores no se forman en las aulas. Son precisamente los que desafían lo que han aprendido en la escuela.[31]

Un sistema libre promovería un mayor surgimiento de estos genios e innovadores que con sus aportes podrían ayudar a elevar eventualmente la calidad de vida de muchísimas personas, muchas más de lo que permite el estatismo; pues la intervención estatal nos priva de quién sabe cuántos de estos genios e innovadores cada año.

  1. Lograr la igualdad de género y empoderar a todas las mujeres y las niñas

El interminable cuento de la igualdad y todas las trilladas causas estatistas del feminismo hegemónico que se traducen en las cuotas de género y la promoción y profundización —por contradictoria que sea— de la desigualdad legal entre hombres y mujeres en la resolución de conflictos a favor de las mismas ante el ya pervertido sistema judicial.

En las relaciones sociales, en general, el principio de igualdad ante la ley había dado lugar a un mal entendimiento que se reprodujo también en la esfera particular de las relaciones entre los sexos. Del mismo modo que el movimiento seudo democrático se esfuerza en limitar por decreto las desigualdades naturales o sociales, con el deseo de igualar a los fuertes y a los débiles, al favorecido por la naturaleza como al desfavorecido, a los sanos y a los enfermos, de igual modo el ala radical del movimiento feminista quiere hacer iguales a los hombres y a las mujeres.[32]

Como cualquier tipo de igualdad entre seres humanos, más allá de pertenecer a una misma especie y estar sujetos a las mismas reglas básicas para la paz,[33] es, de hecho, un objetivo imposible, el objetivo de lograrla se convierte en un sinfín de intervenciones que no logran nada que no sea privilegiar a unos a costa de otros, afectando la vida de innumerables víctimas de tales políticas de igualdad.

Al tema legal, se le suma el tema educativo, pues los gobiernos, gracias a su gran intervención en casi todo lo que tenga que ver con la educación de las personas, especialmente en niños y adolescentes, intenta ir aún más lejos con estas ideas igualitaristas falaces menoscabando incluso el conocimiento y entendimiento popular y correcto de realidades irremediables de nuestra naturaleza humana y las diferencias entre los sexos.

  1. Garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua y el saneamiento para todos

La administración estatal total o parcial (con previa apropiación ilegítima) de los cursos hídricos y de los servicios de saneamiento y agua potable no puede, de hecho, garantizar ninguna de estas cosas para todos. Y tampoco el mercado puede hacerlo totalmente. Sin embargo, los procesos del mercado basados en el respeto de los derechos de propiedad son los únicos eficientes para coordinar ética y económicamente los recursos y las necesidades de todos. Socializar recursos naturales y medios de producción para el aprovechamiento de estos solo garantiza menor disponibilidad y saneamiento del que habría si tales recursos fueran administrados por manos privadas en el mercado libre, pues ante el juzgamiento de compradores voluntarios, solo un mercado libre de empresarios del agua puede garantizar que el agua será ofrecida cada vez más barata y de mejor calidad, promoviendo a la par los avances tecnológicos típicos en mejoras de aprovechamiento, reconvertibilidad y reutilización de los recursos hídricos. El mercado funciona, y hasta que alguien demuestre lo contrario, el agua en el mundo no acabará mañana. Y aun así, ante cualquier supuesta emergencia, no parece siquiera sensato seguir dejando en las manos ineficientes del gobierno la autoridad máxima sobre tan vital recurso para todos.

Además, la contaminación de las aguas se debe en gran medida a los sistemas de drenaje cloacal municipales. También aquí el gobierno es el principal responsable: al mismo tiempo el mayor contaminador y el “dueño” más negligente del recurso.[34]

  1. Garantizar el acceso a una energía asequible, fiable, sostenible y moderna para todos

Más de lo mismo, socialización e intervencionismo en los mercados para la producción y distribución de energía, privilegiando a grandes productores a costa de precios más altos para los ciudadanos. Energía relativamente menos asequible y menos fiable para todos. Lo de «sostenible», si no se trata de alguna arbitrariedad, debe aludir a evitar el consumo del capital, y no hay institución que más lo consuma comparativamente que el Estado y sus agentes, que ni producen ni pueden utilizar casi nada a favor de sostener la disponibilidad futura, promover el buen mantenimiento y la acumulación del capital. Pues los ingresos que los actuales agentes no puedan extraer hoy de este capital, no lo podrán extraer mañana: el horizonte de miras se acorta y es la bendita posteridad la que no protegen. Por otra parte, la realidad es que, frecuentemente,

los gobiernos estatales y municipales han creado monopolios de gas y energía eléctrica y han concedido estos privilegios monopólicos a compañías privadas, las cuales son reguladas y cuyas tarifas son establecidas por agencias gubernamentales, lo que les asegura una ganancia permanente y fija. De nuevo, el gobierno ha sido la fuente del monopolio y la regulación.[35]

Pongamos un ejemplo de la acción estatal para garantizar lo que pretende este objetivo: Supongamos el proyecto estatal de construcción de una plataforma generadora de energía. En principio, este proyecto presentaría los mismos riesgos y beneficios potenciales, pues los planificadores del Estado también deben confiar en el consejo de distintos expertos para estimar la cantidad de energía que la plataforma pondría a disposición. Hasta los políticos necesitan que algo esencial para las industrias a ser gravadas en el futuro funcione. Sin embargo, ¿cómo pueden los planificadores seleccionar responsablemente los «mejores» proyectos de entre las numerosas propuestas? Finalmente, hay muchas formas de poner a disposición de los planificadores y de la gente del futuro una mayor cantidad de energía, pero los planificadores de hoy, debido a la permanente e inevitable escasez de recursos, no pueden financiar todas estas formas. Entonces, la elección y la realización de proyectos evidencian los distintos incentivos que alientan a una economía dirigida por el Estado (caracterizada por la corrupción, la negligencia, la irresponsabilidad y los problemas de cálculo económico) en comparación a una economía capitalista de libre mercado.[36]

  1. Promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos

Todas las estadísticas convencionales de crecimiento económico están viciadas por el gasto público, la no evaluación de los movimientos intertemporales en la estructura productiva durante largos periodos de tiempo y la incapacidad de estas estadísticas para medir el verdadero bienestar de la gente.[37] Además, los niveles de ingresos per cápita evidentemente no nos informan el nivel de consumo de capital o de los ingresos productivos que ejerce la actividad estatal sobre la actividad privada.

La política del «pleno empleo» ha significado normalmente inflación para estimular el consumo y la inversión desbocada y no respaldada por ahorro real, creando así burbujas de prosperidad y mayor empleo que terminan en crisis y recesiones, altas tasas de desempleo, consumo y destrucción de capital, un montón de vidas perjudicadas y el empobrecimiento relativo de todo el conjunto social. Estas recesiones y crisis no permiten un mayor crecimiento económico real y sostenido que sería posible con menor o nula intervención del gobierno en la economía. Todo esto sumado al desempleo crónico provocado por la rigidez laboral o las leyes de salario mínimo. El «trabajo decente» se traduce en la intervención del mercado laboral, los sindicatos extorsivos, la burocracia y la intervención estatal sobre la libertad de los empleadores y empleados. La realidad es que, luego de 80 años, la política ha cambiado casi nada, si no, ¿por qué escribía Hayek lo siguiente?

Los slogans de nuestro tiempo se expresan con una variedad de términos: «pleno empleo», «planificación», «seguridad social», «liberación de la escasez». La realidad de nuestro tiempo sugiere que ninguna de estas cosas debe mantenerse cuando se convierten en objetos conscientes de la política gubernamental.[38]

  1. Construir infraestructuras resilientes, promover la industrialización inclusiva y sostenible y fomentar la innovación

Más planificación e influencia gubernamental para la infraestructura y la industria y todo lo que esto implica: más decisiones arbitrarias e interferencias estatales no destinadas a dejar libre el rumbo de la eficiencia del mercado para la asignación de recursos que eleva finalmente la riqueza social en su conjunto por destinarse fielmente al deseo de los consumidores.

Cualquier sostenibilidad debe ser una tarea de personas privadas en el mercado libre. La repetitiva alusión a la inclusión ya parece un chiste. En todo caso, no hay nada más inclusivo que el mercado que permite a cada uno aportar su granito de arena a la cooperación social y la división del trabajo. Y lo de resiliente, de «resiliencia», debería considerarse más bien una materia de la psicología antes que de la construcción de infraestructuras destinadas a cumplir propósitos humanos prácticos como el transporte o la vivienda. Sin embargo, no hay nada más resiliente que el mercado para corregir los errores empresariales y permitir la reorganización de la estructura productiva, así sea en la construcción de infraestructuras o en la fabricación de lápices de papel.

Con el pretexto de las infraestructuras, los gobiernos nos han acostumbrado a aumentar la deuda pública, a los hechos de corrupción en licitaciones y también, a veces, a defectuosas y peligrosas construcciones. Así que, solo por esto, ya no parece nada sensato creer que los mismos puedan realmente obrar de manera eficaz en este objetivo.

En realidad, la mayor eficiencia de los mercados en comparación con el Estado en lo que respecta a un número creciente de bienes presuntamente públicos es cada vez más evidente a pesar de la propaganda de los teóricos de los bienes públicos. Nadie que hiciera un estudio serio acerca de estos temas podría negar, ante la experiencia de todos los días, que los mercados pueden producir en la actualidad servicios postales, ferrocarriles, electricidad, teléfonos, educación, dinero, caminos, etcétera, con más eficiencia que el Estado, es decir, satisfaciendo mejor las preferencias de los consumidores.[39]

Y si fomentar la innovación es parte de este objetivo, es imposible que los Estados que aplican leyes espurias de propiedad intelectual[40] fomenten realmente la innovación creando —y habiendo ya creado innumerables— monopolios legales respecto a ciertos usos de propiedad que van en contra de los derechos de propiedad de personas inocentes que quisiesen innovar o producir más allá de esos límites impuestos.[41] Todas las innovaciones que pudiesen surgir o fomentarse en ausencia de estas limitaciones son, por tanto, impedidas o dificultadas por estas leyes estatales de propiedad intelectual. Estos monopolios o privilegios legales a favor de determinadas personas o personerías jurídicas permiten a estos limitar, regular o negar el ejercicio ajeno de derechos de propiedad que no afectan derechos de terceros, ni de los monopolistas o privilegiados, ni de cualquier otro. La propiedad intelectual consiste básicamente en atribuir mediante la perversión legal derechos legales que restringen parcial o totalmente el uso de bienes —sobre la base de ideas o información (intangibles)— que contradicen los intereses particulares de los favorecidos por tal perversión. Sin embargo, las ideas no se pueden robar, el uso por parte de personas que llegan después a su conocimiento no impide el uso de usuarios originales o primeros innovadores.[42] Y tampoco nadie puede perder lo que no es suyo: las ganancias esperadas por ser el único productor que aproveche una idea no pueden ser protegidas por un cuerpo legal basado en derechos reales, es decir, en derechos sobre propiedad tangible.

  1. Reducir la desigualdad en los países y entre ellos

El rápido progreso económico con que contamos parece ser en gran medida el resultado de la aludida desigualdad y resultaría imposible sin ella.[43]

Más allá de que las alusiones a la desigualdad de la política se basan normalmente en la idea de igualdad de oportunidades y de acceso general a servicios y beneficios determinados, es indispensable recordar que es la absoluta desigualdad natural entre todos los seres humanos, tanto por ellos mismos como por sus circunstancias, lo que posibilita la división del trabajo y la cooperación social. No puede explicarse ni entenderse la civilización humana sin esta. Puesto de manera fácil: Si fuéramos todos iguales, todos tendríamos las mismas habilidades, sabríamos las mismas cosas y haríamos lo mismo con lo que supiéramos, finalmente, ¿qué aprendizaje, cooperación y división del trabajo cabría en un mundo de iguales?

Entonces, ¿por qué debe ser la desigualdad entre personas, de cualquier tipo, un problema en absoluto? En todo caso, las únicas desigualdades que valen la pena ver reducidas, según los principios de justicia, son las que resultan de las injusticias que se cometen contra personas inocentes. Estas se verían reducidas si el Estado dejara más en paz a las personas, si su justicia funcionara mejor (aunque sea para los privados), o si, en el mejor de los casos, el Estado desapareciera y los días de la anarquía de propiedad privada llegaran al fin.

La inacabable lucha contra la desigualdad es, además, un barril sin fondo para la demagogia de los políticos y el dinero de los pagadores de impuestos. Por antonomasia, la desigualdad de ingreso y riqueza, y las que esta acarrea sobre oportunidades y beneficios generales, son las que más preocupa a políticos, envidiosos y socialistas en general, y esta preocupación significa generalmente más expropiación y distribución socialista de la riqueza y el ingreso. Lo que, por su carácter destructor y obstructor de la riqueza y de los generadores de esta, solamente puede implicar una igualación hacia abajo. Nos harán relativamente más pobres, o incluso realmente más pobres, o, en todo caso, nos harán necesariamente más pobres o menos ricos de lo que seríamos sin tal intervención o con menos de ella.

  1. Lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles

Más y más planificación y regulación estatal con criterios cada vez más alejados de los intereses de los propietarios privados. Si una resiliencia y sostenibilidad protegida por el gobierno hace referencia al factor ambiental, ¿no sería esto con la prohibición o regulación estatal sobre la modificación libre y justa del ambiente que tiene como fin lograr propósitos individuales legítimos destinados a aumentar el bienestar de las personas respetando derechos ajenos y anteriores? Además, ninguna configuración habitacional podría ser más segura para los habitantes que las que ellos mismos perciben como deseadas en sus propias elecciones libres, lo que implica un mayor respeto por los derechos de propiedad para la estructuración de ciudades y asentamientos.

Si los alrededores de las ciudades y barrios fuesen propiedad de empresas privadas, corporaciones o comunidades contractuales, reinaría una verdadera diversidad, según las preferencias de cada comunidad. Algunos vecindarios serían étnica o económicamente diversos, mientras que otros serían más bien homogéneos. Algunas localidades permitirían la pornografía, la prostitución, las drogas o el aborto, mientras que otras prohibirían todas o algunas de esas prácticas. La prohibición no sería una imposición estatal, sino simplemente la condición para poder residir allí o utilizar el terreno de una persona o de la comunidad. Aunque los estatistas, que tienen la manía de querer imponer sus valores a los demás, se sentirían decepcionados, la gente tendría por lo menos la satisfacción de vivir en barrios de personas que comparten los mismos valores y preferencias.[44]

  1. Garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles

La única sostenibilidad en cuanto a modalidades de consumo y producción de validez ética y eficiencia económica que puede atreverse a prometer mayor cuidado del capital, de los bienes de las personas y de su bienestar a través del tiempo es la que se da en el marco del respeto de los derechos de propiedad y el mercado libre mediante la libre empresa y el manejo y la transformación de los recursos por parte de propietarios privados. Ante la ausencia de este orden de libertad, es deseable la menor intervención posible de los gobiernos, a fin de facilitar los emprendimientos legítimos de los productores para la satisfacción de los clientes.

Pero, por lo que dice este objetivo, son los gobiernos los que deben garantizar estas modalidades de consumo y producción sostenibles. Y esto solo es posible mediante la planificación e intervención estatal en la economía. Y como para consumir, primero debe haber producción, el Estado debería priorizar la regulación de la oferta para el consumo pretendido interviniendo directamente en la producción, o promoviendo con su acción la oferta querida, y adoctrinando —sin escatimar en el posible uso del engaño mediante el aparato estatal de la educación y la ayuda de otros grupos interés— a una masa creciente de personas para aceptar y valorar pacíficamente los resultados de la producción promovida. Pero nada de esto es tan fácil de lograr, e incluso si ya han logrado mucho y siguieran logrando, no se puede engañar, empobrecer e invadir derechos tanto tiempo contra tanta gente con la planificación e intervención —que no traerá más prosperidad ni bienestar general— sin esperar jamás una reacción ciudadana. La diversidad y desigualdad natural entre seres humanos y el impulso y la necesidad natural de estos por la libertad ante tanta intervención tenderá eventualmente a contrarrestar y contrarrestará —frente a la creciente disociación de la demanda con la oferta de ingeniería social— el intento de promover y garantizar una oferta planificada. Este intento se hará entonces cada vez menos rentable para los planificadores y los recursos para ello cada vez más limitados o restringidos, tanto económica como políticamente. Finalmente, tarde o temprano, el curso de la historia volverá a tomar otro rumbo y la producción, otra vez más libre, volverá a destinarse a satisfacer más genuina y ampliamente los deseos de los consumidores en una economía más libre.[45]

De nada tampoco sirve el cálculo económico cuando los planes contemplados no se ajustan a la demanda libremente expresada por los consumidores, sino a las arbitrarias valoraciones de un ente dictatorial, rector único de la economía nacional o mundial. Menos aún puede servirse del cálculo quien pretenda enjuiciar las diversas actuaciones con arreglo al totalmente imaginario «valor social» de las mismas, es decir, desde el punto de vista de la «sociedad en su conjunto», y denigre el libre proceder de la gente comparándolo con el que prevalecería bajo un imaginario sistema socialista en el que la voluntad del propio crítico sería la ley suprema. El cálculo económico en términos de precios monetarios es el que practican los empresarios que producen para los consumidores de una sociedad de mercado. No sirve para otros cometidos.[46]

  1. Adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos

¿Por qué los gobiernos deberían garantizar un futuro climático incontrolable a expensas del mismo bienestar y de los derechos de sus gobernados, para quienes supuestamente funcionan? Y si este fuera un problema global, de aquí no se sigue que este tenga que ser gestionado centralmente ni por una agenda supranacional ni por los gobiernos nacionales.

El clima ha cambiado continuamente, sin o con humanos, por millones de años, y lo seguirá haciendo incluso si la humanidad se extinguiera.

Hace unos siglos, las temperaturas medias eran significativamente más altas de lo que son hoy. En aquellos tiempos, podían cultivar viñedos en Inglaterra y naranjas en Carolina del Norte. Actualmente, eso ya no es posible porque hace demasiado frío. Y hace muchos miles de años los hipopótamos nadaban en el Támesis, los que hoy solo se pueden encontrar en zoológicos en estas latitudes. Y ciertamente, los periodos fríos son generalmente peores para la humanidad que los cálidos.

La afirmación de que todos o incluso la gran mayoría de científicos coinciden sobre el clima y el cambio climático es completamente absurda.

E incluso si fuera de otra manera, seguiría siendo un crimen contra la humanidad, que el Estado o cualquier autoridad supranacional determine cuál es la temperatura media «correcta» y el rango de variación «correcto». Porque no hay tal cosa como la temperatura «correcta» para toda la humanidad y nunca habrá.[47]

  1. Conservar y utilizar sosteniblemente los océanos, los mares y los recursos marinos para el desarrollo sostenible

Los Estados ejercen dominio de sus aguas territoriales en la denominada zona económica exclusiva, una franja marítima de hasta 370 kilómetros. Después de esta zona, las aguas internacionales no están sujetas a las leyes de ninguna nación soberana.

Esta legislación ha fomentado la picaresca en las compañías navieras de todo el mundo, que han elegido históricamente banderas de conveniencia. Pero, ¿qué ocurriría si un grupo de personas decidiera vivir sobre una plataforma en aguas internacionales?[48]

La Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar[49] no contempla la posibilidad de estructuras en alta mar que creen sus propias jurisdicciones.[50]

Mientras tanto, las colonias marinas que se construyeran en los límites fijados por los gobiernos no tendrían otra opción que ceder y reconocer ciertos derechos jurisdiccionales a los mismos. De lo contrario, «necesitarían situarse en lugares más alejados, una opción más costosa y menos apetecible, que dificultaría la movilidad de sus habitantes e imposibilitaría grandes flujos de visitantes».[51]

Históricamente, los Estados han respetado los tratados marítimos internacionales,[52] pero mientras los mares permanezcan principalmente como meras condiciones del ambiente o el hombre no tenga incentivos para añadir algo a los mismos más que llevar actividades parasitarias o destinadas a usarlos como basurero, la función empresarial respecto al mar y los recursos marinos permanecerá poco extendida o solo será escasamente aprovechada o protegida en manos de pocos, así sea por grandes capitales o no, así sea por grandes amigos de los gobiernos o no. Obviamente, también se da el caso de que el hombre simplemente no ha podido ir aún tan lejos, más allá del obstáculo gubernamental, en su relación con los mares y sus recursos, como lo ha hecho con las áreas terrestres.

Hasta ahora, lo que ocurre principalmente es «la tragedia de los comunes», ya sea más allá de los límites de los gobiernos o de facto por la ausencia de control de estos sobre sus límites. Al final, si nadie es realmente dueño de las porciones geográficas de mares y océanos, y si los recursos marinos no son apropiados para solventar un aumento productivo que no dilapide la posibilidad futura de seguir produciendo o aprovechando en absoluto lo que sea en cuestión, ¿qué garantía entonces podrían ofrecer los gobiernos para conservar y utilizar sosteniblemente los océanos, los mares y los recursos marinos para el desarrollo sostenible? Ninguna. La corrupción y la imposibilidad de reclamar derechos de propiedad sobre porciones marítimas aseguran una utilización irresponsable por parte de gobiernos y de privados respecto a los mismos motivos que preocupan a los ambientalistas más estatistas. Ni los privados, y mucho menos los gobiernos, estarán necesariamente preocupados por la fauna y flora marítima, ni por la contaminación; al final, lo que no es de nadie, no puede ser reclamado ni defendido debidamente por nadie. Ante la ausencia o falta de propiedad privada, los usos irresponsables sobrepasarán necesariamente los responsables, y las consecuencias negativas, tanto para los intereses humanos como para los recursos marinos, se verán necesariamente promovidas. Pues otros de los beneficios de la privatización de los espacios marítimos es que, a medida que mayores porciones marítimas sean privadas, se promoverá la responsabilidad en las actividades marítimas porque cada vez será más probable afectar porciones o derechos ajenos si no se previenen la mayor cantidad de consecuencias no deseadas conocibles de estas actividades. Puesto que, normalmente, los propietarios no querrían verse implicados en conflictos que le cuesten tiempo y dinero y los desvíen de otras actividades más beneficiosas y placenteras.

Por supuesto, las condiciones naturales de los mares siempre impondrán obstáculos importantes a los propósitos humanos en las aguas, pero todavía hay mucho que la especie humana puede descubrir y realizar en ellas sin la necesidad de la presencia y la guía de los políticos.

  1. Proteger, restablecer y promover el uso sostenible de los ecosistemas terrestres, gestionar sosteniblemente los bosques, luchar contra la desertificación, detener e invertir la degradación de las tierras y detener la pérdida de biodiversidad

Más propósitos particulares e ideológicos a costa de los derechos de los demás. La apropiación gubernamental de los bosques y ecosistemas terrestres, como las reservas nacionales, constituye la imposibilidad de que estos cumplan propósitos individuales legítimos que podrían realizarse en ausencia de la intervención y que elevarían tanto el bienestar de los dueños de estos recursos como los de quienes intercambiasen con ellos en un mercado que se habrá extendido por la disponibilidad de nuevos recursos para la iniciativa privada generadora de riqueza y bienestar.

Este afán de detener e invertir la degradación de las tierras y detener la pérdida de biodiversidad mediante acciones del gobierno significa que más recursos privados son expropiados para proteger la biodiversidad y las tierras antes que a las personas, se protege más las primeras a costa del bienestar y los derechos de las segundas. Si la supuesta función principal de los gobiernos es proteger los derechos de sus gobernados en primer lugar, ¿cómo puede justificarse coherentemente esto?

La falta de privatización, el control gubernamental y la promoción de facto de la tragedia de los comunes harán que diversos objetivos que posibles propietarios privados se pudiesen trazar legítimamente sobre la sostenibilidad y la utilización de potenciales bienes nunca emerjan y, por tanto, nunca se sumen a la constelación de actividades privadas dirigidas a integrarse a los mercados y la división del trabajo.

La intervención de los gobiernos asegura peores cuidados, utilización y aprovechamiento del que habría si los derechos de propiedad fueran asignados correctamente y los recursos se destinaran en última instancia a cumplir propósitos legítimos que incluirían necesariamente mayor creación de valor —lo que da lugar al aumento de la riqueza social— que el que se obtiene bajo el orden que socava o impide la extensión en la asignación de derechos de propiedad.

La interminable letanía de postulados histéricos y pseudo-científicos de los últimos años —el «calentamiento de la atmósfera» (tras la «nueva era glaciar»), el «agotamiento de las riquezas naturales», la lluvia ácida, el agujero de ozono, la pretendida «crisis de la energía», los lamentos sobre los bosques seculares, el caribú y la lechuza moteada, la exclusividad que ciertos medios dan a un puñado de científicos izquierdistas ávidos de publicidad, al tiempo que ignoran a los sabios auténticos y escrupulosos— todas estas quimeras y todas estas mentiras no son más que armas de combate en la guerra de los ecologistas contra la producción y el consumo humanos, y sobre todo contra los elementos del «confort burgués» que sacan de quicio a los ecologistas, como los grandes automóviles «devoradores de gasolina», los abrigos de pieles, el aire acondicionado, los recipientes de plástico, los aerosoles para lacas del pelo o los desodorantes.[53]

  1. Promover sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible, facilitar el acceso a la justicia para todos y construir a todos los niveles instituciones eficaces e inclusivas que rindan cuentas

La única manera justa de facilitar la verdadera justicia para todos, es decir, la única manera de promover y permitir un mayor acceso general a servicios de justicia de calidad creciente y de precios decrecientes, es a través del mercado libre de oferentes de los servicios de justicia en donde no quepa la institucionalización de la injusticia y su «productor»: el Estado.

Promover sociedades pacíficas con la participación de los Estados es una contradicción, porque es la institución estatal la que se interpone y obstruye sistemáticamente la cooperación social pacífica.

La búsqueda mediante el gobierno de instituciones eficaces en la vida social nunca ha podido sortear el problema de la corrupción y del desperdicio sistemático de recursos utilizados para tal búsqueda ni tampoco logrará evadir el hecho de que no se puede juzgar precisamente su eficiencia sin la prueba del mercado de clientes voluntarios, haciendo del objetivo general de eficiencia económica una imposibilidad absoluta, y del rendimiento de cuentas una práctica sin trascendencia real para su valoración.

Sin la percepción pública errónea y la opinión del Estado como justo y necesario y sin la cooperación voluntaria del público, incluso el gobierno aparentemente más poderoso implosionaría y sus poderes se evaporarían. Así, liberados, recuperaríamos nuestro derecho a la legítima defensa y podríamos acudir a las agencias de seguros liberadas y no reguladas para una asistencia profesional eficiente en todo lo relacionado con la protección y la resolución de conflictos.[54]

  1. Fortalecer los medios de implementación y revitalizar la Alianza Mundial para el Desarrollo Sostenible

A la luz de la historia política y del análisis ético y económico presentado aquí, esto solo puede significar el fortalecimiento del poder estatal y el engaño para mantener y avanzar el paso hacia el intento de conseguir estos objetivos mediante la profundización y sofisticación del engaño y de la agresión institucionalizada contra los derechos de propiedad y asegurar así no solo la marcha hacia el «desarrollo sostenible» aprobado por los poderes fácticos y políticos dominantes, sino también, probablemente, hacia el proyecto del gobierno mundial. Porque no cabe duda de que una tendencia en tal camino existe.

El gobierno mundial, un banco central mundial y un papel moneda mundial —contrariamente a la impresión engañosa de representar valores universales— en realidad significan la universalización e intensificación de la explotación, el fraude de la falsificación y la destrucción económica.[55]

Conclusión

Si bien los objetivos de la Agenda 2030 son imposibles de lograr o de justificar coherentemente, o son directamente inmorales por sus implicancias, no es menos preocupante que los gobiernos tomen medidas al respecto.

La Agenda 2030 está destinada al fracaso. Sin embargo, la Agenda sí lograría, y ya lo está haciendo, intensificar aún más la injusticia y el empobrecimiento relativo en distintos países y dificultar todavía más cualquier intento del público para contrarrestar los abusos de la política y sus aliados.

Finalmente, sobran motivos, y de los más importantes que un defensor de la libertad y la justicia pueda imaginar, basados en la historia y en la teoría y guiados por principios libertarios, para rechazar completamente la Agenda 2030 que pretende expandir y expande la religión del estatismo y su aplicación:

Tenemos que estar en contra de esa tentación del estatismo porque es el peligro más original que tenemos los seres humanos, nuestra mayor tentación: creernos Dios.[56]

—Jesús Huerta de Soto.

 

 

______________________________

Notas

[1] Véase Theo Belok, Trump contra el globalismo, Editorial Autores de Argentina, 2021.

[2] Véase el documento oficial de CEPAL y las Naciones Unidas, «La Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible: Una oportunidad para América Latina y el Caribe», 2018.

[3] Así como la Boétie, Hume, Mises y Rothbard lo han explicado antes. Hume, por ejemplo, decía lo siguiente sobre la importancia de las ideas en la opinión pública:

Nada parece más sorprendente para quienes consideran los asuntos humanos con ojo filosófico que la facilidad con que los muchos son gobernados por los pocos, y la sumisión implícita con que los hombres renuncian a sus propios sentimientos y pasiones a los de sus gobernantes. Cuando investigamos por qué medios se efectúa esta maravilla, encontraremos que como la Fuerza está siempre del lado de los gobernados, los gobernantes no tienen nada sobre lo que apoyarse a excepción de la opinión. Es, entonces, solamente en la opinión que se fundamenta el gobierno, y esta máxima se extiende a los gobiernos más despóticos y militares, así como a los más libres y populares. El sultán de Egipto, o el emperador de Roma, conduciría a sus inofensivos súbditos, como bestias brutas, contra sus sentimientos e inclinaciones. Pero debe, al menos, haber conducido a sus mamelucos o bandas pretorianas, como hombres, por su opinión.

Véase David Hume, Essays: Moral, Political and Literary, University of Oxford Press, 1971 (1758), p. 19. Traducción personal.

[4] Véase Murray N. Rothbard, «Property Rights Are Human Rights», The Freeman: Ideas on Liberty, 1959:

En resumen, no hay conflicto de derechos porque los derechos de propiedad son en sí mismos derechos humanos. Es más, ¡los derechos humanos también son derechos de propiedad! Esta importante verdad tiene varios aspectos. En primer lugar, cada individuo, según nuestra comprensión del orden natural de las cosas, es el dueño de sí mismo, el gobernante de su propia persona. La preservación de esta autopropiedad es esencial para el correcto desarrollo y bienestar del hombre. Los derechos humanos de la persona son, en efecto, un reconocimiento del derecho de propiedad inalienable de cada hombre sobre su propio ser; y de este derecho de propiedad se deriva su derecho a los bienes materiales que ha producido. El derecho del hombre a la libertad personal es, pues, su derecho de propiedad sobre sí mismo.

[5] Sobre esto, véase Hans-Hermann Hoppe, Monarquía, democracia y orden natural, Unión Editorial, 2013 (2001), pp. 195-210.

[6] Véase «La Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible».

[7] Véase la Ley Nro. 5875 Nacional de Cambio Climático. La página oficial de la dirección está aquí.

[8] Sobre esto, véase, por ejemplo, aquí, aquí y aquí.

[9] Véase aquí.

[10] Se comparten otros ejemplos relacionados en las notas 14 y 15.

[11] Véase sobre esto aquí.

[12] Ídem.

[13] El carácter socialista, ya evidente hasta aquí, se hará todavía más claro en el análisis de todos los objetivos de la Agenda.

[14] Véase «La Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible».

[15] Con relación a esto, Rothbard escribió:

Debería ser casi evidente para cualquier libertario que la acumulación de niveles de gobierno cada vez más altos y amplios solo puede aumentar el alcance y la intensidad del despotismo, y que a medida que estos niveles aumentan, menos están sujetos a la verificación, reducción o eliminación por parte de la población en cuestión.

Véase Murray N. Rothbard, «The Big Government Libertarians: The Anti-Left-Libertarian Manifesto», The Rothbard-Rockwell Report, volumen 4, número 12, diciembre de 1993.

[16] Véase un ejemplo uruguayo aquí.

[17] Véase un ejemplo español aquí.

[18] Siguiendo con el ejemplo paraguayo, véase aquí y aquí.

[19] Un ejemplo clarísimo de esto ha sido la pasada crisis del coronavirus. Sobre esto y el circo antilibertario y anticientífico montado por políticos, medios de comunicación y grandes empresas, véase, por ejemplo, Oscar Grau y Virna Vega, «El circo covidiano antilibertario», 2022.

[20] Con relación a esto, Frédéric Bastiat resumió la confusión entre gobierno y sociedad de esta manera:

El socialismo, como la vieja política de la que procede, confunde gobierno y sociedad. Por eso, cada vez que no queremos que el gobierno haga algo, concluye que nosotros no queremos que esto se haga en absoluto. Nosotros rechazamos la instrucción por el Estado; por tanto, rechazamos de plano toda instrucción. Rechazamos una religión de Estado; por tanto, rechazamos toda religión. Rechazamos la igualación por el Estado; por tanto, somos contrarios a la igualdad, etc., etc. Es como si se nos acusara de que no queremos que los hombres coman, porque somos contrarios a que el Estado se dedique al cultivo del trigo.

Véase Frédéric Bastiat, Obras escogidas: Edición y estudio preliminar de Francisco Cabrillo, Unión Editorial, 2004, p. 114.

[21] Sobre esto, véase Hans-Hermann Hoppe, A Theory of Socialism and Capitalism, Mises Institute, 2010 (1988), p. 133. Traducción propia:

No puede haber socialismo sin un Estado, y mientras haya un Estado hay socialismo. El Estado, entonces, es la institución misma que pone al socialismo en acción; y como el socialismo se basa en la violencia agresiva dirigida contra víctimas inocentes, la violencia agresiva es la naturaleza de cualquier Estado.

[22] Reportajes de hace 12 años del canal Cuatro de España y la internacional CNN cuentan una historia sobre la anterior gripe aviar, los cambios que la OMS realizó en su momento en la definición de ‘pandemia’ y lo que uno de los periodistas llamó «el negocio del miedo». Las similitudes y las relaciones de aquel acontecimiento con la crisis del coronavirus hacen todavía más evidente el papel protagonista que han tenido en todo esto los grupos de interés, las farmacéuticas y los gobiernos.

A todo esto se suma la utilización de las pruebas PCR para la propaganda de los medios de comunicación dominantes y los gobiernos durante la pasada dictadura sanitaria. Utilización que fue, cuando menos, irresponsable teniendo en cuenta que, no solo no justificaban los atropellos a los derechos de las personas, sino que tampoco ofrecían una gran seguridad en la precisa identificación de casos contagiosos porque, por ejemplo: a) un tercio de las pruebas PCR positivas eran falsos positivos; b) e incluso pueden encontrarse otras informaciones de carácter científico que arrojan todavía más implicancias técnicas que necesariamente disminuirían aún más la efectividad de estas pruebas.

Agradezco la sugerencia de mi amiga, Virna Vega, para hacer hincapié en el fracaso gubernamental estrepitoso durante la crisis del coronavirus como un ejemplo determinante de la gestión política centralizada a nivel global.

[23] La «igualdad de género», por ejemplo, ya había sido fervientemente promovida antes por mucho tiempo por el feminismo hegemónico, y causó daños en el tejido social y legal de muchos países al erosionar la presunción de inocencia de los hombres y restringir y demonizar la libertad de expresión y asociación en el ejercicio de los derechos de las personas, en especial, en el de los hombres hacia las mujeres. Esta ‘igualdad’ ha supuesto normalmente asignaciones de restituciones ilegítimas a favor de toda mujer que quiera aprovecharse de ciertos privilegios mediante las políticas de género de los Estados.

[24] Véase Frank Shostak, «How Keynesian Ideas Weaken Economic Fundamentals», Mises.org, 2020.

[25] Véase «La Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible».

[26] Véase Per Bylund en su cuenta de Twitter aquí. Traducción propia.

[27] Véase Ludwig von Mises, La acción humana, 1949. Traducción de Joaquín Reig Albiol.

[28] Sobre el Estado de bienestar, Thomas Sowell expresa:

Esta ideología del Estado de bienestar es soportada financieramente por programas (…) que subsidian un estilo de vida económicamente contraproducente y socialmente destructivo.

Véase Thomas Sowell, Wealth, Poverty and Politics, Basic Books, 2016. Traducción propia.

[29] Sobre los planificadores del bienestar, Hayek escribe:

No puede dudarse que la planificación envuelve necesariamente una discriminación deliberada entre las necesidades particulares de las diversas personas y permite a un hombre hacer lo que a otro se le prohíbe. Tiene que determinarse por una norma legal qué bienestar puede alcanzar cada uno y qué le será permitido a cada uno hacer y poseer.

Véase Friedrich Hayek, Camino de servidumbre, Unión Editorial, 2008 (1944), PDF, p. 98.

[30] Véase Ludwig von Mises, Socialismo, 1922.

[31] Mises, La acción humana. Traducción de Joaquín Reig Albiol.

[32] Mises, Socialismo.

[33] Estas reglas, resumidas aquí a partir de las enseñanzas de Hans-Hermann Hoppe, son las siguientes: a) cada persona es dueño exclusivo de su propio cuerpo; b) cada persona es el dueño legítimo de los bienes que en la naturaleza percibe como escasos y valiosos y de los que se apropia antes de que cualquier otra persona lo haya hecho; c) cada persona que, con sus bienes apropiados (original y legítimamente), produce nuevos productos, se convierte así en el propietario correcto de estos productos siempre que en el proceso no dañe físicamente la propiedad o integridad de otros; d) habiéndose obtenido un bien según b) y c), la propiedad de ese bien solo puede adquirirse mediante la transferencia contractual voluntaria de un propietario anterior de un título de propiedad a otro propietario posterior.

Para una justificación detallada de estas reglas, véase Hans-Hermann Hoppe, The Great Fiction, Mises Institute, 2021, pp. 9-26.

[34] Véase Murray N. Rothbard, Por una nueva libertad, Editorial Grito Sagrado, 2006 (1973), PDF, p. 104.

[35] Ídem.

[36] Véase Robert P. Murphy, Lessons for the Young Economist, Ludwig von Mises Institute, 2010. Traducción de Juan José Gamón Robres, PDF, p. 238.

[37] ¿Y cómo los gobiernos determinarán qué es y cómo se mide este bienestar general? No se pueden comparar y sumar los beneficios personales que son evaluados de manera distinta por cada uno de nosotros para luego sacar la conclusión arbitraria de un bienestar general como excusa para la intervención o la pedantería gubernamental. Al final, las estadísticas convencionales del gobierno no te pueden dar realmente ninguna medida del bienestar general; normalmente, son solo números que deben ser interpretados comparativamente sobre la base de consideraciones conceptuales y/o arbitrarias (intencionales), incluso a veces para las propias conclusiones descriptivas a las que se quieren llegar. Pero ellas no te pueden decir científicamente si todas las personas en su sentir a las que hace alusión suman un bienestar general en ningún momento dado. Cuando tú realizas algo, puedes sentirte mejor por un tiempo e igual estar económicamente en la lona o ser un enfermo terminal. Finalmente, no puedes determinar un bienestar general preciso porque lo subjetivo o propio al sentir de cada uno de un considerado beneficio o disgusto supera y escapa a cualquier consideración crematística o cuantitativa. Por eso, no es conmensurable para su incorporación en estadísticas que solo recogen números respecto a ciertos apartados.

[38] Hayek, Camino de servidumbre, p. 209.

[39] Véase Hans-Hermann Hoppe, «Fallacies of the Public Goods Theory and the Production of Security», Journal of Libertarian Studies, 9, número 1, 1989, pp. 27-46. Traducción del Instituto Mises.

[40] Sobre la ilegitimidad de la propiedad intelectual, véase Stephan Kinsella, Against Intellectual Property, Mises Institute, 2015.

[41] Por ejemplo, sobre el caso de las farmacéuticas y los monopolios de patentes, véase Gilbert Berdine, MD, «The Case Against Pharma Patent Monopolies», Mises.org, 2018:

En el mercado farmacéutico de los Estados Unidos, el Estado crea monopolios a través de licencias para vender medicamentos y patentes que hacen que las copias de medicamentos sean ilegales. El privilegio del monopolio le permite al proveedor cobrar un precio más alto del que sería posible en el libre mercado. El beneficio excesivo que se puede alcanzar a través del privilegio de monopolio es una característica de renta no ganada del amiguismo en lugar del capitalismo de libre mercado.

[42] Esto no es igual a defender la moralidad de la acción, sino solo su legalidad en el marco de la teoría libertaria de derechos.

[43] Véase Friedrich Hayek, Los fundamentos de la libertad, Unión Editorial, 2014 (1960).

[44] Véase Murray N. Rothbard, «Nations by Consent: Decomposing the Nation-State», Journal of Libertarían Studies, 11, número 1, 1994, p. 7. Traducción de Jerónimo Molina.

[45] Un ejemplo del intento ideológico y estatal de afectar la producción y la oferta de determinados bienes es la guerra contra la carne. Sobre esto, véase José Niño, «Get Ready for the War on Meat», Mises.org, 2018; «The Green New Deal Continues the War on Meat», Mises.org, 2019. En uno de sus artículos, Niño nos recuerda que muchas élites en organizaciones internacionales se posicionan contra la carne, y que incluso la misma ONU —protagonista de la Agenda 2030— ha reclamado la reducción de consumo de carne basándose en la sostenibilidad medioambiental y otras preocupaciones.

[46] Mises, La acción humana. Traducción de Joaquín Reig Albiol.

[47] Véase Hans-Hermann Hoppe, Hoppe Unplugged, 2021, p. 41. Traducción propia.

[48] Véase Nicolás Boullosa, «Colonias libertarias en el mar», Centro Mises, 2017.

[49] Véase sobre esto aquí.

[50] A esto, Nicolás Boullosa añade:

Otro problema creciente es la violación de los tratados internacionales por parte de varios países, notablemente Estados Unidos, que se reserva el derecho de extender su jurisdicción a cualquier lugar del planeta en cuestiones que afecten a sus ciudadanos.

Según The Economist, muchos habitantes potenciales de ciudades-flotantes con su propia jurisdicción preferirían vivir en colonias relativamente cercanas a la costa, a unas 12 millas náuticas (22 kilómetros), el límite de las aguas territoriales. No obstante, las mencionadas leyes marinas internacionales permiten a los países aplicar sus leyes hasta un máximo de 24 millas náuticas de la costa, así como regular actividades económicas hasta a 200 millas.

Véase la nota 37.

[51] Ídem.

[52] Esto garantiza que cualquier persona en alta mar no esté sujeto a las leyes de ninguna otra nación soberana ajena a la bandera nacional de la nave.

[53] Véase Murray N. Rothbard, La ética de la libertad, Unión Editorial, 1995 (1982), p. 375.

[54] Véase Hans-Hermann Hoppe, The Private Production of Defense, Mises Institute, 2009, p. 51. Traducción propia.

[55] Véase Hans-Hermann Hoppe, «Banking, Nation States, and International Politics: A Sociological Reconstruction of the Present Economic Order», Review of Austrian Economics, 4, 1990.

[56] Véase Jesús Huerta de Soto, Ensayos de Economía Política, Unión Editorial, 2014, p. 136.

Oscar Grau
Oscar Grau
Popularizador de ideias libertárias e da ciência econômica. Trabalha na empresa familiar. Editor da seção espanhola do HansHoppe.com e administrador do @m_estado no X. Ex-editor do Centro Mises (Mises Hispano).
RELATED ARTICLES

DEIXE UMA RESPOSTA

Por favor digite seu comentário!
Por favor, digite seu nome aqui

Most Popular

Recent Comments

Maurício J. Melo on A casta política de Milei
Maurício J. Melo on A vitória é o nosso objetivo
Maurício J. Melo on A vitória é o nosso objetivo
Leitão de Almeida on Esquisitices da Religião Judaica
Maurício J. Melo on Esquisitices da Religião Judaica
Taurindio on Chegando a Palestina
Maurício J. Melo on Esquisitices da Religião Judaica
Fernando Chiocca on Anarcosionismo
Fernando Chiocca on Anarcosionismo
Daniel Gomes on Milei é um desastre
Daniel Gomes on Milei é um desastre
maurício on Milei é um desastre
Leitão de Almeida on Milei é um desastre
Joaquim Saad on Anarcosionismo
Mateus on Anarcosionismo
Revoltado on Justificando o mal
SilvanaB on Ayn Rand está morta
SilvanaB on Ayn Rand está morta
SilvanaB on Ayn Rand está morta
Carlos Santos Lisboa on A Argentina deve repudiar sua dívida
Jeferson Santana Menezes on As seis lições
Maurício J. Melo on Ayn Rand está morta
Maurício J. Melo on Ayn Rand está morta
Fernando Chiocca on Ayn Rand está morta
Luan Oliveira on Ayn Rand está morta
Fernando Chiocca on Ayn Rand está morta
Maurício J. Melo on Ayn Rand está morta
YURI CASTILHO WERMELINGER on Ayn Rand está morta
Maurício J. Melo on Ayn Rand está morta
YURI CASTILHO WERMELINGER on Ayn Rand está morta
YURI CASTILHO WERMELINGER on Ayn Rand está morta
PAULO ROBERTO MATZENBACHER DA ROSA on O mito do genocídio congolês de Leopoldo II da Bélgica
Fernando Chiocca on Ayn Rand está morta
Maurício J. Melo on Ayn Rand está morta
YURI CASTILHO WERMELINGER on Ayn Rand está morta
Maurício J. Melo on Ayn Rand está morta
Fernando Chiocca on O antissemitismo do marxismo 
Maurício J. Melo on O antissemitismo do marxismo 
Maurício J. Melo on Bem-estar social fora do estado
Maurício J. Melo on A guerra do Ocidente contra Deus
Maurício J. Melo on A guerra do Ocidente contra Deus
Maurício J. Melo on A guerra do Ocidente contra Deus
Maurício J. Melo on Objetivismo, Hitler e Kant
Norberto Correia on A Teoria da Moeda e do Crédito
maurício on O Massacre
Maurício J. Melo on A vietnamização da Ucrânia
Maurício J. Melo on A vietnamização da Ucrânia
Maurício J. Melo on Intervenção estatal e Anarquia
Maurício J. Melo on O Massacre
ROBINSON DANIEL DOS SANTOS on A falácia da Curva de Laffer
Maurício J. Melo on Da natureza do Estado
Maurício J. Melo on Da natureza do Estado
Maurício J. Melo on Um mau diagnóstico do populismo
Maurício J. Melo on O que é autodeterminação?
Marco Antônio F on Anarquia, Deus e o Papa Francisco
Renato Cipriani on Uma tarde no supermercado . . .
Maurício J. Melo on O mito do Homo Economicus
Voluntarquista Proprietariano on Anarquia, Deus e o Papa Francisco
Antonio Marcos de Souza on A Ditadura Ginocêntrica Ocidental
Maurício J. Melol on O problema do microlibertarianismo
Leninha Carvalho on As seis lições
Carlos Santos Lisboa on Confederados palestinos
Ivanise dos Santos Ferreira on Os efeitos econômicos da inflação
Ivanise dos Santos Ferreira on Os efeitos econômicos da inflação
Ivanise dos Santos Ferreira on Os efeitos econômicos da inflação
Marco Antônio F on Israel enlouqueceu?
Maurício J. Melo on Confederados palestinos
Maurício J. Melo on Confederados palestinos
Fernando Chiocca on Confederados palestinos
Matheus Polli on Confederados palestinos
Pobre Mineiro on Confederados palestinos
Matheus Oliveira De Toledo on Verdades inconvenientes sobre Israel
Ex-microempresario on O bombardeio do catolicismo japonês
Ex-microempresario on O bombardeio do catolicismo japonês
Ex-microempresario on O bombardeio do catolicismo japonês
Ana Laura Schilling on A pobreza do debate sobre as drogas
Maurício J. Melo on Israel enlouqueceu?
Fernando Chiocca on Israel enlouqueceu?
Matheus Oliveira De Toledo on A queda do pensamento crítico
Ex-microempresario on O bombardeio do catolicismo japonês
Ex-microempresario on O bombardeio do catolicismo japonês
Julio Cesar on As seis lições
Marco Antônio F on Anarquia, Deus e o Papa Francisco
Carola Megalomaníco Defensor do Clero Totalitário Religioso on Política é tirania por procuração
historiador on Por trás de Waco
Francês on O mistério continua
Revoltado on O mistério continua
Maurício J. Melo on Anarquia, Deus e o Papa Francisco
José Tadeu Silva on A OMS é um perigo real e presente
Revoltado on Dia da Mulher marxista
José Olimpio Velasques Possobom on É hora de separar escola e Estado
Bozo Patriotário Bitconheiro on Libertarianismo e boicotes
maurício on A catástrofe Reagan
maurício on A catástrofe Reagan
Imbecil Individual on A catástrofe Reagan
Flávia Augusta de Amorim Veloso on Tragédia provocada: A síndrome da morte súbita
Conrado Morais on O mal inerente do centrismo
Maurício J. Melo on Isso é legal?
Maurício J. Melo on O que podemos aprender com Putin
Imbecil Individual on Por que as drogas são proibidas?
Marco Antônio F on Por que as drogas são proibidas?
Marco Antônio F on Por que as drogas são proibidas?
Maurício J. Melo on Por que as drogas são proibidas?
Maurício J. Melo on Por que as drogas são proibidas?
Maurício J. Melo on Por que as drogas são proibidas?
Ex-microempresario on Por que as drogas são proibidas?
Ex-microempresario on Por que as drogas são proibidas?
Maurício J. Melo on Por que as drogas são proibidas?
Maurício J. Melo on Por que as drogas são proibidas?
Maurício J. Melo on Por que as drogas são proibidas?
Ex-microempresario on Por que as drogas são proibidas?
Maurício J. Melo on Por que as drogas são proibidas?
Maurício J. Melo on Ayn Rand sobre o Oriente Médio
Maurício J. Melo on Ayn Rand sobre o Oriente Médio
Daniel Gomes on Sobre a guerra na Palestina
Maurício J. Melo on Ayn Rand sobre o Oriente Médio
Maurício J. Melo on Uma Carta Aberta a Walter E. Block
Estado máximo, cidadão mínimo. on O que realmente está errado com o plano industrial do PT
Maurício J. Melo on Sobre a guerra na Palestina
Maurício J. Melo on Kulturkampf!
Maurício J. Melo on Discurso de Javier Milei em Davos
Maurício J. Melo on Discurso de Javier Milei em Davos
Maurício J. Melo on Discurso de Javier Milei em Davos
Maurício J. Melo on Discurso de Javier Milei em Davos
Maurício J. Melo on Covid e conformismo no Japão
Marco Antônio F on Tem cheiro de Genocídio
Marco Antônio F on Tem cheiro de Genocídio
Pobre Mineiro on Tem cheiro de Genocídio
Rodrigo Alfredo on Tem cheiro de Genocídio
Marco Antônio F on Tem cheiro de Genocídio
Maurício J. Melo on Tem cheiro de Genocídio
Maurício J. Melo on Fora de Controle
Pobre Mineiro on Fora de Controle
Maurício J. Melo on Fora de Controle
Antonio Gilberto Bertechini on Por que a crise climática é uma grande farsa
Pobre Mineiro on Fora de Controle
Phillipi on Anarquismo cristão
Maurício on A tramoia de Wuhan
Maurício J. Melo on Fora de Controle
Chris on Fora de Controle
Maurício J. Melo on Os lados da história
Pobre Mineiro on “Os piores dias em Gaza”
Maurício J. Melo on Os lados da história
Ex-microempresario on Os lados da história
Pobre Mineiro on Os lados da história
Pobre Mineiro on Os lados da história
Pobre Mineiro on Os lados da história
Maurício J. Melo on Os lados da história
Fernando Chiocca on “Os piores dias em Gaza”
Pobre Mineiro on Os lados da história
Fernando Chiocca on “Os piores dias em Gaza”
Maurício J. Melo on Os lados da história
Ex-microempresario on Os lados da história
Maurício J. Melo on Os lados da história
Ex-microempresario on Os lados da história
Maurício J. Melo on Os lados da história
Ex-microempresario on Os lados da história
Cristério Pahanguasimwe. on O que é a Economia Austríaca?
Pobre Mineiro on Morte e destruição em Gaza
Pobre Mineiro on A imoralidade da COP28
Maurício J. Melo on Sim, existem palestinos inocentes
Maurício J. Melo on Morte e destruição em Gaza
Maurício J. Melo on Morte e destruição em Gaza
Fernando Chiocca on Sim, existem palestinos inocentes
HELLITON SOARES MESQUITA on Sim, existem palestinos inocentes
Revoltado on A imoralidade da COP28
Pobre Mineiro on Morte e destruição em Gaza
Pobre Mineiro on Morte e destruição em Gaza
Fernando Chiocca on Morte e destruição em Gaza
HELLITON SOARES MESQUITA on Morte e destruição em Gaza
Maurício J. Melo on Morte e destruição em Gaza
Pobre Mineiro on Inspiração para a Nakba?
Historiador Libertário on Randianos são coletivistas genocidas
Historiador Libertário on Randianos são coletivistas genocidas
Historiador Libertário on Randianos são coletivistas genocidas
Historiador Libertário on Randianos são coletivistas genocidas
Maurício J. Melo on A controvérsia em torno de JFK
Joaquim Saad on Canudos vs estado positivo
Maurício J. Melo on A Economia de Javier Milei
Maurício J. Melo on A Economia de Javier Milei
Maurício J. Melo on Combatendo a ofensiva do Woke
Pobre Mineiro on Rothbard sobre Guerra
Douglas Silvério on As seis lições
Maurício José Melo on A verdadeira tragédia de Waco
Joaquim Saad on O Retorno à Moeda Sólida
Joaquim Saad on O Retorno à Moeda Sólida
Maurício J. Melo on Juízes contra o Império da Lei
Revoltado on George Floyd se matou
Revoltado on George Floyd se matou
Juan Pablo Alfonsin on Normalizando a feiura e a subversão
Cláudio Aparecido da Silva. on O conflito no Oriente Médio e o que vem por aí
Maurício J. Melo on A economia e o mundo real
Maurício J. Melo on George Floyd se matou
Victor Camargos on A economia e o mundo real
Pobre Mineiro on George Floyd se matou
Revoltado on George Floyd se matou
Universitário desmiolado on A precária situação alimentar cubana
JOSE CARLOS RODRIGUES on O maior roubo de ouro da história
Historiador Libertário on Rothbard, Milei, Bolsonaro e a nova direita
Pobre Mineiro on Vitória do Hamas
Edvaldo Apolinario da Silva on Greves e sindicatos criminosos
Maurício J. Melo on Como se define “libertário”?
Maurício J. Melo on A economia da guerra
Alexander on Não viva por mentiras
Lady Gogó on Não viva por mentiras
Roberto on A era da inversão
Roberto on A era da inversão
Samsung - Leonardo Hidalgo Barbosa on A anatomia do Estado
Maurício J. Melo on O Anarquista Relutante
Caterina Mantuano on O Caminho da Servidão
Maurício J. Melo on Mais sobre Hiroshima e Nagasaki
Pedro Lopes on A realidade na Ucrânia
Eduardo Prestes on A verdade sobre mães solteiras
Guilherme on Imposto sobre rodas
José Olimpio Velasques Possobom on Precisamos de verdade e beleza
Ex-microempresario on A OMS é um perigo real e presente
José Olimpio Velasques Possobom on A OMS é um perigo real e presente
Maurício J. Melo on Rothbard sobre o utilitarismo
LUIZ ANTONIO LORENZON on Papa Francisco e a vacina contra a Covid
Juri Peixoto on Entrevistas
Maurício J. Melo on Os Incas e o Estado Coletivista
Marcus Seixas on Imposto sobre rodas
Samuel Jackson on Devemos orar pela Ucrânia?
Maurício J. Melo on Imposto sobre rodas
Lucas Q. J. on Imposto sobre rodas
Tony Clusters on Afinal, o agro é fascista?
Joaquim Saad on A justiça social é justa?
Caterina on Mercado versus estado
Fernando Chiocca on A ética da liberdade
Fernando Chiocca on A verdadeira tragédia de Waco
Carlos Eduardo de Carvalho on Ação Humana – Um Tratado de Economia
João Marcos Theodoro on Ludwig von Mises: um racionalista social
Maurício José Melo on Lacrada woke em cima de Rothbard?
José Carlos Munhol Jr on Lacrada woke em cima de Rothbard?
Fernando Chiocca on Lacrada woke em cima de Rothbard?
Matador de onça on Os “direitos” dos animais
Micael Viegas Alcantara de Souza on Em defesa do direito de firmar contratos livremente
Adversário do Estado on Lacrada woke em cima de Rothbard?
Maurício José Melo on Nações por consentimento
Nairon de Alencar on Precisamos do Estado?
Marcus Seixas on Aflições Econômicas
Nairon de Alencar on O Governo Onipotente
Demetrius Giovanni Soares on O Governo Onipotente
Nairon de Alencar on A economia da inveja
Nairon de Alencar on Leitura de Sima Qian
Nairon de Alencar on O que sabíamos nos primeiros dias
Cândido Martins Ribeiro on A Mulher Rei dá ‘tilt’ na lacração
Robertodbarros on Precisamos de verdade e beleza
Cândido Martins Ribeiro on Precisamos de verdade e beleza
Cândido Martins Ribeiro on Precisamos de verdade e beleza
Robertodbarros on Precisamos de verdade e beleza
Marcus Seixas on O problema da democracia
Marcus Seixas on O problema da democracia
Marco Antonio F on O problema da democracia
Marco Antonio F on O problema da democracia
Cândido Martins Ribeiro on O problema da democracia
Cândido Martins Ribeiro on As linhas de frente das guerras linguísticas
Richard Feynman on Por que você não vota?
Maurício J. Melo on A fogueira de livros do Google
Maurício J. Melo on Por que você não vota?
Maurício J. Melo on Em defesa dos demagogos
Yabhiel M. Giustizia on Coerção e Consenso
Maurício J. Melo on Hoppefobia Redux
Maurício J. Melo on O problema com a autoridade
Maurício J. Melo on Raça! Aquele livro de Murray
Cândido Martins Ribeiro on Europa se suicida com suas sanções
Cândido Martins Ribeiro on Como os monarcas se tornaram servos do Estado
Nikus Janestus on Os “direitos” dos animais
João Marcos Theodoro on O verdadeiro significado de inflação
Maurício J. Melo on O ex-mafioso e a Democracia
Nikus Janestus on O ex-mafioso e a Democracia
Maurício J. Melo on Comédia Vs Estado
Cândido Martins Ribeiro on Patentes e Progresso
Maurício J. Melo on Al Capone e a data de validade
Fernando Chiocca on Comédia Vs Estado
dannobumi on Comédia Vs Estado
Maurício J. Melo on Patentes e Progresso
Demetrius Giovanni Soares on Patentes e Progresso
Demetrius Giovanni Soares on O coletivismo implícito do minarquismo
Demetrius Giovanni Soares on O coletivismo implícito do minarquismo
Cândido Martins Ribeiro on Patentes e Progresso
Cândido Martins Ribeiro on Patentes e Progresso
Maurício J. Melo on Patentes e Progresso
Cândido Martins Ribeiro on Patentes e Progresso
Cândido Martins Ribeiro on Patentes e Progresso
Demetrius Giovanni Soares on Carta aos Brasileiros Contra a Democracia
Demetrius Giovanni Soares on Patentes e Progresso
Maurício J. Melo on Patentes e Progresso
Maurício J. Melo on Patentes e Progresso
Maurício J. Melo on Patentes e Progresso
Maurício J. Melo on Patentes e Progresso
Cândido Martins Ribeiro on Patentes e Progresso
Maurício J. Melo on Patentes e Progresso
Maurício J. Melo on Mensagem de Natal de Viganò
Maurício J. Melo on Mentiras feias do Covid
Cândido Martins Ribeiro on Soljenítsin sobre a OTAN, Ucrânia e Putin
Cândido Martins Ribeiro on Soljenítsin sobre a OTAN, Ucrânia e Putin
Maurício J. Melo on Os vândalos linguísticos
Richard Feynman on A guerra imaginária
Shrek on Morte por vacina
Maurício J. Melo on Morte por vacina
Kletos Kassaki on Os verdadeiros anarquistas
Cândido Martins Ribeiro on A guerra imaginária
Maurício J. Melo on A guerra imaginária
Thomas Morus on A guerra imaginária
Cândido Martins Ribeiro on A guerra imaginária
Joaquim Saad on Os verdadeiros anarquistas
Cândido Martins Ribeiro on A conspiração Covid contra a humanidade
Gabriel Figueiro on Estado? Não, Obrigado!
Maurício J. Melo on Revelação do método
Maurício J. Melo on A missão de Isaías
Maurício J. Melo on A questão dos camelôs
Nikus Janestus on A questão dos camelôs
Ancapo Resfrogado on Votar deveria ser proibido
Fernando Chiocca on A missão de Isaías
Maurício J. Melo on Reservas fracionárias são fraude
Sedevacante Católico on A missão de Isaías
Sedevacante Católico on Uma vitória para a vida e a liberdade
Richard Feynman on A missão de Isaías
Richard Feynman on Cristianismo Vs Estatismo
Nikus Janestus on Cristianismo Vs Estatismo
Maurício J. Melo on Cristianismo Vs Estatismo
Maurício J. Melo on A ontologia do bitcoin
Maurício J. Melo on Sobre “as estradas” . . .
Nikus Janestus on Sobre “as estradas” . . .
Maurício J. Melo on Sobre “as estradas” . . .
Nikus Janestus on Sobre “as estradas” . . .
Richard Feynman on A busca pela liberdade real
Robertodbarros on A busca pela liberdade real
Maurício J. Melo on Coletivismo de Guerra
Maurício J. Melo on A Ditadura Ginocêntrica Ocidental
Simon Riley on Contra a Esquerda
Thomas Cotrim on Canudos vs estado positivo
Junior Lisboa on Canudos vs estado positivo
Thomas Cotrim on Canudos vs estado positivo
Maurício J. Melo on Canudos vs estado positivo
Maurício J. Melo on A guerra da Ucrânia é uma fraude
Richard Feynman on Descentralizado e neutro
Maurício J. Melo on O inimigo dos meus inimigos
Maurício J. Melo on Descentralizado e neutro
Maurício J. Melo on Descentralizado e neutro
Maurício J. Melo on A questão das nacionalidades
Maurício J. Melo on Todo mundo é um especialista
Maurício J. Melo on Adeus à Dama de Ferro
Maurício J. Melo on As elites erradas
Maurício J. Melo on Sobre a defesa do Estado
Maurício J. Melo on Após os Romanovs
Maurício J. Melo on A situação militar na Ucrânia
Amigo do Ancapistao on Entendendo a guerra entre oligarquias
RAFAEL BORTOLI DEBARBA on Toda a nossa pompa de outrora
Maurício J. Melo on Duas semanas para achatar o mundo
RAFAEL BORTOLI DEBARBA on Após os Romanovs
Maurício J. Melo on Os antropólogos refutaram Menger?
Dalessandro Sofista on O mito de hoje
Dalessandro Sofista on Uma crise mundial fabricada
Maurício J. Melo on O mito de hoje
Carlos Santanna on A vingança dos Putin-Nazistas!
Maurício J. Melo on O inimigo globalista
cosmic dwarf on O inimigo globalista
Maurício J. Melo on O inimigo globalista
Richard Feynman on Heróis, vilões e sanções
Fernando Chiocca on A vingança dos Putin-Nazistas!
Maurício J. Melo on A vingança dos Putin-Nazistas!
Marcus Seixas on O que temos a perder
Maurício J. Melo on Putin é o novo coronavírus?
Maurício J. Melo on A esquerda, os pobres e o estado
Maurício J. Melo on Heróis, vilões e sanções
Maurício J. Melo on O que temos a perder
Richard Feynman on Heróis, vilões e sanções
Maurício J. Melo on Heróis, vilões e sanções
Maurício J. Melo on Tudo por culpa da OTAN
Maurício J. Melo on O Ocidente é o melhor – Parte 3
Maurício J. Melo on Trudeau: nosso inimigo mortal
Teóphilo Noturno on Pelo direito de não ser cobaia
pauloricardomartinscamargos@gmail.com on O verdadeiro crime de Monark
Maurício J. Melo on O verdadeiro crime de Monark
Maurício J. Melo on A Matrix Covid
cosmic dwarf on A Matrix Covid
vagner.macedo on A Matrix Covid
Vitus on A Matrix Covid
Maurício J. Melo on Síndrome da Insanidade Vacinal
James Lauda on Mentiras gays
cosmic dwarf on Mentiras gays
Marcus Seixas on Da escuridão para a luz
Maurício J. Melo on Da escuridão para a luz
Maurício J. Melo on Mentiras gays
Richard Feynman on Mentiras gays
carlosoliveira on Mentiras gays
carlosoliveira on Mentiras gays
Maurício J. Melo on A mudança constante da narrativa
Mateus Duarte on Mentiras gays
Richard Feynman on Nem votos nem balas
Richard Feynman on Nem votos nem balas
Richard Feynman on O que deve ser feito
Fabricia on O que deve ser feito
Maurício J. Melo on Moderados versus radicais
Richard Feynman on Moderados versus radicais
Richard Feynman on As crianças do comunismo
felipecojeda@gmail.com on O sacrifício monumental de Novak Djokovic
Matos_Rodrigues on As crianças do comunismo
Matos_Rodrigues on As crianças do comunismo
Maurício J. Melo on As crianças do comunismo
Richard Feynman on É o fim das doses de reforço
Maurício J. Melo on É o fim das doses de reforço
felipecojeda@gmail.com on É o fim das doses de reforço
Kletos Kassaki on É o fim das doses de reforço
Maurício J. Melo on Rothbard e as escolhas imorais
Maurício J. Melo on A apartação dos não-vacinados
Maurício J. Melo on A apartação dos não-vacinados
Yuri Castilho Wermelinger on Como retomar nossa liberdade em 2022
Marcus Seixas on Uma sociedade conformada
Maurício J. Melo on Abaixo da superfície
Robertodbarros on Abaixo da superfície
Richard Feynman on Anarquismo cristão
Maurício J. Melo on Anarquismo cristão
Quebrada libertaria on Anarquismo cristão
gfaleck@hotmail.com on Anarquismo cristão
Maurício J. Melo on Fauci: o Dr. Mengele americano
Maurício J. Melo on O homem esquecido
Filodóxo on O custo do Iluminismo
Maurício J. Melo on Contra a Esquerda
RF3L1X on Contra a Esquerda
RF3L1X on Contra a Esquerda
Robertodbarros on Uma pandemia dos vacinados
Robertodbarros on Uma pandemia dos vacinados
Maurício J. Melo on A questão do aborto
Pedro Lucas on A questão do aborto
Pedro Lucas on A questão do aborto
Pedro Lucas on A questão do aborto
Pedro Lucas on A questão do aborto
Maurício J. Melo on Hugh Akston = Human Action?
Richard Feynman on Corrupção legalizada
Principalsuspeito on Corrupção legalizada
Maurício J. Melo on Hoppefobia
Maurício J. Melo on Hoppefobia
Richard Feynman on O que a economia não é
Richard Feynman on O que a economia não é
Maurício J. Melo on O que a economia não é
Richard Feynman on O que a economia não é
Douglas Volcato on O Mito da Defesa Nacional
Douglas Volcato on Economia, Sociedade & História
Canal Amplo Espectro Reflexoes on A Cingapura sozinha acaba com a narrativa covidiana
Daniel Vitor Gomes on Hayek e o Prêmio Nobel
Maurício J. Melo on Hayek e o Prêmio Nobel
Maurício J. Melo on Democracia e faits accomplis
Gilciclista on DECLARAÇÃO DE MÉDICOS
Gael I. Ritli on O inimigo é sempre o estado
Maurício J. Melo on Claro que eu sou um libertário
Maurício J. Melo on DECLARAÇÃO DE MÉDICOS
Maurício J. Melo on Donuts e circo
Maurício J. Melo on Um libertarianismo rothbardiano
Daniel Vitor Gomes on O mito da “reforma” tributária
Daniel Vitor Gomes on Populismo de direita
Daniel Vitor Gomes on Os “direitos” dos animais
Daniel Vitor Gomes on Os “direitos” dos animais
Maurício J. Melo on A verdade sobre fake news
Hemorroida Incandescente do Barroso on Socialismo – Uma análise econômica e sociológica
Richard Feynman on Nem votos nem balas
Maurício J. Melo on Nem votos nem balas
Richard Feynman on Nem votos nem balas
Richard Feynman on A lei moral contra a tirania
Maurício J. Melo on A ética da liberdade
cosmic dwarf on O Império contra-ataca
peridot 2f5l cut-5gx on Nacionalismo e Secessão
Maurício J. Melo on Nacionalismo e Secessão
The Schofield County on O catolicismo e o austrolibertarianismo
The Schofield County on O catolicismo e o austrolibertarianismo
pauloartur1991 on O Mito da Defesa Nacional
Cadmiel Estillac Pimentel on A teoria subjetivista do valor é ideológica?
Maurício J. Melo on Anarcocapitalismo e nacionalismo
Maurício J. Melo on A pobreza: causas e implicações
Richard Feynman on O inimigo é sempre o estado
Robertodbarros on Como o Texas matou o Covid
cosmic dwarf on Como o Texas matou o Covid
ApenasUmInfiltradonoEstado on Cientificismo, o pai das constituições
Paulo Marcelo on A ascensão do Bitcoin
Robertodbarros on O inimigo é sempre o estado
Maurício J. Melo on O inimigo é sempre o estado
Fernando Chiocca on O inimigo é sempre o estado
Robertodbarros on O inimigo é sempre o estado
Maurício J. Melo on O inimigo é sempre o estado
Rafael Henrique Rodrigues Alves on Criptomoedas, Hayek e o fim do papel moeda
Richard Feynman on Que mundo louco
Maurício J. Melo on Que mundo louco
gabriel9891 on Os perigos das máscaras
Will Peter on Os perigos das máscaras
Fernando Chiocca on Os perigos das máscaras
guilherme allan on Os perigos das máscaras
Juliano Arantes de Andrade on Não existe “seguir a ciência”
Maurício J. Melo on Mises sobre secessão
Fernando Chiocca on O velho partido novo
Maurício J. Melo on O velho partido novo
Richard Feynman on O velho partido novo
Maurício J. Melo on Não temas
Claudio Souza on Brasil, tira tua máscara!
Maurício J. Melo on Por que imposto é roubo
Yuri Castilho Wermelinger on A felicidade é essencial
Yuri Castilho Wermelinger on Como se deve viver?
Yuri Castilho Wermelinger on Como se deve viver?
Yuri Castilho Wermelinger on Por que o jornalismo econômico é tão ruim?
Yuri Castilho Wermelinger on Por que o jornalismo econômico é tão ruim?
Maurício J. Melo on Como se deve viver?
Yuri Castilho Wermelinger on Harmonia de classes, não guerra de classes
Yuri Castilho Wermelinger on Meu empregador exige máscara, e agora?
Yuri Castilho Wermelinger on O aniversário de 1 ano da quarentena
Maurício J. Melo on Em defesa do Paleolibertarianismo
Maurício J. Melo on O cavalo de Troia da concorrência
Maurício J. Melo on A Era Progressista e a Família
Rômulo Eduardo on A Era Progressista e a Família
Yuri Castilho Wermelinger on Quem controla e mantém o estado moderno?
Richard Feynman on Por que Rothbard perdura
Mauricio J. Melo on O mito do “poder econômico”
Mauricio J. Melo on O mito do “poder econômico”
Yuri Castilho Wermelinger on O mito do “poder econômico”
Yuri Castilho Wermelinger on O mito do “poder econômico”
Yuri Castilho Wermelinger on Manipulação em massa – Como funciona
Yuri Castilho Wermelinger on Coca-Cola, favoritismo e guerra às drogas
Mauricio J. Melo on Justiça injusta
Yuri Castilho Wermelinger on Coca-Cola, favoritismo e guerra às drogas
Richard Feynman on A grande fraude da vacina
Yuri Castilho Wermelinger on Hoppefobia
Mauricio J. Melo on Hoppefobia
Yuri Castilho Wermelinger on Máscara, moeda, estado e a estupidez humana
Joaquim Saad de Carvalho on Máscara, moeda, estado e a estupidez humana
Marcos Vasconcelos Kretschmer on Economia em 15 minutos
Mauricio J. Melo on Mises contra Marx
Zeli Teixeira de Carvalho Filho on A deplorável ascensão dos idiotas úteis
Joaquim Alberto Vasconcellos on A deplorável ascensão dos idiotas úteis
A Vitória Eugênia de Araújo Bastos on A deplorável ascensão dos idiotas úteis
RAFAEL BORTOLI DEBARBA on A farsa sobre Abraham Lincoln
Maurício J. Melo on A farsa sobre Abraham Lincoln
charles santos da silva on Hoppe sobre como lidar com o Corona 
Luciano Gomes de Carvalho Pereira on Bem-vindo a 2021, a era da pós-persuasão!
Luciano Gomes de Carvalho Pereira on Bem-vindo a 2021, a era da pós-persuasão!
Rafael Rodrigo Pacheco da Silva on Afinal, qual é a desse “Grande Reinício”?
RAFAEL BORTOLI DEBARBA on A deplorável ascensão dos idiotas úteis
Wendel Kaíque Padilha on A deplorável ascensão dos idiotas úteis
Marcius Santos on O Caminho da Servidão
Maurício J. Melo on A gênese do estado
Maurício J. Melo on 20 coisas que 2020 me ensinou
Kletos on Mostrar respeito?
Juliano Oliveira on 20 coisas que 2020 me ensinou
maria cleonice cardoso da silva on Aliança Mundial de Médicos: “Não há Pandemia.”
Regina Cassia Ferreira de Araújo on Aliança Mundial de Médicos: “Não há Pandemia.”
Alex Barbosa on Brasil, tira tua máscara!
Regina Lúcia Allemand Mancebo on Brasil, tira tua máscara!
Marcelo Corrêa Merlo Pantuzza on Aliança Mundial de Médicos: “Não há Pandemia.”
A Vitória Eugênia de Araújo Bastos on A maior fraude já perpetrada contra um público desavisado
Kletos on Salvando Vidas
Maurício J. Melo on As lições econômicas de Belém
RAFAEL BORTOLI DEBARBA on O futuro que os planejadores nos reservam
Fernando Chiocca on Os “direitos” dos animais
Maurício J. Melo on O mito da Constituição
Maurício J. Melo on Os alemães estão de volta!
Tadeu de Barcelos Ferreira on Não existe vacina contra tirania
Maurício J. Melo on Em defesa do idealismo radical
Maurício J. Melo on Em defesa do idealismo radical
RAFAEL RODRIGO PACHECO DA SILVA on A incoerência intelectual do Conservadorismo
Thaynan Paulo Fernandes Bezerra de Mendonça on Liberdade através do voto?
Maurício J. Melo on Liberdade através do voto?
Maurício J. Melo on Políticos são todos iguais
Fernando Chiocca on Políticos são todos iguais
Vitor_Woz on Por que paleo?
Maurício Barbosa on Políticos são todos iguais
Maurício J. Melo on Votar é burrice
Graciano on Votar é burrice
Maurício J. Melo on Socialismo é escravidão (e pior)
Raissa on Gaslighting global
Maurício J. Melo on Gaslighting global
Maurício J. Melo on O ano dos disfarces
Maurício J. Melo on O culto covidiano
Graciano on O ano dos disfarces
Johana Klotz on O culto covidiano
Graciano on O culto covidiano
Fernando Chiocca on O culto covidiano
Mateus on O culto covidiano
Leonardo Ferraz on O canto de sereia do Estado
Maurício J. Melo on Quarentena: o novo totalitarismo
Maurício J. Melo on Por que o Estado existe?  
Fernando Chiocca on I. Um libertário realista
Luis Ritta on O roubo do TikTok
Maurício J. Melo on Síndrome de Melbourne
Maurício J. Melo on Porta de entrada
Joaquim Saad on Porta de entrada
Kletos Kassaki on No caminho do estado servil
Maurício de Souza Amaro on Aviso sobre o perigo de máscaras!
Joaquim Saad on Justiça injusta
Maurício de Souza Amaro on Aviso sobre o perigo de máscaras!
RAFAEL BORTOLI DEBARBA on No caminho do estado servil
Maurício J. Melo on Mises e Rothbard sobre democracia
Bruno Silva on Justiça injusta
Alberto Soares on O efeito placebo das máscaras
Bovino Revoltado on O medo é um monstro viral
Austríaco Iniciante on O medo é um monstro viral
Fernando Chiocca on A ética dos Lambedores de Botas
Matheus Alexandre on Opositores da quarentena, uni-vos
Maria Luiza Rivero on Opositores da quarentena, uni-vos
Rafael Bortoli Debarba on #SomosTodosDesembargardor
Ciro Mendonça da Conceição on Da quarentena ao Grande Reinício
Henrique Davi on O preço do tempo
Manoel Castro on #SomosTodosDesembargardor
Felipe L. on Por que não irei usar
Eduardo Perovano Santana on Prezados humanos: Máscaras não funcionam
Maurício J. Melo on Por que não irei usar
Pedro Antônio do Nascimento Netto on Prefácio do livro “Uma breve história do homem”
Joaquim Saad on Por que não irei usar
Matheus Alexandre on Por que não irei usar
Fernando Chiocca on Por que não irei usar
Fernando Chiocca on Por que não irei usar
Daniel Brandao on Por que não irei usar
LEANDRO FERNANDES on Os problemas da inflação
Luciana de Ascenção on Aviso sobre o perigo de máscaras!
Manoel Graciano on Preservem a inteligência!
Manoel Graciano on As lições do COVID-19
Manoel Graciano on Qual partido disse isso?
Manoel Graciano on Ambientalismo e Livre-Mercado
Abacate Libertário on O Ambientalista Libertário
Douglas Volcato on Uma defesa da Lei Natural
Joaquim Saad on Uma defesa da Lei Natural
Douglas Volcato on O Rio e o Velho Oeste
Ernesto Wenth Filho on Nietzsche, Pandemia e Libertarianismo
LAERCIO PEREIRA on Doença é a saúde do estado
Maurício J. Melo on Doença é a saúde do estado
José Carlos Andrade on Idade Média: uma análise libertária
Wellington Silveira Tejo on Cientificismo, o pai das constituições
Barbieri on O Gulag Sanitário
filipi rodrigues dos santos on O coletivismo implícito do minarquismo
filipi rodrigues dos santos on O coletivismo implícito do minarquismo
Kletos Kassaki on O Gulag Sanitário
Paulo Alberto Bezerra de Queiroz on Por que Bolsonaro se recusa a fechar a economia?
Privacidade on O Gulag Sanitário
Jothaeff Treisveizs on A Lei
Fernando Chiocca on É mentira
Renato Batista Sant'Ana on É mentira
Vanessa Marques on Sem produção não há renda
Anderson Lima Canella on Religião e libertarianismo
edersonxavierx@gmail.com on Sem produção não há renda
Mauricio Barbosa on Sem produção não há renda
Eduardo on Poder e Mercado
Valéria Affonso on Vocês foram enganados
JOAO B M ZABOT on Serviços não essenciais
Marcelino Mendes Cardoso on Vocês foram enganados
Jay Markus on Vocês foram enganados
Caio Rodrigues on Vocês foram enganados
Fernando Chiocca on Vocês foram enganados
João Rios on Vocês foram enganados
Sebastião on Vocês foram enganados
Alexandre Moreira Bolzani on Vocês foram enganados
João Victor Deusdará Banci on Uma crise é uma coisa terrível de se desperdiçar
João Victor Deusdará Banci on Mises, Hayek e a solução dos problemas ambientais
José Carlos Andrade on Banco Central é socialismo
thinklbs on O teste Hitler
Daniel Martinelli on Quem matou Jesus Cristo?
Vinicius Gabriel Tanaka de Holanda Cavalcanti on O que é a inflação?
Maurício J. Melo on Quem matou Jesus Cristo?
Edivaldo Júnior on Matemática básica do crime
Fernando Schwambach on Matemática básica do crime
Carloso on O PISA é inútil
Vítor Cruz on A origem do dinheiro
Maurício José Melo on Para entender o libertarianismo direito
LUIZ EDMUNDO DE OLIVEIRA MORAES on União Europeia: uma perversidade econômica e moral
Fernando Chiocca on À favor das cotas racistas
Ricardo on Imposto sobre o sol
vastolorde on Imposto sobre o sol
Max Táoli on Pobres de Esquerda
Joaquim Saad on Imposto sobre o sol
Fernando Chiocca on A ética da polícia
Paulo José Carlos Alexandre on Rothbard estava certo
Paulo José Carlos Alexandre on Rothbard estava certo
Paulo Alberto Bezerra de Queiroz Magalhães on Como consegui ser um policial libertário por 3 anos
fabio bronzeli pie on Libertarianismo Popular Brasileiro
João Pedro Nachbar on Socialismo e Política
SERGIO MOURA on O PISA é inútil
Jemuel on O PISA é inútil
Mariahelenasaad@gmail.com on O PISA é inútil
Yuri CW on O PISA é inútil
Rodrigo on Contra a esquerda
José Carlos Andrade on A maldade singular da esquerda
Lucas Andrade on À favor das cotas racistas
DouglasVolcato on À favor das cotas racistas
Fernando Chiocca on À favor das cotas racistas
TEFISCHER SOARES on À favor das cotas racistas
Natan R Paiva on À favor das cotas racistas
Joaquim Saad on À favor das cotas racistas
Caio Henrique Arruda on À favor das cotas racistas
Guilherme Nunes Amaral dos Santos on À favor das cotas racistas
GUSTAVO MORENO DE CAMPOS on A arma de fogo é a civilização
Samuel Isidoro dos Santos Júnior on Hoppefobia
Edmilson Moraes on O toque de Midas dos parasitas
Mauro Horst on Teoria do caos
Fernando Chiocca on Anarquia na Somália
liberotário on Anarquia na Somália
Rafael Bortoli Debarba on O teste Hitler
Lil Ancap on Por que eu não voto
Matheus Martins on A origem do dinheiro
OSWALDO C. B. JUNIOR on Se beber, dirija?
Jeferson Caetano on O teste Hitler
Rafael Bortoli Debarba on O teste Hitler
Rafael Bortoli Debarba on Nota sobre a alteração de nome
Alfredo Alves Chilembelembe Seyungo on A verdadeira face de Nelson Mandela
Nilo Francisco Pereira netto on Socialismo à brasileira, em números
Henrique on O custo do Iluminismo
Fernando Chiocca on Mises explica a guerra às drogas
Rafael Pinheiro on Iguais só em teoria
Rafael Bortoli Debarba on A origem do dinheiro
João Lucas on A anatomia do Estado
Fernando Chiocca on Simplificando o Homeschooling
Guilherme Silveira on O manifesto ambiental libertário
Fernando Chiocca on Entrevista com Miguel Anxo Bastos
DAVID FERREIRA DINIZ on Política é violência
Fernando Chiocca on A possibilidade da anarquia
Guilherme Campos Salles on O custo do Iluminismo
Eduardo Hendrikson Bilda on O custo do Iluminismo
Daniel on MÚSICA ANCAP BR
Wanderley Gomes on Privatize tudo
Joaquim Saad on O ‘progresso’ de Pinker
Cadu Pereira on A questão do aborto
Daniel on Poder e Mercado
Neliton Streppel on A Lei
Erick Trauevein Otoni on Bitcoin – a moeda na era digital
Skeptic on Genericídio
Fernando Chiocca on Genericídio
Antonio Nunes Rocha on Lord Keynes e a Lei de Say
Skeptic on Genericídio
Elias Conceição dos santos on O McDonald’s como o paradigma do progresso
Ignacio Ito on Política é violência
ANCAPISTA on Socialismo e Política
Élber de Almeida Siqueira on O argumento libertário contra a Lei Rouanet
ANTONIO CESAR RODRIGUES ALMENDRA on O Feminismo e o declínio da felicidade das mulheres
Neta das bruxas que nao conseguiram queimar on O Feminismo e o declínio da felicidade das mulheres
Jonathan Silva on Teoria do caos
Fernando Chiocca on Os “direitos” dos animais
Gabriel Peres Bernes on Os “direitos” dos animais
Paulo Monteiro Sampaio Paulo on Teoria do caos
Mídia Insana on O modelo de Ruanda
Fernando Chiocca on Lei Privada
Joaquim Saad on Repensando Churchill
Helton K on Repensando Churchill
PETRVS ENRICVS on Amadurecendo com Murray
DANIEL UMISEDO on Um Livre Mercado em 30 Dias
Joaquim Saad on A verdade sobre fake news
Klauber Gabriel Souza de Oliveira on A verdadeira face de Nelson Mandela
Jean Carlo Vieira on Votar deveria ser proibido
Fernando Chiocca on A verdade sobre fake news
Lucas Barbosa on A verdade sobre fake news
Fernando Chiocca on A verdade sobre fake news
Arthur Clemente on O bem caminha armado
Fernando Chiocca on A falácia da Curva de Laffer
MARCELLO FERREIRA LEAO on A falácia da Curva de Laffer
Gabriel Ramos Valadares on O bem caminha armado
Maurício on O bem caminha armado
Rafael Andrade on O bem caminha armado
Raimundo Almeida on Teoria do caos
Vanderlei Nogueira on Imposto = Roubo
Vinicius on O velho partido novo
Mauricio on O mito Hiroshima
Lorhan Mendes Aniceto on O princípio da secessão
Ignacio Ito on O princípio da secessão
Matheus Almeida on A questão do aborto
Ignacio Ito on Imposto = Roubo
Hans Hoppe on Imposto = Roubo
Jonas Coelho Nunes on Mises e a família
Giovanni on A questão do aborto
Jan Janosh Ravid on A falácia da Curva de Laffer
Satoshi Rothbard on Por que as pessoas não entendem?
Fernando Chiocca on A agressão “legalizada”
Mateus Duarte on A agressão “legalizada”
Fernando Dutra on A ética da liberdade
Augusto Cesar Androlage de Almeida on O trabalhismo de Vargas: tragédia do Brasil
Fernando Chiocca on Como uma Economia Cresce
Hélio Fontenele on Como uma Economia Cresce
Grégoire Demets on A Mentalidade Anticapitalista
FILIPE OLEGÁRIO DE CARVALHO on Mente, Materialismo e o destino do Homem
Wallace Nascimento on A economia dos ovos de Páscoa
Vinicius Gabriel Tanaka de Holanda Cavalcanti on A economia dos ovos de Páscoa
Eugni Rangel Fischer on A economia dos ovos de Páscoa
Cristiano Firmino on As Corporações e a Esquerda
Luciano Pavarotti on Imposto é roubo
Luciano Pavarotti on As Corporações e a Esquerda
Leandro Anevérgetes on Fascismo: uma aflição bipartidária
FELIPE FERREIRA CARDOSO on Os verdadeiros campeões das Olimpíadas
mateus on Privatize tudo
victor barreto on O que é a inflação?
Fábio Araújo on Imposto é roubo
Henrique Meirelles on A falácia da Curva de Laffer
Paulo Filipe Ferreira Cabral on A falácia da Curva de Laffer
sephora sá on A pena de morte
Ninguem Apenas on A falácia da Curva de Laffer
UserMaster on O que é a inflação?
Pedro Enrique Beruto on O que é a inflação?
Matheus Victor on Socialismo e Política
Rafael on Por que paleo?
vanderlei nogueira on Sociedade sem estado
vanderlei nogueira on Independência de Brasília ou morte
vanderlei nogueira on Independência de Brasília ou morte
Fernando Chiocca on Por que paleo?
Esdras Donglares on Por que paleo?
Fernando Chiocca on A Amazônia é nossa?
Fernando Chiocca on A Amazônia é nossa?
Margareth on A Amazônia é nossa?
André Lima on A questão do aborto
Fernando Chiocca on Socialismo e Política
André Manzaro on Por que paleo?
Markut on O mito Hiroshima
Eduardo César on Por que paleo?
Thiago Ferreira de Araujo on Porque eles odeiam Rothbard
mauricio barbosa on Capitalismo bolchevique
Vinicius Gabriel Tanaka de Holanda Cavalcanti on Uma agência assassina
rodrigo nunes on Sociedade sem estado
Fernando Chiocca on A natureza interior do governo
Marcello Perez Marques de Azevedo on Porque eles odeiam Rothbard
Virgílio Marques on Sociedade sem estado
Vinicius Gabriel Tanaka de Holanda Cavalcanti on O que é a inflação?
Fernando Chiocca on A ética da liberdade
Fernando Chiocca on Os “direitos” dos animais
Rafael Andrade on Por que imposto é roubo
Joseli Zonta on O presente do Natal
Ana Fernanda Castellano on Liberalismo Clássico Vs Anarcocapitalismo
Luciano Takaki on Privatizar por quê?
joão bosco v de souza on Privatizar por quê?
saoPaulo on A questão do aborto
joão bosco v de souza on Sociedade sem estado
Luciano Takaki on Sociedade sem estado
Luciano Takaki on Privatizar por quê?
joão bosco v de souza on Sociedade sem estado
joão bosco v de souza on Privatizar por quê?
Júnio Paschoal on Hoppefobia
Sem nomem on A anatomia do estado
Fernando Chiocca on Teoria do caos
RAFAEL SERGIO on Teoria do caos
Luciano Takaki on A questão do aborto
Bruno Cavalcante on Teoria do caos
Douglas Fernandes Dos Santos on Revivendo o Ocidente
Hélio do Amaral on O velho partido novo
Rafael Andrade on Populismo de direita
Fernando Chiocca on Votar deveria ser proibido
Thiago Leite Costa Valente on A revolução de Carl Menger
mauricio barbosa on O mito do socialismo democrático
Felipe Galves Duarte on Cuidado com as Armadilhas Kafkianas
mauricio barbosa on A escolha do campo de batalha
Leonardo da cruz reno on A posição de Mises sobre a secessão
Votin Habbar on O Caminho da Servidão
Luigi Carlo Favaro on A falácia do valor intrínseco
Bruno Cavalcante on Hoppefobia
Wellington Pablo F. on Pelo direito de dirigir alcoolizado
ANONIMO on Votos e Balas
Marcos Martinelli on Como funciona a burocracia estatal
Bruno Cavalcante on A verdade, completa e inegável
Aristeu Pardini on Entenda o marxismo em um minuto
Fernando Chiocca on O velho partido novo
Enderson Correa Bahia on O velho partido novo
Eder de Oliveira on A arma de fogo é a civilização
Fernando Chiocca on A arma de fogo é a civilização
Heider Leão on Votar é uma grande piada
Leo Lana on O velho partido novo
Fernando Chiocca on O mito do império da lei
gustavo ortenzi on O mito do império da lei
Douglas Fernandes Dos Santos on Democracia – o deus que falhou
mauricio barbosa on INSS e a ilusão de seguridade
mauricio barbosa on Justiça e direito de propriedade
Josias de Paula Jr. on Independência de Brasília ou morte
Bruno Cavalcante on Democracia – o deus que falhou
paulistana on IMB sob nova direção
Alexandre on IMB sob nova direção