Los economistas predicen el curso futuro de los acontecimientos económicos para demostrar que tenemos sentido del humor. Si pudiéramos hacerlo con precisión, todos seríamos muy ricos, y no lo somos. Estamos cómodos, pero no somos increíblemente ricos (excepto en nuestro disfrute de la deprimente ciencia).
¿Por qué no podemos predecir el futuro? Porque el mundo es un lugar complicado, y millones de cosas suceden a la vez. Por ejemplo, sabemos que si nada más cambia y el gobierno aumenta la oferta monetaria, el resultado inevitable será el aumento de precios. Pero nunca podemos confiar en el supuesto cæteris paribus (todo lo demás igual) de que ésta será la única alteración en la economía. La gente podría dejar de comprar tanto como antes, y ahorrar para tiempos difíciles. De ser así, la tendencia a que haya más dinero persiguiendo la misma cantidad de bienes y servicios para inducir aumentos de precios, mejorará en cierta medida.
¿Por cuánto? Todo depende del ritmo de disminución de las compras, y no tenemos una bola de cristal al respecto. Ni siquiera podemos determinar si la Reserva Federal o el banco central aumentarán el stock de dinero en circulación. El curso futuro de la inflación depende de qué lado de la cama salgan los funcionarios de la Reserva Federal, y tampoco tenemos idea de eso. Es muy posible que ellos mismos no lo sepan. Somos afortunados de tener una ley económica, pero eso sólo nos lleva hasta cierto punto.
Consideremos otro ejemplo. La ley económica nos dice que un aumento del nivel al que está fijado el salario mínimo aumentará el desempleo de los trabajadores poco calificados, siempre que nada más cambie. Pero las cosas están siempre cambiando. Es muy posible que a medida que aumente el salario mínimo, aparezca una innovación que aumente la productividad de los trabajadores no calificados. De ser así, si esta fuerza es lo suficientemente poderosa y si el aumento en el nivel exigido por la ley es modesto, es posible que no haya un solo trabajador solitario que se quede sin trabajo como resultado del aumento del salario mínimo.
En este punto, debo confesar, estoy ofreciendo una perspectiva económica austriaca sobre este asunto. Los economistas tradicionales no estarían de acuerdo. Según el premio Nobel de Economía Milton Friedman (que no es austriaco), “la única prueba relevante de la validez de una hipótesis es la comparación de la predicción con la experiencia”. Es decir, si una afirmación es cierta, debe conducir a predicciones precisas. Pero la historia de la economía es una historia de predicciones falsas.
Paul Krugman es otro ganador del Premio Nobel de Economía. Su predicción de 1998 fue que “el crecimiento de Internet se desacelerará drásticamente”. Ja. Hay más ejemplos.
Irving Fisher predijo un auge del mercado de valores; pero cometió el error de hacerlo justo antes del crash de 1929.
En 1968, Paul Ehrlich, autor del libro La bomba demográfica, predijo una hambruna masiva en los próximos años. La obesidad masiva resultó ser un problema mucho mayor.
En 1987, Ravi Batra predijo la Gran Depresión de 1990 en su libro del mismo título. No sucedió.
No, creo que la firme negativa de los austriacos a realizar predicciones económicas está en consonancia con nuestros poderes limitados. Podemos explicar la realidad económica y comprender bastante de ella, pero a menos que “todo lo demás sea constante” –cosa que nunca es así–, no podemos predecir, al menos no como economistas. La modestia intelectual es de gran valor.
¿Predigo que algún día los economistas tradicionales llegarán a ver el error de sus métodos a este respecto? Eso espero, pero como economista austriaco, no hago predicciones en ninguno de los dos sentidos.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko