Actualmente es demasiado controvertido tener opiniones determinadas sobre determinados temas, a menos que la opinión personal esté perfectamente alineada con lo que se ha establecido como consenso. Vivimos en una época excepcionalmente autoritaria, donde a la gente no se le permite tener sus propias opiniones. Lo que se diga debe estar necesariamente alineado con lo que se expresa por televisión, con lo que la academia consagra, y con lo que el statu quo actual determina que es el standard “correcto”. Si se tiene una opinión sobre un determinado tema, pero esa opinión difiere del consenso establecido, podrían tenerse serios problemas. Veamos algunos ejemplos.
Si se afirma que la mujere no debe ser promiscua, que no debe exhibir su cuerpos semidesnudo en las redes sociales, y que (herejía de herejías) debe casarse vírgen, será considerado –además de anticuado y retrógrado– un reaccionario chauvinista y sexista, que pretende reprimir a la mujere y controlar su vida. No, en el Occidente liberal-progresista del siglo XXI no se puede tener una opinión tan conservadora. Se pueden tener muchas opiniones, pero no esta opinión en particular.
La promiscuidad femenina debe ser encontrada hermosa y maravillosa. Debiera celebrarse a las mujeres “empoderadas” (término tendencioso pero hilarante) que se muestran semidesnudas en las redes sociales. Debería considerarse maravillosa la cultura del libertinaje que fomenta las relaciones sexuales en la primera cita, y debería apoyar sin restricciones, de manera totalmente incondicional, la lucha de la hermandad femenina contra el patriarcado opresivo, chauvinista y sexista que –según la narrativa oficial dominante– supuestamente controla a la sociedad.
Si se opina en contra de la homosexualidad, afirmando que parece horrible y degradante ver a dos hombres tomados de la mano, o que se considera incompatible con la naturaleza masculina que un hombre vista ropas coloridas y exhiba gestos afeminados, será acusado de ser un homófobo fascista e intolerante, que está a punto de tomar un arma de fuego y dispararle a todo homosexual que vea.
No, no se puede tener una opinión tan conservadora en el Occidente liberal-progresista del siglo XXI. Hoy en día debería sentirse completamente libre de usar ropa brillante, abrazar la ideología de “más amor, menos odio” y ondear una bandera arcoíris en el próximo desfile LGBT. Y no olvidemos la camiseta con el lema “Menos armas, más libros”, para una mejor integración en la sociedad progresista.
Tampoco puede expresarse solidaridad alguna con los palestinos, víctimas de un brutal estado totalitario, belicoso y genocida, de carácter supremacista, que practica un apartheid segregacionista (política de hafrada del gobierno de Israel de separar a la población israelí de la población palestina en los territorios palestinos ocupados) en propio su territorio y los maltrata abiertamente como ciudadanos de segunda clase (y en determinadas circunstancias, como criaturas completamente desechables). Si se expresa alguna crítica al gobierno despiadado y brutal de Israel, inmediatamente será clasificado como un antisemita radical que busca exterminar a los judíos y erradicarlos de la faz de la Tierra. Y luego será comparado con los nazis.
Así que recuerde: el estado de Israel y el ejército israelí son organizaciones completamente puras, benignas y sacrosantas. Ejemplo de ética, sensibilidad y benevolencia sin igual sobre la faz de la Tierra. Desde 1948 hasta la actualidad, nunca han hecho absolutamente nada perverso o errado. Israel es siempre la víctima, nunca el victimario. Los palestinos son los tipos malvados y peligrosos (a pesar de no tener ejército). Cualquier agresión contra ellos está justificada, incluido el asesinato de niños y ancianos. Bombardeen a los palestinos sin piedad, pero no expresen una sola crítica al gobierno israelí, ni al establishment proisraelí, ni a los medios sionistas. Este es un crimen imperdonable. Pero volar las casas de ciudadanos palestinos y matar a civiles inocentes en la Franja de Gaza (o Cisjordania), es algo que puede ser hecho sin la menor objeción. Después de todo, no se trata de crueldad ni de asesinatos sin sentido, si fueron llevados a cabo por el amable y gentil ejército israelí. Es, digamos, “genocidio por el bien”. En el peor de los casos, se trata simplemente de un desafortunado “daño colateral”.
De todos modos, creo que el lector captó el mensaje. Hay opiniones que simplemente no se le permite tener en estos días. Si se las tiene, debe guardárselas. Decirlas requiere mucho coraje, ya que invariablemente se verá avasallado por una abrumadora cantidad de críticas, y en ciertos casos incluso será pasible de represalias (como ser demandado por el estado de excepción progresista, o incluso perder tu trabajo). De hecho, hoy en día es necesario mucho coraje para expresar las propias opiniones y oponerse a la dictadura del consenso, acostumbrada a criminalizar cada vez más a las opiniones consideradas “polémicas”, “controvertidas” o “peligrosas”. Es fundamental resaltar que actualmente el simple desacuerdo está tipificado como “crimen de odio”. Algo totalmente vago que literalmente podría significar cualquier cosa.
En cierto modo, la sociedad actual tiene una especie de “regulación” (informal a nivel social, y formal a nivel legal) respecto de opiniones que pueden ser aceptadas y ampliamente debatidas, y opiniones que deben ser totalmente condenadas y rechazadas, ya que deben estar ostensiblemente prohibidas por la ley. Quienes sostengan, profesen o simplemente expresen opiniones consideradas “prohibidas”, deben ser censurados y castigados ejemplarmente por poseer y difundir tales opiniones.
Bueno, para todos los legisladores y reguladores de opiniones ajenas, tengo una increíble noticia para compartir con ustedes. Hay algo llamado Libertad, que es defendida por unos pocos individuos valientes en la sociedad de consenso actual. Y la libertad es polémica, es controvertida y, definitivamente, no es políticamente correcta.
Si hay algo que los reguladores de las opiniones de otras personas y los activistas pro-totalitarios nunca aprenderán, es que la libertad no puede ser regulada. Como estas personas no entienden absolutamente nada de ética, no comprenden lo inmoral y autoritario que es tratar de regular las creencias y opiniones de los demás, del mismo modo que es descaradamente criminal tratar de impedir que las personas expresen sus opiniones.
Como escribí en un artículo anterior, la ideología que actualmente toma las decisiones es la ideología progresista políticamente correcta. Actualmente, cualquier opinión que parezca divergir en lo más mínimo del consenso impuesto por la actual dictadura progresista, es severamente castigada.
En los últimos años hemos notado cómo activistas, políticos e ideólogos progresistas han moldeado el cuerpo legislativo del país para reflejar valores políticamente correctos. De modo que se ha declarado una especie de guerra contra todos aquellos que no están subordinados a la agenda progresista.
Sin embargo, es fundamental entender una cosa: es inmoral y poco ético faltar el respeto a la libertad de los demás o intentar regularla (sobre todo porque esta regulación se lleva a cabo sin previo aviso de los ciudadanos). Además, no importa si la hostilidad hacia la libertad proviene del gobierno, de una legislación restrictiva o de militantes con mentalidad autoritaria y tiránica. De una forma u otra, se trata de una censura arbitraria. Y la censura no debe ser tolerada: debe ser combatida.
Otra cosa que las personas de mentalidad autoritaria –intransigentes a la hora de reconocer los derechos individuales de los demás– no pueden comprender es que, cuando es restringida, la libertad (en virtud de individuos inclinados a defenderla) invariablemente dará un paso natural para desmantelar la tiranía que la restringe. Por lo tanto, todas y cada una de las restricciones autoritarias –como un acto de censura, por ejemplo– servirán naturalmente como catalizador del conflicto, que estallará como consecuencia de la lucha por la libertad.
La lucha por la libertad es siempre legítima, ya que es una condición vital tanto para la existencia del individuo, como para su felicidad y realización personal. El individuo que es privado de su libertad –o de parte de ella– queda legitimado para luchar por su recuperación. Después de todo, cualquiera que sea privado de su libertad es simplemente un esclavo.
La libertad es una condición tan fundamental que no necesita ser justificada. Sencillamente debe ser reconocida y respetada. Desafortunadamente, vivimos en tiempos tan absurdamente totalitarios, que la libertad debe ser justificada todo el tiempo. Para empeorar las cosas, las masas han sido adoctrinadas tan descaradamente por la omnipotencia estatal, que la mayoría de la gente considera perfectamente normal toda la hiperregulación y la microgestión gubernamental que existe en sus vidas.
Gran parte de la población considera perfectamente normal tener que obedecer al gobierno en todo momento, sin retos ni cuestionamientos, tener que aportar documentos y requisitos al comprar un producto o solicitar un servicio, tener la obligación de dar parte de sus ingresos al gobierno, tener que pedir permiso a la municipalidad para efectuar reformas en su propia casa, o tener que cumplimentar un enorme formulario para talar un árbol al frente de su casa.
Ya sea por una inspección de tránsito, para adquirir un arma o para obtener una licencia de conducir, la mayoría de las personas han sido condicionadas a estar completamente subordinadas a las autoridades establecidas. Todos debemos obedecer un número cada vez mayor de reglas, reglas, reglas y más reglas, que nos han sido arbitrariamente impuestas. Invariablemente la población llegó a considerar como perfectamente natural cualquier regulación gubernamental, en prácticamente todos los aspectos y en todas las etapas de sus vidas.
Básicamente la población se acostumbró a no tener libertad. Y actualmente, en la era de las interacciones digitales, las personas poco a poco van renunciando a la privacidad sin darse cuenta. Ésto es consecuencia del hecho de que, en las últimas décadas, los gobiernos de todo el mundo han avanzado de manera imparable y sistemática sobre las libertades individuales. Y siguen avanzando. Y los principales medios corporativos han colaborado activamente para normalizar esta condición.
Sin embargo, la libertad no sólo es éticamente superior a la tiranía, sino que produce resultados mucho más beneficiosos y positivos. Pero si la libertad es superior a la tiranía, ¿por qué hay tantos grupos y personas en la sociedad contemporánea dispuestos a invertir en contra de la libertad de los demás?
Durante un tiempo considerable, las masas han sido adoctrinadas en la creencia de que la libertad es peligrosa, que el individuo dejado “fuera de control” plantea riesgos para sus semejantes, y que debe ser estrictamente controlado por el gobierno para evitar que cometa perversidades o actos criminales.
Básicamente se ha hecho creer a la gente que el individuo es a menudo peligroso, pero que un grupo de individuos que se autodenominan “el gobierno” serán invariablemente buenos; sólo harán cosas buenas y, por tanto, deben ser obedecidos.
Además del miedo patológico a la libertad que las masas han sido condicionadas a desarrollar, muchas personas están motivadas a atacar la libertad de los demás por tres razones:
- El inherente deseo de subyugar a los oponentes políticos e ideológicos.
- Intentar frenar el diálogo abierto y el libre pensamiento, que compromete al establishment y al eventual mantenimiento de la dictadura del consenso.
- El miedo patológico a la libertad, profundamente arraigado en las masas.
De hecho, muchas personas tienen una aversión natural a la libertad, y prefieren la seguridad. Esta seguridad puede incluso ser de naturaleza emocional y psicológica. Gran parte de ésto se debe al adoctrinamiento formal que la gente sufre desde su niñez (y que comienza con el sistema de “educación” escolar), y a la programación recurrente que las masas reciben diariamente de los principales medios corporativos que le dicen lo que deben y no deben creer … con qué deben y no deben estar de acuerdo; quién tiene razón y quién está equivocado; quién es el villano y quién es el héroe de una disputa; y cómo deben repudiar con vehemencia a cualquiera que exprese su desacuerdo con las “verdades absolutas” establecidas por la prensa oficial.
Cualquiera que pueda razonar por sí solo y tenga la más mínima capacidad analítica, sabe perfectamente que lo que los grandes medios corporativos hacen diariamente sobre las masas es lavado de cerebro. A la gente no se le enseña a pensar, razonar o discutir. Los medios de comunicación corporativos no fomentan el pensamiento libre e independiente, sino todo lo contrario: la televisión adoctrina sistemáticamente a la gente para que crea ciegamente en todo lo que se transmite en canales abiertos. Las masas están abiertamente adoctrinadas y manipuladas. Encienden el televisor para ser programada, no para ser informada. Desafortunadamente, la mayoría de la gente carece del discernimiento como para advertir ésto. Hay una cita de Noam Chomsky lo resume muy bien:
El propósito de los medios de comunicación no es informar lo que sucede, sino más bien moldear la opinión pública de acuerdo con la voluntad del poder corporativo dominante.
Obviamente, las personas que piensan, investigan y razonan por sí mismas –utilizando su capacidad deductiva para llegar a una conclusión lógica sobre un tema determinado– serán una minoría en una sociedad de personas manipuladas. Aquéllos que están de acuerdo con el consenso, siempre considerarán anormal a alguien que tiene el control total de sus facultades mentales. No seguir a la mayoría, no hacer exactamente lo que la misma hace, no ser simplemente un ciudadano más sumiso, servil y obediente, que ha renunciado a su capacidad de pensar, sólo para seguir órdenes sin oponerse, es una actitud que deja desconcertadas a las masas. Ésto es una consecuencia natural del adoctrinamiento sistemático al que han sido sometidos durante todas sus vidas.
La verdad es que quienes piensan, serán siempre minoría. Las personas que piensan, razonan y usan la lógica y el discernimiento, nunca serán mayoría en ninguna sociedad, en ningún lugar, nación o país del mundo.
El estado moderno (especialmente el welfare state, estado benefactor o estado de bienestar) ha infantilizado tanto a las personas, que éstas recurren al gobierno incluso en busca de seguridad emocional. Se sienten cómodos creyendo en la ilusión de que el supremo dios-estado, gracioso y benévolo, velará por su protección y sus valores sociales.
Un activista progresista, por ejemplo, puede sentirse más seguro, más tranquilo y más cómodo cuando tiene la certeza de que alguien acusado de pronunciar “discurso de odio” será sancionado por las autoridades establecidas. Evidentemente, por “discurso de odio” se entiende cualquier idea, opinión, posición, creencia o declaración que no esté en línea con la agenda ideológica progresista políticamente correcta. Y por tanto, hiere los sentimientos y sensibilidades de quienes apoyan esta ideología.
Tenga en cuenta que la vida del activista en cuestión no cambiará, ni para bien ni para mal, simplemente porque otra persona –a quien probablemente ni siquiera conoce personalmente y está muy lejos de él geográficamente– tenga una opinión diferente.
Aún así, ciertamente cree que ciertas expresiones deberían ser reguladas, y ciertas ideas deberían ser restringidas por completo. Después de todo, la gente no puede andar diciendo lo que quiera. Por lo tanto, seguramente no verá ningún problema cuando alguien sea censurado o procesado por haber pronunciado algo que las autoridades consideraron “discurso de odio”, y posteriormente sea castigado por ello. Al contrario. Lo más probable es que el militante en cuestión apruebe tal acción por parte de las autoridades.
En otras palabras, a pesar de que la opinión de una persona que vive lejos de él no supone ninguna diferencia práctica en su vida, el activista progresista ciertamente apoya algún tipo de restricción a la libertad de expresión. Así que puede concluirse que, aunque no lo admitan abiertamente, los activistas progresistas están completamente a favor de la censura, ya que apoyan el castigo estatal para quienes expresan opiniones o defienden creencias que no están de acuerdo con su preciada ideología favorita.
Entonces, por asociación con este tipo de comportamiento, puede entenderse que estas personas quieran tener la seguridad emocional de que nadie defenderá algo que no esté previamente aprobado por ellos y por los activistas. Al fin y al cabo, nadie debería difundir ideas, conceptos o contenidos que no estén perfectamente alineados con las convicciones ideológicas progresistas. Cualquiera que se atreva a apartarse de la estricta ortodoxia políticamente correcta, debe ser severamente castigado.
Lo único que ganan estas personas al apoyar activamente la censura de personas que no están perfectamente alineadas con sus ideas fantasiosas y delirantes, es una sensación ilusoria de seguridad, cuyo carácter es únicamente de naturaleza emocional. La censura estatal les da la seguridad emocional de que las personas que defienden creencias y convicciones que no han sido aprobadas ideológicamente por ellos, sufrirán algún tipo de castigo.
La fragilidad emocional de la militancia es tan grave, que muchos entornos progresistas incluso dan advertencias de “disparador mental” a sus audiencias, sabiendo que los copos de nieve pueden ponerse histéricos con algunas escenas o declaraciones de un determinado discurso, película, documental u obra de teatro.
Por lo tanto, puede inequívocamente suponerse que los copos de nieve tienen un miedo patológico a la libertad, dado que, a través de sus acciones histéricas y autoritarias, demuestran que quieren vivir completamente seguros en un mundo donde nadie discrepa con ellos, donde nadie discute. Sus creencias y los mandamientos sagrados de la secta progresista se mantienen intactos e inviolables, debidamente salvaguardados y protegidos por el estado, que está dispuesto a castigar a cualquiera que se atreva a rebelarse contra la preciosa y magnánima ideología universitaria de moda.
Lo que hay que subrayar aquí es que el infantilismo y la debilidad de estas personas son tan colosales, que del estado exigen incluso seguridad emocional. Al fin y al cabo, quien busca que se castigue a otras personas por haber contado chistes, hecho declaraciones, escrito artículos o publicado textos en sus redes sociales que no están perfectamente alineados con la ideología de moda está, en la práctica, solicitando al estado seguridad emocional.
Lo máximo que puede provocar un artículo, un chiste, un discurso o un texto, es una reacción emocional (y eso sólo sucederá si se es lo suficientemente débil como para permitirlo). Los artículos, chistes, discursos o textos, nunca serán delitos, cualquiera que sea su contenido. No es como recibir un disparo, un puñetazo o un ataque con un cuchillo, los que sí se tratan de delitos, ya que amenazan la vida y la integridad física del individuo. Los chistes, artículos, textos o discursos, no hacen daño a nadie. La reacción sentimental histérica y totalmente desproporcionada de los copos de nieve ante cualquier cosa que manifieste una divergencia con su ideología favorita, sólo muestra cuán descaradamente infantilizados y emocionalmente débiles son estas personas.
Y ésto es fácil de demostrar, ya que los copos de nieve tienen una enorme propensión a quejarse con Papá Noel por prácticamente cualquier cosa. Estas personas creen que el MPF (Ministerio Federal Progresista) tiene el deber y la obligación de censurar cualquier contenido que les haya provocado histeria y furia emocional, y el autor del contenido debe ser censurado y castigado ejemplarmente.
Desafortunadamente, los copos de nieve están tan absortos en el universo de fantasía de su preciosa ideología mágica del arco iris, que han perdido completamente el contacto con la realidad. Han sido tan adoctrinados por su secta de paternalismo estatal obligatorio, que de hecho han llegado a creer que papá-estado tiene el deber de censurar todo contenido que no se ajuste a la doctrina políticamente correcta. Entonces tratan de estar de acuerdo con la ideología de la moda en todo. Si se alguien atreve a tener convicciones propias, si no se es completamente sumiso a la dictadura del consenso o, peor aún, si se comete la audacia de expresar una opinión disidente sobre temas controvertidos, espere pronto una demanda del Ministerio del Arco Iris.
Todo este paternalismo grotesco dejó a los pequeños copos de nieve ostensiblemente infantilizados, más allá de cualquier posibilidad de recuperación. En primer lugar, se han vuelto absurdamente opresivos y autoritarios. Ni siquiera pueden comprender el simple hecho de que todo el mundo tiene derecho a la libertad. Y ésto, en la práctica, significa que toda persona tiene derecho a tener sus propias creencias, opiniones y convicciones, por “polémicas” o “controvertidas” que parezcan.
Debido a todo el adoctrinamiento y lavado de cerebro que han sufrido –que los ha instigado a adoptar una actitud infantil e irracional ante la vida (siempre están clamando “derechos”, seguridad emocional y protección institucional del estado paternalista)–, y de ser altamente dependientes del gobierno para todo, los copos de nieve progresistas han desarrollado un mayor sentido de desprecio por la libertad de los demás, sin reconocer los derechos individuales de quienes no siguen la ideología mágica del arco iris.
Debido al indescriptible y simplemente absurdo grado de totalitarismo de la secta progresista, es inevitable que los amantes de la libertad se levanten. Después de todo, quienes son víctimas de persecución y censura, tienen todo el derecho a luchar contra la tiranía opresiva y despótica de la religión secular progresista políticamente correcta.
Lo que los activistas no se dan cuenta es que ellos son el problema. No respetan la libertad de los demás; en consecuencia, es totalmente justificable que la ideología de estas personas sea descaradamente opuesta y expuesta por su contenido absurdamente totalitario. Las personas que han sufrido algún tipo de ataque injusto por parte de activistas progresistas, o que han sido censuradas por la dictadura políticamente correcta, tienen todas las razones y motivos para reaccionar y levantarse contra la opresión totalitaria de la que son víctimas.
Como consecuencia de su histeria infantil, la militancia progresista no parece entender que absolutamente nadie en el mundo tiene la obligación de complacerlos. Muchas personas no están dispuestas a renunciar a su libertad, simplemente porque un grupo de autoritarios histéricos inseguros pretendan silenciar las voces disidentes, con el objetivo de vivir en un mundo hermético, emocionalmente seguro, desprovisto de “desencadenantes emocionales” que son activados por personas cuyo único “crimen” es expresar opiniones que no están de acuerdo con el manual universitario de moda.
Repito: la libertad existe, y la libertad es polémica, controvertida y definitivamente no es políticamente correcta. Quienes no lo reconozcan, tendrán que lidiar con el hecho de que las insurrecciones en nombre de la libertad han sido recurrentes a lo largo de la historia. Y seguirán ocurriendo allí donde haya personas que sean perseguidas, procesadas y censuradas con motivo del ejercicio de su libertad. Al fin y al cabo, cualquiera tiene el derecho inalienable de tener sus propias opiniones
–incluidas las consideradas controvertidas– sin tener obligación alguna de doblegarse ante colectivos despóticos y autoridades tiránicas, ni de alterar sus creencias y convicciones para complacer a terceros.
Lo que los copos de nieve no entienden es que la libertad no dejará de existir –como tampoco quienes la defienden y luchan por ella– simplemente para complacer a colectivos histéricos, caracterizados principalmente por un miedo patológico a la libertad y a la existencia de ideas, filosofías, creencias y convicciones que no están en línea con la locura políticamente correcta.
Por lo tanto, la gente puede tener opiniones controvertidas y defender cosas como el racismo, los prejuicios, la discriminación, el consumo de carne, las armas civiles y el fundamentalismo cristiano, entre otras cosas que hacen que los copos de nieve se pongan extremadamente histéricos y emocionalmente exaltados. La verdad es que nadie puede ser criminalizado por tener sencillamente una opinión que no esté acorde con la guía ideológica progresista, o por defender posiciones y convicciones contrarias a las normas sociales vigentes.
Desafortunadamente, conceptos coherentes, constructivos y benévolos –como la libertad y el respeto por los derechos individuales– son cosas que están demasiado lejos del horizonte progresista, demasiado tiránico, irracional, colectivista y demasiado autoritario como para entender algo de naturaleza ética, filosófica e intelectual. Incluso porque el progresismo es ostensiblemente bestial, animal y perverso siendo, en esencia, una rebelión contra la realidad.
No me doblegaré ante un movimiento que se niega a aceptar la realidad tal como se presenta, y que relativiza incluso las diferencias entre hombres y mujeres, a pesar de que estas diferencias son drásticamente evidentes, en todos los sentidos posibles, desde lo físico hasta lo emocional. de lo biológico a lo social.
La verdad es que el retorno a la racionalidad, el sentido común, la prudencia y la normalidad, es análogo a la erradicación sumaria de la ideología progresista. La civilización exige progreso. El progresismo, a su vez, exige irracionalidad y locura patológica, en todos los sentidos posibles e imaginables.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko