[Selección de Izquierda y Derecha: Una Revista de Pensamiento Libertario, primavera-otoño de 1967.]
La crisis crónica en Oriente Medio se remonta –como muchas crisis– a la Primera Guerra Mundial. A cambio de movilizar a los pueblos árabes contra sus opresores en la Turquía imperial, los británicos prometieron a los árabes su independencia cuando terminara la guerra. Pero con su característico doble trato, el gobierno británico prometió al mismo tiempo a la Palestina árabe como un “hogar nacional” para el sionismo organizado. Estas promesas no estaban en el mismo plano moral: porque, en el primer caso, a los árabes se les prometía su propia tierra, libre de la dominación turca; y en el segundo caso, al sionismo mundial se le prometía una tierra que no era suya en absoluto. Cuando terminó la Primera Guerra Mundial, los británicos optaron sin dudar por cumplir la promesa equivocada –la efectuada al sionismo mundial. Su elección no fue difícil; si hubieran cumplido su promesa a los árabes, Gran Bretaña habría tenido que retirarse elegantemente de Oriente Medio y entregar esta tierra a sus habitantes; pero para cumplir su promesa al sionismo, Gran Bretaña tenía que seguir siendo una potencia imperial conquistadora que gobernaba la Palestina árabe. No sorprende que haya elegido el camino imperial.
Entonces debemos retroceder aún más en la historia: ¿por qué se creó el sionismo mundial? Antes de la Revolución Francesa, los judíos de Europa estaban en gran medida encerrados en ghettos, y de la vida en los ghettos surgió una identidad cultural y étnica (así como religiosa) judía distinta, con el yiddish como lengua común (siendo el hebreo sólo la lengua antigua del ritual religioso). Después de la Revolución Francesa, los judíos de Europa occidental se emanciparon de la vida del ghetto, y luego tuvieron que elegir adónde ir a partir de ahí. Un grupo, los herederos de la Ilustración, eligieron y defendieron la opción de expulsar a la cultura del estrecho y provinciano ghetto, en nombre de la asimilación a la cultura y el entorno del mundo occidental. Aunque el asimilacionismo era claramente el camino racional en Estados Unidos y Europa occidental, este camino no podía ser fácilmente seguido en Europa del Este, donde los muros de los ghettos aún se mantenían en pie. Por lo tanto, en Europa del Este los judíos recurrieron a diversos movimientos para la preservación de la identidad étnica y cultural judía. El más prevalente fue el bundismo, la visión del Bund judío, que defendía la autodeterminación nacional judía, incluyendo un estado judío en las zonas predominantemente judías de Europa del Este (así, según el bundismo, la ciudad de Vilna, en Lituania, con una población mayoritariamente judía, sería parte de un estado judío recién formado). Otro grupo menos poderoso de judíos, el Movimiento Territorialista, desesperado por el futuro de los judíos en Europa del Este, abogó por preservar la identidad judía yiddish mediante la formación de colonias y comunidades judías (no estados) en varias zonas vírgenes y despobladas del mundo.
Dadas las condiciones de los judíos europeos a finales del siglo XIX y principios del XX, todos estos movimientos tenían una base racional. El único movimiento judío que no tenía sentido fue el sionismo, un movimiento que empezó mezclado con el territorialismo judío. Pero mientras los territorialistas simplemente querían preservar la identidad judío-yiddish en una tierra recientemente desarrollada, el sionismo comenzó a insistir con una tierra judía sólo en Palestina. El hecho de que Palestina no fuera una tierra virgen, sino que ya estuviera ocupada por un campesinado árabe, no significaba nada para los ideólogos del sionismo. Además, los sionistas, lejos de esperar preservar la cultura yiddish del ghetto, deseaban enterrarla y reemplazarla con una nueva cultura y un nuevo idioma, basado en una expansión secular artificial del antiguo hebreo religioso.
En 1903 los británicos ofrecieron territorio en Uganda para el asentamiento judío, y el rechazo de esta oferta por parte de los sionistas polarizó los movimientos sionista y territorialista, que anteriormente se habían fusionado. A partir de entonces, los sionistas estarían comprometidos con la mística de la sangre y el suelo de Palestina –y sólo de Palestina–, mientras que los territorialistas buscarían tierras vírgenes en otras partes del mundo.
Debido a los árabes que residían en Palestina, el sionismo tuvo que convertirse en la práctica en una ideología de conquista. Después de la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña tomó el control de Palestina y utilizó su poder soberano para promover, alentar e incentivar la expropiación de tierras árabes para uso sionista y para la inmigración sionista. A menudo fueron desenterrados antiguos títulos de propiedad turcos, y se fueron adquiridos por muy bajo precio, expropiando así al campesinado árabe en nombre de la inmigración sionista europea. Al corazón del mundo árabe campesino y nómada de Medio Oriente, llegaron los sionistas como colonos, a costas y bayonetas del imperialismo británico, un pueblo colonizador mayoritariamente europeo.
Aunque el sionismo estaba ahora comprometido con Palestina como Hogar Nacional Judío, todavía no estaba comprometido con el engrandecimiento de un estado judío independiente en Palestina. De hecho, sólo una minoría de sionistas estaba a favor de un estado judío, y bajo la influencia de Vladimir Jabotinsky muchos de ellos habían roto con el sionismo oficial, para formar el movimiento sionista-revisionista para agitar a favor de un estado judío que gobernara la antigua Palestina histórica en lados del río Jordán. No sorprende que Jabotinsky expresara gran admiración por el militarismo y la filosofía social del fascismo de Mussolini.
En el otro ala del sionismo estaban los sionistas culturales, que se oponían a la idea de un estado judío político. En particular, el movimiento Ihud (Unidad), centrado en Martin Buber y un grupo de distinguidos intelectuales judíos de la Universidad Hebrea de Jerusalén, defendió, cuando los británicos se marcharon, un estado binacional judío-árabe en Palestina, sin ningún grupo religioso dominante, sino con ambos cooperando en paz y armonía para construir la tierra de Palestina.
Pero la lógica interna del sionismo no debía ser rota. En la tumultuosa convención sionista mundial celebrada en el Hotel Biltmore de New York en 1942, el sionismo abrazó por primera vez nada menos que el objetivo de un estado judío en Palestina. Los extremistas ganaron. A partir de entonces, habría una crisis permanente en Oriente Medio.
Presionados desde bandos opuestos por los sionistas ansiosos de un estado judío, y por los árabes que buscaban una Palestina independiente, los británicos finalmente decidieron retirarse después de la Segunda Guerra Mundial, y entregar el problema a las Naciones Unidas. A medida que se intensificaba la búsqueda de un estado judío, el venerado Dr. Judah Magnes, presidente de la Universidad Hebrea de Jerusalén y líder del movimiento Ihud, denunció amargamente el “totalitarismo sionista” que, según acusó, intentaba poner “a todo el pueblo judío bajo su influencia, mediante la fuerza y la violencia. Todavía tengo que ver a los terroristas sionistas llamados por sus nombres legítimos: asesinos, hombres y mujeres brutalizados. … Todos los judíos en los Estados Unidos comparten la culpa, incluso aquéllos que no están de acuerdo con las actividades de este nuevo liderazgo pagano, pero que se sientan cómodamente con las manos cruzadas …”. Poco después, el Dr. Magnes sintió la necesidad de exiliarse de Palestina y emigrar a Estados Unidos.
Bajo una presión increíblemente intensa por parte de Estados Unidos, la ONU –incluidos unos entusiastas Estados Unidos y una entusiasta URSS– aprobó a regañadientes un plan para la partición de Palestina en Noviembre de 1947, plan que sirvió de base para la retirada británica y la declaración de la existencia de Israel el 15 de Mayo del año siguiente. El plan de partición otorgó a los judíos, que poseían una fracción insignificante de la tierra de Palestina, casi la mitad de la superficie terrestre del país. El sionismo había logrado construir un estado judío europeo en territorio árabe de Oriente Medio. Pero eso no es todo. El acuerdo de la ONU preveía (a) que Jerusalén sería internacionalizada bajo el gobierno de la ONU, y (b) que habría una unión económica entre los nuevos estados judío y árabe de Palestina. Éstas fueron las condiciones básicas bajo las cuales la ONU aprobó la partición. De forma rápida y brusca, Israel hizo caso omiso de ambos, lanzando así una serie cada vez mayor de agresiones contra los árabes de Oriente Medio.
Mientras los británicos todavía estaban en Palestina, las fuerzas paramilitares sionistas comenzaron a aplastar a las fuerzas armadas árabes palestinas en una serie de enfrentamientos de guerra civil. Pero lo más fatídico fue que el 9 de Abril de 1948, fanáticos terroristas sionistas-revisionistas agrupados en la organización Irgun Zvai Leumi, masacraron a cien mujeres y niños en la aldea árabe de Deir Yassin. Con el advenimiento de la independencia de Israel, el 15 de Mayo los árabes palestinos desmoralizados huyeron presas del pánico de sus hogares y de la amenaza de masacre. Los países árabes vecinos enviaron entonces sus tropas. Los historiadores están acostumbrados a describir la guerra que siguió como una invasión de Israel por parte de Estados árabes, heroicamente rechazados por Israel; pero como todos los combates tuvieron lugar en territorio árabe, esta interpretación es claramente incorrecta. Lo que en realidad sucedió es que Israel logró apoderarse de grandes porciones de territorio asignado a los árabes palestinos bajo el acuerdo de partición, incluidas las áreas árabes de Galilea occidental, la Palestina árabe centro-occidental como “corredor” hacia Jerusalén, y las ciudades árabes de Jaffa y Beerseba. La mayor parte de Jerusalén –la Ciudad Nueva– también fue tomada por Israel, y el plan de internacionalización de la ONU fue descartado. Los ejércitos árabes se vieron obstaculizados por su propia ineficiencia y desunión, y por una serie de treguas impuestas por la ONU, las que fueron rotas el tiempo suficiente como para que Israel ocupara más territorio árabe.
En el momento del acuerdo de armisticio permanente del 24 de Febrero de 1949, 600.000 judíos habían creado un estado que originalmente albergaba a 850.000 árabes (de una población árabe palestina total de 1,2 millones). De estos árabes, tres cuartos de millón fueron expulsados de sus tierras y hogares, y el resto fue sometido a un duro régimen militar que, dos décadas después, sigue vigente. Israel confiscó rápidamente las casas, tierras y cuentas bancarias de los refugiados árabes que huían, y las entregó a inmigrantes judíos. Israel ha sostenido durante mucho tiempo que los tres cuartos de millón de árabes no fueron expulsados por la fuerza, sino más bien por su propio pánico injustificado, inducido por los líderes árabes, pero el punto clave es que todos reconocen la firme negativa de Israel a permitir que estos refugiados regresen y recuperen su propiedades que les fueron arrebatadas. A partir de ese día, durante dos décadas, estos desventurados refugiados árabes, cuyas filas ahora estaban engrosadas por el aumento natural a 1,3 millones, continuaron viviendo en absoluta miseria en campos de refugiados alrededor de las fronteras israelíes, apenas mantenidos con vida gracias a los escasos fondos de la ONU y los paquetes CARE, viviendo sólo con la esperanza del día en que regresasen a sus hogares legítimos.
En las zonas de Palestina originalmente asignadas a los árabes, no quedó ningún gobierno árabe palestino. El líder reconocido de los árabes palestinos, su gran mufti Haj Amin el-Husseini, fue depuesto sumariamente por el ex líder británico, el rey Abdullah de Transjordania, quien simplemente confiscó las regiones árabes del centro-este de Palestina, así como la Ciudad Vieja de Jerusalén (la Legión Árabe del Rey Abdullah había sido construida, armada, dotada de personal e incluso encabezada por oficiales colonialistas británicos como Glubb Pasha).
En cuanto a los refugiados árabes, Israel adopta la actitud de que los contribuyentes del mundo (es decir, en gran medida los contribuyentes estadounidenses) deberían intervenir para financiar un vasto plan para reasentar a los refugiados palestinos en algún lugar de Medio Oriente –es decir, en algún lugar lejos de Israel. Sin embargo, es comprensible que los refugiados no tengan interés en ser reasentados; quieren recuperar sus propias casas y propiedades. Punto final.
El acuerdo de armisticio de 1949 iba a ser supervisado por una serie de Comisiones Conjuntas de Armisticio, compuestas por Israel y sus vecinos árabes. Sin embargo, poco después Israel disolvió las Comisiones Conjuntas de Armisticio y comenzó a invadir cada vez más territorios árabes. Así, la zona oficialmente desmilitarizada de El Auja pasó a manos de Israel.
Como Oriente Medio todavía estaba técnicamente en estado de guerra (hubo un armisticio, pero no un tratado de paz), a partir de 1949 Egipto continuó bloqueando el estrecho de Tirán –la entrada al golfo de Aqaba– a todos los navíos israelíes, y para todo el comercio con Israel. Dada la importancia del bloqueo del Golfo de Aqaba en la guerra de 1967, es importante recordar que nadie se aferró a esta acción egipcia: nadie dijo que Egipto estaba violando el derecho internacional al cerrar esta “vía navegable internacional pacífica” (hacer que cualquier vía fluvial esté abierta a todas las naciones, según el derecho internacional, requiere dos condiciones: (a) el consentimiento de las potencias que se establezcan en la vía fluvial, y (b) que no exista estado de guerra entre ninguna potencia en la vía fluvial. Ninguna de estas condiciones fue obtenido para el Golfo de Aqaba: Egipto nunca consintió en tal acuerdo, e Israel ha permanecido en estado de guerra con Egipto desde 1949, por lo que Egipto bloqueó el Golfo a la navegación israelí sin oposición desde 1949 en adelante).
La historia de agresión continua de Israel apenas había comenzado. Siete años después, en 1956, Israel, unido a los ejércitos imperialistas británico y francés, invadió Egipto conjuntamente. ¡Y con qué orgullo Israel imitó conscientemente la guerra relámpago nazi y las tácticas de ataque furtivo! ¡Y qué irónico que el mismo establishment estadounidense que durante años denunció las guerras relámpago y los ataques furtivos nazis, de repente haya caído en admiración por las mismas tácticas empleadas ahora por Israel! Pero en este caso Estados Unidos, abandonando momentáneamente su intensa y continua devoción a la causa israelí, se unió a Rusia para obligar a los agresores combinados a retirarse del suelo egipcio. Pero Israel no aceptó retirar sus fuerzas de la península del Sinaí hasta que Egipto aceptó permitir que una Fuerza de Emergencia especial de la ONU administrara la fortaleza de Sharm-el Sheikh que domina el Estrecho de Tirán. Es característico que Israel haya negado desdeñosamente el permiso de la FENU para patrullar su lado de la frontera. Sólo Egipto aceptó permitir el acceso a las fuerzas de la ONU, y fue por ello que el Golfo de Aqaba fue abierto a la navegación israelí a partir de 1956.
La crisis de 1967 surgió del hecho de que, en los últimos años, los refugiados árabes palestinos comenzaron a alejarse de su anterior desesperación oscura y pasiva, y comenzaron a formar movimientos guerrilleros que se infiltraron en las fronteras israelíes para llevar su lucha a la región de sus hogares perdidos. Desde el año pasado, Siria ha estado bajo el control del gobierno más militantemente antiimperialista que Oriente Medio haya visto en años. El estímulo de Siria a las fuerzas guerrilleras palestinas llevó a los frenéticos líderes de Israel a amenazar con ir a la guerra con Siria y conquistar Damasco, amenazas marcadas por graves ataques de represalia contra aldeas sirias y jordanas. En ese momento, los sirios desafiaron al Primer Ministro de Egipto, Gamal Abdel Nasser, que había sido antiisraelí durante años, pero se centró en medidas demagógicas y estatistas que destruyeron la economía interna de Egipto, a hacer algo concreto para ayudar: en particular, poner fin al control de la FENU –y por lo tanto, continuar con el transporte marítimo israelí– en el Golfo de Aqaba. De ahí la petición de Nasser de que la UNEF se marchara. El apego proisraelí al rápido cumplimiento de U Thant es grotesco, si consideramos que las fuerzas de la ONU sólo estuvieron allí a petición de Egipto, y que Israel siempre se ha negado rotundamente a tener fuerzas de la ONU en su lado de la frontera. Fue en este punto, con el cierre del Estrecho de Tirán, cuando Israel evidentemente comenzó a preparar el terreno para su próxima guerra relámpago.
Aunque dio voz a las negociaciones pacíficas, el gobierno israelí finalmente se vio presionado por los “belicistas” dentro del país, y el nombramiento del notoriamente belicista General Moshe Dayan como Ministro de Defensa fue obviamente la señal para el ataque israelí que se produjo unos días después. Las increíblemente rápidas victorias israelíes; la glorificación de las tácticas y estrategias israelíes por parte de la prensa; la clara falta de preparación de las fuerzas árabes, a pesar del ruido; todo ésto señala a todos, excepto a los más ingenuos, el hecho de que Israel lanzó la guerra de 1967, hecho que Israel apenas se molesta en negar.
Uno de los aspectos más repugnantes de la masacre de 1967 es la admiración declarada por los logros israelíes por parte de casi todos los estadounidenses, judíos y no judíos. Parece haber una enfermedad profunda en el alma estadounidense, que hace que se identifique con la agresión y el asesinato en masa: cuanto más rápido y brutal, mejor. En medio de toda la admiración por la marcha israelí, ¿cuántas personas estaban allí para llorar a los miles de civiles árabes inocentes asesinados por el uso de napalm por parte de Israel? En cuanto al chauvinismo judío entre la llamada izquierda “contra la guerra”, no hay demostración más enfermiza de una total falta de humanidad que la mostrada por Margot Hentoff en la publicación de izquierda Village Voice:
“¿Hay alguna guerra que te guste? Si es así, ¿eres judío? Que suerte. Qué buen momento para ser judío. ¿Alguna vez has conocido a un pacifista judío? ¿Sabías que hubo alguno la semana pasada? … Además, ésta era una guerra diferente: un tipo antiguo de guerra, un tipo de guerra en la que la muerte daba vida, y las muertes árabes no contaban. Qué placer estar, una vez más, a favor de la guerra. Qué sensación tan buena y saludable para alegrar a esos jeeps que pasan por la pantalla del televisor, llenos de soldados JUDÍOS duros, flacos, de cara torva y armados.
“‘¡Míralos! ¡GUAU! ¡Ya nada los detendrá!”, dijo un pacifista radical de aquella época. “¡Este es un ejército de judíos!”
“Otro (cuya mayor contribución al judaísmo hasta ahora ha sido escribir artículos repudiando a Israel, y anunciando que el judaísmo está muerto y merece estarlo) pasó la semana confundiendo su nacionalidad. “¿Cómo estamos?”, preguntó. ‘¿Hasta dónde hemos llegado ahora?’”
~(Margot Hentoff, Tomorrow, the World, Village Voice, 15 de Junio de 1967, p. 9)
¡Qué “sensación limpia y saludable” cuando “las muertes árabes no cuentan!” ¿Hay alguna diferencia entre este tipo de actitud y la de los perseguidores nazis de los judíos, a los que nuestra prensa ataca, día tras día, desde hace más de veinte años?
Cuando comenzó esta guerra, los líderes israelíes proclamaron que no estaban interesados en “ni una pulgada” de territorio, y que su lucha era puramente defensiva. Pero ahora que Israel está aprovechando sus logros, después de repetidas violaciones del alto el fuego de la ONU, canta una melodía muy diferente. Sus fuerzas todavía ocupan toda la península del Sinaí; toda la Jordania palestina fue tomada, lo que envió a otros casi 200.000 desventurados refugiados árabes a unirse a sus cientos de miles de camaradas indefensos; tomó gran parte de Siria; e Israel proclama con arrogancia que nunca jamás devolverá la Ciudad Vieja de Jerusalén ni la internacionalizará; la toma israelí de toda Jerusalén es simplemente “no negociable”.
Si Israel ha sido el agresor en Medio Oriente, el papel de Estados Unidos en todo ésto ha sido aún más detestable. La hipocresía de la posición estadounidense es casi increíble (o lo sería, si no estuviéramos familiarizados con la política exterior estadounidense a lo largo de décadas). Cuando comenzó la guerra, y por un momento pareció que Israel estaba en peligro, Estados Unidos se apresuró a declarar su dedicación a la “integridad territorial de Medio Oriente”; como si las fronteras de 1949-67 estuvieran de alguna manera embalsamadas en Textos Sagrados, y había que preservarlas a toda costa. Pero tan pronto como quedó claro que Israel había ganado y conquistado una vez más, Estados Unidos rápidamente descartó sus supuestamente preciados “principios”. Ahora ya no se habla de “la integridad territorial de Oriente Medio”; ahora todo es “realismo” y lo absurdo de volver a las fronteras obsoletas del statu quo, y la necesidad de que los árabes acepten un acuerdo general en el Medio Oriente, etc. ¿Cuántas pruebas más necesitamos de que Estados Unidos siempre se ha mantenido al margen, dispuesto a ayudar a Israel si fuera necesario? ¿Qué más pruebas necesitamos de que Israel es ahora el aliado y satélite de Estados Unidos, que en Oriente Medio, como en tantas otras zonas del mundo, ha asumido el manto que alguna vez llevó el imperialismo británico?
Lo único que no se debe hacer creer a los estadounidenses, es que Israel es un “pequeño” “pobrecito” frente a sus poderosos vecinos árabes. Israel es una nación europea, con un standard tecnológico europeo, que lucha contra un enemigo primitivo y subdesarrollado.; Además, Israel tiene detrás, alimentando y financiando, el enorme poder de innumerables estadounidenses y europeos occidentales, así como los gobiernos Leviathan de Estados Unidos y sus numerosos aliados y estados cliente. Israel no es una “pequeña cosa valiente” debido a su inferioridad numérica, de la misma manera que el imperialismo británico no lo era cuando conquistó tierras mucho más pobladas en India, África y Asia. Y así es como Israel ocupa su inflado territorio, fumiga casas y aldeas donde hay francotiradores, prohíbe los ataques de los árabes y mata a jóvenes árabes en nombre del control del terrorismo. Pero esta misma ocupación, esta misma elefantiasis de Israel, ofrece a los árabes una oportunidad poderosa y de largo alcance. En primer lugar, como ven ahora los regímenes militantes antiimperialistas de Siria y Argelia, los árabes pueden cambiar su énfasis estratégico de una guerra convencional desesperada con un enemigo mucho mejor armado, a una guerra de guerrillas popular masiva y prolongada. Armado con armas ligeras, el pueblo árabe podría librar otro “Vietnam”, otra “Argelia”, otra guerra de guerrillas popular contra un ejército de ocupación fuertemente armado. Por supuesto, ésto es sólo una amenaza a largo plazo, porque para hacerla realidad, los árabes tendrían que derrocar a todas sus monarquías estancadas y reaccionarias, y formar una nación panárabe unida –porque las divisiones en estados-nación en el mundo árabe, son consecuencia de las maquinaciones artificiales y las depredaciones del imperialismo británico y francés. Pero a largo plazo, la amenaza es muy real.
Por lo tanto, Israel enfrenta un dilema a largo plazo que algún día deberá asumir. O continuar con su rumbo actual y, después de años de hostilidad y conflicto mutuos, ser derrocado por las guerrillas del pueblo árabe. O bien, cambiar drásticamente de rumbo, liberarse por completo de los vínculos imperiales occidentales, y simplemente convertirse en ciudadanos judíos de Oriente Medio. Si lo hiciera, la paz, la armonía y la justicia finalmente reinarían en esa torturada región. Existe un amplio precedente para esta coexistencia pacífica. Porque en los siglos anteriores al imperialismo occidental de los siglos XIX y XX, judíos y árabes siempre vivieron bien y pacíficamente juntos en Medio Oriente. No existe enemistad o conflicto inherente entre árabes y judíos. En los siglos de la gran civilización árabe en el norte de África y España, los judíos desempeñaron un papel feliz y destacado, en contraste con su continua persecución por parte de los fanáticos del Occidente cristiano. Despojada de la influencia occidental y del imperialismo occidental, esta armonía puede reinar una vez más.