Cuando hablamos del estado moderno de Israel –país establecido y fundado oficialmente en 1948–, abordamos una cuestión que inevitablemente suscita polémica y controversia. En este artículo expondré algunas verdades incómodas, que muy probablemente inquietarán a los activistas de derecha, especialmente a los entusiastas más fanáticos del estado de Israel. Pero si estas verdades son tan incómodas, entonces queda demostrado cuán fundamental es exponerlas.
En primer lugar, es necesario debatir cuán irracional es la defensa incondicional e intransigente del estado de Israel por parte de la derecha brasileña. Esta realidad nos muestra que tanto la derecha como la izquierda brasileñas carecen de identidad propia. Ambos no son más que copias precarias y deplorables de sus homólogos estadounidenses. Es literalmente un “copiar y pegar”, que expresa una fatídica falta de contacto con la realidad nacional.
A menudo digo que, en política, Brasil en general carece de identidad propia. Y como la derecha brasileña es simplemente una copia de la derecha estadounidense –de la misma manera que la izquierda brasileña es una copia de la izquierda estadounidense–, creo que exponer nuestra falta de identidad es fundamental para comprender la profundidad del problema. Después de todo, cuando hablamos de la derecha y la izquierda nacionales, estamos hablando de personas a las que no les importa incorporar a la ligera agendas extranjeras que no son consistentes con nuestra realidad.
Un excelente ejemplo de esta cuestión es la defensa dogmática e intransigente del estado de Israel, agenda política importada directamente de Estados Unidos. Tiene sentido que un estadounidense defienda descarada y apasionadamente al estado de Israel. Existen vínculos culturales, económicos, políticos, sociales, familiares y religiosos entre Estados Unidos e Israel. Pero estos vínculos no existen entre Brasil e Israel (cuando existen, es en una medida drásticamente menor). Miles de judíos estadounidenses tienen ciudadanía israelí. Muchos ciudadanos israelíes nacieron en Estados Unidos. Los intercambios entre Estados Unidos e Israel son diarios, y podemos seguirlos en cualquier canal de noticias convencional, como BBC, CNN o Globo News. En comparación, los vínculos entre Brasil e Israel son excepcionalmente insignificantes. Para un ciudadano brasileño común y corriente, tiene tanto sentido defender a Israel como defender a Chad, Pakistán, Lesotho o la República Centroafricana.
Pero lamentablemente, cuando abordamos este tema, nos vemos obligados a enfrentar la misma vieja pregunta: la derecha brasileña se queja de la ignorancia de la izquierda, pero a la derecha misma no le gusta estudiar. Centrada en sí misma, egocéntrica y a veces arrogante, la derecha no se mira el ombligo. Es más fácil criticar a la izquierda y culparla de todos los problemas que afligen a Brasil y al mundo.
En este artículo abordaré tres verdades que son hechos históricos probados, a menudo omitidos por los sionistas y los defensores más intransigentes del estado de Israel, a saber: 1) Los orígenes socialistas del estado de Israel; 2) Los orígenes terroristas del estado de Israel; 3) El papel opresivo de Israel en el conflicto palestino-israelí.
De hecho, la derecha política tiene mucho que aprender sobre el estado de Israel. Cuando hablan sobre el tema, suelen ser excelentes para demostrar su total desconocimiento. Lamentablemente, la colosal ignorancia de la derecha política sobre el moderno estado de Israel quedó debidamente registrada en un acontecimiento relativamente reciente.
En la última manifestación organizada por la derecha política a favor de Jair Bolsonaro, que tuvo lugar el 25 de Febrero, un ciudadano entre la multitud grabó un interesante video, el que puede verse en YouTube. Preguntó a un grupo de tres mujeres por qué sostenían la bandera israelí. Una de ellas respondió: “Porque somos cristianas, como Israel”.
En Israel, los seguidores del cristianismo representan 1,9% de la población. No llegan a 2%; por lo tanto, representan una pequeña porción de la población total del país. Israel no puede ser clasificado como un país cristiano de ninguna manera. La religión mayoritaria en Israel es el judaísmo, seguida por más de 70% de la población, y profesada en varias corrientes diferentes (como el judaísmo ortodoxo, el judaísmo ultraortodoxo, el judaísmo conservador y el judaísmo reformista, por nombrar sólo algunas corrientes). Por supuesto, no todas las personas que se identifican como judías son necesariamente judíos religiosos. Una gran parte de los judíos israelíes son laicos.
Cuando el individuo que grabó el video antes mencionado les dijo a las damas en cuestión que la religión mayoritaria de Israel es el judaísmo, recibió la siguiente respuesta: “Pero Israel nos representa. No somos socialistas, no somos comunistas”.
Una vez más, hay un gran problema allí.
Los orígenes socialistas del estado de Israel
Israel es un país fundado por judíos que, en gran medida, eran comunistas, socialistas, marxistas y ateos. Israel no fue fundado por judíos religiosos (aunque algunos rabinos fueron posteriormente cooptados por el movimiento sionista, a fin de fortalecer su legitimidad).
Permítanme citar algunos ejemplos muy interesantes: David Ben-Gurion, considerado el padre fundador del moderno estado de Israel, y quien inauguró el cargo de Primer Ministro del país, era un ferviente admirador del revolucionario soviético Vladimir Ulianov [Lenin]. Su gran sueño era ser reconocido mundialmente como el “Lenin sionista”.
Yitzhak Ben-Zvi, quien fue el segundo presidente de Israel (y el que ocupó el cargo durante más tiempo), fue un líder sindical vinculado con el sionismo obrero, ideología de izquierda que luchó por la causa obrera de la Comunidad judía. En su juventud se desempeñó como editor de un periódico socialista, Ha-Achdut.
Golda Meir, considerada un ícono en la historia política israelí por ser la única mujer que desempeñó un papel de liderazgo en el gobierno israelí (siendo Primera Ministro de 1969 a 1974), era parte de Habonim, una organización juvenil laboral sionista. Poco después se involucró aún más profundamente con el sionismo laborista (el que también era informalmente conocido como sionismo socialista).
El siguiente documental, titulado “Los sionistas de izquierda provocaron la Nakba y fundaron Israel”, ofrece detalles excepcionalmente interesantes sobre el papel de la ideología socialista en la fundación del moderno estado de Israel.
Sin embargo, posiblemente los kibutzim representen el mayor éxito de Israel en el establecimiento de una sociedad cercana a la utopía comunista. Y ésto en sí mismo muestra cómo los judíos de la primera mitad del siglo XX tenían una mentalidad socialista profundamente arraigada en su cultura y sistema de creencias colectivas. No sólo estaban profundamente comprometidos con el desarrollo del socialismo, sino que eran socialistas convencidos, estaban muy orgullosos de ello, y se esforzaron por exponer este hecho al mundo entero.
Para ellos, no se trataba de una simple cuestión de creencia política. No fue una mera ensoñación, ni tampoco una lucha revolucionaria idealista y utópica, que tendría lugar en algún futuro lejano. Era, ante todo, un estilo de vida. A partir de la abolición de la propiedad privada, el reparto equitativo de los bienes y el modelo de trabajo comunitario colectivo, prosperaría una nueva sociedad. De la sociedad judía de Palestina florecería el comunismo genuino.
El político guatemalteco de izquierda Jorge García Granados, en su libro Así Nace Israel — Detrás de escena en la ONU: La votación que condujo a la creación del estado judío, describe con enérgico entusiasmo cómo eran los kibutzim. Y cómo, a su juicio, representaban un modelo de desarrollo social que debía ser copiado por todos los países latinoamericanos.
Creo que el lector se dará cuenta de lo reveladores que son estos pasajes contenidos en el capítulo 11 del libro, titulado “Modelo para otras tierras”:
Kiriat Anavim me abrió nuevas perspectivas sobre las colonias colectivas. Estudié más el tema y me convencí de que el kibutz (es decir, un grupo comunitario instalado de forma permanente, con intereses combinados y ganancias comunes, que mantiene una casa común y es principalmente agrícola) es el instrumento sociológico más valioso para desarrollar la agricultura en países atrasados. Llegué a estar seguro de que si las repúblicas americanas lo aplicaran, serían impulsadas por un camino de rápido progreso económico.
La población de cada kibutz está formada por miembros que trabajan, sus hijos, padres ancianos, y algunos residentes temporales, como aprendices, visitantes y personas en formación. El kibutz está dedicado al principio mismo del trabajo; no se puede contratar mano de obra extranjera, ya sea judía o árabe, de modo que no puede desarrollarse una casta de jefes y empleados, de hombres que exploten el trabajo de otros. La colonia utiliza únicamente la tierra que puede cultivar mediante el trabajo de sus propios miembros. Aproximadamente la mitad de ellos son parejas casadas. El resto son hombres y mujeres solteros, con predominio de hombres. Todos los miembros sanos y en edad de trabajar contribuyen al kibutz con su trabajo. No reciben pago; no tiene propiedad privada; el kibutz proporciona todos los servicios necesarios. Viven en casas comunitarias, construidas y mantenidas por la comunidad. Estas casas son de distintos tipos, dependiendo de las posibilidades económicas del grupo, e incluso pueden ser tiendas de campaña, cuando la colonia se encuentra en sus etapas iniciales.
Los colonos comen en un comedor común. No hay jerarquías sociales. Todos se sientan en las mismas mesas, sin ningún orden en particular, de modo que todos se sientan en el asiento libre más cercano. De esta manera, todos llegan a conocerse íntimamente.
La comida principal es al mediodía, la que es anunicada con una campana. En la cocina, contigua al comedor, quienes atienden lo hacen por turnos, cada semana o mes. En la cocina y el comedor se necesita un trabajador permanente por cada doce o quince integrantes. Además de estos trabajadores permanentes, algunos miembros ayudan voluntariamente en la cafetería durante las comidas.
Por la noche, la cafetería se transforma en un salón social, donde los miembros se reúnen para escuchar conferencias, conciertos orquestales, obras de teatro y otros entretenimientos. A veces los propios miembros actúan; en otros, conjuntos y orquestas dramáticas o de danza que salen de gira por las ciudades.
La colonia proporciona la ropa, y todos los hombres visten de manera similar, con pantalones cortos y camisas de cuello abierto o, en ocasiones especiales, con ropa informal elegante, mientras que las mujeres tienen una variedad de vestidos.
Supongamos –les pregunté– que una persona descuidada desgasta sus zapatos o su ropa más rápidamente que los demás.
Te damos todo lo que necesitas. Si gastas demasiado, nuestro comité de ropa te pide que tengas más cuidado. Le hacemos consciente de su responsabilidad con la comunidad, pero recibe todo lo que necesita. No existe una regla estricta que prescriba que cada miembro deba recibir tanto y nada más. Dejamos que el sentido común colectivo del comité resuelva estas cuestiones.
¿Y qué pasa con los cigarrillos, los dulces, las bebidas no alcohólicas? Algunos probablemente ni siquiera los prueban, y para otros son una necesidad.
Tienen todo lo que necesitan. Damos a cada persona según sus necesidades. Y éste es el principio que practicamos en todos los aspectos de nuestra vida comunitaria. Como no hay sueldos, el empleado principal de la secretaría vive exactamente igual que el trabajador más humilde.
Me enteré de que el dinero había sido prácticamente prohibido. Nadie tiene dinero, porque nadie lo necesita. Los colonos visitan con frecuencia otros kibutzim, donde permanecen como invitados. Cuando un miembro debe ir a la ciudad por asuntos privados, explica su necesidad al tesorero y recibe una cantidad de un presupuesto especial. La genuina hermandad del kibutz hace que sea muy poco probable que algún miembro pida más de lo que absolutamente necesita para sus gastos de viaje. Cuando la situación es difícil, ni siquiera pide este privilegio.
La comunidad proporciona gratuitamente cepillos para el cabello, cepillos de dientes, afeitadoras, espejos de mano, lápices, papel para escribir, y todos los objetos personales, así como juguetes y libros de texto para niños, e incluso instrumentos musicales. Además, cada miembro recibe una pequeña suma anual para emergencias.
Me dijeron que, después de algunos años, la mayoría de los kibutzim producen un beneficio, después de haber comenzado a pagar el préstamo concedido por los fondos nacionales judíos para comprar herramientas, animales y equipos. Parte del beneficio se utiliza para proporcionar asistencia monetaria a los padres y familiares cercanos de los miembros que todavía se encuentran en dificultades en Europa. El resto se destina a un fondo de desarrollo, que se reserva para financiar la acogida de nuevos miembros. Los costos de administración de un kibutz también incluyen la construcción de edificios, la renovación de maquinaria y servicios sanitarios. También se hace una contribución anual al Fondo de Salud de los Trabajadores Judíos, que mantiene un excelente sistema de clínicas ambulatorias, farmacias, hospitales centrales y centros de salud en toda Palestina. Cada colonia, o cada grupo de colonias más pequeñas, tiene su médico. Cada semana, se nombran miembros para supervisar el saneamiento de los lavabos, la cocina, el baño comunitario y la lavandería.
Cada kibutz está gobernado por una asamblea general de sus miembros. Este órgano se reúne periódicamente, generalmente cada mes y no menos de una vez al año, o cuando la mitad de los miembros lo solicitan para una asamblea general. Decide sobre asuntos importantes y elige, por períodos de un año, los distintos comités administrativos que gobiernan la colonia. El funcionamiento diario de la colonia, por lo general, está en manos de un comité administrativo, el que suele estar formado por cuatro miembros, uno de los cuales actúa como secretario. No existe jerarquía de clases, y cada miembro, ya sea un agricultor en el huerto o un mecánico en el taller de reparaciones, puede ser elegido secretario. Hay comités de finanzas, alojamiento, distribución de tareas, almacenamiento, salud, educación y cultura. Un colono puede ser miembro de varios comités al mismo tiempo, e incluso si es elegido por un año, puede ser reelegido. Los miembros de la junta, excepto aquellos que desempeñan una jornada completa de trabajo administrativo, no tienen privilegios especiales. Toman una parte igual del trabajo en el campo, en los talleres, en la cocina.
El día de la colonia comienza al amanecer y, para la mayoría de los miembros, la campana anuncia el desayuno. Para otros, que pueden estar trabajando en campos lejanos, el día comienza antes de que salga el sol, cuando salen a caballo con el desayuno preparado, cuando aún está oscuro.
Las parejas casadas tienen su propia habitación o, en los kibutzim más grandes, ocupan pequeñas casas agrupadas en grupos de media docena. Los miembros solteros viven en edificios más grandes, o pueden compartir una habitación entre dos o tres. Cerca de las casas hay duchas: una gran sala para hombres, y otra para mujeres.
Se almuerza del mismo modo, en el gran comedor comunitario. Después del almuerzo se realiza un breve descanso, que podrá disfrutarse como se desee. A las dos se reanuda el trabajo, con un refrigerio de quince minutos a las cuatro.
A las cinco de la tarde terminan los trabajos. Todos se duchan, y los niños esperan a sus padres a la salida de los baños. Antes y después de cenar, los colonos se dedican a sus cosas personales: leen en la biblioteca, escuchan la radio, juegan con sus hijos, discuten problemas políticos internos y mundiales. Ésto es hasta la hora de dormir, que suele ser sobre las once de la noche.
Y así viven de forma sencilla, útil y feliz.
En teoría, cualquiera puede unirse a un kibutz. Pero como la modalidad de vida en común depende en gran medida de la idoneidad humana, los aspirantes son cuidadosamente seleccionados. Antes de admitirlos como socios de pleno derecho, son candidatos durante un año, durante el cual deberán acreditar su adaptación. Es una medida acertada, ya que no todo el mundo encuentra la vida en el kibutz adecuada y satisfactoria. Algunos principiantes se dan por vencidos antes de fin de año, por enfermedad, o para reunirse con familiares que llegan a Palestina, o para trabajar en las ciudades, porque necesitan dinero para mantener a sus padres y parientes que se quedan en el extranjero. Pocos miembros se separaron. Me dijeron que las cifras fluctúan desde 12,6 por mil en las antiguas colonias, hasta 24,3 por mil en las nuevas. Los kibutzim pueden expulsar a sus miembros, pero rara vez lo hacen, ya que, en general, un colono insatisfecho se marcha espontáneamente, mucho antes de que se presente oficialmente el problema.
A medida que pasa el tiempo, la proporción de miembros nacidos en la colonia aumenta y, a medida que desaparece la necesidad de adaptación, el resultado son colonos felices y productivos. Del mismo modo, los padres de niños nacidos en el kibutz, con la seguridad de que sus hijos serán bien cuidados desde el nacimiento, están libres de las ansiedades comunes de los padres respecto del futuro de sus hijos.
Los niños se crían juntos, bajo el cuidado de miembros femeninos, especialmente capacitados como trabajadores sociales o maestros. Las madres vienen a amamantar a sus bebés durante los dos primeros meses.
A los tres años, el niño pasa al preescolar, que se convierte en su hogar hasta completar el jardín de infantes a los 6 años. De 6 a 16 años reciben educación primaria y secundaria. En algunas aldeas, siguen viviendo en hogares infantiles separados hasta que terminan la escuela; en otros, se mudan con sus padres cuando terminan el jardín de infancia. Después de la secundaria, estudian durante un año en una de las escuelas agrícolas centrales, pero aquéllos que tienen aptitudes o talentos especiales y desean ir a la universidad, reciben subsidios de un fondo comunitario. Así, un niño nacido en una colonia agrícola no está predestinado a ser agricultor, pero puede estudiar cualquier ciencia, arte o profesión.
Una vez terminada su educación, ocupa su lugar en la colonia o, si así lo desea, en las ciudades.
Los educadores progresistas llevan mucho tiempo polemizando enérgicamente con quienes mantienen el criterio tradicional de que los niños deben ser criados dentro del grupo familiar. Los primeros afirman que, a través de la vida colectiva, los niños, en sus importantes años de formación, adquieren este sentido de solidaridad con su grupo, que es una mejor preparación para ser buenos ciudadanos, que exponerlos a las tensiones de la supervisión paternal constante. Además, afirman que la relación entre padre e hijo es más sana, porque sólo se ven en los momentos de descanso.
Quienes se oponen a esta teoría, sostienen que el niño necesita el calor de la vida familiar, y advierten que un niño desarrollado lejos de su madre y de su padre, puede tender a sufrir trastornos psicológicos posteriores.
En las colonias vi claramente reflejada esta discusión, entre filósofos y pedagogos. Como cada colonia es autónoma, se sigue el método pedagógico determinado por los miembros, el cual, a su vez, está acorde con los criterios filosóficos que subyacen a esa colonia. En Palestina encontré formas de educación tanto progresistas como tradicionales.
Aún no se ha dicho la última palabra en esta controversia de tanta importancia para el futuro de la humanidad. Quizás podamos encontrar la respuesta en las generaciones futuras de Israel.
Estoy convencido de que los kibutzim ya han pasado la etapa experimental. Están aquí para quedarse. Los veo destinados a convertirse en un ejemplo para el mundo entero, demostrando cómo es posible desarrollar rápida y plenamente los recursos de un país. Me parece que satisfacen el ideal ansiosamente buscado de una organización social justa y fundamentalmente feliz.
Creo que el kibutz representa el logro más feliz del socialismo actual. Es un testimonio de lo que los hombres libres pueden lograr por su propia voluntad. Como el sistema es voluntario, la membresía no es obligatoria, y el hecho de que el estado no ejerza supervisión sobre él, es la gran marca distintiva entre el kibutz en Palestina y el koljoz en la Unión Soviética.
Como puede ver el lector, Jorge García Granados, un socialista de izquierda, quedó particularmente fascinado por la experiencia del kibutz. Incluso lo calificó como “el logro más feliz del socialismo actual”, comparándolo favorablemente con las granjas colectivas soviéticas. En su ingenuidad y optimismo exagerados, todavía creía que eventualmente se convertirían en “un ejemplo para el mundo entero” (ésto no sucedió). El libro antes mencionado fue publicado originalmente en 1948; coincidentemente, el año de la fundación de Israel.
Es innegable que, a través de los kibutzim, la comunidad judía en Palestina pudo crear y perfeccionar una experiencia socialista que muy probablemente se convirtió en la más exitosa de la historia. Por lo tanto, aquí vemos que las credenciales socialistas de Israel –y de una parte significativa de los judíos en el último siglo– son un hecho histórico irrefutable, y sólo los activistas ideológicamente más fanáticos de la derecha política podrían negarlo.
Si hay algo positivo que decir sobre este asunto, podemos afirmar que los kibutzim fueron una forma benévola de experimento socialista, por así decirlo. Al menos fue voluntario, no empleó violencia ni coerción, y no implicó opresión ni tiranía estatales. Aunque todavía existen hoy, la gran mayoría de los kibutzim han perdido el carácter y la mentalidad inherentemente marxistas que les dieron origen, aunque los principios básicos de la colectividad y el comunitarismo permanecen relativamente intactos.
Los orígenes terroristas del estado de Israel
Durante el Mandato Británico de Palestina (la que fue gobernada por los británicos de 1920 a 1948), varios grupos de resistencia sionista llevaron a cabo ataques terroristas, en actos agresivos de insurrección contra los británicos. El objetivo de estas organizaciones era expulsar a la administración británica de Palestina, con el fin de establecer en su lugar un estado judío independiente.
Los sionistas tenían tres organizaciones terroristas: la Haganá, el Irgún y el Lehi. Fueron ellos quienes frecuentemente perpetraron ataques dirigidos contra la administración británica de Palestina, con distintos grados de letalidad.
Según Menachem Begin, entrevistado por García Granados –autor del libro antes mencionado–, la Haganá era la más grande y fuerte de estas milicias terroristas, con una fuerza total de 90.000 combatientes (incluidos los reservistas). Menachem Begin fue líder del Irgun, y más tarde se convertiría en Primer Ministro de Israel, cargo que ocupó de 1977 a 1983.
El Irgun comenzó sus actividades como una rama de la Haganá, y durante su apogeo tuvo una fuerza total de 500 miembros. Fue esta organización terrorista la responsable de llevar a cabo el sonado atentado contra el Hotel Rey David, que explotó el 22 de Julio de 1946, destruyendo por completo el ala oeste de la parte sur del hotel. El ataque asesinó a 91 personas, e hirió a otras 46. Entre las víctimas había personas de diferentes nacionalidades, incluidos británicos, árabes y judíos. El hotel fue elegido como objetivo del ataque terrorista porque era la sede de varias agencias gubernamentales de la administración británica de Palestina.
Lehi era el más pequeño de los grupos terroristas sionistas. Tenía un contingente total estimado en aproximadamente 300 miembros. Esta milicia también era conocida como Stern (o banda Stern) en honor a su líder, Avraham Stern, que fue asesinado por los británicos en febrero de 1942. A pesar de ser el más pequeño de los grupos terroristas sionistas, el Lehi se convirtió en el más infame de ellos, por haber intentado formar una alianza con los nazis (sionistas y nazis, quién diría). Como grupo que defendía una ideología radical muy particular, los dirigentes de Lehi sostenían que los británicos eran los mayores enemigos de los judíos, no los nazis.
Con la independencia de Israel, las milicias sionistas se fusionaron con el ejército institucional, formando su principal núcleo organizativo. Sin embargo, incluso después de que Israel se estableciera formalmente como nación independiente, los sionistas continuaron involucrados en ataques terroristas. Muchos fueron planificados, organizados y ejecutados por el propio gobierno israelí.
Entre aquéllos se encuentran una serie de ataques planeados para ser perpetrados en Egipto, pero que fracasaron porque fueron descubiertos antes de ser llevados a cabo; lo que dio lugar a un escándalo internacional que fue conocido como el Caso Lavon.
En 1954, agentes israelíes –con la ayuda de judíos egipcios– planearon colocar explosivos en varios establecimientos de Egipto, como cines, anfiteatros y bibliotecas, propiedad de británicos y estadounidenses. Los ataques serían entonces atribuidos a los Hermanos Musulmanes, a los comunistas egipcios, y a los nacionalistas árabes, con el objetivo de desestabilizar al país y obligar a los británicos a retener sus tropas de ocupación en el Canal de Suez.
Israel, expuesto mucho antes de que pudieran lograr el éxito con estas operaciones, quedó con una mancha considerable en sus relaciones diplomáticas. Afortunadamente, ningún civil murió como resultado de esta serie de operaciones, pero cuatro agentes israelíes terminaron muertos.
En última instancia, la historia terrorista de Israel es un hecho muy bien documentado, e imposible de borrar. Pero se trata de una mancha terrible que compromete la reputación del país hasta tal punto que los sionistas hacen todo lo posible para ocultarla.
El papel opresivo de Israel en el conflicto palestino-israelí
Cuando hablamos del conflicto Israel-Palestina, es fundamental entender que no estamos hablando de un conflicto entre iguales. Este es un conflicto en el que un lado es mucho más fuerte que el otro. Por lo tanto, un lado domina, y el otro es dominado. O, como suele definirla la izquierda política, la dinámica entre Israel y Palestina cae en la categoría de una relación entre opresor y oprimido.
De hecho, el conflicto entre Israel y Palestina es un excelente ejemplo de guerra asimétrica, en la que un lado tiene una enorme ventaja militar y un excelente aparato de propaganda. El otro lado, a su vez, se las arregla lo mejor que puede, sin tener absolutamente nada de todo ésto.
Por lo tanto, cuando analizamos los hechos, queda claro que Israel es la entidad política más fuerte, la que tiene el control de la situación. Israel es la potencia política y militar regional. En consecuencia, los palestinos están, en todos los aspectos de sus vidas, subordinados a las autoridades israelíes.
Analicemos algunos puntos fundamentales, que así lo demuestran claramente.
1) Israel es un país. Palestina, no.
Los Territorios Palestinos se componen de tres regiones no contiguas: Cisjordania (la más grande de ellas), la Franja de Gaza y Jerusalén Este. Todos estos territorios, sin embargo, han estado bajo ocupación militar israelí desde la Guerra de los Seis Días de 1967. Aunque en 2005 Israel se retiró completamente del interior de la Franja de Gaza (incluida la expulsión de los 8.500 colonos que vivían allí), el ejército israelí continuó ejerciendo un control externo total sobre la región.
En su vida diaria, los palestinos tienen que pasar por numerosos puestos de control, y pueden ser detenidos por las autoridades israelíes sin causa o motivo. Actualmente hay más de 8.000 palestinos encarcelados en cárceles israelíes, muchos de ellos injustamente.
Además, como parte de un deplorable y malvado programa de castigo colectivo, las autoridades israelíes tienen la costumbre de demoler las casas de palestinos acusados de participar en organizaciones clandestinas de resistencia. Ésto significa a menudo que familias enteras se quedan sin un lugar donde vivir.
2) Israel tiene ejército, marina y fuerza aérea. Los palestinos no.
Lo que los palestinos tienen para defenderse del gobierno israelí son brigadas paramilitares, a menudo descritas como organizaciones terroristas por los medios occidentales. La mayor de ellas es la brigada Izz ad-Din al-Qassam, la rama paramilitar del partido político Hamas. Nadie sabe exactamente cuántos miembros tiene, pero su contingente es generalmente estimado entre 30.000 y 40.000 hombres. La segunda brigada más grande es Al-Quds, que tiene una fuerza estimada de aproximadamente 12.000 miembros.
Hay muchas otras brigadas, pero todas son sensiblemente más pequeñas, y son básicamente un contingente local de civiles armados, dispuestos a resistir a las fuerzas militares israelíes de ocupación en su localidad. En Belén, la Brigada de los Mártires de Al Aqsa existe desde el año 2000, y en 2022 se formó una brigada del mismo nombre en Tulkarem, compuesta por aproximadamente 180 voluntarios.
3) Israel recibe apoyo político, militar y económico de Estados Unidos. Sin embargo, no hay ninguna potencia importante que financie a los palestinos.
Israel tiene un fuerte lobby de judíos sionistas y cristianos evangélicos estadounidenses, que envían millones de dólares anualmente a varias organizaciones israelíes. Políticamente, Israel siempre puede contar con el apoyo (generalmente incondicional) de la Casa Blanca, además de adquirir muchas armas, tanques y aviones de combate de la industria armamentística estadounidense.
Los palestinos, a su vez, no cuentan con ese nivel de apoyo. La Autoridad Palestina (en Cisjordania), encabezada por el presidente Mahmoud Abbas, recibe cierto apoyo financiero de la ONU, enviada bajo la obligación de proporcionar ayuda humanitaria (la Autoridad Palestina, sin embargo, extremadamente corrupta, se embolsa la mayor parte del dinero que recibe). Hamas, a su vez, recibe cierta ayuda financiera de Hezbollah e Irán, pero son migajas en comparación con los millones de dólares que Israel recibe (tanto pública como privadamente) de Estados Unidos anualmente.
Es esencial comprender, sin embargo, que –desde el punto de vista de los palestinos– viven bajo la ocupación militar de una potencia extranjera. Por tanto, es justo y correcto que luchen para liberarse de sus opresores. Pero está claro que, técnicamente, no deberían eximirse de luchar sobre bases éticas y morales muy bien establecidas. Desafortunadamente, ésto rara vez sucede en el mundo real. Incluso porque Israel tampoco hace uso de ninguna moralidad en sus políticas de opresión sistemática llevadas a cabo contra los palestinos, que van desde la confiscación de tierras, hasta la demolición de propiedades, pasando por detenciones arbitrarias por tiempo indefinido y, principalmente, restricciones a la libertad de movimiento (cito sólo algunas medidas institucionalizadas de opresión).
Cuando fue concebido, Hamas recibió –entre bastidores– un considerable apoyo político de ciertos sectores del gobierno israelí. Ésto fue llevado a cabo con el propósito de dividir al liderazgo palestino. Después de todo, el gobierno israelí se dio cuenta rápidamente de que era excepcionalmente ventajoso para ellos debilitar a Al-Fatah, e impedir así una unión cohesiva entre los palestinos. Con una sociedad palestina dispersa y debilitada, no podrían unirse para reclamar la soberanía y la creación de un estado palestino.
Para Israel es muy importante no perder territorio. La creación de un estado palestino significaría tener que renunciar a una porción importante del territorio israelí (ganado con tanto esfuerzo) y tener que hacer numerosas concesiones. Los partidos políticos influyentes (como el Likud) y los dirigentes de la Knesset nunca han estado dispuestos a hacer ésto. Todo lo contrario: están dispuestos a hacer cualquier cosa para sabotear la creación de un estado palestino.
También es pertinente destacar que, cuando comenzó sus actividades terroristas, Hamas no atacó a civiles. Sólo llevaron a cabo ataques contra policías y personal militar. Entonces un trágico suceso ocurrido el 25 de Febrero de 1994 lo cambió todo.
En esta fecha, en Hebrón, Cisjordania, un sionista radical llamado Baruch Goldstein entró armado en la Mezquita de Ibrahim, ubicada en un enorme templo de piedra, conocida como la Tumba de los Patriarcas. Allí abrió fuego contra cientos de árabes que estaban orando, asesinando a 29 e hiriendo a 125. Este trágico acontecimiento fue conocido como la Masacre de la Tumba de los Patriarcas.
Como resultado, los dirigentes de Hamas decidieron cambiar su estrategia, y comenzaron a llevar a cabo ataques terroristas recurrentes contra civiles inocentes, fortaleciendo un ciclo de ataques excepcionalmente brutales y sanguinarios, que continúa hasta el día de hoy.
Evidentemente, incluso si existe alguna base moral para atacar a soldados, agentes de policía, personal militar, políticos e incluso miembros del poder judicial (dado que son parte integral de la estructura de opresión política), eso no significa que así sea, necesariamente, la mejor estrategia para poner fin a la tiranía.
Sin embargo, todo cambia cuando una organización de resistencia decide atacar a miembros de la sociedad civil. Está claro que los civiles inocentes nunca deben ser atacados, ni deben ser blanco del terrorismo. Además, ser inherentemente criminal e inmoral, desde un punto de vista estrictamente pragmático, no cambia el statu quo.
Matar a gente corriente e impotente no pondrá fin a un sistema político de opresión y tiranía. Además, cometer violencia contra personas inocentes puede quitar toda credibilidad a una causa que, en principio, es completamente legítima. De hecho, si se empieza a matar gente indiscriminadamente, no es de sorprender si se termina siendo categorizado como el villano.
Los ataques terroristas que tuvieron lugar el 7 de Octubre del año pasado fueron evidentemente atrocidades criminales. Del mismo modo que las actuales matanzas indiscriminadas que el ejército israelí lleva a cabo desde entonces en la Franja de Gaza. Lamentablemente, se trata del inevitable estallido de un ciclo de violencia que tiende a exacerbarse cada vez más, y que perpetúa una espiral interminable de brutalidad que nunca termina. Después de todo, cada ataque generará represalias del otro lado, por lo que el ciclo continúa indefinidamente.
Infelizmente, la gran tragedia reside en las muertes de personas inocentes que un conflicto de esta magnitud suele provocar en ambos bandos. Israel, sin embargo, al ser el lado más fuerte, tiende a matar a más personas y cobrar más víctimas. Y eso es lo que suele acabar pasando. Como regla general, el número de palestinos asesinados es siempre mucho mayor que el número de israelíes asesinados.
Lamentablemente, israelíes y palestinos han estado atrapados en este ciclo de violencia durante décadas. Y, a medida que pasa el tiempo, se agrava cada vez más. Y ésto se debe a un factor muy sencillo de entender: lo que muchos interpretan como protección, la gente del otro lado lo ve como opresión.
El gobierno israelí, en un intento por proteger a la sociedad israelí de futuros ataques terroristas, aumenta la opresión, la inspección, la vigilancia y el castigo de los palestinos. Ésto, sin embargo, termina aumentando el resentimiento, la angustia, la ira y la desesperación de los palestinos (que a menudo son tratados injustamente). A su vez, aquellos que no tienen nada que perder, que se sienten frustrados y no pueden afrontar el sufrimiento, se vengarán. Y lo hacen realizando nuevos ataques; lo que invariablemente intensifica la represión israelí contra los palestinos.
Ésto, a su vez, genera aún más resentimiento. Y luego se llevan a cabo nuevos ataques. Nuevos ataques generan más represión y control por parte de las autoridades israelíes; lo que, a su vez, provoca que nuevos ataques acaben siendo perpetrados por palestinos radicales. Y así continúan ambos bandos atacándose continuamente. De tal manera que el ciclo de hostilidades continúa indefinidamente, bajo una dinámica repetitiva, predecible e inevitable de violencia sin fin.
Conclusión
Para que Israel aparezca como el “pequeño héroe” de Medio Oriente, es necesaria mucha falsificación histórica y omisión de información. Sin embargo, siempre es necesario ceñirse a los hechos, independientemente de nuestras convicciones personales y principios ideológicos. La discusión política sería mucho más saludable si estuviera libre de pasiones y se centrara en los hechos, los acontecimientos históricos y la realidad concreta.
Desafortunadamente, a la derecha política –la misma que se queja cuando la izquierda dice que la Unión Soviética era un paraíso para los trabajadores, y que los pogromos stalinistas y el Holodomor nunca ocurrieron– no le importa descuidar ciertos hechos históricos, cuando son inconvenientes para la difusión de su narrativa ideológica. Ésto es casi siempre lo que sucede cuando el asunto en cuestión es el estado moderno de Israel.
Cuando le conviene, la derecha política omite ciertos acontecimientos, barre ciertos hechos históricos bajo la alfombra, y grita como un niño caprichoso cuando los adultos le tiran de las orejas. Cuando se trata del estado de Israel, para muchos de derecha, mentir, omitir y difundir falacias está siempre a la orden del día. Todo vale para que Israel parezca un paraíso en Oriente Medio. No se atreva a exponer ciertas verdades, de lo contrario los activistas de derecha sufrirán ataques de histeria y espasmos convulsivos.
Al contrario de lo que piensan los activistas de derecha, la nación de Israel no es una tierra mágica de sueños y fantasías. Es un país como cualquier otro, habitado por gente corriente, con una historia de éxitos, conquistas, guerras, agitación social, fatalidades y tragedias. Y, como en cualquier país del mundo, la política israelí no está administrada por ángeles puros y sacrosantos, sino por hombres comunes y corrientes, que a menudo están motivados por intereses creados.
Para concluir, Israel es el hogar de millones de judíos y árabes, a quienes muy probablemente no les importa en absoluto la opinión de los ciudadanos de otros países sobre Israel o Palestina.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko