La semana pasada apareció un estudio muy interesante efectuado por dos investigadores que analizan la respuesta política a la pandemia en todo el mundo. Son los Dres. Eran Bendavid y Chirag Patel, de Stanford y Harvard, respectivamente. Su ambición era sencilla. Querían examinar los efectos de la política gubernamental sobre el virus.
Después de todo, los investigadores tienen en esta ambición acceso a una cantidad de información sin precedentes. Disponemos de datos globales sobre estrategias y rigores. Disponemos de datos globales sobre contagios y mortalidad. Podemos verlo todo según la línea de tiempo. Tenemos fechas precisas de órdenes de confinamiento, cierres de negocios, prohibiciones de reuniones, enmascaramiento y cualquier otra intervención física que pueda imaginar.
Los investigadores simplemente querían rastrear qué funcionó y qué no, como manera de informar respuestas futuras a brotes virales para que la salud pública pueda aprender lecciones y hacerlo mejor la próxima vez. Supusieron desde el principio que descubrirían que al menos algunas tácticas de mitigación lograrían el objetivo.
No es el primer estudio de este tipo. He visto docenas de esfuerzos de este tipo, y probablemente haya cientos o miles de ellos. Los datos son como hierba silvestre para cualquiera en este campo que tenga mentalidad empírica. Hasta ahora, ni siquiera un examen empírico ha demostrado ningún efecto, pero parece una conclusión difícil de aceptar. Entonces éstos dos decidieron echar un vistazo por sí mismos.
Incluso pasaron al siguiente paso. Reunieron y reensamblaron todos los datos existentes de todas las formas imaginables, ejecutando 100.000 combinaciones posibles de pruebas que todos los futuros investigadores podrían ejecutar. Encontraron algunas correlaciones en algunas políticas, pero el problema es que cada vez que encontraron una, encontraron otro caso en el que parecía ocurrir lo contrario.
No puede inferirse causalidad si los efectos no son estables.
Después de una gran manipulación de datos, y de analizar todas las políticas y resultados imaginables, los investigadores llegan a regañadientes a una conclusión increíble. Concluyen que nada de lo que hicieron los gobiernos tuvo ningún efecto beneficioso. Sólo hubo costos, ningún beneficio. En todas partes del mundo.
Ahora, dése tiempo para asimilar ésto.
La respuesta política destruyó incontables millones de pequeñas empresas, arruinó una generación con pérdidas de aprendizaje, propagó la mala salud con el abuso de sustancias, destruyó iglesias que no podían celebrar servicios religiosos en días festivos, diezmó instituciones artísticas y culturales, quebró el comercio, desató una inflación que no ha terminado ni mucho menos, provocó nuevas formas de censura en línea, construyó y reforzó el poder gubernamental de una manera sin precedentes, condujo a nuevos niveles de vigilancia, propagó lesiones y muertes por inoculaciones, y destrozó libertades en todo el mundo, sin mencionar que condujo a niveles aterradores de censura e inestabilidad política.
¿Y para qué? Al parecer, todo fue en vano.
Tampoco ha habido ningún tipo de ajuste serio de cuentas. Las elecciones de la Comisión Europea son quizás un comienzo, y están fuertemente influenciadas por la oposición pública a los controles covid, además de otras políticas que están despojando a las naciones de sus historias e identidades. Los principales medios de comunicación pueden llamar todo lo que quieran “extrema derecha” a los vencedores, pero en realidad se trata de gente común y corriente que sencillamente quiere recuperar sus vidas.
Es interesante especular sobre exactamente cuántas personas estuvieron involucradas en prenderle fuego al mundo. Sabemos que el paradigma fue primero probado en Wuhan, y luego fue bendecido por la OMS. En cuanto al resto del mundo, conocemos algunos nombres, y hubo muchas cohortes en investigación sobre salud pública y ganancia de función.
Digamos que hay 300 de ellos, además de muchos funcionarios de seguridad e inteligencia nacionales y sus agencias hermanas en todo el mundo. Simplemente agreguemos un cero y multipliquemos eso por los países grandes, suponiendo que muchos otros fueran imitadores.
¿De qué estamos hablando aqui? ¿Quizás entre 3.000 y 5.000 personas en total con capacidad de toma de decisiones? Podría ser demasiado alto. De todos modos, en comparación con la gran cantidad de personas afectadas en todo el mundo, estamos hablando de un número minúsculo, un porcentaje infinitesimal de la población mundial, que está creando nuevas reglas para toda la humanidad.
El experimento no tenía precedentes a esta escala. Incluso Deborah Birx lo admitió. “Es una especie de nuestro propio experimento científico que estamos haciendo en tiempo real”. El experimento fue realizado en sociedades enteras.
¿Cómo diablos llegó a ser ésto? Hay explicaciones que se basan en la psicología de masas, la influencia de la industria farmacéutica, el papel de los servicios de inteligencia, y otras teorías de camarillas y conspiraciones. Incluso con estas las explicaciones, todo el asunto parece tremendamente inverosímil. Seguramente hubiera sido imposible sin la manipulación –o peor aún, la complicidad– de las comunicaciones y de los medios globales, que amplificaron toda la agenda en todos los aspectos.
Debido a ésto, los niños no podían ir a la escuela. La gente en los parques públicos tenía que permanecer en círculos. Los negocios no podían abrir a plena capacidad. Desarrollamos rituales demenciales como usar mascarilla al caminar y quitarla al sentarse. Se arrojaban océanos de desinfectante sobre todas las personas y las cosas. Se hacía que la gente tuviera miedo de salir de sus casas, y hacían clic en botones para que los alimentos llegaran a sus puertas.
Fue un experimento científico global sin ningún fundamento en evidencia. Y la experiencia transformó por completo nuestros sistemas legales y nuestras vidas, introduciendo incertidumbres y ansiedades como nunca antes, y desatando un nivel de criminalidad en las principales ciudades que provocó una fuga residencial, empresarial y de capitales.
Este es un escándalo para todos los tiempos. Y, sin embargo, casi nadie en los grandes medios parece estar interesado en llegar al fondo del asunto. Ésto se debe a que, por razones extrañas, se considera que mirar con demasiada atención a los culpables y las políticas aplicadas es aquí algo que favorece a Trump. Y el odio y el miedo hacia Trump están tan fuera de lo razonable en este momento, que instituciones enteras han decidido sentarse y ver cómo arde el mundo, en lugar de sentir curiosidad por saber qué provocó ésto en primer lugar.
En lugar de una explicación honesta de la agitación global, estamos obteniendo la verdad a cuentagotas. Anthony Fauci continúa testificando en audiencias del Congreso, y este hombre extremadamente inteligente echó por tierra a su antiguo colaborador, actuando como si David Morens fuera un empleado deshonesto. Esa acción pareció provocar que el ex director de los CDC, Robert Redfield, hiciera pública la información, diciendo que se trataba de una fuga de un laboratorio financiado por Estados Unidos que realizaba investigaciones de “doble propósito” sobre vacunas y virus, y sugiriendo fuertemente que el propio Fauci estaba involucrado en su ocultamiento.
En este grupo, nos acercamos rápidamente al punto de “sálvese quien pueda”. Es fascinante observarlo, para aquéllos de nosotros que estamos profundamente interesados en esta cuestión. Pero para los principales medios de comunicación, nada de ésto recibe cobertura alguna. Actúan como si simplemente debiéramos aceptar lo que pasó y no pensar en ello.
Este gran juego de simulación no es sostenible. Sin duda, tal vez el mundo esté más roto que lo que creemos, pero algo en la justicia sugiere que cuando una política global tan atroz, tan dañina, tan absurdamente equivocada, hace todo daño y nada de bien, habrá consecuencias.
No de inmediato, pero sí con el tiempo. Finalmente.
¿Cuándo saldrá a la luz toda la verdad? Podrían pasar décadas a partir de ahora, pero ya lo sabemos con seguridad. Nada de lo que nos prometieron sobre los grandes esfuerzos de mitigación por parte de los gobiernos resultó en lograr ni remotamente lo que prometieron. Y, sin embargo, incluso ahora, la OMS continúa defendiendo este tipo de intervenciones como la única manera de avanzar.
Mientras tanto, el paradigma de la mala ciencia respaldada por la fuerza, lo impregna casi todo hoy en día, desde el cambio climático hasta los servicios médicos y los controles de la información.
¿Cuándo es que las pruebas volverán a ser importantes?
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko