Llewellyn Rockwell y Jeffrey Tucker
En la derecha vieja, el conservadurismo cultural se daba tan naturalmente como la devoción al libre mercado y la aversión a las guerras en el extranjero. Pero cuando la Guerra Fría dividió la derecha en dos bandos, ambos lados sufrieron. Los conservadores perdieron su escepticismo sobre lo que Clare Boothe Luce denominaba «globobobadas»; los libertarios perdieron sus amarres a lo que Russell Kirk llamaba «las cuestiones permanentes».
Hoy, ambas partes del movimiento están recordando sus raíces. Más y más conservadores se están poniendo de acuerdo con las denuncias de Patrick J. Buchanan del mesianismo global, y más y más libertarios celebran las jeremiadas de Murray N. Rothbard contra los «libertarios libertinos».
En la década de 1950, «prácticamente todos en el movimiento libertario eran conservadores culturales, y prácticamente todos eran creyentes», dice George Resch del Center for Libertarian Studies. «El movimiento randiano cambió eso, lo empeoró».
Cuando Ayn Rand —la Jackie Collins de novelistas ideológicos— se separó de su «heredero intelectual» y novio Nathaniel Branden en 1968, la mayoría de sus seguidores se pasaron al movimiento libertario, pero trajeron consigo su desafortunado bagaje randiano. La señorita Rand no era solo una atea, nos recuerda Rothbard, «era una atea militante. Ella odiaba a Dios y pensaba que el cristianismo debía ser erradicado».
En particular, llamó al catolicismo el equivalente espiritual del comunismo, con la misma moralidad («el altruismo»), meta («el dominio global por la fuerza») y enemigo («la mente del hombre»).
El Partido Libertario, fundado en 1971, estuvo infectado desde el comienzo con los odios de las mascotas de la señorita Rand, aunque con algunos giros extraños. La corriente de La Nueva Era fue bienvenida, por ejemplo, y la coalición hippie-randiana del partido incluso acogió a una bruja. Solamente a un grupo hacían sentir incómodos: los cristianos.
Pero ahora un creciente grupo de académicos, periodistas y activistas está recapturando la conexión libertaria-cristiana. Estos libertarios están de acuerdo con Lord Acton en que la libertad es el fin político más alto del hombre, pero ven el cristianismo como la guía a la sociedad virtuosa y de los individuos virtuosos.
La señorita Rand reivindicó una guerra eterna entre la fe y la libertad. Pero es al «cristianismo a cual debemos la libertad individual y el capitalismo», dice Rothbard. No es coincidencia que «el capitalismo se desarrollara en la Europa cristiana después de que la iglesia transnacional limitara el Estado. En la antigua Grecia y Roma, el individuo era meramente parte de la ciudad estado o del imperio, sin importancia por derecho propio. El cristianismo cambió eso al enfatizar el infinito valor de cada alma individual».
La libertad para la virtud
Los libertarios cristianos no ven inconsistencia en ser ambos. Para estos libertarios, la libertad es importante para más que razones económicas. Permite a los cristianos transformar la cultura a través de la iglesia y la familia. Esta transformación no es asunto del Estado. Como Pío IX escribió en su Syllabus of Error, «la autoridad civil» no debe interferir «en asuntos relacionados con la religión, la moral, y el gobierno espiritual». Las Bienaventuranzas no son instrucciones para los funcionarios federales, excepto en sus vidas personales.
«La libertad no es una virtud en sí misma», dice Robert Sirico, CSP, del Catholic Information Center. «Es un contexto en que la virtud se puede practicar». Y la vida virtuosa, dicen los libertarios cristianos, no puede ser causada por el gobierno. «Es un gran error de la gente religiosa recurrir al apoyo estatal», dice James Sadowsky, SJ, de la Universidad de Fordham. «El precio de ese apoyo es la subordinación al Estado».
El ataque sistemático del Estado leviatán a la familia va más allá de la promoción de la maternidad soltera a través de programas de asistencia social, y del humanismo secular a través de las escuelas del gobierno; las castañas del Estado benefactor contra el corazón de la familia al arrogarse a sí mismo la autoridad del padre como protector y proveedor. En vista de esto, David Gordon del Instituto Ludwig von Mises señala que, contrariamente a la impresión común de que los libertarios son librepensadores y libertinos, «Muchos libertarios (…) son libertarios precisamente porque desean proteger los valores y la cultura tradicionales frente al Estado».
La reconciliación de la libertad y la virtud del libertario cristiano se hacen eco del anterior «fusionismo» de Frank S. Meyer, pero también se remonta a los escolásticos españoles y su rigurosa defensa de la libertad, el libre mercado, el dinero sano y el imperio de la ley. Típico fue Pedro Fernández de Navarrete, capellán del rey de España, que escribió en 1619 que «el origen de la pobreza son impuestos altos» y que el único «país agradable es uno en el que ningún hombre tiene miedo de los recaudadores de impuestos». ¡El rector de la parroquia episcopal de George Bush puede predicar posturas similares!
Tomar una postura moral se ha vuelto inextricablemente vinculado con nuestra política. William Bennett dice que derogar las leyes contra el consumo de drogas es lo mismo que aprobar la adicción. Pero como James Sadowsky señala, el libertarismo no «exige la aprobación moral de todos los comportamientos que legalizaríamos. Nosotros aceptamos la distinción actoniana entre la ley civil y la ley moral». Esta posición no es, como algunos acusan, una negación del pecado original, sino más bien una afirmación de su desgraciada importancia. Un hombre que da rienda sueltas a sus tendencias pecaminosas hace mucho más daño como un funcionario estatal que como un individuo privado.
Iliberal
En su aceptación del pecado original, así como una serie de otros caminos, los libertarios cristianos se distinguen de la mayoría de los liberales clásicos. Frédéric Bastiat y Lord Acton basaron su liberalismo en el cristianismo, pero la mayoría de los liberales clásicos eran ateos benthamitas. Rothbard señala que, excepto en Inglaterra, cuando estos liberales «llegaron al poder, confiscaron tierras de la iglesia, suprimieron órdenes religiosas y nacionalizaron escuelas de la iglesia. Su odio del cristianismo fue mucho más importante para ellos que su supuesto amor a la libertad».
Con el randismo siguiendo a Ayn Rand a la tumba, el futuro está con los libertarios cristianos. Y estas son buenas noticias para los conservadores.
«Muchos conservadores cristianos han sido desanimados por lo que parecía ser la irreligiosidad del libertarismo, el relativismo moral y la creencia en los ‘derechos de los homosexuales’» dice Joseph Sobran. «Pero el surgimiento, o más bien el resurgimiento, del libertarismo cristiano —que rechazan todas esas cosas— hace posible que nos unamos para limitar al Estado gigante. Todos somos libertarios cuando se trata del gobierno federal. Y todos somos conservadores en nuestros valores culturales y morales».
La gran noticia de la era post-Reagan puede que no sea una división, sino una sanación: la unión de las dos ramas de la derecha vieja. Es, incluso como un rápido vistazo a Washington D. C. mostrará, una alianza cuyo momento ha llegado.
En lo que creen los libertarios cristianos
- Las normas objetivas de la moralidad son esenciales para un orden social libre y civilizado.
- La cultura occidental es eminentemente digna de preservación y defensa.
- La autoridad social vigorosa —encarnada en la familia, la iglesia y otras instituciones mediadoras— es una piedra angular de la sociedad virtuosa.
- La ética igualitaria es moralmente reprobable y destructiva de la propiedad privada y la autoridad social.
- El Estado leviatán es la principal fuente institucional del mal a lo largo de la historia.
- El libre mercado sin trabas es moralmente y de manera práctica superior a todos los demás sistemas.
- La propiedad privada es económica y moralmente necesaria.
- El Estado militar amenaza la libertad y el bienestar social.
- El Estado benefactor es robo organizado.
- Las libertades civiles correctas se basan en los derechos de propiedad.
Traducción: Oscar Grau