La “proyección” consiste en la acusación sin fundamento contra otros de hacer algo desagradable, inmoral o ilegal, cuando es el acusador quien en realidad está haciéndolo. Por ejemplo, un ladrón que, sin pruebas, acusa a otros de ser ladrones. Ésto es lo que hacen los socialistas cuando llaman “fascistas” a sus oponentes intelectuales y políticos, o los comparan con Hitler. Como nos recordara recientemente Lew Rockwell en un ensayo titulado El nacionalsocialismo era socialismo, el fascismo es socialismo. El hecho de que los socialistas llamen a los oponentes del socialismo fascistas y parecidos a Hitler, es un típico ejemplo de proyección.
Los socialistas comenzaron afirmando que su objetivo era el igualitarismo forzado, siendo sus medios la propiedad gubernamental de los medios de producción. Luego, según Ludwig von Mises, también llegó a ser definido como el control gubernamental de los medios de producción privados mediante regulación, controles y regimentación gubernamentales omnipresentes. El objetivo ostensible seguía siendo el igualitarismo, pero los medios eran diferentes. En la edición de 1976 de Camino de servidumbre, F. A. Hayek escribió que en esa época el socialismo también significaba la búsqueda del igualitarismo por otro medio: la redistribución del ingreso a través de las instituciones del estado de bienestar y el impuesto progresivo sobre la renta.
Hoy en día, quienes se autodenominan “woke” definen el socialismo como “diversidad, equidad e inclusión” (DEI), sinónimo de igualitarismo, junto con planificación central integral a través de la regulación en nombre de la “lucha contra el cambio climático” (el Green New Deal). Lo que estas definiciones de socialismo tienen en común es que todas requerirían un poder gubernamental totalitario y la abolición de los derechos de propiedad, el estado de derecho, las libertades civiles, el constitucionalismo y la libertad económica en general, todo en nombre de la “equidad”, la nueva palabra de moda para el igualitarismo socialista.
Los socialistas de hoy ven a Donald Trump y sus seguidores políticos como su principal obstáculo, por lo que naturalmente los etiquetan implacablemente como fascistas y similares a Hitler. Un titular típico de The Washington Post era “Cómo se compara la retórica de Trump con la de Hitler”. Otro era “Sí, está bien comparar a Trump con Hitler”. El sitio web de la Radio Pública Nacional tenía un titular que anunciaba que “Donald Trump usó un lenguaje en un discurso que se hizo eco de Hitler”. En una ocasión Joe Biden anunció públicamente que “Trump se hace eco del lenguaje que se escuchó en la Alemania nazi”. “Llamar Hitler a Trump se ha convertido en parte de la rutina” de la campaña de Biden, escribió POLITICO a principios de 2024, antes de que se convirtiera en “parte de la rutina” de la campaña de Harris.
En realidad, son los marxistas culturales “woke” de hoy en el gobierno, las universidades, los llamados “medios de comunicación”, la industria del entretenimiento, y gran parte de las corporaciones estadounidenses, incluidas las personas e instituciones citadas anteriormente, quienes son los verdaderos fascistas. Son los hijos políticos del comunista italiano de principios del siglo XX, Antonio Gramsci, quien les enseñó que el camino hacia el socialismo debía avanzar con una “larga marcha a través de las instituciones”. Su larga marcha socialista ha concluido con la captura de todas las instituciones mencionadas anteriormente. Ahora están ocupados manipulando las elecciones, “cancelando” a cualquiera que no esté de acuerdo con ellos, utilizando la “guerra legal” para encarcelar a sus oponentes políticos, y utilizando los poderes del gobierno para tratar de destruir la Primera Enmienda. Hillary Clinton, la instigadora ampliamente reconocida del “engaño ruso”, la mayor mentira política que se recuerda, propuso recientemente sentencias de prisión para cualquiera que difunda “información errónea” (es decir, que critique sus agendas políticas) en Internet. Hablemos de proyección con esteroides.
El fascismo ES socialismo
Benito Mussolini, quien gobernó la Italia fascista, se llamó a sí mismo “socialista internacional” antes de rebautizarse como “nacionalsocialista”, que es como se definía a un fascista en el siglo XIX. La empresa privada estaba permitida en la Italia fascista, pero estaba regulada y controlada con puño de hierro por políticos fascistas. Como tal, era socialismo, como explicó von Mises.
La edición de 2007 de Camino de servidumbre, publicada por la University of Chicago Press, incluía un apéndice que era un ensayo de F.A. Hayek titulado El socialismo nazi. “El carácter socialista del nacionalsocialismo ha sido generalmente poco reconocido”, escribió Hayek. Ésto es sorprendente a primera vista: ¿por qué algo llamado “nacionalsocialismo” no sería considerado socialismo? (Pista: porque los socialistas entienden que Hayek tenía razón cuando en Camino de servidumbre escribió que bajo el socialismo “los peores ascensos a la cima” en política: Hitler, Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, Castro, Ceausescu y el resto, no eran simplemente sólo aberraciones).
“El anticapitalismo generalizado estaba en el corazón del nacionalsocialismo”, dijo Hayek. La plataforma del Partido Nazi “estaba llena de ideas parecidas a las de los primeros socialistas”, incluyendo “un odio feroz a todo lo capitalista: la búsqueda de beneficios individuales, las grandes empresas, los bancos, las sociedades anónimas, los grandes almacenes, las finanzas internacionales y el capital de préstamos, el sistema de ‘esclavitud de intereses’”.
Hayek describió el nacionalsocialismo alemán como “un violento ataque anticapitalista” cuyo lema era “El fin del capitalismo”. “Todos los dirigentes” del fascismo alemán e italiano “comenzaron como socialistas y terminaron como fascistas o nazis”, escribió.
Mussolini escribió en su libro Fascismo: doctrina e instituciones que “la concepción fascista de la vida subraya la importancia del estado y acepta al individuo sólo en la medida en que sus intereses coincidan con los del estado. Se opone al liberalismo clásico”. “Si el liberalismo clásico significa individualismo”, dijo el dictador fascista, “el fascismo significa gobierno”. Mussolini anunció con gran grandilocuencia que el siglo XX era “el siglo colectivo y, por lo tanto, el siglo del estado”. ¿Qué socialista no aprobaría eso?
Los fascistas italianos y alemanes adoptaron ambos tipos de socialismo que describió von Mises: nacionalizaron muchas industrias, más de la mitad en Alemania, y el resto fueron nacionalizadas de facto con control regulatorio y reglamentación gubernamentales generalizados.
El apologista nazi Paul Lensch era marxista confeso, miembro del Reichstag que elogió el “socialismo de guerra” de la Primera Guerra Mundial, y autor de Tres años de revolución mundial. En él, siguió a Mussolini al denunciar el “liberalismo inglés”, y especialmente el individualismo (es decir, el respeto por todos los individuos), y pidió reemplazar estas “ideas políticas heredadas” por el “socialismo”, que “debe presentar una oposición consciente y decidida al individualismo”. En consecuencia, el punto filosófico fundamental del Programa de 25 puntos del Partido Nazi era “El bien común viene antes que el bien privado” y, por supuesto, el estado definía qué es “el bien común”. Una definición clásica del colectivismo.
Como buenos socialistas, los nazis exigieron en su plataforma que los “usureros y especuladores [banqueros y empresarios] capitalistas … fueran castigados con la muerte”. Los medios de comunicación debían estar bajo un estricto control gubernamental para eliminar las “mentiras conocidas” sobre el fascismo; en esencia, idéntico a la reciente propuesta de Hillary Clinton de encarcelar a quienes difundieran “desinformación” sobre sus preferencias políticas.
Como todos los regímenes socialistas del siglo XX, los nazis exigían poder gubernamental monopólico y centralizado, y la abolición del federalismo y la descentralización. “Exigimos la formación de un poder central fuerte en el Reich” y “autoridad ilimitada del parlamento central sobre todo el Reich”. Eso es, por supuesto, exactamente lo que quieren los marxistas culturales “woke” de hoy, con su manipulación electoral, censura, guerra legal y llamados a abolir la Constitución, la Corte Suprema, el colegio electoral y cualquier otra cosa que se interponga en el camino de la “autoridad ilimitada” en el gobierno central. Saben exactamente lo que están haciendo porque, después de todo, son fascistas.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko