Dado que Washington parece cada vez más decidido a luchar contra Beijing por Taiwan, los estadounidenses preocupados tienen razón en preguntarse: ¿cómo llegó la cuestión de Taiwán a ser de tanta importancia para estas potencias globales?
Mientras que varias islas cercanas, como Penghu (Pescadores), se incorporaron a la política china durante el período de exploración de aguas azules de los Ming en los siglos XIV y XV, Formosa (Taiwán) nunca lo fue.
Después de cerrar sus actividades navales a gran escala a mediados del siglo XV, los Ming se contentaron en gran medida con dejar que las compañías comerciales rivales de los portugueses y los holandeses se pelearan por la influencia en Formosa, donde el comercio giraba en torno del té y el alcanfor.
En un extraño episodio de la historia que se repite, la isla se convirtió por primera vez en el centro de atención de un régimen gobernante de China continental, como resultado de una guerra civil que necesitaba concluir: desplazada en 1661 por las fuerzas invasoras de Manchuria (los Qing, lo que quedaba de la camarilla gobernante Han), los Ming se retiraron a Formosa. Fue después de su derrota definitiva en 1683 que Formosa comenzó a integrarse ética y administrativamente a China (proceso que se completó alrededor de un siglo después).
A pesar de su importancia como centro comercial en los siglos posteriores, cuando los japoneses tomaron posesión de Formosa al final de la Primera Guerra Sino-Japonesa (1894-95), según los términos del Tratado Shimonoseki (1885), los nuevos gobernantes de la isla encontraron una sociedad, una economía y un sistema político prácticamente intactos por la modernidad.
Y aunque inicialmente fue brutal, al reprimir una insurgencia antijaponesa de chinos emigrados y taiwaneses nativos, la administración colonial japonesa de la isla, que duró hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, vería a la isla transformarse en una sociedad educada, urbanizada y racionalizada con niveles de vida mucho más altos que en el continente.
A pesar de la creciente brecha, la mayoría de los taiwaneses, cuyos vínculos culturales con el continente todavía eran fuertes, estaban dispuestos a volver a unirse a China continental cuando la guerra finalmente terminó, aunque vale la pena señalar que esta disposición duró poco, ya que el régimen del Kuomintang (KMT) reprimió brutalmente un levantamiento de masas contra su terrible mal gobierno en 1947.
El presidente Franklin D. Roosevelt, a quien puede atribuírsele gran parte de la culpa de una serie de problemas, también sentó las bases de un desventurado trato con China, incluido Taiwan.
De hecho, si bien existía una posibilidad razonable de que Taiwan hubiera podido ser un país independiente al final de la Segunda Guerra Mundial, fueron FDR y su sucesor, Harry Truman, quienes se aseguraron de que ésto no sucediera.
Ignorando la sabiduría de muchos de sus predecesores, que se habían negado a involucrarse tanto en las disputas internas chinas como en sus disputas con el vecino Japón, FDR comenzó a apoyar al régimen del KMT de Chiang Kai-Shek.
Mao había expresado, al menos en una ocasión, su ambivalencia, al afirmar en 1936 que no consideraba que Taiwan fuera “territorio perdido”.
Sin embargo, en una reunión en El Cairo (1943), FDR aceptó la insistencia de Chiang Kai-Shek en que Taiwan fuera devuelto a China. Una vez que eso sucedió, y una vez que Harry Truman salvaguardó su retiro en Taiwan, el cálculo desde la perspectiva de Beijing cambió.
Como en el caso del siglo XVII de las dinastías Ming y Qing, ningún gobierno que pretendiera ser el gobierno legítimo de China podía tolerar la existencia continua de un aspirante rival al título que ocupara una gran fortaleza insular a menos de cien millas de la costa continental.
Prácticamente todas las fuentes primarias y secundarias están de acuerdo: el estallido de una guerra masiva en Corea llevó a que el destino de Taiwan quedara arrastrado al paradigma de la Guerra Fría. Desde las historias oficiales hasta los relatos revisionistas y posrevisionistas, cualesquiera sean los matices particulares del relato en cuestión, incluidos los realistas libertarios que señalan las estructuras de incentivos políticos internos que impulsaron principalmente la toma de decisiones en materia de política exterior, la decisión de luchar en la Guerra Fría aseguró que Taiwan sería un protectorado estadounidense después de la huida de Chiang y el KMT a la isla tras su derrota en la Guerra Civil china ante Mao y el Partido Comunista Chino (PCCh).
Sin duda, hubo muchas voces en el Departamento de Estado que habían defendido abandonar al incompetente, corrupto y brutal Chiang, y simplemente hacer lo mejor que pudieran con el gobierno comunista que veían como inevitablemente en camino a ganar la reanudación de la Guerra Civil china; sin embargo, la mayoría de estas voces serían purgadas o renunciarían durante la (segunda) amenaza roja, y la restrictiva atmósfera de la Guerra Fría que siguió significó que no se pudieron aprovechar las posibles aperturas hacia China.
El hecho de que los entusiastas guerreros de la Guerra Fría no hayan podido comprender esta maniobra lógica, que consistía en explotar las crecientes divisiones entre Moscú y Beijing, se debió en gran medida a los esfuerzos del “lobby chino”, los partidarios de la “China libre” o de la República de China en Taiwan.
Algunos, como el empresario neoyorquino Alfred Kohlberg, tenían intereses financieros en juego; otros, como el ex embajador de Estados Unidos en China Patrick J. Hurley, tenían compromisos personales e ideológicos; otros, como los senadores Barry Goldwater y William Knowland, combinaron estos factores; mientras que el magnate de los medios Henry Luce, propietario de Time y Life, aseguró plataformas de oposición de alto perfil. Se combinaron para resistir los intentos de normalizar las relaciones con Beijing y abandonar Taiwán, a pesar del deseo de varias administraciones de la Casa Blanca de hacer precisamente eso.
Como lo admiten fácilmente historiadores de renombre, como Nancy Bernkopf Tucker, fueron estas fuerzas las que hicieron imposible la ruptura clara con el régimen autoritario y provocador de Taipei, deseado por Richard Nixon, Gerald Ford y Jimmy Carter.
Cuando Ronald Reagan, rabioso defensor de Taiwan, ganó la Casa Blanca, consolidó el malsano statu quo.
Taiwan sigue disfrutando de una fuerte presencia de lobby en el Capitolio, alentada ahora por el complejo de think tanks alineados con los intereses militares, industriales y gubernamentales extranjeros. Ninguno de ellos va a decir nunca algo tan obvio como la verdad: el destino de Taiwan no tiene literalmente nada que ver con el bienestar del pueblo estadounidense, o incluso del estado estadounidense en general.
Se trata de poder –específicamente, del poder de Washington.
Como informó Dave DeCamp en 2021, se produjo un cambio fundamental en Washington durante los años de Donald Trump: Taiwan ya no era visto como un “problema” en las relaciones chino-estadounidenses. Más bien, se lo veía como una “oportunidad” para avanzar en la agenda de contención y anti-Beijing de Washington.
Los estadounidenses deben ser conscientes de este hecho: lo único que “amenaza” China es el intento de Washington de dominar la región a través de su red clientelar.
Taiwan ocupa cada vez más un lugar central en esta batalla.
Por su parte, Taiwan ha seguido siendo desde la década de 1950 un objetivo primordial de Beijing, y es poco probable que ésto cambie.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko