Al comentar en una entrevista reciente en la radio el anuncio a página entera del 24 de Junio del Mises Institute en The Wall Street Journal, titulado “¿Quién necesita a la Reserva Federal?”, la mayoría de los entrevistadores expresaron naturalmente su escepticismo sobre si se podría alguna vez abolir la Reserva Federal, y si se podría reinstaurar el patrón oro y plata. Me recordó algo que dijo Murray Newton Rothbard al respecto. Si el gobierno hubiera monopolizado, digamos, la producción de zapatos hace cien años, y alguien sugiriera la privatización de la producción de zapatos, habría gritos de: “¿Quién fabricará zapatos? ¡El gobierno siempre ha fabricado zapatos!”
Bueno, Estados Unidos no siempre ha tenido un banco central y, de hecho, los tres precursores de la Reserva Federal –el Banco de Norteamérica, el Primer Banco de los Estados Unidos, y el Segundo Banco de los Estados Unidos– fueron abolidos en los siglos XVIII y XIX. Ocurrió entonces y puede volver a ocurrir.
En El misterio de la banca, Rothbard explicó cómo el Banco de Norteamérica (1782-1783) fue “impulsado en el Congreso” por el representante Robert Morris, financista de Filadelfia y líder del partido federalista. La agenda de los federalistas, dijo Rothbard, era “reimponer en los nuevos Estados Unidos un sistema de mercantilismo y gran gobierno similar al de Gran Bretaña, contra el cual se habían rebelado los colonos”. Eso habría incluido un gobierno central poderoso, con un rey o “presidente permanente”, como dijo Alexander Hamilton, el que “sería construido con altos impuestos y una pesada deuda pública … aranceles elevados … una gran armada para abrir y subsidiar mercados extranjeros para las exportaciones estadounidenses, y lanzar un sistema masivo de obras públicas internas” (también conocido como gasto clientelar). Estados Unidos iba a tener “un sistema británico sin Gran Bretaña”.
Un componente clave de lo que Rothbard llamó “el plan Morris” fue “organizar un banco central [según el modelo del Banco de Inglaterra] para proporcionar crédito barato y dinero expandido para él y sus aliados”. Se le dio al banco el privilegio monopólico de que sus billetes pudiesen ser utilizados en todos los pagos de impuestos a los gobiernos estatales y al gobierno federal, ¡y no se permitió que existiera ningún otro banco en el país! A pesar de estos privilegios monopólicos, la falta de confianza pública en los billetes del banco llevó a su severa depreciación, tanto que el banco fue privatizado después de aproximadamente un año y medio.
El ex presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, anunció una vez orgullosamente que Alexander Hamilton era el padre fundador de la banca central en Estados Unidos y, de hecho, lo era. Era lo que Rothbard llamó “el joven discípulo de Morris” y, como secretario del Tesoro, ayudó a Morris y a sus socios comerciales a restablecer un banco central, al defender el Primer Banco de los Estados Unidos (1791-1811), creado después de un debate histórico con Thomas Jefferson sobre la constitucionalidad de un banco nacional dirigido por políticos.
Jefferson argumentó correctamente que una institución de ese tipo no se encontraba entre los poderes delegados del gobierno federal, y que la convención constitucional debatió el tema y decidió no hacerlo. Hamilton respondió inventando su teoría de los “poderes implícitos” de la constitución que, hasta el día de hoy, tiene el efecto de permitir a los políticos decir que casi todo lo que hace el gobierno federal es “constitucional”.
Creado en 1791, “el Banco de los Estados Unidos cumplió rápidamente con su potencial inflacionario”, escribió Murray Rothbard en Historia de moneda y banca en Estados Unidos. Emitió millones de dólares en papel moneda y depósitos a la vista, además de U$S 2 millones en oro y plata. Invirtió fuertemente en préstamos al gobierno de los Estados Unidos. Rothbard escribió que “el resultado de la efusión de crédito y papel moneda fue un aumento de los precios de 72% entre 1791 y 1796”.
Los comerciantes del Norte y los especuladores de bonos apoyaron al Banco, pero la creciente carga impositiva impuesta por los federalistas para apoyar la deuda pública en rápido crecimiento, provocó una reacción política que terminó cuando el Congreso permitió que su estatuto caducara en 1811.
La Guerra de 1812 fue entonces utilizada como excusa para que el banco volviera a operar con el fin de monetizar la deuda de guerra. Volvió a funcionar en Enero de 1817 e infló rápidamente la moneda, lo que provocó el Pánico de 1819, que Murray Rothbard llamó “la primera depresión en el nuevo país”.
En su libro Los estados soberanos, James J. Kilpatrick dedica un capítulo a los efectos del Segundo Banco en varios estados. Escribió sobre la mala gestión, la especulación y el fraude que eran tan generalizados, que crearon “una ola de hostilidad hacia el Banco de los Estados Unidos en todo el país”. Indiana e Illinois modificaron sus constituciones para prohibir que el Banco de los Estados Unidos (BUS) operara allí. Carolina del Norte, Georgia, Maryland, Tennessee y Kentucky impusieron fuertes impuestos a las sucursales del BUS que aparecieron en esos estados (U$S 60.000 al año en Kentucky). El propósito obvio de estos impuestos era expulsar al BUS del estado. Cuando el BUS se negó a pagar el impuesto de U$S 50.000 al año sobre cada una de sus dos sucursales al estado de Ohio, la legislatura de Ohio envió un alguacil armado al banco, el entró en la bóveda y recuperó U$S 100.000. Connecticut, South Carolina, New York y New Hampshire siguieron el ejemplo de Ohio.
En la década de 1820, el BUS se había convertido en un gigante burocrático con 29 sucursales; su sede principal en Filadelfia “parecía un templo griego”, escribió el historiador Robert Remini, y “se había ganado el odio y el miedo generalizados en una parte sustancial de la nación”.
Al asumir el cargo en Marzo de 1829, el presidente Andrew Jackson condenó al BUS como “un monstruo, un monstruo con múltiples cabezas … equipado con cuernos, pezuñas y una cola tan peligrosa, que dañaba la moral de nuestro pueblo, corrompía a nuestros estadistas, y amenazaba nuestra libertad. Compraba miembros del Congreso por docenas … subvertía el proceso electoral, y buscaba destruir nuestras instituciones republicanas”.
Los partidarios del BUS eran los restos corruptos de la vieja maquinaria política hamiltoniana/federalista, principalmente de las filas del “1%” de la época. Sus oponentes eran, en cambio, “hombres de todas las clases” y “de todos los sectores del país”, escribió Remini en Andrew Jackson y la guerra de los bancos.
El 10 de Julio de 1832, el presidente Andrew Jackson vetó el proyecto de ley para renovar la constitución del BUS, y su veto no fue anulado. El BUS acabó cerrando en los años siguientes. La declaración de veto de Jackson condenaba rotundamente el favoritismo político institucionalizado del BUS el que, por supuesto, siempre fue el principal objetivo de Hamilton (y Morris). “Es de lamentar que con demasiada frecuencia los ricos y poderosos dobleguen los actos del gobierno para sus fines egoístas”, dijo Jackson. Las concesiones gubernamentales de “títulos, gratificaciones y privilegios exclusivos, para hacer a los ricos más ricos, y a los poderosos más poderosos”, son ilegítimas, dijo. “Los miembros humildes de la sociedad … “quienes no tienen ni el tiempo ni los medios para conseguir favores similares … tienen derecho a quejarse de la injusticia de su gobierno”. Luego vetó el proyecto de ley.
Los historiadores estatistas de la corte, de la profesión de historia académica estadounidense, han calumniado durante mucho tiempo esta declaración libertaria clásica, como “menospreciable”, escribió Robert Remini. Por supuesto que lo han hecho. Los historiadores de la corte siempre son recompensados de innumerables maneras por ser los apologistas, propagandistas y portavoces del corrupto establishment político.
Así que hay tres ejemplos en la historia estadounidense de bancos centrales abolidos. Los descendientes políticos de la antigua coalición Hamilton/Federalista necesitaron otros 75 años para restablecer otro banco central que, durante los últimos 111 años, ha provocado los peores ciclos de auge y caída en la historia de Estados Unidos, la peor alza de precios en la historia de Estados Unidos, ha rescatado a bancos corruptos e incompetentes con incalculables miles de millones de dólares, y ha fomentado exactamente el mismo tipo de favoritismo y corrupción que tanto enfureció a los libertarios jacksonianos. La Reserva Federal no puede ser reformada. Es hora de que la Reserva Federal siga el mismo camino que el Banco de Norteamérica y el Banco Central de los Estados Unidos.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko