La inflación del gobierno y del sistema bancario suele verse favorecida inconscientemente por la gente, que generalmente cree que algún aumento periódico moderado de los precios es normal. Si los precios pudieran disminuir debido al crecimiento económico (resultado de mayor productividad), las personas podrían conservar una mayor parte de sus ingresos para planificar a más largo plazo y ahorrar más sin tener que preocuparse por la disminución de su valor. Y si la demanda social de dinero aumenta, cualquier aumento de los precios podría ser proporcionalmente menor que el aumento de la cantidad de dinero. Sin embargo, como el gobierno en Argentina gastaba constante y significativamente más que lo que recauda en impuestos, e imprimía dinero para financiar el gasto excesivo, el alza de precios más allá de lo «normal» se convirtió en la nueva normalidad.
No obstante, como Ludwig von Mises escribió: «La inflación sólo puede continuar mientras persista la convicción de que algún día cesará. Una vez que la gente está convencida de que la inflación no se detendrá, abandona el uso de este dinero». Por lo tanto, existe un límite a la inflación, aunque amplio, cuando la inflación arruina la moneda de la que depende la gente para tomar sus decisiones económicas; este límite es el fenómeno de la hiperinflación. El gobierno argentino alcanzó este límite tantas veces, que los argentinos han preferido durante mucho tiempo planificar, ahorrar y calcular en otra moneda: el dólar. Entonces, el peso sólo se mantiene vivo gracias al gobierno, pero en realidad está muerto según los estándares del mercado, porque el mercado argentino ha rechazado el peso durante mucho tiempo, y desde entonces funciona en dólares.
El cepo y los beneficiarios del peso
El gobierno no dejaría al pueblo en paz. Prevalecen las leyes de curso legal. Mientras tanto, el efecto confiscatorio de la inflación es menor que lo que el gobierno espera; una menor demanda de pesos permite que el gobierno extraiga menos recursos, ya que el aumento de los precios significa un poder adquisitivo reducido del peso. Además, a medida que cae la demanda social de pesos y aumenta la demanda social de dólares, el precio del dólar aumenta en términos de pesos. Con el dólar guiando el mercado, el gobierno aún puede obtener recursos. Y como el precio del dólar es demasiado alto para las autoridades gubernamentales, deciden poner obstáculos a su precio en pesos, impidiendo su libre cambio; imponen varios tipos de cambio para quitarle más dinero al pueblo, escogiendo a perdedores y ganadores relativos en el camino. Así, el gobierno impone control de precios y otras regulaciones sobre el dólar a través del peso. (Este control de divisas es conocido como cepo.) Dado que muchas transacciones deben ser realizadas en pesos, los que se han encarecido debido al cepo, hay menos incentivo para invertir en dólares. Incluso se desalientan las exportaciones, porque la gente se ve obligada a perder dólares en sus ganancias. Para empeorar las cosas, el gobierno pone obstáculos a los inversores que quieren llevar sus dólares al exterior, desincentivando aún más las inversiones. El cepo genera exceso de demanda y escasez de dólares. Y a medida que se vuelve más difícil conseguir dólares para comprar en el extranjero, también se desalientan las importaciones.
Con todo esto, toda la economía se empobrece y el sector productivo es el que tiene menos incentivos para usar pesos. Por el contrario, el sector público, también consciente de la rápida pérdida de poder adquisitivo del peso, ve sus salarios aumentar de manera más constante que otros. Y dado que los precios no aumentan al mismo tiempo y al mismo ritmo, a medida que aumenta la oferta de pesos los primeros tenedores (y otros) se benefician en relación con los últimos, en la medida en que utilicen sus pesos lo antes posible y no deban vender nada para obtenerlos. Por lo tanto, los consumidores netos de impuestos y los acreedores artificiales no están en desventaja como quienes deben vender algo para financiar sus actividades.
Esta es la Argentina que encontró Javier Milei cuando asumió la presidencia.
La interminable hiperinflación
El asunto de la hiperinflación ha aparecido con frecuencia en los medios argentinos durante décadas de inflación crónica. Es seguro decir que los argentinos están acostumbrados a una moneda hiperinflacionaria. No en vano, nada más asumir el cargo, Milei declaró la prioridad de evitar la hiperinflación. Pero como la hiperinflación ya estaba en marcha, es decir, como la inflación era demasiado alta y la gente cambiaba sus pesos tanto como era posible, sólo podía referirse a un pico de hiperinflación.
En el pico, cuando el gobierno imprime enormes cantidades de pesos, la demanda y el valor del peso se aproximan a cero, lo que rápidamente hace que los precios aumenten exorbitantemente y se intensifique la huída de los pesos. Las consecuencias para la economía serían desastrosas si los argentinos no tuvieran dólares. Sin embargo, tienen dólares y su economía funciona con ellos. El capital, los ahorros y los balances se valoran en dólares. Y como prácticamente nadie almacena valor en pesos, la riqueza social se mantendría prácticamente sin cambios con el pico. Por tanto, cualquier pico en Argentina es mucho menos dañino que en cualquier otro país no acostumbrado a una situación similar. Pero hacer creer a los argentinos que evitar este pico y tratar de estabilizar el peso es lo correcto, es hacerles creer que lo correcto no es escapar de la inflación crónica de la manera correcta, es decir, dejando morir al peso.
La muerte oficial del peso
Siempre es bueno tener una moneda menos inflacionaria, pero aquí la receta para la prosperidad económica y la justicia no es evitar el pico y revertir la tendencia a través del poder del Estado, sino dejar que la economía en general, y el peso en particular, toquen fondo, y dejar que el mercado sea lo más libre posible. Este tocar fondo no es igual para todos y la muerte oficial del peso es permisible. Por lo tanto, si el gobierno se hace a un lado y deja que el mercado dirija la economía (en el mejor de los casos, repudiando toda la deuda pública o, al menos, pagando deudas y bonos con la venta o entrega de activos del gobierno), la demanda de pesos caerá eventualmente tan bajo que dejarán de tener valor, y los argentinos se librarán de su carga inflacionaria. Esta es la única vía legítima a través de la cual el gobierno podría adoptar un dinero mercancía libremente intercambiado, el dólar, o una nueva moneda (que sólo puede ser establecida a menos que pueda ser cambiada por un dinero previamente existente).
Los más afectados por esta vía serán aquellos que más se benefician con los esquemas de explotación gubernamental a través del peso. Y a la objeción de que también se destruirán los ingresos de los particulares en pesos: en primer lugar, nadie tiene derecho a que se mantenga vivo el peso por la fuerza, como nadie tiene derecho a que se mantenga vivo su negocio por la fuerza para evitar la bancarrota; y segundo, los argentinos tienen dólares, y los incentivos económicos no desaparecerán. Entonces, si el gobierno permite el libre uso de monedas, los argentinos rápidamente se coordinarán sin que el peso sea forzado en ellos.
La lucha contra la inflación
Luego de una devaluación inicial, y aunque la administración de Milei nunca dejó de imprimir pesos, los indicadores de alza mensual de precios indican una caída constante desde que Milei asumió el cargo. El gobierno ha generado más deuda para evitar imprimir; por ejemplo, emitiendo Letras del Tesoro reembolsables durante el año. Y el banco central ha dejado de financiar al Tesoro y se ha dedicado, entre otras cosas, a aumentar sus reservas en dólares.
Ciertamente, una administración comprometida con el pago de las deudas y bonos gubernamentales difícilmente podría elegir la vía correcta. Buena parte de estas deudas y bonos están en dólares, por lo que el gobierno todavía necesita comprar dólares para «honrar» las deudas y respetar los «contratos y derechos de propiedad», como prometió Milei —contrariamente a cualquier compromiso real con la propiedad privada y los contratos— cuando habló de sus planes con el Fondo Monetario Internacional antes de las elecciones.
Si no fuera suficiente con que los superávits presupuestarios de Milei no sean motivo para seguir recortando los ingresos del gobierno (recortó el gasto pero también aumentó los impuestos) y desinflando la oferta monetaria, la lucha contra la inflación bajo Milei se lleva a cabo en contra de las señales del mercado y los principios libertarios, con el cepo y manteniendo y alimentando el peso en interés del Estado y de sus amigos más queridos: los banqueros. Y a medida que el precio del peso ha aumentado artificialmente en términos de dólares, la productividad se ha estancado y el costo de vida ha aumentado, la gente ha estado vendiendo dólares para llegar a fin de mes; y el ahorros y la inversión también se han visto afectados. En resumen, la lucha de Milei ha favorecido comparativamente más a los agentes estatales, a los beneficiarios de asistencia social y a la clase bancaria. Es decir, su lucha ha sido mala para la economía y para la clase productiva, y buena para las clases explotadoras e improductivas.
Dejando de lado la cuestión de cómo surgió el dinero fiduciario, cualquier papel moneda fiduciario, ya sea el peso o el dólar, no tiene valor de uso intrínseco, o este valor es intrascendente en comparación con el valor de cambio. En este caso, el valor atribuido al dólar se debe a su futuro poder adquisitivo, algo en lo que el peso ha fracasado miserablemente durante décadas.
En última instancia, mientras los argentinos continúan intercambiando sus pesos por bienes o dólares como pueden, el peso permanece en un estado constante de hiperinflación. La intolerable indeterminación de los precios y la rápida pérdida de poder adquisitivo hacen imposible la contabilidad costo-beneficio y el ahorro a través del peso. Y si el gobierno no estuviera constantemente tratando de evitar que la gente rechazara el peso, lo usarían cada vez menos. En consecuencia, el desempeño de Milei en este tema no puede ser defendido sobre la base de ningún compromiso real con la propiedad privada y la libertad de elección.
Y, sin embargo, ni un cese prolongado de la impresión de pesos que podría cerrar el grifo y desacelerar las expectativas inflacionarias, ni el fin de la inflación monetaria, estabilizarán el peso hasta que los argentinos elijan los pesos de manera tan voluntaria como eligen los dólares, sin que ninguna política gubernamental obligue a su uso. No sólo eso, otros factores relacionados con la calidad del dinero, como la historia monetaria de Argentina, dificultan que las personas productivas confíen en el gobierno y prevean un futuro cercano sin considerar el peso como una espina clavada, independientemente de la cantidad de pesos. Pero para abandonar el peso de la manera correcta, la administración de Milei debe ir en contra de los intereses estatistas y bancarios; en Argentina y en el extranjero.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko.
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