Hacia el final de su vida, Murray empezó a conseguir que su trabajo académico tuviera salida constante, a pesar de ser rechazado por el establishment académico. Comenzó a recibir más encargos de los que podía atender. Pero, ¿qué hay de esas montañas de material popular? Yo intentaba encontrar mercados para esta fabulosa pluma, y a menudo lo conseguía, pero, como sabe cualquier trabajador autónomo, las reescrituras, los derechos de autor, los plazos y los seguimientos pueden atarte de pies y manos. Según su benefactor y amigo de California, Burton S. Blumert, lo que Rothbard necesitaba era una salida regular para su trabajo no académico. Y como cada artículo era una joya, Burt se horrorizaba al pensar que se le negara al mundo una sola oración.
El propósito de The Rothbard-Rockwell Report era proveerle esa salida estable y fiable. (Sin ninguna buena razón, insistió en que mi nombre también apareciera en la cabecera). Sabíamos que habría demanda por su trabajo, pero lo que nos tomó por sorpresa fue el papel crucial que la Triple R desempeñaría en la configuración de la historia política americana. Burt me dice que no puedo revelar los nombres de todas las personas famosas que se suscribieron a esta publicación relativamente cara, pero entre ellas había un número sorprendente de actores, para bien y para mal, de la derecha y de la izquierda.
La Triple R combinaba economía libertaria contra el gobierno, patriotismo local descentralista, aislamiento antibélico y una visión cultural reaccionaria que veía en el gobierno la clave de la pérdida de la vieja república. Mientras su reputación se extendía y su base de suscriptores leales crecía, la publicación se convirtió en un foro líder en la defensa de los asuntos y grupos que habían sido excluidos (tanto por cuestión de hábito como de política) de las publicaciones convencionales de la derecha. Sus páginas defendían a los grupos defensores del derecho a la tierra frente a los ecologistas, a las milicias ciudadanas frente a los confiscadores de armas, a los aislacionistas frente a los imperialistas, a los paleoconservadores frente a los neoconservadores, a los populistas frente a los habituales partidistas, a los teóricos de conspiración contrarios al Nuevo Orden Mundial frente al establishment, a los nacionalistas frente a los internacionalistas, a los partidarios de los derechos estaduales frente a los libertarios centralistas, a la derecha cristiana frente a sus propios dirigentes, y mucho más.
El movimiento, que encarnaba la Triple R y que llegó a denominarse «paleolibertarismo» o simplemente «paleoísmo», fue la fuerza motriz del movimiento intelectual y político contra el gobierno de mediados de la década de 1990. La Triple R se convirtió en el buque insignia y la inspiración ideológica de un movimiento de masas que barrió la derecha y luego el país, y podría decirse que tuvo mucho que ver con la asunción del Congreso por los republicanos en 1994 (pero no con la traición a la revolución que se produjo incluso antes de que los novatos llegaran a la ciudad, y que Murray fue el primero en ver y denunciar).
El incontenible Rothbard fue la razón del surgimiento del «paleoísmo». Sus ensayos de portada, críticas de películas, análisis de votaciones del Congreso y reportajes de noticias abordaron las historias y temas que nadie más tocaría. Los antiguos amantes y odiadores de Murray fueron sorprendidos por su nueva influencia, y algunos atribuían su éxito a la nueva distancia que colocó entre sus puntos de vista y aquellos del movimiento libertario oficial. Algunas de sus reflexiones, por ejemplo, sobre la guerra cultural y la inmigración, parecían ser opuestas a lo que la prensa dominante llama «libertario».
¿Había cambiado Murray realmente de opinión? ¿Había pasado del libertarismo propiamente dicho a la «derecha»? La respuesta corta es no. La respuesta larga esta aquí. Al abordar sobre vidas tan tremendas como la de Murray, tendemos a dividir las décadas en periodos o fases. Así, Beethoven tuvo un periodo tardío en el que experimentó con nuevas armonías y ritmos, Picasso tuvo un «periodo azul» que fue moderadamente representativo, y así sucesivamente. No hay duda de que algún biógrafo de Rothbard intentará lo mismo para el trabajo periodístico de Murray: el Rothbard de la vieja derecha, el Rothbard de la nueva izquierda, el Rothbard libertario y, este, el Rothbard paleo. Tal división puede ser inevitable, pero déjenme hacer mi propuesta de todos modos: es sumamente engañosa.
En primer lugar, tal división abordaría solamente una pequeña parte de lo que él fue como pensador. Podría delinear vagamente sus asociaciones políticas y medios editoriales, pero no diría nada sobre su trabajo académico, que no pasó por «fases». Los cambios en su pensamiento, ya sea que se muestren en entornos populares o académicos, nunca fueron una cuestión de repudiar sus pensamientos pasados, sino simplemente sumarles orgánicamente, aplicándolos en nuevas áreas y desarrollándolos para atender nuevas preocupaciones.
En segundo lugar, incluso en su política, Murray no atravesó verdaderos «periodos», sino que alteraba sus estrategias, énfasis y asociaciones en función de lo que requerían los tiempos y las circunstancias. Su objetivo fue siempre y en todas partes una promoción de la libertad basada en principios. Para Murray, un cambio de estrategia nunca significó un cambio de principios, sino solo de método. Con independencia de la estrategia política e intelectual que persiguiera Murray, sus puntos de vista centrales fueron siempre los mismos: era un libertario radical, antiestatista, en el sentido más puro. Concretamente, en economía, era un anarquista de propiedad privada y libre mercado de la escuela austriaca; en la política, un descentralista radical; en filosofía; un tomista de los derechos naturales; en cultura, un hombre de la antigua república y del viejo mundo.
Es necesario hacer un par de aclaraciones. El anarquismo de Murray no era antinómico; era inseparable de la norma legal de la no agresión implícita en la doctrina de los derechos naturales. Su visión era que los derechos son necesariamente universales, puesto que la naturaleza del hombre es universal, pero la aplicación de esos derechos debe ser tan local como sea necesario para asegurar el consentimiento. El individualismo de Murray, por otra parte, se centraba en asuntos éticos y metodológicos; no excluía los derechos legales de grupos como familias y comunidades.
El anarquismo rothbardiano, entonces, puede ser encontrado en cualquier comunidad autónoma y sin Estado que reconozca los derechos de propiedad, incluidos una enorme plantación, un monasterio autoritario o una colonia industrial. Contra un error libertario común, la aplicación de los derechos nunca debe centralizarse en nombre de la protección de los derechos. Por ejemplo, la ONU no debería legalizar las drogas por sobre las objeciones de pequeñas comunidades que quieren mantenerlas fuera. Esta es también la razón por la que la economía política rothbardiana es compatible con preocupaciones de la vieja derecha como el federalismo constitucional y los derechos estaduales.
El núcleo de las opiniones económicas, políticas y éticas de Murray estaba fijo, no porque fuera un dogma establecido, sino porque la lógica y los acontecimientos confirmaban diariamente su validez. Era pragmático porque estaba dispuesto a trabajar con cualquiera que compartiera su amor por la libertad. Incluso en términos de prioridades políticas, mantuvo una notable consistencia a lo largo de su vida pública. Siempre vio al Estado, en especial a su poder para hacer la guerra, como el mayor enemigo de la libertad (y, por tanto, de la civilización).
Dicho todo esto, y espero que se haya entendido, digamos que estos escritos provienen del periodo «paleo», que comenzó aproximadamente con el fin de la Guerra Fría que tanto despreciaba. El mismo Murray explica el cambio en estas páginas, pero agregaré algunos puntos.
A mediados de la década de 1950, Murray no podía identificarse con el movimiento conservador, aunque la rama «fusionista» a la que dio vida su viejo amigo Frank Meyer había respetado durante mucho tiempo las posturas económicas de Murray. Era típico en aquellos días que los conservadores descartaran cualquier cosa que Murray tuviera para decir fuera de la economía —e incluso intentaban evitar que la gente lo leyera— basándose en el supuesto «nihilismo» y «extremismo» de la doctrina libertaria y, principalmente, sus opiniones sobre política exterior.
Pues Murray no sólo se opuso a la Guerra Fría. Él odiaba las guerras mundiales así como las guerras contra el Canadá británico, México, el sur, España, Corea y Vietnam. Despreciaba el imperio americano alrededor del mundo que, como estas guerras, había subvertido la república libertaria de los constituyentes. Solo las guerras secesionistas por la independencia de Estados Unidos y del sur fueron justas.
A medida que la ideología a favor de la guerra en la derecha se volvía cada vez más imprudente, la posición solitaria de Murray (lo que significaba que tenía que utilizar las publicaciones de la nueva izquierda como sus medios) lo marginaba cada vez más entre las personas que, en tiempos de paz, habrían sido presumiblemente sus aliados. Pero el final de la Guerra Fría ofreció una excitante posibilidad de restaurar el intercambio intelectual entre conservadores antiestatistas y libertarios de principios.
Como lo dijo Murray, «ya sea si tenía o no razón sobre la amenaza soviética/comunista, y todavía creo que tenía, el curso de los acontecimientos humanos, gracias a Dios, ha hecho que ese argumento quedara obsoleto y anticuado». Este era Murray comunicándose para encontrar nuevos aliados en la lucha por el futuro de la civilización, como lo hizo a lo largo de su vida.
Los nuevos aliados de Murray, provenientes de orígenes muy diversos, encontraron que tenían enemigos ideológicos comunes: la izquierda, el neoconservadurismo imperialista de la National Review y prácticamente todos los demás organismos oficiales de derecha, el desafortunado libertinismo ideológico de los libertarios y la maña de los socialdemócratas de toda índole. Todo comenzó con un intercambio de cartas entre Murray y los paleoconservadores disidentes que habían sido expulsados de la órbita neoconservadora, y rápidamente se convirtió en un paradigma intelectual radical a gran escala para la acción política posterior a la Guerra Fría.
Lo que él vio revivir fue la diversidad y el activismo antiestatista de la vieja derecha del periodo de entreguerras, un movimiento vibrante (ahora casi olvidado) que odiaba el corporativismo, el militarismo y el asistencialismo, y anhelaba un regreso a la república jeffersoniana que había sido estrangulada por Lincoln, Wilson y Roosevelt. Este fue el resurgimiento que él había esperado durante mucho tiempo, como se muestra en el párrafo final de For a New Liberty (1976).
La formación y el desarrollo del paleoísmo tuvieron otro beneficio importante además de promover la causa de la libertad, lo que ciertamente hizo. Se introdujo el rothbardismo a una nueva generación de intelectuales y activistas. Esto podría no haber sido posible si hubiera permanecido en los bochornosos círculos del movimiento libertario oficial, un conjunto social con pensamientos y hábitos peculiares que contaminaron innecesariamente el programa rothbardiano. También le dio una segunda audiencia entre los intelectuales que habían decidido no molestarse con él basándose en las difamaciones de los defensores de la Guerra Fría, como lo tipifica el obituario falsario de William Buckley.
Con la Triple R, Murray fomentó seguidores leales entre los educados en casa, los católicos tradicionales, los defensores de los derechos a las armas, los secesionistas del sur, los jóvenes republicanos y muchos otros grupos. Para cuando el Instituto Mises volvió a publicar Man, Economy, and State de Murray en 1994, había encontrado un electorado completamente nuevo tanto dentro como fuera de la profesión económica, y miles de copias salieron volando por la puerta. Era más evidencia de que, junto al auge de la Triple R, Murray era incontenible.
Traducción: Oscar Grau