La mayoría de las mañanas, mientras me preparo para correr, sintonizo las noticias de la BBC. Últimamente el presentador de noticias ha expuesto, al estilo británico sobrio, el número de palestinos asesinados la noche anterior por el ejército israelí en sus redadas casi nocturnas contra hogares y campos de refugiados en los Territorios Palestinos ocupados. Cuando reviso los sitios de noticias estadounidenses para obtener más información, estas atrocidades no son mencionadas. Sin embargo, las ondas están repletas de noticias sobre la guerra entre Rusia y Ucrania, y la muerte de civiles.
Lo que muchos estadounidenses no escucharán de estas fuentes de “noticias”, es que en 2022 el ejército israelí mató a más de 170 civiles palestinos –incluidos 30 niños– en Cisjordania y Jerusalén Oriental; y que desde principios de 2023, el ejército de ocupación de Israel ya ha matado a 158 palestinos, incluidos 26 niños.
No escucharán que Israel controla las vidas y los recursos (el acceso a agua limpia y segura) de aproximadamente 7 millones de palestinos, y que las ciudades, pueblos, hogares, huertos y negocios palestinos, han sido sistemáticamente destruidos y repoblados con más de 750.000 ocupantes ilegales judíos (“colonos”).
No quieren oír hablar de los 56 años de ocupación, despojo, demoliciones de casas, toques de queda, puestos de control, muros, bloqueos, permisos, redadas nocturnas, asesinatos selectivos, tribunales militares, detenciones administrativas, miles de prisioneros políticos, niños palestinos torturados, y 56 años de opresión y humillación.
¿Qué explica el trato deferente “excepcional” que recibe Israel, mientras que Estados Unidos y sus aliados condenan o sancionan a otros violadores de derechos humanos?
Gran parte de la explicación tiene que ver con la poderosa y eficaz industria de relaciones públicas estatal de Israel, basada en mitos y duplicidades. Desde su creación en 1948, Israel ha logrado crear una nueva ilógica propia; una ilógica que ha hecho que lo ilegal parezca legal, lo inmoral parezca moral, y lo antidemocrático parezca democrático. Ha comercializado magistralmente una serie de mitos que se han convertido en parte de la narrativa política y de los principales medios de comunicación.
Desde el principio, los fundadores sionistas de Israel ocultaron su verdadero objetivo de crear un “Gran Israel” –un estado judío no sólo en Palestina, sino en Jordania, el sur del Líbano y los Altos del Golán sirio– en términos heroicos.
La historia fabricada y las tergiversaciones sobre los “buenos” israelíes que desarrollaron una tierra despoblada, crearon milagros agrarios en el desierto y reclamaron una tierra prometida histórica, se han arraigado profundamente.
En realidad, los sionistas –como el primer primer ministro de Israel, el polaco David Ben-Gurion– vieron el plan de partición de Palestina de la Asamblea General de la ONU de 1948 como el primer paso hacia una futura expansión.
En su libro Víctimas Justas, Benny Morris escribe que Ben-Gurion, en una carta a su hijo en 1937, formuló el plan sionista para colonizar Palestina: “Ningún sionista puede renunciar a la porción más pequeña de la Tierra de Israel. [Un] estado judío en parte [de Palestina] no es un fin, sino un comienzo … a través de ésto aumentamos nuestro poder, y cada aumento de poder facilita apoderarnos del país en su totalidad. Establecer un estado [pequeño] … servirá como una poderosa palanca en nuestro esfuerzo histórico por redimir a todo el país”.
Que Israel tendría que trasladar y expulsar por la fuerza a la población palestina indígena para realizar sus planes de colonización, fue borrado de la narrativa israelí.
Como consecuencia de su eficaz campaña de desinformación, muchos estadounidenses han llegado a creer que Israel es un estado democrático, progresista y humano; una nación pequeña pero valiente, que se defiende contra la violencia y el terrorismo “extranjeros”.
Para realizar su misión de anexión del “Gran Israel”, Israel creó otra ficción para legitimar su guerra elegida en 1967. Aunque la Guerra de los Seis Días, que comenzó el 5 de Junio de 1967, ha demostrado ser un punto de inflexión crucial en la historia moderna en Oriente Medio, el mito israelí de la vulnerabilidad, y las invenciones de una “nación sitiada”, siguen en gran medida sin ser cuestionadas.
Hace 56 años, la fuerza aérea israelí atacó bases aéreas en Egipto, Siria y Jordania, destruyendo en tierra más de 80% de sus aviones de combate. Las tropas israelíes ocuparon rápidamente la península egipcia del Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania y los Altos del Golán sirios. Según las minutas del gobierno israelí, su ataque no fue defensivo, sino un ataque preventivo planificado.
Los israelíes eran plenamente conscientes de la necesidad de iniciar una campaña de desinformación junto con sus operaciones militares del primer ataque, planificadas para disipar las reacciones adversas de Washington y de otras potencias occidentales.
El mito israelí de que el estado judío estaba luchando por su supervivencia física contra un enemigo árabe más poderoso, ha tenido un fuerte control sobre los líderes políticos y el público de Estados Unidos. De hecho, los líderes árabes no tenían planes de invadir Israel, y sabían que la guerra era fácil de ganar. La falacia de la aniquilación ha sido convertida en dogma incuestionable en Washington –el mantra del “derecho a defenderse”–, y ha permitido a Tel Aviv continuar con su anexión ilegal de tierras palestinas capturadas.
Los creadores de mitos sionistas volvieron a estar ocupados en los años 1980. Para contrarrestar las críticas que recibió tras su bombardeo indiscriminado del Líbano y la masacre de palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chatila en Beirut en 1982, Israel creó el Proyecto Hasbara (“explicación”) en 1983.
Ese año, el Congreso Judío Americano patrocinó una conferencia en Jerusalén de altos ejecutivos, periodistas y académicos de Israel y Estados Unidos, para idear una estrategia para revender a Israel, consolidar el apoyo económico y militar de Estados Unidos, y hacer extremadamente difícil la crítica contra las acciones de Israel.
Hasbara estableció estructuras permanentes en Estados Unidos e Israel para influir en cómo el mundo, especialmente los estadounidenses, pensarían sobre Israel y Medio Oriente en el futuro. Los temas de conversación que desarrollaron son reconocibles en la retórica actual. Entre ellos: la importancia estratégica de Israel para Estados Unidos; su vulnerabilidad física; sus valores culturales compartidos con Occidente; y su deseo de paz. Israel ahora etiqueta su continua propaganda hasbara como “diplomacia pública”.
Las agencias de noticias, periodistas, académicos, políticos y artistas esperan presión si se salen del nivel de discurso aceptable, establecido por Israel y por sus partidarios. Las narrativas alternativas que exponen los abusos de Israel ,son descartadas como antiisraelíes, o reciben la temida etiqueta de antisemitas. Los propagandistas israelíes se han asegurado de fusionar las críticas contra el régimen –el antisionismo– con el antisemitismo. La acusación antisemita ha demostrado ser un poderoso recurso retórico para proteger a Israel de la culpa. Ha destruido carreras y reputaciones.
La fallecida Helen Thomas, destacada periodista; Norman Finkelstein, destacado intelectual, politólogo y autor judío; y Fatima Mohammed, graduada en 2023 de la facultad de derecho de CUNY, se encuentran entre quienes han estado dispuestos a enfrentar la avalancha de críticas que inevitablemente enfrentarían por “atreverse” a desafiar los mitos israelíes.
Helen Thomas, icono nacional y corresponsal principal de UPI en la Casa Blanca, se vio obligada a poner fin a su carrera de 57 años en 2010, porque persistió en cuestionar públicamente el apoyo de Estados Unidos a Israel. Thomas comentó más tarde: “No se puede criticar a Israel en este país y sobrevivir”.
En 2007, la Universidad DePaul negó la titularidad a Norman Finkelstein, debido a sus críticas hacia Israel. En sus libros, Finkelstein afirmó que el antisemitismo ha sido utilizado para reprimir a los críticos de las políticas israelíes contra los palestinos, y que algunas instituciones judías explotan el Holocausto para su propio beneficio, y para encubrir la ocupación ilegal de Cisjordania y Gaza por parte de Israel. Debido a que su nombre fue mancillado, Finkelstein nunca pudo volver a enseñar.
En su reciente discurso de graduación ante sus compañeros graduados, Fatima Mohammed condenó a Israel por perpetuar la Nakba (catástrofe); afirmando que “nuestro silencio ya no es aceptable … Palestina ya no puede ser la excepción en nuestra búsqueda de justicia”. Como era de esperar, Mohammed enfrentó la condena pública inmediata de políticos estadounidenses y grupos proisraelíes, que la acusaron de antisemitismo y pidieron que se retiraran los fondos a la universidad por su discurso.
Al igual que antes, en Diciembre de 2008 y Enero de 2009 Israel puso en marcha su maquinaria de relaciones públicas (propaganda). Esta vez fue para contrarrestar las críticas que estaba recibiendo por su bombardeo masivo de 22 días en la Franja de Gaza, en el que murieron 1.398 palestinos.
El Proyecto Israel (TIP), un grupo proisraelí con sede en Washington, contrató a Frank Luntz, un operativo y estratega político republicano, para apuntalar su imagen. Luntz llevó a cabo un extenso estudio para determinar cómo integrar la narrativa de Israel en los principales medios de comunicación. Sus hallazgos fueron reportados en un documento titulado “Diccionario de idiomas global 2009 del Proyecto Israel”.
El lenguaje del manual de Luntz, con su discurso guionizado para los partidarios de Israel, se ha filtrado en el pensamiento, el vocabulario y los comentarios de políticos, académicos y medios de comunicación convencionales estadounidenses, israelíes y europeos.
En su manual de 18 capítulos, Luntz asesora a sus partidarios israelíes sobre cómo adaptar las respuestas a diferentes audiencias, describe lo que los estadounidenses quieren escuchar, y qué palabras y frases usar, y cuáles evitar. Proporciona orientación sobre cómo cuestionar las declaraciones de los palestinos y fingir compasión por ellos. Luntz aconseja enfatizar siempre el deseo de paz de Israel, aunque inicialmente afirma que en realidad no quiere una solución pacífica.
A sus partidarios se les insta a dar la falsa impresión de que el llamado “ciclo de violencia” ha estado ocurriendo durante miles de años, que ambas partes tienen la misma culpa, y que la catástrofe palestino-israelí está más allá de su comprensión. Insta a sus defensores a enfatizar la necesidad de seguridad de Israel, enfatizando que los estadounidenses responderán favorablemente si los civiles israelíes son retratados como víctimas inocentes del “terrorismo” palestino.
Luntz afirma que cuando a los estadounidenses se les dice que Irán apoya a Hezbollah y Hamas, se inclinarán por apoyar más a Israel. Por lo tanto, cuando se habla de Hamas y Hezbollah, debe decirse repetidamente “respaldados por Irán”.
En las raras ocasiones en que los principales medios de comunicación informan sobre los abusos de Israel, se ajustan al léxico oficial descrito en el diccionario de Luntz. Al ejército de ocupación de Israel, por ejemplo, se lo llama fuerzas de “defensa” o “seguridad”; a los colonizadores sionistas (ocupantes ilegales) se los llama “colonos”; a las colonias sionistas se las llama “asentamientos” o “barrios”; los palestinos “atacan”, mientras que los israelíes simplemente “toman represalias”.
Entre las mentiras más flagrantes está la caracterización del atolladero entre Israel y Palestina como un “conflicto” entre dos pueblos con iguales recursos políticos y militares e iguales derechos; cuando en realidad se trata de un conflicto entre el colonizador Israel, y los colonizados palestinos.
Durante 75 años, la propaganda israelí le ha permitido ser la excepción –burlar las normas y leyes internacionales con impunidad. Debido a los mitos, Israel ha sido extremadamente influyente en la determinación de la política estadounidense en Medio Oriente. Las incesantes y metódicas campañas de desinformación del país desde 1948 hasta el presente, han permitido a Israel plantar la bandera sionista en tierra palestina, y en los corazones y las mentes de los estadounidenses.
Sin embargo, a Tel Aviv le resulta cada vez más difícil encubrir su arraigado sistema de apartheid y su actual genocidio, especialmente a la luz de las políticas y prácticas abiertamente racistas del actual régimen de derecha improvisadas por su primer ministro, Benjamín Netanyahu, plagado de leyes. La industria hasbara de Israel, sin embargo, sigue impávida. TIP cerró en 2019 después de que se agotó su financiamiento, pero la Mayoría Democrática para Israel (DMFI) continúa llevando a cabo la misión hasbara de Israel.
Israel sabe que las narrativas que se cuenta a sí mismo y al mundo son apócrifas y tergiversadas, y que en su forma actual, el estado judío es ilegal e injusto. Por lo tanto, en un intento por hacer real lo apócrifo, y legal lo fraudulento, Israel continúa su guerra ideológica en curso, para normalizar lo anormal en Palestina.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko