La cualidad más sorprendente de los líderes mundiales de hoy es quizás que no creen en mucho más que en sus propias pretensiones. Muchos fingirán creer en Dios por las apariencias, pero es difícil encontrar verdaderos creyentes. En Occidente, donde el cristianismo ha dado forma a la sociedad durante 2.000 años, es más común encontrar gobiernos que castiguen a los cristianos por su fe, que ver que la doctrina bíblica sea defendida.
La parlamentaria finlandesa Päivi Räsänen, una rara política cristiana en nuestros tiempos abrumadoramente seculares, ha pasado los últimos años defendiéndose de acusaciones criminales de “incitación al odio” por citar la Biblia. Los fiscales afirman que sus convicciones religiosas relativas al matrimonio y la moralidad, son “insultantes” y “degradantes”, y violan los “derechos sexuales”. Además, sus acusadores insisten en que el estado “puede limitar la libertad de expresión en la expresión exterior de la religión”.
Tales despóticas declaraciones equivalen nada menos que a ataques encarnizados contra la libertad religiosa. Los cristianos fieles no son cristianos sólo una o dos horas durante el servicio religioso cada semana. No entran y salen de su identidad cristiana como un trabajador se pone un mameluco y guantes. Los creyentes siguen el camino en todo lo que hacen. Que las autoridades finlandesas exijan que Räsänen oculte su fe, es exigir que deje de ser cristiana practicante. Sólo un gobierno que no cree en nada más allá que en su propio poder, ordenaría a un ciudadano desobedecer a Dios para obedecer al estado.
Finlandia está lejos de ser la única nación occidental que pone a prueba a Dios. Durante el reinado del terror del covid, Nueva Zelanda, Australia, Canadá, Estados Unidos y la mayor parte de Europa, libraron una especie de perversa guerra espiritual contra iglesias y congregaciones. Sacerdotes, pastores y rabinos fueron amenazados con cargos penales por abrir sus puertas al público sufriente, y agentes del gobierno rastrearon teléfonos móviles y registraron números de matrícula de feligreses fieles que asistían a los servicios religiosos.
En medio de un horrendo esfuerzo globalista para impedir que la gente orara congregada, el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, se distinguió como tirano por excelencia al sancionar el arresto repetido del pastor polaco-canadiense Artur Pawlowski. ¿Su “crimen”? Continuó celebrando servicios religiosos para quienes buscaban la salvación, desafiando los intentos de los funcionarios canadienses por clausurarlo. El video del pastor Pawlowski expulsando a policías armados de su iglesia durante un servicio de Pascua en 2021, sigue siendo uno de los ejemplos más inspiradores de ciudadanos comunes y corrientes que rechazan la tiranía del estado. Comparando el autoritarismo militante de Canadá con lo que presenció mientras crecía “bajo una dictadura comunista detrás de la Cortina de Hierro, bajo las botas de los soviéticos”, Pawlowski imploró repetidamente a los occidentales: “Como leones, nunca deberíamos inclinarnos ante las hienas”. Como el buen pastor posee coraje moral, Trudeau y su gobierno de matones de la cheka han hecho lo imposible por arruinarlo.
Abusar de los cristianos se ha convertido en una obsesión para los izquierdistas estadounidenses. Joe Biden, católico sólo de nombre, y el Departamento de Persecución Religiosa del Fiscal General Merrick Garland, han pasado los últimos tres años atacando a los estadounidenses provida que rezan cerca de clínicas de aborto. Agentes fuertemente armados de la Gestapo FBI han ejecutado redadas antes del amanecer contra cristianos sin antecedentes penales, porque “ofenden la sensibilidad pro-aborto del estado”. Si bien las autoridades federales no hacen casi nada para investigar los ataques contra iglesias y organizaciones provida, encarcelan a abuelos para que cumplan sentencias de varios años por el “crimen” de haber protestado pacíficamente frente a notorias empresas de abortos.
También se producen regularmente arrestos y procesamientos similares de cristianos provida en el Reino Unido, donde se ha filmado a agentes de policía preguntando a los ciudadanos si están orando en silencio en las aceras públicas. Si es así, ¡váyase al mismo infierno! ¡Ahora está prohibido rezar afuera! El gobierno del Reino Unido ha sido vergonzosamente claro en que a Dios sólo se lo permite en ciertas áreas especificadas, porque es mejor ocultarlo del público. No es bienvenido en ningún otro lugar.
Lamentablemente ese es también el caso en Francia, Alemania y gran parte de Europa, donde los cristianos son regularmente demonizados como “fascistas” o “de extrema derecha”. El continente que alberga al Vaticano, y es cuna de la Reforma Protestante, se ha vuelto hostil a las enseñanzas bíblicas y discriminatorio contra todos aquéllos que pertenecen a una iglesia cristiana. Como ha señalado Douglas Murray en su revelador libro La extraña muerte de Europa, las naciones europeas parecen decididas a destruir su civilización. Al abandonar a Dios y criminalizar a los cristianos, seguramente lo lograrán.
En ningún lugar los izquierdistas están más comprometidos con enterrar al cristianismo que en Estados Unidos. ¿Por qué? Por la misma razón por la que el Partido Comunista Chino tortura, esclaviza y asesina a los cristianos que viven dentro de su dominio: los cristianos entienden que la autoridad de Dios se impone por sobre la del estado. China debe impedir que el cristianismo crezca dentro de sus fronteras, porque una población fielmente obediente a Dios no permanecerá ciegamente obediente a una dictadura comunista. Del mismo modo, los marxistas estadounidenses deben primero desbaratar la fe espiritual de los cristianos estadounidenses, antes de que puedan cultivar la dependencia generalizada y la deificación del estado profundo de Washington, DC.
A diferencia de cualquier otra nación del mundo, Estados Unidos se fundó sobre los principios de que todas las personas poseen derechos otorgados por Dios, y que el gobierno es legítimo sólo mientras los ciudadanos fieles brinden su consentimiento continuo. La Declaración de Independencia, el Preámbulo de la Constitución de los Estados Unidos y la Declaración de Derechos, alientan explícitamente al pueblo estadounidense a construir formas de gobierno que aseguren sus libertades y las bendiciones de Dios. Bajo tal sistema, ningún presidente, legislador o juez puede desestimar los derechos naturales de otra persona, sin violar su deber jurado de preservar, proteger y defender la Constitución. La fiel protección de las libertades naturales del pueblo debe tener prioridad sobre las pretensiones de cualquier funcionario del gobierno. Es por eso que Benjamín Franklin sugirió que el lema “La rebelión contra los tiranos es obediencia a Dios” fuese utilizada para el Sello oficial de los Estados Unidos. También es por eso que Thomas Jefferson eligió este mismo lema para su sello personal. Nuestros Padres Fundadores colocaron la voluntad de Dios muy por encima de la suya propia.
En consecuencia, los saboteadores marxistas dentro de Estados Unidos han comprendido durante más de un siglo que la única manera de privar a los estadounidenses de sus inalienables libertades, es separarlos primero de Dios. Sin buscar activamente la guía de Dios, los estadounidenses no pueden esperar disfrutar de las bendiciones de Dios. Es un camino seguro y diabólico hacia la tiranía.
En pos de esta perversa agenda, los marxistas han utilizado el litigio y la revolución cultural para atacar al cristianismo y sacarlo de la plaza pública. Han adoptado una interpretación apócrifa de la prohibición de la Primera Enmienda contra el establecimiento de una religión de Estado, para restringir radicalmente el derecho de los estadounidenses a ejercer su propia religión. Utilizando este falso imperativo de “separar la Iglesia del estado” como ariete para demoler las convicciones religiosas, los marxistas han socavado constantemente la relación de los estadounidenses con Dios. Han eliminado las enseñanzas religiosas y la educación moral en las escuelas públicas. Han demandado a pueblos y funcionarios locales por hacer cualquier gesto que reconozca la verdad del amoroso Dios. Han condenado al ostracismo a los verdaderos creyentes, y les han hecho casi imposible servir como líderes electos y al mismo tiempo adherir a los principios de su fe.
Las consecuencias han sido tan monstruosas como predecibles. Mientras los marxistas se burlaban de la virtud y glorificaban el pecado, promovían la soledad generalizada y la decadencia moral. Han reemplazado familias fuertes y solidarias con una bolsa de sorpresas de asistencia social del estado. Han debilitado a los adultos jóvenes hasta tal punto que la mayoría no tiene rumbo ni amarres psicológicos. Han impulsado la locura “transgénero” y la promiscuidad sexual a una edad tan temprana, que los adolescentes luchan por entenderse a sí mismos y por cómo formar relaciones saludables.
El globalismo marxista es una religión malvada que justifica el robo, la violencia y la elevación del estado por encima de Dios y de la familia. Este nihilismo narcisista sólo trae miseria y muerte, y debe ser completamente destruido.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko