No importa cuán brutal sea un evento, habrá quienes podrán justificar, racionalizar o elaborar una narrativa positiva. Las injusticias reales e imaginarias inspiran reacciones que conducen a más injusticias, creando una espiral de venganza. O un grupo puede decidir que es justamente superior por defecto, y que tiene derecho a reclamar territorio para prosperar. Los observadores externos pueden luchar por favorecer a un partido sobre otros, alegando que se trata de un “mal menor”. A pesar de cualquier pretensión o engaño, la mayoría de los actores violentos hacen cosas irracionalmente viles, sin más motivo que la autocomplacencia o con distancia inhumana. Intentar argumentar con razón y racionalidad contra tal irracionalidad puede ser una tontería. La decencia y la dignidad moral rara vez son tenidas en cuenta por quienes asesinarían a gran escala. Ésta es la situación predominante para quienes con principios se oponen a la guerra y la injusticia, intentando encontrar compasión y empatía en aquellos que parecen insensibles, indiferentes o incluso trastornados.
A pesar de ésto, a menudo discutimos y apelamos con la razón a aquellos que tal vez no ven el mundo como nosotros. Quizás lo entiendan de otra manera, buscando una utopía particular o un pedazo del pastel para ellos mismos. No les importa cuántos “huevos se rompan” para lograr semejante tortilla. Entonces, ¿cómo encontramos puntos en común?
Parece que sólo después del hecho, muchos de los asesinos y sus amos llegan a comprender el negocio demencial que hicieron posible; rara vez muchos protestan y objetan desde el principio. Sólo décadas después, Robert McNamara mostró cierto grado de remordimiento; o años después, cuando los veteranos pueden experimentar un daño moral que los lleva a desafiar su misión original. Los antiimperialistas citan a menudo las palabras de Smedley Butler, aunque es un ejemplo del veterano cínico que espera hasta después de haber servido heroicamente a sus amos de la guerra durante décadas, para escribir un libro sobre las hazañas que hicieron posible su imperialismo. George W. Bush pinta retratos de sus víctimas mientras está jubilado, aparentemente delirando con su legado.
Aquellos etiquetados como objetores de conciencia o “evasores del servicio militar obligatorio”, tienden a ser vistos como cobardes, ridiculizados porque no se unirían a los valientes (casi siempre hombres) que marchan hacia la picadora de carne de la guerra. En 1918, el reverendo John Kovalsky y otros tres hombres fueron atacados por una turba de unas 300 personas en la ciudad de Christopher, Illinois. Violentamente, la turba cubrió de alquitrán y emplumó a los cuatro hombres, y el reverendo se vio obligado a besar la bandera estadounidense debido a su lenguaje desleal. A pesar de haber sido multada por las fuerzas del orden, una turba consideró oportuno humillar y castigar a los hombres por deslealtad. Los cuatro hombres desleales necesitaban mostrar fidelidad a un gobierno que estaba librando una guerra por los derechos humanos y la libre expresión; debido a que los cuatro desafiaron la guerra y el gobierno con palabras, tanto la ley como una turba los castigaron.
El país estaba en peligro; estaba poniendo en peligro sus derechos tradicionales de libertad e independencia al atreverse a ejercerlos – Joseph Heller, Catch 22
Estos actos de violencia colectiva a menudo son recordados como momentos de locura grupal. Sin embargo, en todo el mundo vemos una y otra vez tales muestras de sinrazón y violencia que destruyen los derechos individuales. Se podía escuchar a la turba gritando “Haz lo correcto” durante la locura del covid, atacando a quienes violaron el toque de queda, permanecieron desenmascarados o se negaron a vacunarse. La expresión Psicosis de Formación de Masas comenzó a flotar en Internet cada vez que esa disidencia crítica no era censurada. En tiempos de guerra también es evidente, incluso si la guerra no cuenta con un amplio apoyo o comprensión. Habrá elementos que se apoyarán en la legitimidad del poder y la autoridad, incluso si afirman estar en contra del poder y de la autoridad. No hay nada racional en semejante motín; es crudo y obsceno, pero personas aparentemente “normales” pueden caer en tal frenesí.
Aquellos que se oponen consistentemente a las guerras, pueden notar a los turistas de la causa que escogen sus momentos, dependiendo de quién está librando la guerra, y si es políticamente conveniente o rentable estar a favor o en contra. La hipocresía sólo es obvia para quienes tienen principios, porque la inconsistencia no puede ser utilizada contra quienes carecen de ella. Son animales políticos y oportunistas, que van y vienen cuando les place, y traicionarán a cualquiera. Durante la Revolución Cultural en China, millones de jóvenes estúpidamente ideológicos cumplieron las órdenes mortales de astutos puristas políticos, que fueron capaces de azotarlos hasta llevarlos al frenesí. Estas turbas de jóvenes arrancarían a los poderosos funcionarios del partido y a las élites de sus posiciones de gobierno sin miedo, lanzando a China a una especie de guerra civil, mientras la irracionalidad purgaba al partido y a la nación bajo la apariencia de alguna forma de purificación socialista. Millones morirían. Por confusos que fueran los acontecimientos, y por inciertas que fueran las víctimas antes de cualquier “culpabilidad”, los asesinos estaban seguros (incluso si no estaban seguros) de por qué deberían estar seguros. Mataron de todos modos.
Ahora vemos que aquellos que estaban en contra de una guerra, apoyan otra, mientras quieren evitar más guerras en otros lugares; pero están ansiosos por hacer la guerra en otro lugar. Fuera de quienes tienen particular razonamiento geopolítico o estratégico, están quienes dicen estar en contra de la guerra en momentos en que les conviene afirmarse como tales. Al defender una acción militar, no tienen que convencer a quienes están principalmente en contra de la guerra; aquellos con opiniones tan consistentes, sólo son útiles cuando les conviene. Sólo necesitan convencerse a sí mismos, a sus aliados y a aquellos que no tienen principios, pero creen que los tienen. Aquellos que no tienen principios, revelarán la verdad cuando surja la irracionalidad, cuando con la presión de la crisis puedan ayudar a llenar la multitud. La mayoría puede sentarse con la cara seria y afirmar que no habrían estado en la turba del alquitrán en la ciudad de Christopher, Illinois, o como matón asesino de la Guardia Roja, pero la mayoría de la gente no tiene pruebas de lo contrario en su vida.
Los principios sólo importan cuando requieren valentía. El animal político rara vez tiene valor o dignidad; así es como sobreviven y prosperan. Aquellos que carecen de principio,s tal vez no tengan las ambiciones de la clase política, pero ciertamente la seguirán. Así es como tenemos momentos en la historia como la Revolución Cultural, guerras que cayeron en desgracia una vez que surgió el desgaste, y las políticas y la reacción de la mentalidad de masas al virus covid, que infectó las mentes de demasiadas personas. Es en esos momentos cuando la razón y el discurso racional dan paso a emociones alimentadas por mentiras, medias verdades y miedos. Si se le suma el fanatismo del colectivismo, entonces se tiende a equivocarse hacia una conclusión que generalmente conduce a asesinatos en masa o injusticia. Una vez que las víctimas son enterradas, la mafia y los animales políticos siguen adelante, borrando de sus mentes la injusticia y la irracionalidad. A partir de ahí, es hora de olvidar la “historia antigua”, es hora de dejar “lo pasado, pasado”, etc.; la falta de reflexión satisface el retorno a la razón dentro de la propia mente.
Albert Camus dijo una vez que “el propósito de un escritor es evitar que la civilización se destruya a sí misma”. Eso puede ser cierto para aquellos escritores que buscan desafiar dicha civilización y presentarle un espejo para verse a sí misma. También hay quienes escriben con una prosa tan espléndida, sólo para saciar intenciones pútridas o para encubrir la verdadera naturaleza de aquello que justifican. El delicado equilibrio entre admisión y omisión, que es crucial en la persuasión y la propaganda, depende de las palabras de los escritores. Mentir cuando sea apropiado y revelar cuando sea necesario, es su trabajo. Es una elección racional engañar, con la conciencia de que se está ocultando algo malo.
Cuando el ejército nazi encontró los restos de prisioneros polacos asesinados en Katyn, prueba de que el gobierno soviético había masacrado a miles de hombres desarmados, se reveló que se trataba de un crimen. El gobierno nazi invitó a funcionarios neutrales y prisioneros aliados a investigar. Los funcionarios nazis entendieron que era incorrecto e inmoral masacrar a personas desarmadas. Los soviéticos lo negaron como propaganda nazi, conscientes también de que lo que habían hecho es ampliamente considerado “incorrecto”. Sin embargo, tanto el gobierno nazi como el soviético cometieron tales atrocidades en masa, sólo para ver y revelar el mal en el otro. La necesidad de ser vistos como buenos es más importante para aquellos que son el epítome del mal, en lugar de no ser malos. Ésa es la contradicción de los seres humanos: a pesar de ser capaces de cometer un mal tan abominable, debajo de esa violencia se esconde el corazón cálido de criaturas complicadas, muchas de ellas capaces de amar y ser selectivamente bondadosas. Casi todos saben qué ocultar o qué justificar con engaño, normalmente lo que se entiende como malo.
Samantha Power es autora de Un problema infernal: Estados Unidos y la era del genocidio, libro en el que defiende el intervencionismo liberal y promueve a Estados Unidos como una fuerza para el bien, un escudo para proteger a los inocentes y detener los asesinatos en masa. Recientemente Power recibió críticas de Agnieszka Sykes, quien trabaja para Power en la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional: “Usted escribió un libro sobre genocidio y todavía trabaja para la administración: debería renunciar y hablar”. Es el recurso de principios a lo político. No es que Samantha Power sea necesariamente una hipócrita con la que se pueda razonar; ella es política. Los principios sobre los que pudo haber escrito sólo existen como un medio para un fin, o como una validación del poder y el imperio. Para aquellos como Power, permitir y restar importancia a la matanza de civiles palestinos por parte de las Fuerzas de Defensa de Israel es simplemente política. Una transcripción de la Casa Blanca publicada recientemente muestra que el presidente Joe Biden y su Casa Blanca están conscientes de “miles y miles de mujeres y niños inocentes [que han sido asesinados]”, pero su apoyo y armas para Israel continúan. Es poco probable que Power o los demás renuncien.
En los mercados financieros se entiende que hay locura en las multitudes o “irracionalidad racional”. El nivel de comportamiento de un individuo tiende a ser perfectamente razonable, pero en el caso de los mercados, puede surgir el caos. Claramente, esa mentalidad maníaca existe fuera de las finanzas, con el problema añadido de la mentalidad sociópata y mercenaria. A nivel personal, la mayoría entiende que todo ésto es absurdo. Pero cuando se expande a la mafia o a la nación, hay una sensación de impotencia incluso cuando se participa en lo absurdo. ¿Es absurdo si es común y normalizado? Quizás al final, lo absurdo sean quienes lo ven como lo que es: locura. Quizás los anormales sean aquellos que siguen teniendo principios, y los sin principios e irracionales sean normales. Parece que no les importa ninguna explicación razonable o conjunto de principios; la irracionalidad podría acabar con la vida en la Tierra, si quienes lo hacen tienen ciertas razones para hacerlo hasta que todo esté terminado.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko