Ha habido un cambio radical en el panorama social y político de este país, y cualquiera que desee la victoria de la libertad y la derrota del Leviathan, debe ajustar su estrategia en consecuencia. Los nuevos tiempos exigen repensar viejas y posiblemente obsoletas estrategias. –Murray N. Rothbard[1]
Murray N. Rothbard escribió las anteriores palabras en 1994, poco antes de su prematuro fallecimiento. Resume el tema principal de una serie de brillantes artículos que publicó en la década de 1990, en los que pedía un reajuste radical de la estrategia libertaria a las nuevas realidades políticas y sociales que surgieron tras el colapso del comunismo en Europa del Este y la Unión Soviética. En estos artículos, Rothbard identificó tanto la filosofía social abstracta como el movimiento político concreto que entonces surgió, como la mayor amenaza a la libertad y la sociedad. También propuso una reformulación radical del espectro político, y un vocabulario político revisado para expresar la nueva estrategia requerida en el contexto ideológico y político cambiado.
Antes de continuar, quiero señalar que, a pesar de su profunda visión y sus implicaciones radicales para la estrategia libertaria, los artículos de Rothbard han sido ignorados en gran medida tanto por amigos como por enemigos por varias razones. En primer lugar, cuando escribió los artículos, Rothbard estaba trabajando arduamente en su monumental tratado en dos volúmenes sobre pensamiento económico. Es comprensible que escribiera los artículos rápidamente como respuestas únicas a eventos, ideas y desarrollos políticos específicos durante un período de rápidos cambios, de 1991 a 1994. Por lo tanto, las nuevas opiniones de Rothbard sobre la estrategia se presentaron como fragmentos en diferentes artículos que contenían repeticiones inevitables y traslapamientos. Ésto oscureció el hecho de que, en conjunto, estos artículos presentaban una estrategia sistemática e integral para un cambio social y político radical. En segundo lugar, los artículos aparecieron en el Informe Rothbard-Rockwell, revista de comentarios sociales, políticos y culturales. Desafortunadamente, la brillante polémica de IRR y su cobertura de una gama increíblemente amplia de temas, distrajeron a veces al lector de la profunda teorización que inspiró muchos de sus artículos. Confieso que hasta hace muy poco no aprecié la importancia de los artículos de Rothbard, ni su unidad y amplitud de visión.
Socialdemocracia: Identificando al Enemigo
Después del colapso del comunismo, junto con el nazismo y el fascismo “muertos y enterrados hace mucho tiempo”[2], Rothbard argumentó que la socialdemocracia era el único programa estatista que quedaba, y sus defensores estaban comprometidos a aprovechar al máximo su monopolio ideológico. En el “nuevo mundo poscomunista”, Rothbard escribió:
El enemigo de la libertad y de la tradición se revela ahora plenamente desarrollado: la socialdemocracia. Porque la socialdemocracia, en todas sus formas, no sólo está todavía entre nosotros … pero ahora que Stalin y sus herederos están fuera del camino, los socialdemócratas están tratando de alcanzar el poder total[3].
No sólo la socialdemocracia está todavía entre nosotros en sus muchas variaciones, sino que también ha logrado definir “todo nuestro espectro político respetable, desde la victimología avanzada y el feminismo de izquierda, hasta el neoconservadurismo de derecha”[4]. No se equivoquen al respecto, advirtió Rothbard, “en todas las cuestiones cruciales, los socialdemócratas se oponen a la libertad y la tradición, y están a favor del estatismo y el estado inflado”. Además, la socialdemocracia es mucho más insidiosa que otras formas de estatismo, porque pretende “combinar el socialismo con las atractivas virtudes de la ‘democracia’ y la libertad de investigación”[5]. Como agudos observadores de la escena política durante un siglo y medio, los socialdemócratas –o progresistas de izquierda, en el léxico político estadounidense– están realmente comprometidos seriamente con la democracia. Como explicó Rothbard:
El mantenimiento de alguna elección democrática, por ilusoria que sea, es vital para todas las variedades de socialdemócratas. Hace tiempo que entienden que una dictadura de partido único puede ser y probablemente será ardientemente odiada … y será eventualmente derrocada, posiblemente junto con toda su estructura de poder[6].
Volviendo a las opiniones del teórico político contemporáneo Paul Gottfried, Rothbard observó que la devoción de los socialdemócratas por la democracia sirve también como pretexto para atacar a quienes afirman la inviolabilidad “absoluta” del derecho a la libertad de expresión, y a la libertad de prensa. Este ataque a la libertad de expresión, señaló proféticamente Rothbard en 1991,
constituye una agenda para eventualmente utilizar el poder estatal para restringir o prohibir discursos o expresiones que los neoconservadores [y socialdemócratas] consideran “antidemocráticos”. Esta categoría podría y se ampliaría indefinidamente para incluir: comunistas reales o supuestos, izquierdistas y fascistas, neonazis, separatistas, criminales del “pensamiento de odio” y, eventualmente. . . paleo-conservadores, paleo-libertarios y de izquierda[7].
Progresismo: la Filosofía Social de la Socialdemocracia
Rothbard profundizó más para exponer la peculiar filosofía social que se encuentra en la raíz de todas las tensiones y variantes de la socialdemocracia, así como del comunismo. Identificó esta filosofía como progresismo, que es mucho más que un programa social y económico para el aquí y ahora. Es una filosofía social utópica, que pretende establecer un futuro paraíso en la tierra. La creencia central de los progresistas se basa en el mito de la Ilustración de que la historia es una marcha inexorable y siempre ascendente hacia la perfección de la humanidad. En el caso de los socialdemócratas, la perfección se define como una sociedad gobernada y diseñada por un estado socialista justo, eficiente e igualitario. Además, a diferencia de los marxistas tradicionales, los socialdemócratas progresistas creen que la historia se desarrolla no a través de la lucha de clases y la revolución sangrienta, sino a través de la marcha implacable de la democracia. En palabras de Rothbard:
La izquierda es, en el fondo, “progresista”, es decir, cree –al estilo Whig o marxista– que la historia consiste en una inevitable Marcha Ascendente hacia la luz, hacia la Utopía Socialista. Creen en el mito del progreso inevitable; que la Historia está de su lado[8].
El objetivo final de esta transformación progresiva e inevitable de la sociedad no es, como ocurre con los marxistas tradicionales, la erradicación de todas las distinciones de clase, y la propiedad colectiva de los medios de producción bajo la dictadura del proletariado. Por el contrario, es, en palabras de Rothbard, “un estado socialista e igualitario, dirigido por burócratas, intelectuales, tecnócratas, ‘terapeutas’ y la Nueva Clase en general, en colaboración con grupos de presión de víctimas acreditadas que luchan por la ‘igualdad’ … La clase capitalista y empresarial no será liquidada, ni sus medios de producción serán expropiados. En cambio, se mantendrá la economía de mercado, pero fuertemente gravada, regulada y restringida. Según Rothbard:
Los socialdemócratas se dan cuenta de que es mucho mejor para el estado socialista mantener a los capitalistas y a una trunca economía de mercado regulados, confinados, controlados y sujetos a las órdenes del estado. El objetivo socialdemócrata no es la “guerra de clases”, sino una especie de “armonía de clases”, en la que los capitalistas y el mercado se vean obligados a trabajar y ser esclavos por el bien de “la sociedad y el aparato estatal parásito”[9].
Revisando el Espectro Político
Con los progresistas “neoconservadores” secuestrando el movimiento conservador, y el llamado Nuevo Demócrata Bill Clinton revelando sus inclinaciones progresistas de extrema izquierda, Rothbard se dio cuenta de que el primer paso urgente para combatir el progresismo era renovar completamente la concepción predominante del espectro político estadounidense y sus vocabulario. A la izquierda de su espectro reconstruido, Rothbard organizó todas las facciones políticas inspiradas por la visión marxista progresista del cambio social. Estos grupos también estaban fanáticamente dedicados a la democracia, no sólo como el medio más seguro de instituir la agenda política y económica progresista sino, en palabras de Rothbard, “como consigna, como un absoluto moral final, que virtualmente reemplaza a todos los demás principios morales, incluido Los Diez Mandamientos y el Sermón de la Montaña”[10]. En opinión de Rothbard, la izquierda abarcaba desde conservadores y neoconservadores oficiales, hasta progresistas de izquierda, e incluía a sus élites intelectuales y mediáticas aliadas y grupos políticos oficiales.
En la derecha, Rothbard agrupó a todos aquéllos que valoraban las libertades y las instituciones sociales tradicionales estadounidenses, y que buscaban detener, revertir y deshacer las usurpaciones progresistas de aquéllas. Al principio, Rothbard estaba intrigado sobre qué etiqueta se adaptaba mejor a su propuesta de gran coalición, o “fusión”, de grupos de oposición de derecha, que incluía a muchos (pero no a todos) libertarios y varios grupos paleo y conservadores tradicionales. Rechazó sumariamente el nombre de “conservador”, proponiendo tentativamente los términos “reaccionarios radicales”, “derechistas radicales” y “extrema derecha”[11]. Finalmente se decidió por “reaccionarios político-económicos”, o simplemente “reaccionarios”[12].
El término “reaccionario” es particularmente apropiado para quienes se oponen a la agenda progresista. Es cierto que la palabra fue acuñada durante la Revolución Francesa para designar a quienes buscaban la restauración del antiguo régimen. Pero su uso moderno puede atribuirse a Karl Marx, quien usó el término como peyorativo para describir a muchos de sus predecesores y oponentes en el movimiento socialista del siglo XIX, cuyos esquemas económicos utópicos implicaban “hacer retroceder el reloj” a la era precapitalista y preindustrial del feudalismo y los gremios medievales. Siguiendo el ejemplo de su maestro, los comunistas y socialdemócratas posteriores utilizaron “reaccionario” como palabra difamatoria contra los defensores del capitalismo, por oponerse a la marcha supuestamente inevitable de la historia hacia el socialismo. Como señaló Rothbard:
Se ponen histéricos con los reveses, con las regresiones en esta marcha, regresiones que, por supuesto, fueron apodadas “reacciones”. Tanto en la cosmovisión comunista como en la socialdemócrata, la [moral más elevada es ser] “progresista”, ser … del lado … inevitable siguiente fase de la historia. Del mismo modo, la inmoralidad más profunda, si no la única, es ser “reaccionario”, dedicarse a oponerse al progreso inevitable o incluso, y en el peor de los casos, trabajar para revertir la marea y restaurar el pasado, “hacer retroceder el reloj”[13].
El odio que hoy se atribuye a los términos “reacción” o “reaccionario” se debe, por tanto, estrictamente a su controvertido uso por parte de los ideólogos marxistas. Fuera de la política, el término tiene una connotación positiva en muchos usos. En particular, la reacción antígeno-anticuerpo “es la reacción fundamental del cuerpo mediante la cual éste queda protegido de moléculas extrañas complejas, como los patógenos y sus toxinas químicas”[14]. En otras palabras, el sistema inmunológico humano es reaccionario. Reacciona y aniquila a los invasores, y restaura el cuerpo humano a su saludable statu quo ante. Ser un reaccionario político-económico, entonces, es tratar de deshacer la devastación de nuestras instituciones económicas, sociales y culturales perpetrada por políticas progresistas; retroceder en el tiempo, expulsar a los invasores de sus posiciones de poder, y restaurar la salud del cuerpo social.
Rothbard aplicó perspicazmente su análisis del progresismo para explicar el misterio del amargo e histérico odio izquierdista hacia Francisco Franco y Augusto Pinochet, hacia España y Chile, respectivamente. La aversión de los progresistas de izquierda hacia estos hombres era incluso mayor que hacia Adolf Hitler. Porque Franco y Pinochet habían frustrado la marcha de la historia, habían hecho retroceder el reloj al liderar contrarrevoluciones exitosas contra gobiernos de izquierda democráticamente electos. Hoy somos testigos de los mismos vituperios progresistas frenéticos y desequilibrados contra Donald Trump, Viktor Orban de Hungría, Jair Bolsonaro de Brasil, y Giorgia Meloni de Italia, porque estos políticos cometieron un pecado aún más grave contra el credo progresista que Franco y Pinochet. De hecho, tomaron el poder en elecciones democráticas, utilizando al mismo tiempo una retórica explícitamente antiprogresista y reaccionaria, exponiendo así el mito de que la democracia es la garante del inevitable progreso social hacia un estado socialista igualitario. Hasta qué punto estas elecciones han sacudido y desorientado a los progresistas, se demuestra en el enloquecido twitt del economista sueco Anders Åslund, mucho antes de las elecciones húngaras: “Si Hungría realmente vota abrumadoramente contra la democracia y a favor de la corrupción, no veo por qué debería ser aceptada en la UE” (énfasis añadido)[15]. Un poco menos idiota, pero más reveladora, es la resolución recientemente aprobada por el ilustre Parlamento Europeo, que afirma que Hungría ya no es una democracia plena, sino más bien “un régimen híbrido de autocracia electoral”[16]. Rothbard acertó en su evaluación de la respuesta de los progresistas a las reacciones políticas exitosas encabezadas por Franco y Pinochet: “Que se produzca la reacción, que se reviertan las fases … y estas personas se vuelven locas, caen en picada, porque entonces tal vez su religión sea falsa después de todo”[17].
No viene al caso si los políticos populistas actuales en Estados Unidos, América del Sur y Europa, creen o no en su propia retórica y son genuinos reaccionarios. Su ascenso al poder en elecciones democráticas, a pesar del interminable flujo de desprecio, odio y desprecio que les arrojan las élites políticas, mediáticas y académicas occidentales, demuestra que una reacción genuina sería posible con el líder adecuado. Como reconoció Rothbard, un movimiento reaccionario requiere “un líder carismático que tenga la capacidad de cortocircuitar a las élites de las redes sociales, y alcanzar y despertar a las masas directamente”.
En un artículo escrito en 1954 pero publicado póstumamente en 2002, Rothbard explicó que, para ser eficaz, el líder de un movimiento político disidente debe ser un “demagogo”. Él o ella debe
apelar a las masas por encima de los jefes de estado y sus guardaespaldas intelectuales. Y este llamamiento puede ser hecho con mayor eficacia por el demagogo: el hombre de pueblo rudo y grosero, que puede presentar la verdad en un lenguaje simple, eficaz pero emotivo. Los intelectuales ven ésto claramente, razón por la cual atacan constantemente cualquier indicio de demagogia libertaria como parte de una “ola creciente de antiintelectualismo”[19].
En defensa de la demagogia como método político, queda claro que Rothbard entendió que podía ser utilizada tanto por la izquierda como por la derecha. Sin embargo, como predijo en 1954, desde entonces el socialismo se ha convertido en la “ideología de moda y respetable” … [cualquier] demagogia, cualquier alteración del sistema actual, casi con certeza provendría de la oposición individualista”. La izquierda lo sabe instintivamente, por eso “la respetable izquierda estatista … teme y odia al demagogo y, más que nunca, es objeto de ataque”[20].
Redefiniendo la Política como Guerra
Después de reconstruir el espectro político para reflejar las realidades del mundo poscomunista, Rothbard expuso la estrategia política que los reaccionarios deben emplear para hacer retroceder al progresismo. Destacó que reaccionarios y progresistas son minorías, y están en oposición polar entre sí. Entre ellos se encuentra la mayoría de los estadounidenses, que están confundidos y “divididos entre visiones del mundo contradictorias”. Constituyen lo que Rothbard, siguiendo a Vladimir Lenin, llamó “el pantano”, el terreno sobre el que se libran batallas ideológicas.
Rothbard resume de manera concisa el problema que enfrenta la oposición de derecha a la toma progresiva del poder:
El problema es que los bandidos, las clases dominantes, han reunido en su seno a las élites intelectuales y mediáticas, que son capaces de engañar a las masas para que consientan en su dominio, para adoctrinarlas, como dirían los marxistas, con una “falsa conciencia” [21].
Esta situación existe porque, desde principios del siglo XX, los políticos progresistas y corporativos, y sus compinches empresariales y financieros, han inducido a un número cada vez mayor de intelectuales a justificar y legitimar su gobierno, a cambio de subsidios del gobierno federal o posiciones lucrativas en sus agencias y oficinas regulatorias, de bienestar social y de guerra, en constante expansión. Lo que Rothbard llama el “monopolio sobre la función de formar la opinión” en la sociedad, ha sido otorgado así a una clase privilegiada y mimada, que hoy consiste en “un enjambre de intelectuales, académicos, científicos sociales, tecnócratas, politólogos, trabajadores sociales, periodistas y los medios de comunicación en general”[22].
Entonces, ¿qué debe hacerse para romper este formidable monopolio y destruir la “alianza impía” del establishment político y sus apologistas intelectuales privilegiados? Rothbard recomendó “una estrategia de audacia y confrontación, de dinamismo y entusiasmo, una estrategia –en resumen– para despertar a las masas de su letargo, y exponer a las élites arrogantes que las gobiernan, controlan, imponen impuestos y roban”[23]. Porque un populismo de derecha de este tipo es precisamente lo que temen las elites gobernantes. Prefieren una discusión bipartidista y considerada de los “temas”, en un tono mesurado, solemne y sin dureza. Los políticos progresistas temen especialmente y advierten contra la llamada política del resentimiento, precisamente porque aquéllos a quienes explotan, dirigirían el resentimiento contra ellos. En contraste, Rothbard aconseja a los derechistas que regresen a la política ferozmente ideológica y altamente partidista de los Estados Unidos del siglo XIX, que estuvo marcada por un amargo resentimiento personal por parte del partido de oposición y sus miembros.
La estrategia de la derecha no sólo debe ser de confrontación, según Rothbard, sino que “también debe fusionar lo abstracto y lo concreto; no sólo debe atacar a las élites en abstracto, sino que debe centrarse específicamente en el sistema estatista existente, en aquellos que actualmente constituyen las clases dominantes”[24]. Ésto significa, sobre todo, que la estrategia de la derecha debe ser personal, debe tener como objetivo exponer las mentiras, la corrupción y los escándalos de miembros específicos de la coalición gobernante. Así, Rothbard escribió sobre el movimiento anti-Clinton que rápidamente se unió durante el primer mandato de Clinton como presidente:
El movimiento estalló como reacción a todos los atributos objetivamente repugnantes de los Clinton y sus asociados: el torrente de mentiras, evasiones, corrupción, escándalos sexuales, e intentos frenéticos por controlar nuestras vidas enteras. Pero el odio por los atributos personales de Clinton rápidamente tuvo repercusiones en sus programas y su ideología. Así, tuvimos la “fusión nuclear” más poderosa de toda la política: la intensa mezcla de lo personal y lo ideológico. La creciente conciencia de la tiranía socialista involucrada en todos los programas de Clinton … a la que se suma y multiplica enormemente la aversión hacia el hombre Clinton[25].
La parte final de la estrategia rothbardiana es, por tanto, hacer que los de derecha comprendan una idea simple –asimilada durante mucho tiempo por la izquierda– de que la política es guerra. Es decir, tanto en la política interna como en los conflictos militares interestatales, en palabras del gran teórico político alemán Carl Schmitt, “el adversario intenta negar el modo de vida de su oponente, y por lo tanto debe ser repelido o combatido para preservar su propia forma de vida”[26]. Además, la política implica inherentemente lo que Schmitt llama “enemistad”, o la distinción entre “amigo y enemigo”, conceptos “que deben entenderse en su sentido concreto y existencial, no como metáforas o símbolos”[27]. Porque, citando nuevamente a Schmitt, “la guerra surge de la enemistad. La guerra es la negación existencial del enemigo”[28]. Aunque Schmitt se centra casi exclusivamente en el conflicto interestatal, enfatiza la “posibilidad siempre presente de conflicto … de combate … la posibilidad real de asesinato físico” como atributo esencial de lo político, ya sea en el contexto de “agrupaciones nacionales [o] extranjeras de amigos y enemigos”[29]. Desde una perspectiva rothbardiana, el conflicto en la política interna es ciertamente una guerra en el sentido existencial. Las élites dominantes, en virtud de su control del aparato del estado, no sólo amenazan con violencia física e incluso con la muerte a los gobernados por no someterse a sus impuestos y decretos, sino que también practican efectivamente la violencia y el asesinato contra disidentes o “rebeldes” entre los gobernados.
Conclusión
Rothbard reconoció que cualquier desafío político serio a los progresistas por parte de un movimiento fusionista de derecha unido y consciente, sería una guerra, y además una guerra religiosa. Concluiré citando con cierta extensión un vibrante llamado a las armas de la derecha hecho por Rothbard:
Estamos comprometidos, en el sentido más profundo … en una “guerra religiosa” y no sólo cultural; religiosa, porque el progresismo/socialdemocracia de izquierda es una cosmovisión apasionadamente defendida, una “religión” en el sentido más profundo, sostenida en la fe: la visión de que el objetivo inevitable de la historia es una mundo perfecto, un mundo socialista igualitario, un Reino de Dios en la Tierra … Es una cosmovisión religiosa hacia la que no se debe tener piedad; hay que resistirla y combatirla con cada fibra de nuestro ser.
Y la metáfora es propiamente militar. La lucha que se avecina es mucho más amplia y profunda que la indexación excesiva de las ganancias de capital. Es una lucha a vida o muerte por nuestras almas y el futuro del país …
La guerra de reacción requerirá, sobre todo, coraje; coraje para no ceder ante las predecibles respuestas difamatorias de los medios de comunicación, las encuestas de opinión y todo lo demás …
Y, sobre todo, necesitamos lo que la izquierda más teme: una adhesión a la metáfora militar, al concepto de nosotros contra ellos, los buenos contra los malos, para recuperar nuestro país. Debemos aspirar no sólo a revertir todo, no sólo a salvarnos del estado leviathan y de la cultura nihilista, y no sólo a restaurar la Antigua República. Porque, eventualmente, tendremos que clavar la estaca de madera en el corazón del enemigo, para matar de una vez por todas al monstruoso sueño del Mundo Socializado Perfecto[30].
La lección para los libertarios es que sólo hay dos bandos en la lucha política actual. No hay término medio. O se es progresista o se es reaccionario. O se une, se conforma, a la marcha forzada hacia el socialismo, o se une a la reacción: la lucha para hacer retroceder el reloj progresista o, mejor aún, hacerlo añicos.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko