Los gobiernos de todo el mundo están excepcionalmente desesperados por resolver diversos problemas. Podría pensarse que ésto es algo bueno. Después de todo, hay una gran variedad de problemas en el mundo, y es necesario resolverlos.
¿Y cuáles serían estos problemas que los gobiernos de todo el mundo desean con tanto empeño resolver? ¿Quieren desregular el mercado y dejar de perturbar el sector productivo de la sociedad, para facilitar y maximizar la producción de riqueza? ¿Están buscando formas de expandir la producción y distribución de alimentos, eximiendo a la industria alimentaria de impuestos, para acabar con el hambre en el mundo? ¿Reducirán el gasto público y crearán leyes estrictas de responsabilidad fiscal, para extorsionar menos a la población mediante el terrorismo fiscal?
¿Pondrán fin al monopolio criminal de la industria farmacéutica? ¿Finalmente liberarán completamente las armas civiles, sin restricciones, para que la gente pueda defenderse de agresiones (como la invasión de propiedades y el robo a mano armada) más fácilmente, sin tener que depender de la policía y de las fuerzas de seguridad del estado para tener una efímera y fútil sensación de protección?
No, no es nada de eso. Ésto sería demasiado objetivo y concreto por parte de las elites gobernantes. Temo informar al lector, pero prácticamente ningún gobierno en el mundo parece estar comprometido con acabar con los verdaderos problemas que aquejan a la humanidad. Los “problemas” que muchos gobiernos de diversas naciones del mundo están dispuestos a “resolver”, son todos mucho más genéricos y abstractos. Y todos serán aparentemente resueltos por los formidables y graciosos expertos del esotérico y benévolo ministerio de los problemas imaginarios.
¿Cuáles son estos problemas que las elites gubernamentales pretenden combatir con tanta severidad, y para los cuales destinan muy abundantes recursos financieros, que antes les fueron quitados al “contribuyente” (ciudadano pacífico al que le robaron) en contra de su voluntad?
Pues bien, en la lista de prioridades, los gobiernos occidentales pretenden combatir los siguientes “problemas”:
1) “Discurso de odio” (definición tan vaga que puede significar prácticamente cualquier cosa).
2) La difusión de “Fake News” (esto básicamente significa combatir hechos y verdades concretas que son consideradas inconvenientes por el statu quo actual).
3) Ataques a la democracia (en Brasil, ésto significa combatir las opiniones que no están de acuerdo con la voluntad del excelentísimo, magnánimo, gracioso, precioso, adorado, venerado y espléndido rey sol, Alexandre de Moraes).
4) El patriarcado “opresivo”, “machista” y “sexista” (cuya definición dependerá enteramente de la voluntad de las feministas de turno, y del humor de los jueces de distrito).
5) “Cambio climático” (según algunas predicciones, ya debería haber derretido por completo los casquetes polares).
6) “Negacionismo científico” (puede ser literalmente cualquier opinión que diverja de las “verdades absolutas” establecidas por los conglomerados farmacéuticos).
7) “Homofobia” y “transfobia” (consiste básicamente en censurar cualquier artículo, texto o declaración que no sea considerado lo suficientemente brillante por la patrulla ideológica del ministerio arcoíris).
8) “Desigualdad” (“problema” tan vago que su definición dependerá también enteramente de la voluntad de los individuos que integran los poderes establecidos).
Éstos son sólo algunos de los terribles y espantosos “problemas” que los burócratas del departamento esotérico de problemas imaginarios están dispuestos a combatir. Hay muchos otros “problemas” –todos de naturaleza igualmente fantástica y folklórica– que combatir, con el “noble” objetivo de hacer del mundo un lugar “mejor” y “más seguro”. De hecho, hay muchos otros “problemas” que los amables, benevolentes, sencillos y extraordinariamente humanos burócratas occidentales afirman querer resolver.
Sólo hay un detalle muy importante en esta historia. Todos estos “problemas” (que las interminables hordas de políticos y burócratas inútiles de Occidente afirman querer resolver) no son problemas reales. Son sólo chivos expiatorios que, en la práctica, sirven como catalizadores para la plena expansión de los poderes del gobierno sobre los ciudadanos y la sociedad en general. Veamos algunos ejemplos.
La creciente censura en las redes sociales ha sido un problema relevante en los últimos años. Actualmente no podemos decir lo que queremos en redes sociales como Facebook. Si se transmite la opinión sobre un tema determinado (y esa opinión es clasificada como “discurso de odio”), inmediatamente surgirá la acusación de “violar las normas de la comunidad”. En el mejor de los casos, no se podrán efectuar publicaciones durante 30 días. En el peor de los casos, el perfil será eliminado. Pero no son sólo las redes sociales
Sin embargo, no son sólo las redes sociales las que pretenden combatir el supuesto “discurso de odio” (lo que, en la práctica, significa aplicar activamente la censura), con sus infames “agencias” de “verificación de hechos”, que son completamente de izquierda. El gobierno también se unió a la lucha y, del mismo modo, pretende combatir activamente el “discurso de odio”, castigando a las personas con una legislación cada vez más tiránica y autoritaria, por el simple hecho de tener su propia opinión. Ésto es, en la práctica, institucionalizar la censura y penalizar a los ciudadanos comunes y corrientes (a menudo clasificados como “radicales” o “extremistas”), simplemente porque cometieron el “delito” de tener una determinada opinión sobre un determinado tema, y esa opinión no agradó a ls dictadores omnipotentes que ocupan posiciones de poder y autoridad.
Un ejemplo que cité frecuentemente en artículos anteriores fue el del comediante Léo Lins, quien está siendo procesado por el Ministerio Público Federal de Brasil por el “delito” de contar chistes “ofensivos”. Como si toda la censura brutal, tiránica y criminal ejercida en su contra no fuera suficiente, el comediante incluso tuvo suspendidos temporalmente sus canales de YouTube y TikTok.
Al parecer, el Ministerio Público Federal de Brasil está muy decidido a proteger a la sociedad de chistes “ofensivos”. Es bueno que ya no haya ladrones, extorsionadores y asesinos entre nosotros, y que los comediantes se hayan convertido en la mayor fuente de peligro para la sociedad.
Como los chistes divertidos, originales y sumamente creativos representan actualmente la mayor amenaza que aqueja a la sociedad humana –pues al parecer, todos los delincuentes violentos del país ya han sido debidamente procesados y encarcelados, y ya no se encuentran dispersos entre la población–, y problemas reales como la pobreza, la delincuencia y la violencia urbana han sido espléndidamente resueltos y pasaron a ser cosa del pasado, no tiene nada de malo aceptar que el Ministerio Público comience a ejercer el papel de inspector de chistes, ¿verdad?
Al fin y al cabo, parece que no hay cuestiones más graves y urgentes que resolver. Y analizar, evaluar y seguir los chistes es algo que, además de excepcionalmente necesario, requiere de mucha técnica, rigor y sensibilidad. Al menos así piensan los fiscales. Ésto es lo que puedo concluir, a partir de la actuación de esta “noble” institución republicana, tan preocupada por la calidad de los chistes que circulan en la sociedad.
Ahora, pensemos en lo siguiente: como ciudadano, usted paga impuestos insoportables, que sostienen al gobierno fiscal chistoso, en su papel de máximo gestor del humor y de la comedia nacional. Sin embargo, ¿alguna vez estuvo de acuerdo, dio su consentimiento o votó para que el gobierno asuma el papel de supervisor del humor y las bromas de otras personas? En mi caso, la respuesta es “no”.
Personalmente, soy partidario de ir exactamente en la dirección opuesta. Si los chistes de los comediantes en cuestión ofenden al statu quo actual, al gobierno, a la clase política, a la burocracia estatal y a la ideología de moda, denles total libertad para ampliar su repertorio de chistes. Cuanto más ofensivos y políticamente incorrectos sean los chistes, mejor. Definitivamente, nada es más eficiente que el humor para ridiculizar a quienes son los dueños de la verdad y a los vigilantes sociales de turno.
En un escenario tan horrible, donde la dictadura totalitaria se presta a censurar activamente incluso el contenido humorístico, ¿cómo podemos intentar protegernos?
Debe recordarse que todos los conceptos que utiliza el sistema para castigar a los disidentes y a los librepensadores son demasiado vagos. Las definiciones de “Fake News”, “discurso de odio” y “ataques a la democracia”, están completamente sujetas al estado de ánimo de los dictadores de la ocasión.
Sin embargo, cuando se pasa a la realidad concreta, resulta muy fácil señalar qué son crímenes reales y cuáles son crímenes imaginarios, de naturaleza totalmente vaga y esotérica. La conclusión objetiva es muy clara: si no hubo víctima real, no se produjo ningún delito. No es un delito porque un legislador, un burócrata o un juez estatal haya dicho que lo es. Un artículo, un chiste, una publicación en las redes sociales, o una simple opinión, nunca serán delitos. No importa el motivo, condición o circunstancia.
Las acusaciones de naturaleza vaga (cuando dan lugar a algún proceso legal iniciado por el estado) pueden se fácilmente identificadas por lo que realmente son: censura. Los mecanismos legales que utilizan las autoridades para justificar la censura son criminales, tiránicos e ilegales.
La legislación estatal, además de ser redundante, hiperbólica y contradictoria, es a menudo ambigua, al igual que las alucinantes prerrogativas de la ideología progresista. En el caso del estado, el problema siempre será difícil de ser combatido, ya que es poco probable que las autoridades constituidas respeten la libertad de expresión, especialmente si el texto, libro, artículo, publicación en las redes sociales o chiste que estuviera siendo censurado, va contra la convicciones personales de la autoridad máxima (en este caso, el juez) con la última palabra sobre el caso. En una situación desfavorable, se deberá apelar hasta el último recurso.
En cuanto a la ambigüedad en el caso de la ideología progresista, probablemente el mejor ejemplo que puede ser explorado es el concepto de negacionismo. Todo el mundo sabe que la militancia progresista empezó a catalogar como “negacionistas” a todos aquellos que no se doblegaban de forma completamente servil ante la tiranía de la industria farmacéutica. Pero el asunto es que, recíprocamente, también se los puede clasificar de la misma manera: como negacionistas.
Los activistas progresistas son notorios negadores de la biología. Como criaturas irracionales que desprecian la ciencia, no reconocen la existencia de diferencias biológicas entre hombres y mujeres. Hoy en día, estas personas están bastante dispuestas a realizar todo tipo de malabarismos intelectuales para justificar una amplia variedad de ensoñaciones irracionales. Más recientemente se empezó a afirmar que los hombres pueden menstruar, y que ésta no es una función exclusiva de las “mujeres biológicas”.
Evidentemente, el término “mujer biológica” es redundante. O se es mujer, o no se lo es. Y si no se es mujer, entonces sólo se puede ser hombre. Sin embargo, estos hechos sólo muestran que nunca debe subestimarse la obstinada irracionalidad de la histérica y degradante secta progresista.
Los activistas progresistas creen genuinamente que si un hombre se pone una peluca, se reconoce como mujer y se siente mujer, entonces todos deberíamos considerarlo una mujer. Este hombre debería incluso tener derecho a utilizar los baños de mujeres, donde y cuando quiera. Y quien tenga la audacia de oponerse a esta irracionalidad bestial, debe ser acusado de “transfobia”. Y por tanto, debe ser juzgado y sancionado.
Esta, como todas las demás locuras de la secta progresista, es una fantasía tan delirante, que resulta difícil aceptar que haya gente capaz de creerla.
Lo que, en sus delirantes ensoñaciones alimentadas por un incesante adoctrinamiento político, los activistas progresistas no logran comprender, es que los genitales pueden ser alterados mediante cirugía, pero no pueden ser alterados los cromosomas. Si la calificación es XY, entonces se es hombre, y siempre se será hombre. Si se nace XX, se es mujer, y siempre se será mujer. No importan las mutilaciones que se realicen sobre o en el cuerpo, ni la percepción totalmente subjetiva que se tenga de uno mismo. No se puede cambiar esa realidad. Los sentimientos personales y la percepción individual subjetiva de cualquier cosa (incluido uno mismo) tampoco pueden alterar la realidad.
Sin embargo, los activistas progresistas se niegan rotundamente a creer en ningún elemento concreto de la realidad objetiva, y están totalmente dispuestos a ignorar todo lo que dice la ciencia sobre el tema. Para los activistas, el mundo real no importa. Las emociones y los sentimientos siempre deben hablar más fuerte. Y si no se está de acuerdo con este precepto irracional, entonces se es un fascista transfóbico, que está ejecutando “opresión” sobre la militancia del elegante reino del resplandeciente arco iris.
Como escribí en un artículo anterior, los activistas no aprecian realmente la ciencia. Lo que realmente adoran es la sumisión total, irrestricta e ilimitada a su ideología favorita.
Los hombres siempre serán hombres, por mucho que mutilen su propio cuerpo y cómo se clasifiquen. De la misma manera, las mujeres siempre serán mujeres, por mucho que mutilen su propio cuerpo y cómo se clasifiquen. Pero en lugar de aferrarse a la racionalidad científica, los progresistas –ignorando deliberadamente su tan querido mantra de “creer en la ciencia”– afirman que esta verdad fundamental es arcaica, obsoleta, y que ha sido superada por la ideología de género.
Sin embargo, se uno se atreve a aferrarse a la realidad, en lugar de creer en delirantes ensoñaciones progresistas, la militancia lo acusará de ser transfóbico. Y el progresivo estado totalitario de excepción puede procesarlo por transfobia si se niega a tratar como mujer a un hombre que se considera mujer, o a tratar como hombre a una mujer que se considera hombre.
En su estado completamente degenerado, histérico y obsesionado con la agenda de la brillante industria del arco iris, la militancia ignora convenientemente a las personas que dicen ser trans algo, que declaran que se arrepienten totalmente de haber hecho la transición al otro sexo biológico, así como el aumento de la tasa de suicidio entre personas que alegan ser trans algo. De hecho, la esperanza de vida de estas personas está llegando a los treinta años, momento en el que deciden quitarse la vida.
Sin embargo, en las raras ocasiones en que aborda el problema de la anormal tasa de suicidio entre las personas trans, la militancia culpa a la sociedad, afirmando que la sociedad no acepta a estas personas tal como son. Como siempre, la izquierda progresista colectiviza también la culpa, en lugar de señalar a los verdaderos responsables del problema.
Los culpables de esta historia son la industria arcoíris y el lobby de los conglomerados farmacéuticos. La industria de la cirugía estética, la mutilación genital y la comercialización de hormonas es demasiado rentable como para permitir que el público en general conozca la verdad. Debido a que tienen miríadas y miríadas de idiotas progresistas útiles, perfectamente adoctrinados y programados por los principales medios corporativos para ignorar la realidad y creer en cualquier irracionalidad de la candente industria del arcoíris, estas personas defienden lo indefendible, y categorizan como fascista a cualquiera que tenga la más mínima idea de prudencia, razonabilidad y sentido común.
Confunden las mentes de los jóvenes inadaptados: les dicen que pueden ser lo que quieran, que incluso pueden vivir, comportarse e identificarse como perros, o como bebés, o como canguros, si así lo desean, y eso es todo. Repitase ésto una y otra vez, hasta la saciedad, transmitiendo el mensaje una y otra vez, hasta el infinito. Y así se tendrán legiones de adoctrinadas criaturas, estúpidas e irracionales, que en lugar de buscar al psiquiatra más cercano para tratar sus trastornos mentales, son incitadas a normalizar la insanía y la locura.
Y ahora, como resultado de ésto, se tiene en la sociedad un número creciente de idiotas irracionales que se niegan rotundamente a aceptar las diferencias biológicas entre hombres y mujeres. Lamentablemente, algunas sociedades incluso han normalizado que los hombres compitan con mujeres en deportes femeninos, como si los hombres no tuvieran más energía, más testosterona, más masa muscular y fuerza física superior que las mujeres. No, nada de eso existe. Todo es una “construcción social”, como afirman los irracionales y delirantes activistas progresistas, “amantes de la ciencia”.
Nunca ha sido tan fácil ser mujer. Lo único que debe hacerse es ponerse una peluca, además de la letra “a” al final del nombre, y listo. Automáticamente se convierte en “mujer”. Si alguien se niega a al reconocimiento como mujer, simplemente se acusa a esa persona de “transfobia” y de difundir “odio” y “prejuicios”. Lo más probable es que las autoridades estén de su lado. No sería políticamente correcto que dejaran de apoyarlo. De hecho, ésta es una forma de lograr lo que se desee. Basta llamar fascista a cualquiera que exprese cualquier tipo de oposición a la locura, y exigir a las autoridades que cumplan con la legislación progresista vigente.
Infelizmente la sociedad ya ha alcanzado niveles de locura tan irreparables y demenciales, que es posible ir más allá. Actualmente se tiene licencia ideológica, política y legal para ir más allá de los límites de la locura. Si se quiere, se puede afirmar que no se es ni hombre ni mujer. Uno puede definirse como una persona “agender” o “no binaria”, como si esas cosas realmente existieran. De hecho, no son más que clasificaciones ficticias y delirantes de hombres y mujeres que no quieren aceptarse ni como hombre ni como mujer. Algunas de estas personas exigen que, si les habla, utilice un lenguaje neutral.
Aparentemente, no puedes usar pronombres masculinos cuando hablas con un hombre que se define como “agender” o “no binario”, y no puedes usar pronombres femeninos cuando hablas con una mujer que se define como “a-género” o “no binaria”. Si aun así se decide utilizar pronombres correspondientes al sexo biológico de la persona para comunicarse con ella, le pueden acusar de “algo fóbico”, y luego procesarlo por el progresivo estado de excepción, acusándolo de ser un radical, un intolerante, extremista o algo esotérico en ese nivel. En última instancia, el progresivo estado de excepción le acusará de haber cometido algún delito imaginario gravísimo y atroz.
Todo ésto sirve para mostrar cómo los activistas progresistas son criaturas absurdamente irracionales, anticientíficas y, sobre todo, absurdamente selectivas. “Creer en la ciencia” sólo se aplica a las vacunas. No a la biología.
De hecho, los activistas progresistas son criaturas tan irracionales –tan carentes de inteligencia, competencia intelectual y capacidad de razonamiento– que son completamente incapaces de darse cuenta de que no son más que idiotas útiles que son fácilmente manipulados para defender activamente los intereses de la industria farmacéutica, tanto en el caso de vacunas fabricadas a escala industrial como solución a supuestas pandemias, como en el caso de personas “confundidas” (inducidas a la confusión) sobre su sexualidad, a las que luego se les anima a someterse a tratamientos hormonales prolongados para obtener “beneficios” corporales, así como someterse a procedimientos estéticos con el objetivo de mutilar los genitales y así “cambiar de sexo”.
Pero los activistas progresistas no piensan en nada de eso. De hecho, son demasiado irracionales y manipulados para pensar por sí mismos sobre prácticamente cualquier tema. En cualquier caso, la industria farmacéutica piensa por todas estas personas.
Los ataques sistemáticos y recurrentes contra la realidad, llevados a cabo por los activistas progresistas en los últimos años, han demostrado que estas personas, viven aparentemente en el mundo fantástico y chispeante de los ponys voladores, donde todas las fantasías universitarias son posibles. Y lo más importante del mundo es “luchar contra el fascismo” (lo que significa luchar contra la realidad). Y así, los activistas progresistas y el gobierno del amor brillante están juntos, unidos para combatir todo tipo de amenazas invisibles, horrores esotéricos y problemas imaginarios.
En un pasado no muy lejano, mantener ciertas opiniones, contar chistes “ofensivos” o reconocer las diferencias entre los géneros masculino y femenino, no eran consideradas actitudes controvertidas, ni problemas o violaciones de la ley estatal. Sin embargo, hoy en día tener opiniones propias sobre determinados temas es algo demasiado controvertido para la sociedad progresista occidental, totalitaria y despótica.
Desgraciadamente vivimos en circunstancias nada favorables para la libertad. Con hordas de militantes desesperados por el paternalismo estatal, y el estado expandiendo plenamente sus poderes plenipotenciarios con la total aprobación de lunáticos y fanáticos del control, no sorprende que la tiranía se vuelva cada vez más opresiva.
¿Algún problema imaginario le aflige o atormenta severamente? ¿Se despiertas por la mañana con miedo al capitalismo, al fascismo, al discurso de odio y a las noticias falsas? ¿Es el miedo tan grande y aterrador que teme levantarse y comenzar el día? ¿Su deseo es esconderse debajo de la cama y quedarse allí por el resto de tu vida?
¡No se preocupe! Sus problemas acabarán. El Departamento Esotérico de Amenazas Invisibles y el Ministerio Popular de Problemas Imaginarios resolverán todas estas grandes calamidades. Después de todo, es por eso que se vota por políticos elegantes, majestuosos y benevolentes, y es exactamente por eso que se pagan impuestos. Éstos y sus encantadores y chispeantes alumnos se encargarán de que los ositos de peluche de la democracia, y las preciosas legiones incandescentes del amor, triunfen sobre las fuerzas nefastas y oscuras del humor políticamente incorrecto, el negacionismo y el patriarcado.
La verdad es que, en el país del activismo rutilante, combatir problemas imaginarios es prioritario.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko