Thursday, November 21, 2024
InícioespañolRedes sociales, descentralización de la información y obsolescencia de la izquierda

Redes sociales, descentralización de la información y obsolescencia de la izquierda

A la izquierda política le cuesta adaptarse a los nuevos tiempos. Acostumbrada a un grado monolítico de centralización absoluta –inseparable de su cosmogonía política, que concibe al estado como una religión laica con poderes plenipotenciarios, que tiene el derecho inalienable de gobernar y controlar a toda la sociedad–, la izquierda política no ha entendido absolutamente nada del mundo contemporáneo, polivalente, tecnológico, complejo e interconectado.

Añorando un pasado que ya no existe, la izquierda política es incapaz de entender cosas sencillas, como el hecho de que los ciudadanos de a pie tendrán sus propias opiniones, que tienen derecho a tenerlas, y que estas opiniones a menudo serán contrarias a los programas de la izquierda. Con las redes sociales, los ciudadanos de a pie tienen ahora a su disposición una herramienta para expresar sus visiones del mundo, así como sus opiniones privadas sobre una amplia gama de temas.

Con una herramienta digital a su disposición que les permite hacer públicas sus opiniones, las personas también pueden hacer circular el conocimiento sin restricciones. Sin embargo, muchas de estas opiniones y conocimientos han resultado incómodos para la izquierda política, incapaz de hacer frente a la avalancha de ideas divergentes. Esto ha dejado a la izquierda invariablemente sumida en una convulsa desesperación, y ahora lucha denodadamente por regular las redes sociales y tratar así de recuperar al menos parte de la hegemonía que ha perdido.

Con la descentralización de la información que permiten las redes sociales, la izquierda ha perdido el control de la narrativa. Ahora, lo que más desea la izquierda es una vuelta a la centralización, con ella al mando. Lo que demuestra una vez más –para sorpresa de absolutamente nadie– su hipocresía.

Hace un tiempo, la izquierda afirmaba que la democratización del conocimiento era esencial. Ahora que la democratización del conocimiento se ha hecho posible en gran medida gracias a las redes sociales –e incluso se ha convertido en un elemento habitual de nuestra vida cotidiana–, la izquierda busca formas y medios para aplicar políticas estatales capaces de estancar el libre flujo de información. En otras palabras, lo que la izquierda realmente quiere es institucionalizar la censura.

Con esta actitud nos damos cuenta de que todo ese discurso de “democratizar el conocimiento” no sirve de nada si la izquierda no está al mando. Una vez más, para sorpresa de absolutamente ningún ser humano sobre la faz de la tierra, la izquierda muestra toda su hipocresía y despotismo. Lo que les importa es la conveniencia de las narrativas. Si la izquierda no manda, entonces no hay legitimidad. Si la izquierda no manda, entonces no es democracia real.

De hecho, con los medios sociales la izquierda ha perdido mucha relevancia porque, gracias a un entorno de libre flujo de información, todo el mundo puede intercambiar ideas y conocimientos. Con las redes sociales, libertarios, conservadores, liberales, monárquicos y personas de las más variadas procedencias políticas y filosóficas, han ganado voz. Pero esta libertad es poco a poco erosionada a medida que es impuesta la dictadura de lo “políticamente correcto” –en gran parte gracias a la truculencia del estado de excepción progresista–, y la censura es impuesta como un obstáculo cada vez más implacable y difícil de sortear.

La libre circulación de la información es un componente fundamental de una sociedad libre. Sin embargo, es natural que la izquierda intente combatirlo, ya que como desea el poder total y absoluto, la izquierda busca tener el monopolio de la narrativa en sus manos. En consecuencia, cualquiera que amenace este monopolio o desafíe y cuestione abiertamente las estúpidas y utópicas ideas progresistas, será vehementemente censurado por la militancia, y tal vez incluso perseguido por el estado de excepción progresista.

La izquierda intentará combatir la libre circulación de la información utilizando todo tipo de pretextos. Alegará que en el torrente de información a censurar hay incitación al odio, Fake News, apología de la homofobia, sexismo, capitalismo, fascismo y muchos otros hombres de paja, con el argumento de que todo ello constituye una grave amenaza para la democracia y el orden establecido.

Sin embargo, la mayor parte de la información susceptible de censura no son más que opiniones, a las que se opone frontalmente por el mero hecho de expresar desacuerdos con algún aspecto del pensamiento izquierdista. Estas opiniones y conceptos son falsamente etiquetados como potencialmente peligrosos, simplemente porque a la patrulla ideológica no le gusta ver la libre circulación de ideas que amenazan su hegemonía política.

Por ello, la izquierda política considera anatema la libre circulación de la información, y por una razón muy sencilla: la izquierda ha descubierto a través de las redes sociales –las que han facilitado y ampliado la democratización del conocimiento que decía defender– que el número de personas que no están de acuerdo con ella, es sencillamente inconmensurable. Y a la izquierda no le ha hecho ninguna gracia descubrirlo. Así que los militantes creen que es necesario silenciar a esas personas.

Y para la izquierda, está absolutamente bien censurar a cualquiera que piense diferente. Al fin y al cabo, según la lógica infantil de los militantes, si alguien no está de acuerdo con algún punto de la ideología izquierdista, sólo puede ser malo. Así que está justificado censurarlo.

Sin embargo, contrariamente a la paranoia izquierdista, lo que está ocurriendo no es un ataque deliberado y bien orquestado de la extrema derecha fascista, financiado por la aristocracia internacional para dominar el mundo. Lo que hay, de hecho, es una avalancha de múltiples informaciones, de las más variadas vertientes filosóficas e ideológicas, que –por ser consideradas inconvenientes por el actual establishment progresista– se agrupan todas bajo la etiqueta de “extrema derecha” (por muy diferentes que sean entre sí). Si algo tienen en común estas ideas, es que se oponen al autoritarismo, las pretensiones, la arrogancia y las ensoñaciones reduccionistas de la izquierda. Sin embargo, la gran mayoría de estas opiniones son expresadas por personas corrientes, que no están financiadas por alguna oscura organización internacional que reúne, congrega y organiza a personas con el objetivo de reclutarlas y entrenarlas para subvertir el orden establecido (irónicamente, también podemos preguntarnos quiénes son realmente los verdaderos teóricos de la conspiración).

En otras palabras, lo que la izquierda ve como un ataque bien orquestado contra la democracia, las instituciones y su propia ideología, es en realidad el flujo torrencial y espontáneo de un gran número de personas que expresan libremente sus opiniones individuales, y cuestionan verdades artificiales prefabricadas, constantemente regurgitadas por los medios corporativos dominantes como preceptos incontestables.

Pero a la izquierda no le gustó descubrir que dando voz a la gente, ésta dirá lo que piensa. Y una proporción significativa de esas personas critica abiertamente a la izquierda.

Desesperada por perder su hegemonía y su capital político, la izquierda intenta ahora desesperadamente recuperar territorio.

¿Democratización de la información? Sí, estamos a favor. Pero sólo del “conocimiento” autorizado por la izquierda.

¿Y llamará la izquierda a su régimen despótico, arbitrario y tiránico –que abiertamente practica la persecución y la censura– por su nombre correcto? ¿Es dictadura? No, es “democracia defensiva”.

La izquierda siempre califica graciosamente a su régimen de opresión, tiranía y omnipotencia. No es de extrañar.

 

 

Revelando todo su totalitarismo, como era de esperar la izquierda política trata ahora de activar mecanismos gubernamentales e institucionales para limitar o incluso prohibir expresamente la libre expresión, el libre flujo de información, y la libre manifestación de las personas que discrepan con ella. De momento, han puesto en marcha una serie de artilugios retóricos e ideológicos para frenar a todas las personas que discrepen con los postulados ideológicos de la izquierda. El más conocido de ellos es acusar a los indeseables de difundir “Fake News” o “discursos del odio”.

¿Significa ésto que la izquierda –la izquierda que dice representar al pueblo, a los ciudadanos de a pie, a los asalariados y a los habitantes de los suburbios– se opone a la libre expresión de los simples individuos a los que dice representar? Sí, si esas personas expresan opiniones contrarias a la izquierda. La izquierda sólo quiere que circulen las opiniones que le son favorables.

Hay varios factores que explican el comportamiento de la izquierda. En primer lugar, la izquierda política tiene el totalitarismo profundamente arraigado en su marco ideológico. En segundo lugar, es muy elitista. Le importa sobre todo la opinión de los “expertos”, no la de los ciudadanos de a pie. Si no tiene Ud. un título d,e grado, maestría o doctorado en las áreas que considera importantes (sobre todo en las llamadas “ciencias humanas”), o no ocupa un cargo relevante en el gobierno, su opinión no será tenida en cuenta.

En otras palabras, lo que realmente cuenta para la izquierda son las opiniones de políticos, funcionarios, líderes sindicales, jueces y jefes de estado. Le importa un bledo lo que piense la gente corriente. La izquierda obedece a un patrón jerárquico rígido e inquebrantable, y es profundamente hostil e intolerante con cualquiera que no lo obedezca.

Por ser demasiado arrogante y prepotente en su elitismo, la izquierda política cree sinceramente que la gente corriente no debe pensar. Simplemente debe obedecer. Porque la izquierda considera que el gobierno es una religión, cree que los políticos, los jefes de estado y los líderes gubernamentales son sacerdotes ungidos infalibles y magnánimos, a los que hay que obedecer sumariamente y nunca desafiar ni contradecir.

A menos, claro, que sea un ideólogo de izquierda con licenciatura, maestría o doctorado. Entonces tiene Ud. derecho a expresar su opinión. Pero si ni siquiera tiene Ud. un título, entonces debería callarse. Debería resignarse a su mediocridad y obedecer. Ni siquiera necesita entender por qué hay que obedecer la orden. Simplemente debe obedecer. La izquierda es un movimiento político elitista que trata a la población como ganado, y cree fervientemente que el único comportamiento aceptable para las masas es el servilismo. Y el ganado servil no debe desafiar, cuestionar o razonar por sí mismo. Los que lo hacen, deben ser brutalmente rechazados, reprimidos y censurados, para que aprendan cuál es su lugar en la jerarquía.

Como es elitista y ve a los pobres y a la clase media como criaturas infrahumanas, la izquierda desprecia sumariamente el verdadero conocimiento, el libre flujo de información y, sobre todo, a las personas autodidactas. El conocimiento es intolerable para la izquierda, precisamente porque –si tienes conocimientos reales– puedes refutarla fácilmente en prácticamente todos los aspectos de su ideología, desde la economía hasta los valores sociales.

La izquierda sobrevalora los diplomas y certificados, precisamente porque es elitista y jerárquica. Pero lo más importante es que, con diplomas y certificados, puede caer ligeramente en la falacia de apelar a la autoridad. Y eso es lo que hace la izquierda política una y otra vez, ya que no tiene forma de atacar, ni siquiera de debatir argumentos. Todos sabemos que los militantes recurren a menudo a slogans del tipo “¿Quién eres tú para no estar de acuerdo con fulanito, que tiene un título, una maestría, un doctorado o un PhD de Harvard?” –como si los certificados fueran sinónimo de conocimiento, sabiduría, ingenio y capacidad de análisis. ¿Y qué pasa con los grandes científicos, inventores, exploradores, empresarios y otras personas de talento incomparable, que han existido a lo largo de la historia, y que no tenían educación formal? La izquierda los ignora convenientemente.

La falacia de apelar a la autoridad es una estrategia retórica (o sofisma) para escapar del verdadero conflicto de ideas, y no tener que debatir los argumentos. Ésto se debe a que cuando se evalúa a fondo su contenido, en su verdadera profundidad analítica y filosófica, queda claro que la izquierda política carece por completo de argumentos cohesivos, coherentes y consistentes, basados en la realidad. También es autoritaria, inmoral, carente de ética, centralizadora, despótica, radicalmente colectivista y extremadamente elitista.

Otro punto a tener en cuenta es el hecho de que la izquierda es una ideología extremadamente utópica y, sobre todo, radicalmente arcaica, obsoleta y anacrónica, ya que se ha detenido en el tiempo.

La centralización es parte integrante de la utopía social de la izquierda, donde una civilización perfecta, standardizada y uniforme, que obedece a una lógica proletaria, está en perfecta armonía con el gobierno omnipotente. Una sociedad que pretende ser uniforme y homogénea, a su vez, no puede tolerar la disidencia. Los ciudadanos que piensan por su cuenta –y cuyos pensamientos no están perfectamente alineados con lo que ha sido establecido como “verdadero” por el gobierno omnipotente– son vistos como anomalías dentro de una sociedad uniforme y homogénea, administrada centralmente.

Los librepensadores con opiniones propias son vistos como organismos disfuncionales que ponen en peligro el flujo armonioso de la sociedad y, por tanto, deben ser eliminados. Esto es lo que hace Corea del Norte con sus disidentes. Y Corea del Norte es vista como un ejemplo de sociedad cohesionada por muchos activistas de izquierdas.

Sobre todo, es fácil entender a la izquierda política cuando uno se da cuenta de que se estancó en el siglo XIX. Es un hecho indiscutible. Esto también puede verse en su vocabulario arcaico (los militantes utilizan términos embarazosos como “burguesía”, “proletariado”, “colonialismo”, “imperialismo”), y también en el hecho de que creen en la viabilidad de utopías infantiles del siglo XIX, como el marxismo.

De hecho, evaluar y analizar la sociedad contemporánea desde la perspectiva de una utopía del siglo XIX, hará que el mundo actual parezca una anomalía despreciable y confusa. En su intento por ordenar el mundo, dar a la sociedad un sentido más armonioso y cohesionado, y hacer que parezca menos caótica, los activistas de izquierdas a menudo se desesperan por encontrar algún resto de normalización que –de forma muy superficial– evoque una fachada de supuesto orden y normalidad.

Y por eso admiran tanto dictaduras como las de Cuba y Corea del Norte, que superficialmente parecen ser el elegante y homogeneizado paraíso utópico con el que sueñan. Esta visión, sin embargo, sólo puede mantenerse si se admiran las utopías desde una distancia considerable. Cuando se analizan más de cerca, las fracturas y grietas se hacen tan evidentes que hay que ignorar deliberadamente la realidad, para no tener que admitir que las utopías en cuestión son en realidad regímenes totalitarios opresivos y despóticos.

El problema es que la inmensa mayoría de los activistas de izquierdas no analizan en profundidad las condiciones reales de vida en los países que tanto admiran. Mucha gente que va a Cuba (e incluso a Corea del Norte) como turista, vuelve deslumbrada, diciendo cosas maravillosas de los países. Pero olvidan que la experiencia de conocer un país como turista es drásticamente distinta de la que viven los habitantes locales.

En Corea del Norte, por ejemplo, aún estamos en la Guerra Fría. Allí la gente sigue en 1950. Con la excepción de una élite vinculada con el gobierno –y que goza de privilegios que no tiene el resto de la población–, la sociedad norcoreana vive en una realidad exasperante y difícil, desprovista en su mayor parte de tecnología y conexión con el mundo exterior. Y sí, existe una élite en Corea del Norte; contrariamente a la teoría marxista, la sociedad norcoreana no es una utópica y perfecta “sociedad sin clases”.

Sin embargo, lo más probable es que los entusiastas de Corea del Norte le digan que esta información no es más que falsa propaganda imperialista, y que Corea del Norte es probablemente el mejor país del mundo para vivir.

La desesperación por creer en la utopía de una sociedad homogénea, proletaria, de planificación centralizada y carente de problemas, lleva a muchos izquierdistas a creer en dictaduras como la norcoreana, y muchos acaban considerándola una especie de ejemplo que hay que alabar y alcanzar. Lo que esta gente busca es una especie de paraíso terrenal. De hecho, la utopía marxista no es más que un análogo ideológico y materialista del Jardín del Edén. Un intento laico y ateo de implantar una versión del paraíso en la tierra.

Exponer la realidad y denunciar la existencia del tan cacareado paraíso utópico como una mera fachada, es probablemente la principal razón por la que la izquierda se opone con tanta amargura y vehemencia a las voces discrepantes.

Los activistas de izquierda ven a las personas con opiniones propias como obstáculos para la materialización del paraíso de la sociedad perfecta, centralmente planificada y homogénea, donde todo es igual y todos piensan exactamente igual. En cierto modo, el izquierdismo es una revuelta infantil contra la realidad. Comprender que la realidad es difícil, precaria, exasperante, hostil e incluso muy difícil, es algo que requiere madurez. Sólo los adultos pueden entenderlo. Y los adultos no se aferran a utopías, porque pueden aceptar la realidad tal como es.

Por supuesto, no tenemos por qué conformarnos con que el mundo sea como es, o como está. Siempre es beneficioso intentar promover cambios positivos, sean de proporciones modestas o no. Pero intentar alterar la realidad dentro de las posibilidades viables es una cosa. Creer en utopías es algo drásticamente distinto.

En la izquierda política es esencial comprender que una obsesión suele llevar a otra, y todo empieza con la obsesión por implantar una sociedad ordenada, homogénea y perfecta. Esto llevará a la obsesión por un sistema de planificación central, porque sólo así se hará realidad el “paraíso”. Al fin y al cabo, si se deja a la gente libre, se creará una sociedad heterogénea y llena de disparidades, con lugares más desarrollados y otros menos desarrollados. El sistema de planificación central, a su vez, conducirá a una obsesión por la obediencia a una rígida pirámide jerárquica. Esto, a su vez, conducirá a una obsesión por el control. Y así sucesivamente.

Como a la izquierda nunca le interesa escuchar la opinión de la gente corriente, se limitará a poner en práctica sus proyectos en cuanto llegue al poder. Su proyecto utópico exigirá necesariamente una centralización burocrática, ostensiblemente despótica. Esto acabará sirviendo de catalizador inevitable para el conflicto.

Como el proyecto utópico violará los derechos naturales de un gran número de personas, es natural que se rebelen. En consecuencia, la izquierda intentará silenciar y censurar a los opositores a medida que vaya implementando cada etapa de su proyecto de poder. En el proceso, innumerables individuos serán censurados y declarados enemigos del pueblo por el “delito” de tener opiniones propias. Como muchas personas serán oprimidas y censuradas, ésto motivará invariablemente a las masas a luchar contra el despotismo y la opresión ejercidos por los poderes establecidos.

Cuando analizamos la psicología de la izquierda, su infantilismo –manifiesto sobre todo en su obsesión por el control, la seguridad y la homogeneidad– se hace muy evidente. Como no entiende el comportamiento humano, la izquierda se anestesia intentando silenciar a la gente en lugar de intentar entenderla. Si tratara de entender a la gente, la izquierda sería lo que irónicamente dice ser, pero no es: humanitaria. Si realmente tratara de entender cómo piensa el pobre, el trabajador, el ciudadano de a pie (la clase de gente que la izquierda jura defender, pero que en la práctica desprecia con desprecio mordaz), la izquierda entendería cómo su ideología es completamente incapaz de satisfacer los deseos de una parte significativa de la sociedad.

En resumen, podemos decir que la izquierda política es una ideología utópica y simplista, que pretende realizar su versión política del paraíso en la tierra. Sus actitudes autoritarias, despóticas e infantiles lo demuestran sin lugar a dudas. Ninguno de sus postulados ideológicos muestra voluntad alguna de adaptarse a la realidad. Todo lo contrario: la izquierda quiere cambiar el mundo como sea. Si para hacer realidad su utópica versión del paraíso, debe venerar a dictadores genocidas, silenciar a los opositores y censurar a la gente corriente (y quizás hacer cosas aún peores), hará todo eso sin ningún problema.

Lo importante es siempre la búsqueda de la realización de la utopía. Nunca se trata de mejorar la calidad de vida de la gente.

La izquierda política no es más que un proyecto político extremadamente despótico y tiránico. Para empeorar las cosas, la militancia no entiende absolutamente nada del comportamiento humano, ni comprende las vastas complejidades que rigen la sociedad humana. La izquierda política ni siquiera puede comprender el hecho de que la sociedad humana está en un proceso constante de transición y cambio. Nada es permanente, lo que hace que cualquier intento de alcanzar la utopía a través de un proyecto político sea una idea tan estúpida como irracional.

Cuando hablamos de la izquierda comunista en particular, no estamos hablando sólo de una ideología absurdamente anacrónica e irracional. Estamos hablando de algo que, en la práctica, ha demostrado ser una atrocidad de proporciones indecibles.

¿Es posible implantar un régimen comunista de planificación centralizada y aparentemente uniforme? Sí, es posible. ¿Y cuánto durará? Como mucho, unas décadas. ¿Cuánto duró la dictadura comunista de Enver Xoxha en Albania? Gobernó el país de 1944 a 1985. Poco después de su muerte, el comunismo fue completamente desmantelado. ¿Cuánto duró la dictadura comunista de Nicolae CeauŞescu en Rumanía? Tras décadas gobernando el país de forma extremadamente opresiva, tiránica y truculenta, fue depuesto en una revolución popular, y fusilado junto con su esposa el 25 de Diciembre de 1989.

Podría citar muchos otros ejemplos. Pero éstos dos bastan para mostrar cómo la izquierda es completamente incapaz de estudiar la historia, de comprenderla, y de hacer una lectura práctica y eficaz de la realidad.

Por desgracia, la izquierda política es completamente incapaz de comprender los procesos, la llógica, los costos (tanto humanos como económicos), y los sacrificios necesarios para que una sociedad ponga en práctica un proyecto político utópico. Es más, los izquierdistas no pueden entender lo poco prácticas que son ciertas cosas en el mundo real. Una de esas cosas es el sistema de planificación centralizada –componente fundamental de la utopía de izquierda–, que no es más que un esquema de gestión y organización permanentemente condenado al fracaso, ya que no es económicamente autosostenible a largo plazo. Es un sistema condenado al colapso. Es sencillamente imposible que perdure.

La planificación central no funciona a ningún nivel: ni social, ni cultural, ni económico. Décadas de planificación centralizada han destruido las economías de países enteros. La planificación centralizada es una bestialidad utópica que sólo perjudica a la sociedad y es incapaz de producir ningún beneficio. Pero los activistas de izquierda no estudian historia, no les importa la realidad de los hechos, y siempre están totalmente dispuestos a ignorar cualquier cosa que exponga lo fraudulenta, infantil y utópica que es su ideología universitaria favorita.

El comportamiento infantil y las obsesiones utópicas de la izquierda demuestran que no tiene ningún compromiso con los seres humanos, la sociedad o la civilización. Su único compromiso es la realización de su utopía política. La izquierda no entiende a la sociedad humana, no entiende el comportamiento humano, no entiende la lógica económica, y no ve cómo todas estas cosas están totalmente interconectadas. Todas sus acciones sociales y políticas demuestran su titánica ignorancia de prácticamente todo lo que existe, y absolutamente nada de lo que la izquierda ha hecho o conseguido, ha beneficiado a la humanidad en modo alguno.

La izquierda política es una ideología demasiado simple para descifrar y comprender la excepcionalmente compleja sociedad actual. No debería sorprendernos, por tanto, que los seguidores, partidarios y entusiastas de una ideología excesivamente simplista e infantil, sean tan incapaces de comprender y desentrañar la civilización contemporánea, cada día más compleja, polifacética y segmentada. Y así, estas personas siguen persistiendo en la intransigencia de anacrónicas utopías decimonónicas, que ya han sido refutadas múltiples veces por brillantes economistas. Por no hablar de las innumerables veces que la propia realidad se ha encargado de enterrarlas.

Por desgracia, todavía vamos a tener que aguantar durante mucho tiempo palabras de moda universitarias y vacías, como “revolución”, “colonialismo”, “burguesía” y “proletariado”. No sería tan malo dejar que los niños pequeños jueguen con su ideología favorita, si no tuvieran la capacidad de causar tantos estragos en la sociedad y adoctrinar a los jóvenes, que se vuelven cada vez más hedonistas, irracionales e ignorantes en todos los sentidos posibles con cada nueva generación. Gran parte de ello se debe al adoctrinamiento izquierdista, tanto progresista como marxista.

La izquierda es fácilmente refutable y debatible con argumentos. Por eso necesita la fuerza opresiva de un gobierno omnipotente para silenciar a sus oponentes. En el terreno de la lógica, la racionalidad, la argumentación, la teoría y, sobre todo, en la realidad práctica, la izquierda es derrotada con extrema facilidad.

La verdad es que la izquierda no tiene cabida en el mundo contemporáneo. El mundo y la sociedad en general quieren avanzar. La izquierda, sin embargo, persiste en tratar de hacer retroceder a todo el mundo, de modo que vivamos en la Guerra Fría o en el siglo XIX. Resulta que el reloj sólo avanza. Y el futuro, especialmente con la descentralización de la información y el conocimiento, muestra que el destino de la izquierda política es quedarse completamente obsoleta.

 

 

 

Traducido por el Ms. Lic. Cristian Vasylenko

Wagner Hertzog
Wagner Hertzog
é um defensor radical das liberdades individuais e um dedicado opositor da ditadura totalitária politicamente correta. Atualmente está sendo processado por artigo publicado neste site, que foi posteriormente removido por ordem judicial.
RELATED ARTICLES

DEIXE UMA RESPOSTA

Por favor digite seu comentário!
Por favor, digite seu nome aqui

Most Popular

Recent Comments

Maurício J. Melo on A casta política de Milei
Maurício J. Melo on A vitória é o nosso objetivo
Maurício J. Melo on A vitória é o nosso objetivo
Leitão de Almeida on Esquisitices da Religião Judaica
Maurício J. Melo on Esquisitices da Religião Judaica
Taurindio on Chegando a Palestina
Maurício J. Melo on Esquisitices da Religião Judaica
Fernando Chiocca on Anarcosionismo
Fernando Chiocca on Anarcosionismo
Daniel Gomes on Milei é um desastre
Daniel Gomes on Milei é um desastre
maurício on Milei é um desastre
Leitão de Almeida on Milei é um desastre
Joaquim Saad on Anarcosionismo
Mateus on Anarcosionismo
Revoltado on Justificando o mal
SilvanaB on Ayn Rand está morta
SilvanaB on Ayn Rand está morta
SilvanaB on Ayn Rand está morta
Carlos Santos Lisboa on A Argentina deve repudiar sua dívida
Jeferson Santana Menezes on As seis lições
Maurício J. Melo on Ayn Rand está morta
Maurício J. Melo on Ayn Rand está morta
Fernando Chiocca on Ayn Rand está morta
Luan Oliveira on Ayn Rand está morta
Fernando Chiocca on Ayn Rand está morta
Maurício J. Melo on Ayn Rand está morta
YURI CASTILHO WERMELINGER on Ayn Rand está morta
Maurício J. Melo on Ayn Rand está morta
YURI CASTILHO WERMELINGER on Ayn Rand está morta
YURI CASTILHO WERMELINGER on Ayn Rand está morta
PAULO ROBERTO MATZENBACHER DA ROSA on O mito do genocídio congolês de Leopoldo II da Bélgica
Fernando Chiocca on Ayn Rand está morta
Maurício J. Melo on Ayn Rand está morta
YURI CASTILHO WERMELINGER on Ayn Rand está morta
Maurício J. Melo on Ayn Rand está morta
Fernando Chiocca on O antissemitismo do marxismo 
Maurício J. Melo on O antissemitismo do marxismo 
Maurício J. Melo on Bem-estar social fora do estado
Maurício J. Melo on A guerra do Ocidente contra Deus
Maurício J. Melo on A guerra do Ocidente contra Deus
Maurício J. Melo on A guerra do Ocidente contra Deus
Maurício J. Melo on Objetivismo, Hitler e Kant
Norberto Correia on A Teoria da Moeda e do Crédito
maurício on O Massacre
Maurício J. Melo on A vietnamização da Ucrânia
Maurício J. Melo on A vietnamização da Ucrânia
Maurício J. Melo on Intervenção estatal e Anarquia
Maurício J. Melo on O Massacre
ROBINSON DANIEL DOS SANTOS on A falácia da Curva de Laffer
Maurício J. Melo on Da natureza do Estado
Maurício J. Melo on Da natureza do Estado
Maurício J. Melo on Um mau diagnóstico do populismo
Maurício J. Melo on O que é autodeterminação?
Marco Antônio F on Anarquia, Deus e o Papa Francisco
Renato Cipriani on Uma tarde no supermercado . . .
Maurício J. Melo on O mito do Homo Economicus
Voluntarquista Proprietariano on Anarquia, Deus e o Papa Francisco
Antonio Marcos de Souza on A Ditadura Ginocêntrica Ocidental
Maurício J. Melol on O problema do microlibertarianismo
Leninha Carvalho on As seis lições
Carlos Santos Lisboa on Confederados palestinos
Ivanise dos Santos Ferreira on Os efeitos econômicos da inflação
Ivanise dos Santos Ferreira on Os efeitos econômicos da inflação
Ivanise dos Santos Ferreira on Os efeitos econômicos da inflação
Marco Antônio F on Israel enlouqueceu?
Maurício J. Melo on Confederados palestinos
Maurício J. Melo on Confederados palestinos
Fernando Chiocca on Confederados palestinos
Matheus Polli on Confederados palestinos
Pobre Mineiro on Confederados palestinos
Matheus Oliveira De Toledo on Verdades inconvenientes sobre Israel
Ex-microempresario on O bombardeio do catolicismo japonês
Ex-microempresario on O bombardeio do catolicismo japonês
Ex-microempresario on O bombardeio do catolicismo japonês
Ana Laura Schilling on A pobreza do debate sobre as drogas
Maurício J. Melo on Israel enlouqueceu?
Fernando Chiocca on Israel enlouqueceu?
Matheus Oliveira De Toledo on A queda do pensamento crítico
Ex-microempresario on O bombardeio do catolicismo japonês
Ex-microempresario on O bombardeio do catolicismo japonês
Julio Cesar on As seis lições
Marco Antônio F on Anarquia, Deus e o Papa Francisco
Carola Megalomaníco Defensor do Clero Totalitário Religioso on Política é tirania por procuração
historiador on Por trás de Waco
Francês on O mistério continua
Revoltado on O mistério continua
Maurício J. Melo on Anarquia, Deus e o Papa Francisco
José Tadeu Silva on A OMS é um perigo real e presente
Revoltado on Dia da Mulher marxista
José Olimpio Velasques Possobom on É hora de separar escola e Estado
Bozo Patriotário Bitconheiro on Libertarianismo e boicotes
maurício on A catástrofe Reagan
maurício on A catástrofe Reagan
Imbecil Individual on A catástrofe Reagan
Flávia Augusta de Amorim Veloso on Tragédia provocada: A síndrome da morte súbita
Conrado Morais on O mal inerente do centrismo
Maurício J. Melo on Isso é legal?
Maurício J. Melo on O que podemos aprender com Putin
Imbecil Individual on Por que as drogas são proibidas?
Marco Antônio F on Por que as drogas são proibidas?
Marco Antônio F on Por que as drogas são proibidas?
Maurício J. Melo on Por que as drogas são proibidas?
Maurício J. Melo on Por que as drogas são proibidas?
Maurício J. Melo on Por que as drogas são proibidas?
Ex-microempresario on Por que as drogas são proibidas?
Ex-microempresario on Por que as drogas são proibidas?
Maurício J. Melo on Por que as drogas são proibidas?
Maurício J. Melo on Por que as drogas são proibidas?
Maurício J. Melo on Por que as drogas são proibidas?
Ex-microempresario on Por que as drogas são proibidas?
Maurício J. Melo on Por que as drogas são proibidas?
Maurício J. Melo on Ayn Rand sobre o Oriente Médio
Maurício J. Melo on Ayn Rand sobre o Oriente Médio
Daniel Gomes on Sobre a guerra na Palestina
Maurício J. Melo on Ayn Rand sobre o Oriente Médio
Maurício J. Melo on Uma Carta Aberta a Walter E. Block
Estado máximo, cidadão mínimo. on O que realmente está errado com o plano industrial do PT
Maurício J. Melo on Sobre a guerra na Palestina
Maurício J. Melo on Kulturkampf!
Maurício J. Melo on Discurso de Javier Milei em Davos
Maurício J. Melo on Discurso de Javier Milei em Davos
Maurício J. Melo on Discurso de Javier Milei em Davos
Maurício J. Melo on Discurso de Javier Milei em Davos
Maurício J. Melo on Covid e conformismo no Japão
Marco Antônio F on Tem cheiro de Genocídio
Marco Antônio F on Tem cheiro de Genocídio
Pobre Mineiro on Tem cheiro de Genocídio
Rodrigo Alfredo on Tem cheiro de Genocídio
Marco Antônio F on Tem cheiro de Genocídio
Maurício J. Melo on Tem cheiro de Genocídio
Maurício J. Melo on Fora de Controle
Pobre Mineiro on Fora de Controle
Maurício J. Melo on Fora de Controle
Antonio Gilberto Bertechini on Por que a crise climática é uma grande farsa
Pobre Mineiro on Fora de Controle
Phillipi on Anarquismo cristão
Maurício on A tramoia de Wuhan
Maurício J. Melo on Fora de Controle
Chris on Fora de Controle
Maurício J. Melo on Os lados da história
Pobre Mineiro on “Os piores dias em Gaza”
Maurício J. Melo on Os lados da história
Ex-microempresario on Os lados da história
Pobre Mineiro on Os lados da história
Pobre Mineiro on Os lados da história
Pobre Mineiro on Os lados da história
Maurício J. Melo on Os lados da história
Fernando Chiocca on “Os piores dias em Gaza”
Pobre Mineiro on Os lados da história
Fernando Chiocca on “Os piores dias em Gaza”
Maurício J. Melo on Os lados da história
Ex-microempresario on Os lados da história
Maurício J. Melo on Os lados da história
Ex-microempresario on Os lados da história
Maurício J. Melo on Os lados da história
Ex-microempresario on Os lados da história
Cristério Pahanguasimwe. on O que é a Economia Austríaca?
Pobre Mineiro on Morte e destruição em Gaza
Pobre Mineiro on A imoralidade da COP28
Maurício J. Melo on Sim, existem palestinos inocentes
Maurício J. Melo on Morte e destruição em Gaza
Maurício J. Melo on Morte e destruição em Gaza
Fernando Chiocca on Sim, existem palestinos inocentes
HELLITON SOARES MESQUITA on Sim, existem palestinos inocentes
Revoltado on A imoralidade da COP28
Pobre Mineiro on Morte e destruição em Gaza
Pobre Mineiro on Morte e destruição em Gaza
Fernando Chiocca on Morte e destruição em Gaza
HELLITON SOARES MESQUITA on Morte e destruição em Gaza
Maurício J. Melo on Morte e destruição em Gaza
Pobre Mineiro on Inspiração para a Nakba?
Historiador Libertário on Randianos são coletivistas genocidas
Historiador Libertário on Randianos são coletivistas genocidas
Historiador Libertário on Randianos são coletivistas genocidas
Historiador Libertário on Randianos são coletivistas genocidas
Maurício J. Melo on A controvérsia em torno de JFK
Joaquim Saad on Canudos vs estado positivo
Maurício J. Melo on A Economia de Javier Milei
Maurício J. Melo on A Economia de Javier Milei
Maurício J. Melo on Combatendo a ofensiva do Woke
Pobre Mineiro on Rothbard sobre Guerra
Douglas Silvério on As seis lições
Maurício José Melo on A verdadeira tragédia de Waco
Joaquim Saad on O Retorno à Moeda Sólida
Joaquim Saad on O Retorno à Moeda Sólida
Maurício J. Melo on Juízes contra o Império da Lei
Revoltado on George Floyd se matou
Revoltado on George Floyd se matou
Juan Pablo Alfonsin on Normalizando a feiura e a subversão
Cláudio Aparecido da Silva. on O conflito no Oriente Médio e o que vem por aí
Maurício J. Melo on A economia e o mundo real
Maurício J. Melo on George Floyd se matou
Victor Camargos on A economia e o mundo real
Pobre Mineiro on George Floyd se matou
Revoltado on George Floyd se matou
Universitário desmiolado on A precária situação alimentar cubana
JOSE CARLOS RODRIGUES on O maior roubo de ouro da história
Historiador Libertário on Rothbard, Milei, Bolsonaro e a nova direita
Pobre Mineiro on Vitória do Hamas
Edvaldo Apolinario da Silva on Greves e sindicatos criminosos
Maurício J. Melo on Como se define “libertário”?
Maurício J. Melo on A economia da guerra
Alexander on Não viva por mentiras
Lady Gogó on Não viva por mentiras
Roberto on A era da inversão
Roberto on A era da inversão
Samsung - Leonardo Hidalgo Barbosa on A anatomia do Estado
Maurício J. Melo on O Anarquista Relutante
Caterina Mantuano on O Caminho da Servidão
Maurício J. Melo on Mais sobre Hiroshima e Nagasaki
Pedro Lopes on A realidade na Ucrânia
Eduardo Prestes on A verdade sobre mães solteiras
Guilherme on Imposto sobre rodas
José Olimpio Velasques Possobom on Precisamos de verdade e beleza
Ex-microempresario on A OMS é um perigo real e presente
José Olimpio Velasques Possobom on A OMS é um perigo real e presente
Maurício J. Melo on Rothbard sobre o utilitarismo
LUIZ ANTONIO LORENZON on Papa Francisco e a vacina contra a Covid
Juri Peixoto on Entrevistas
Maurício J. Melo on Os Incas e o Estado Coletivista
Marcus Seixas on Imposto sobre rodas
Samuel Jackson on Devemos orar pela Ucrânia?
Maurício J. Melo on Imposto sobre rodas
Lucas Q. J. on Imposto sobre rodas
Tony Clusters on Afinal, o agro é fascista?
Joaquim Saad on A justiça social é justa?
Caterina on Mercado versus estado
Fernando Chiocca on A ética da liberdade
Fernando Chiocca on A verdadeira tragédia de Waco
Carlos Eduardo de Carvalho on Ação Humana – Um Tratado de Economia
João Marcos Theodoro on Ludwig von Mises: um racionalista social
Maurício José Melo on Lacrada woke em cima de Rothbard?
José Carlos Munhol Jr on Lacrada woke em cima de Rothbard?
Fernando Chiocca on Lacrada woke em cima de Rothbard?
Matador de onça on Os “direitos” dos animais
Micael Viegas Alcantara de Souza on Em defesa do direito de firmar contratos livremente
Adversário do Estado on Lacrada woke em cima de Rothbard?
Maurício José Melo on Nações por consentimento
Nairon de Alencar on Precisamos do Estado?
Marcus Seixas on Aflições Econômicas
Nairon de Alencar on O Governo Onipotente
Demetrius Giovanni Soares on O Governo Onipotente
Nairon de Alencar on A economia da inveja
Nairon de Alencar on Leitura de Sima Qian
Nairon de Alencar on O que sabíamos nos primeiros dias
Cândido Martins Ribeiro on A Mulher Rei dá ‘tilt’ na lacração
Robertodbarros on Precisamos de verdade e beleza
Cândido Martins Ribeiro on Precisamos de verdade e beleza
Cândido Martins Ribeiro on Precisamos de verdade e beleza
Robertodbarros on Precisamos de verdade e beleza
Marcus Seixas on O problema da democracia
Marcus Seixas on O problema da democracia
Marco Antonio F on O problema da democracia
Marco Antonio F on O problema da democracia
Cândido Martins Ribeiro on O problema da democracia
Cândido Martins Ribeiro on As linhas de frente das guerras linguísticas
Richard Feynman on Por que você não vota?
Maurício J. Melo on A fogueira de livros do Google
Maurício J. Melo on Por que você não vota?
Maurício J. Melo on Em defesa dos demagogos
Yabhiel M. Giustizia on Coerção e Consenso
Maurício J. Melo on Hoppefobia Redux
Maurício J. Melo on O problema com a autoridade
Maurício J. Melo on Raça! Aquele livro de Murray
Cândido Martins Ribeiro on Europa se suicida com suas sanções
Cândido Martins Ribeiro on Como os monarcas se tornaram servos do Estado
Nikus Janestus on Os “direitos” dos animais
João Marcos Theodoro on O verdadeiro significado de inflação
Maurício J. Melo on O ex-mafioso e a Democracia
Nikus Janestus on O ex-mafioso e a Democracia
Maurício J. Melo on Comédia Vs Estado
Cândido Martins Ribeiro on Patentes e Progresso
Maurício J. Melo on Al Capone e a data de validade
Fernando Chiocca on Comédia Vs Estado
dannobumi on Comédia Vs Estado
Maurício J. Melo on Patentes e Progresso
Demetrius Giovanni Soares on Patentes e Progresso
Demetrius Giovanni Soares on O coletivismo implícito do minarquismo
Demetrius Giovanni Soares on O coletivismo implícito do minarquismo
Cândido Martins Ribeiro on Patentes e Progresso
Cândido Martins Ribeiro on Patentes e Progresso
Maurício J. Melo on Patentes e Progresso
Cândido Martins Ribeiro on Patentes e Progresso
Cândido Martins Ribeiro on Patentes e Progresso
Demetrius Giovanni Soares on Carta aos Brasileiros Contra a Democracia
Demetrius Giovanni Soares on Patentes e Progresso
Maurício J. Melo on Patentes e Progresso
Maurício J. Melo on Patentes e Progresso
Maurício J. Melo on Patentes e Progresso
Maurício J. Melo on Patentes e Progresso
Cândido Martins Ribeiro on Patentes e Progresso
Maurício J. Melo on Patentes e Progresso
Maurício J. Melo on Mensagem de Natal de Viganò
Maurício J. Melo on Mentiras feias do Covid
Cândido Martins Ribeiro on Soljenítsin sobre a OTAN, Ucrânia e Putin
Cândido Martins Ribeiro on Soljenítsin sobre a OTAN, Ucrânia e Putin
Maurício J. Melo on Os vândalos linguísticos
Richard Feynman on A guerra imaginária
Shrek on Morte por vacina
Maurício J. Melo on Morte por vacina
Kletos Kassaki on Os verdadeiros anarquistas
Cândido Martins Ribeiro on A guerra imaginária
Maurício J. Melo on A guerra imaginária
Thomas Morus on A guerra imaginária
Cândido Martins Ribeiro on A guerra imaginária
Joaquim Saad on Os verdadeiros anarquistas
Cândido Martins Ribeiro on A conspiração Covid contra a humanidade
Gabriel Figueiro on Estado? Não, Obrigado!
Maurício J. Melo on Revelação do método
Maurício J. Melo on A missão de Isaías
Maurício J. Melo on A questão dos camelôs
Nikus Janestus on A questão dos camelôs
Ancapo Resfrogado on Votar deveria ser proibido
Fernando Chiocca on A missão de Isaías
Maurício J. Melo on Reservas fracionárias são fraude
Sedevacante Católico on A missão de Isaías
Sedevacante Católico on Uma vitória para a vida e a liberdade
Richard Feynman on A missão de Isaías
Richard Feynman on Cristianismo Vs Estatismo
Nikus Janestus on Cristianismo Vs Estatismo
Maurício J. Melo on Cristianismo Vs Estatismo
Maurício J. Melo on A ontologia do bitcoin
Maurício J. Melo on Sobre “as estradas” . . .
Nikus Janestus on Sobre “as estradas” . . .
Maurício J. Melo on Sobre “as estradas” . . .
Nikus Janestus on Sobre “as estradas” . . .
Richard Feynman on A busca pela liberdade real
Robertodbarros on A busca pela liberdade real
Maurício J. Melo on Coletivismo de Guerra
Maurício J. Melo on A Ditadura Ginocêntrica Ocidental
Simon Riley on Contra a Esquerda
Thomas Cotrim on Canudos vs estado positivo
Junior Lisboa on Canudos vs estado positivo
Thomas Cotrim on Canudos vs estado positivo
Maurício J. Melo on Canudos vs estado positivo
Maurício J. Melo on A guerra da Ucrânia é uma fraude
Richard Feynman on Descentralizado e neutro
Maurício J. Melo on O inimigo dos meus inimigos
Maurício J. Melo on Descentralizado e neutro
Maurício J. Melo on Descentralizado e neutro
Maurício J. Melo on A questão das nacionalidades
Maurício J. Melo on Todo mundo é um especialista
Maurício J. Melo on Adeus à Dama de Ferro
Maurício J. Melo on As elites erradas
Maurício J. Melo on Sobre a defesa do Estado
Maurício J. Melo on Após os Romanovs
Maurício J. Melo on A situação militar na Ucrânia
Amigo do Ancapistao on Entendendo a guerra entre oligarquias
RAFAEL BORTOLI DEBARBA on Toda a nossa pompa de outrora
Maurício J. Melo on Duas semanas para achatar o mundo
RAFAEL BORTOLI DEBARBA on Após os Romanovs
Maurício J. Melo on Os antropólogos refutaram Menger?
Dalessandro Sofista on O mito de hoje
Dalessandro Sofista on Uma crise mundial fabricada
Maurício J. Melo on O mito de hoje
Carlos Santanna on A vingança dos Putin-Nazistas!
Maurício J. Melo on O inimigo globalista
cosmic dwarf on O inimigo globalista
Maurício J. Melo on O inimigo globalista
Richard Feynman on Heróis, vilões e sanções
Fernando Chiocca on A vingança dos Putin-Nazistas!
Maurício J. Melo on A vingança dos Putin-Nazistas!
Marcus Seixas on O que temos a perder
Maurício J. Melo on Putin é o novo coronavírus?
Maurício J. Melo on A esquerda, os pobres e o estado
Maurício J. Melo on Heróis, vilões e sanções
Maurício J. Melo on O que temos a perder
Richard Feynman on Heróis, vilões e sanções
Maurício J. Melo on Heróis, vilões e sanções
Maurício J. Melo on Tudo por culpa da OTAN
Maurício J. Melo on O Ocidente é o melhor – Parte 3
Maurício J. Melo on Trudeau: nosso inimigo mortal
Teóphilo Noturno on Pelo direito de não ser cobaia
pauloricardomartinscamargos@gmail.com on O verdadeiro crime de Monark
Maurício J. Melo on O verdadeiro crime de Monark
Maurício J. Melo on A Matrix Covid
cosmic dwarf on A Matrix Covid
vagner.macedo on A Matrix Covid
Vitus on A Matrix Covid
Maurício J. Melo on Síndrome da Insanidade Vacinal
James Lauda on Mentiras gays
cosmic dwarf on Mentiras gays
Marcus Seixas on Da escuridão para a luz
Maurício J. Melo on Da escuridão para a luz
Maurício J. Melo on Mentiras gays
Richard Feynman on Mentiras gays
carlosoliveira on Mentiras gays
carlosoliveira on Mentiras gays
Maurício J. Melo on A mudança constante da narrativa
Mateus Duarte on Mentiras gays
Richard Feynman on Nem votos nem balas
Richard Feynman on Nem votos nem balas
Richard Feynman on O que deve ser feito
Fabricia on O que deve ser feito
Maurício J. Melo on Moderados versus radicais
Richard Feynman on Moderados versus radicais
Richard Feynman on As crianças do comunismo
felipecojeda@gmail.com on O sacrifício monumental de Novak Djokovic
Matos_Rodrigues on As crianças do comunismo
Matos_Rodrigues on As crianças do comunismo
Maurício J. Melo on As crianças do comunismo
Richard Feynman on É o fim das doses de reforço
Maurício J. Melo on É o fim das doses de reforço
felipecojeda@gmail.com on É o fim das doses de reforço
Kletos Kassaki on É o fim das doses de reforço
Maurício J. Melo on Rothbard e as escolhas imorais
Maurício J. Melo on A apartação dos não-vacinados
Maurício J. Melo on A apartação dos não-vacinados
Yuri Castilho Wermelinger on Como retomar nossa liberdade em 2022
Marcus Seixas on Uma sociedade conformada
Maurício J. Melo on Abaixo da superfície
Robertodbarros on Abaixo da superfície
Richard Feynman on Anarquismo cristão
Maurício J. Melo on Anarquismo cristão
Quebrada libertaria on Anarquismo cristão
gfaleck@hotmail.com on Anarquismo cristão
Maurício J. Melo on Fauci: o Dr. Mengele americano
Maurício J. Melo on O homem esquecido
Filodóxo on O custo do Iluminismo
Maurício J. Melo on Contra a Esquerda
RF3L1X on Contra a Esquerda
RF3L1X on Contra a Esquerda
Robertodbarros on Uma pandemia dos vacinados
Robertodbarros on Uma pandemia dos vacinados
Maurício J. Melo on A questão do aborto
Pedro Lucas on A questão do aborto
Pedro Lucas on A questão do aborto
Pedro Lucas on A questão do aborto
Pedro Lucas on A questão do aborto
Maurício J. Melo on Hugh Akston = Human Action?
Richard Feynman on Corrupção legalizada
Principalsuspeito on Corrupção legalizada
Maurício J. Melo on Hoppefobia
Maurício J. Melo on Hoppefobia
Richard Feynman on O que a economia não é
Richard Feynman on O que a economia não é
Maurício J. Melo on O que a economia não é
Richard Feynman on O que a economia não é
Douglas Volcato on O Mito da Defesa Nacional
Douglas Volcato on Economia, Sociedade & História
Canal Amplo Espectro Reflexoes on A Cingapura sozinha acaba com a narrativa covidiana
Daniel Vitor Gomes on Hayek e o Prêmio Nobel
Maurício J. Melo on Hayek e o Prêmio Nobel
Maurício J. Melo on Democracia e faits accomplis
Gilciclista on DECLARAÇÃO DE MÉDICOS
Gael I. Ritli on O inimigo é sempre o estado
Maurício J. Melo on Claro que eu sou um libertário
Maurício J. Melo on DECLARAÇÃO DE MÉDICOS
Maurício J. Melo on Donuts e circo
Maurício J. Melo on Um libertarianismo rothbardiano
Daniel Vitor Gomes on O mito da “reforma” tributária
Daniel Vitor Gomes on Populismo de direita
Daniel Vitor Gomes on Os “direitos” dos animais
Daniel Vitor Gomes on Os “direitos” dos animais
Maurício J. Melo on A verdade sobre fake news
Hemorroida Incandescente do Barroso on Socialismo – Uma análise econômica e sociológica
Richard Feynman on Nem votos nem balas
Maurício J. Melo on Nem votos nem balas
Richard Feynman on Nem votos nem balas
Richard Feynman on A lei moral contra a tirania
Maurício J. Melo on A ética da liberdade
cosmic dwarf on O Império contra-ataca
peridot 2f5l cut-5gx on Nacionalismo e Secessão
Maurício J. Melo on Nacionalismo e Secessão
The Schofield County on O catolicismo e o austrolibertarianismo
The Schofield County on O catolicismo e o austrolibertarianismo
pauloartur1991 on O Mito da Defesa Nacional
Cadmiel Estillac Pimentel on A teoria subjetivista do valor é ideológica?
Maurício J. Melo on Anarcocapitalismo e nacionalismo
Maurício J. Melo on A pobreza: causas e implicações
Richard Feynman on O inimigo é sempre o estado
Robertodbarros on Como o Texas matou o Covid
cosmic dwarf on Como o Texas matou o Covid
ApenasUmInfiltradonoEstado on Cientificismo, o pai das constituições
Paulo Marcelo on A ascensão do Bitcoin
Robertodbarros on O inimigo é sempre o estado
Maurício J. Melo on O inimigo é sempre o estado
Fernando Chiocca on O inimigo é sempre o estado
Robertodbarros on O inimigo é sempre o estado
Maurício J. Melo on O inimigo é sempre o estado
Rafael Henrique Rodrigues Alves on Criptomoedas, Hayek e o fim do papel moeda
Richard Feynman on Que mundo louco
Maurício J. Melo on Que mundo louco
gabriel9891 on Os perigos das máscaras
Will Peter on Os perigos das máscaras
Fernando Chiocca on Os perigos das máscaras
guilherme allan on Os perigos das máscaras
Juliano Arantes de Andrade on Não existe “seguir a ciência”
Maurício J. Melo on Mises sobre secessão
Fernando Chiocca on O velho partido novo
Maurício J. Melo on O velho partido novo
Richard Feynman on O velho partido novo
Maurício J. Melo on Não temas
Claudio Souza on Brasil, tira tua máscara!
Maurício J. Melo on Por que imposto é roubo
Yuri Castilho Wermelinger on A felicidade é essencial
Yuri Castilho Wermelinger on Como se deve viver?
Yuri Castilho Wermelinger on Como se deve viver?
Yuri Castilho Wermelinger on Por que o jornalismo econômico é tão ruim?
Yuri Castilho Wermelinger on Por que o jornalismo econômico é tão ruim?
Maurício J. Melo on Como se deve viver?
Yuri Castilho Wermelinger on Harmonia de classes, não guerra de classes
Yuri Castilho Wermelinger on Meu empregador exige máscara, e agora?
Yuri Castilho Wermelinger on O aniversário de 1 ano da quarentena
Maurício J. Melo on Em defesa do Paleolibertarianismo
Maurício J. Melo on O cavalo de Troia da concorrência
Maurício J. Melo on A Era Progressista e a Família
Rômulo Eduardo on A Era Progressista e a Família
Yuri Castilho Wermelinger on Quem controla e mantém o estado moderno?
Richard Feynman on Por que Rothbard perdura
Mauricio J. Melo on O mito do “poder econômico”
Mauricio J. Melo on O mito do “poder econômico”
Yuri Castilho Wermelinger on O mito do “poder econômico”
Yuri Castilho Wermelinger on O mito do “poder econômico”
Yuri Castilho Wermelinger on Manipulação em massa – Como funciona
Yuri Castilho Wermelinger on Coca-Cola, favoritismo e guerra às drogas
Mauricio J. Melo on Justiça injusta
Yuri Castilho Wermelinger on Coca-Cola, favoritismo e guerra às drogas
Richard Feynman on A grande fraude da vacina
Yuri Castilho Wermelinger on Hoppefobia
Mauricio J. Melo on Hoppefobia
Yuri Castilho Wermelinger on Máscara, moeda, estado e a estupidez humana
Joaquim Saad de Carvalho on Máscara, moeda, estado e a estupidez humana
Marcos Vasconcelos Kretschmer on Economia em 15 minutos
Mauricio J. Melo on Mises contra Marx
Zeli Teixeira de Carvalho Filho on A deplorável ascensão dos idiotas úteis
Joaquim Alberto Vasconcellos on A deplorável ascensão dos idiotas úteis
A Vitória Eugênia de Araújo Bastos on A deplorável ascensão dos idiotas úteis
RAFAEL BORTOLI DEBARBA on A farsa sobre Abraham Lincoln
Maurício J. Melo on A farsa sobre Abraham Lincoln
charles santos da silva on Hoppe sobre como lidar com o Corona 
Luciano Gomes de Carvalho Pereira on Bem-vindo a 2021, a era da pós-persuasão!
Luciano Gomes de Carvalho Pereira on Bem-vindo a 2021, a era da pós-persuasão!
Rafael Rodrigo Pacheco da Silva on Afinal, qual é a desse “Grande Reinício”?
RAFAEL BORTOLI DEBARBA on A deplorável ascensão dos idiotas úteis
Wendel Kaíque Padilha on A deplorável ascensão dos idiotas úteis
Marcius Santos on O Caminho da Servidão
Maurício J. Melo on A gênese do estado
Maurício J. Melo on 20 coisas que 2020 me ensinou
Kletos on Mostrar respeito?
Juliano Oliveira on 20 coisas que 2020 me ensinou
maria cleonice cardoso da silva on Aliança Mundial de Médicos: “Não há Pandemia.”
Regina Cassia Ferreira de Araújo on Aliança Mundial de Médicos: “Não há Pandemia.”
Alex Barbosa on Brasil, tira tua máscara!
Regina Lúcia Allemand Mancebo on Brasil, tira tua máscara!
Marcelo Corrêa Merlo Pantuzza on Aliança Mundial de Médicos: “Não há Pandemia.”
A Vitória Eugênia de Araújo Bastos on A maior fraude já perpetrada contra um público desavisado
Kletos on Salvando Vidas
Maurício J. Melo on As lições econômicas de Belém
RAFAEL BORTOLI DEBARBA on O futuro que os planejadores nos reservam
Fernando Chiocca on Os “direitos” dos animais
Maurício J. Melo on O mito da Constituição
Maurício J. Melo on Os alemães estão de volta!
Tadeu de Barcelos Ferreira on Não existe vacina contra tirania
Maurício J. Melo on Em defesa do idealismo radical
Maurício J. Melo on Em defesa do idealismo radical
RAFAEL RODRIGO PACHECO DA SILVA on A incoerência intelectual do Conservadorismo
Thaynan Paulo Fernandes Bezerra de Mendonça on Liberdade através do voto?
Maurício J. Melo on Liberdade através do voto?
Maurício J. Melo on Políticos são todos iguais
Fernando Chiocca on Políticos são todos iguais
Vitor_Woz on Por que paleo?
Maurício Barbosa on Políticos são todos iguais
Maurício J. Melo on Votar é burrice
Graciano on Votar é burrice
Maurício J. Melo on Socialismo é escravidão (e pior)
Raissa on Gaslighting global
Maurício J. Melo on Gaslighting global
Maurício J. Melo on O ano dos disfarces
Maurício J. Melo on O culto covidiano
Graciano on O ano dos disfarces
Johana Klotz on O culto covidiano
Graciano on O culto covidiano
Fernando Chiocca on O culto covidiano
Mateus on O culto covidiano
Leonardo Ferraz on O canto de sereia do Estado
Maurício J. Melo on Quarentena: o novo totalitarismo
Maurício J. Melo on Por que o Estado existe?  
Fernando Chiocca on I. Um libertário realista
Luis Ritta on O roubo do TikTok
Maurício J. Melo on Síndrome de Melbourne
Maurício J. Melo on Porta de entrada
Joaquim Saad on Porta de entrada
Kletos Kassaki on No caminho do estado servil
Maurício de Souza Amaro on Aviso sobre o perigo de máscaras!
Joaquim Saad on Justiça injusta
Maurício de Souza Amaro on Aviso sobre o perigo de máscaras!
RAFAEL BORTOLI DEBARBA on No caminho do estado servil
Maurício J. Melo on Mises e Rothbard sobre democracia
Bruno Silva on Justiça injusta
Alberto Soares on O efeito placebo das máscaras
Bovino Revoltado on O medo é um monstro viral
Austríaco Iniciante on O medo é um monstro viral
Fernando Chiocca on A ética dos Lambedores de Botas
Matheus Alexandre on Opositores da quarentena, uni-vos
Maria Luiza Rivero on Opositores da quarentena, uni-vos
Rafael Bortoli Debarba on #SomosTodosDesembargardor
Ciro Mendonça da Conceição on Da quarentena ao Grande Reinício
Henrique Davi on O preço do tempo
Manoel Castro on #SomosTodosDesembargardor
Felipe L. on Por que não irei usar
Eduardo Perovano Santana on Prezados humanos: Máscaras não funcionam
Maurício J. Melo on Por que não irei usar
Pedro Antônio do Nascimento Netto on Prefácio do livro “Uma breve história do homem”
Joaquim Saad on Por que não irei usar
Matheus Alexandre on Por que não irei usar
Fernando Chiocca on Por que não irei usar
Fernando Chiocca on Por que não irei usar
Daniel Brandao on Por que não irei usar
LEANDRO FERNANDES on Os problemas da inflação
Luciana de Ascenção on Aviso sobre o perigo de máscaras!
Manoel Graciano on Preservem a inteligência!
Manoel Graciano on As lições do COVID-19
Manoel Graciano on Qual partido disse isso?
Manoel Graciano on Ambientalismo e Livre-Mercado
Abacate Libertário on O Ambientalista Libertário
Douglas Volcato on Uma defesa da Lei Natural
Joaquim Saad on Uma defesa da Lei Natural
Douglas Volcato on O Rio e o Velho Oeste
Ernesto Wenth Filho on Nietzsche, Pandemia e Libertarianismo
LAERCIO PEREIRA on Doença é a saúde do estado
Maurício J. Melo on Doença é a saúde do estado
José Carlos Andrade on Idade Média: uma análise libertária
Wellington Silveira Tejo on Cientificismo, o pai das constituições
Barbieri on O Gulag Sanitário
filipi rodrigues dos santos on O coletivismo implícito do minarquismo
filipi rodrigues dos santos on O coletivismo implícito do minarquismo
Kletos Kassaki on O Gulag Sanitário
Paulo Alberto Bezerra de Queiroz on Por que Bolsonaro se recusa a fechar a economia?
Privacidade on O Gulag Sanitário
Jothaeff Treisveizs on A Lei
Fernando Chiocca on É mentira
Renato Batista Sant'Ana on É mentira
Vanessa Marques on Sem produção não há renda
Anderson Lima Canella on Religião e libertarianismo
edersonxavierx@gmail.com on Sem produção não há renda
Mauricio Barbosa on Sem produção não há renda
Eduardo on Poder e Mercado
Valéria Affonso on Vocês foram enganados
JOAO B M ZABOT on Serviços não essenciais
Marcelino Mendes Cardoso on Vocês foram enganados
Jay Markus on Vocês foram enganados
Caio Rodrigues on Vocês foram enganados
Fernando Chiocca on Vocês foram enganados
João Rios on Vocês foram enganados
Sebastião on Vocês foram enganados
Alexandre Moreira Bolzani on Vocês foram enganados
João Victor Deusdará Banci on Uma crise é uma coisa terrível de se desperdiçar
João Victor Deusdará Banci on Mises, Hayek e a solução dos problemas ambientais
José Carlos Andrade on Banco Central é socialismo
thinklbs on O teste Hitler
Daniel Martinelli on Quem matou Jesus Cristo?
Vinicius Gabriel Tanaka de Holanda Cavalcanti on O que é a inflação?
Maurício J. Melo on Quem matou Jesus Cristo?
Edivaldo Júnior on Matemática básica do crime
Fernando Schwambach on Matemática básica do crime
Carloso on O PISA é inútil
Vítor Cruz on A origem do dinheiro
Maurício José Melo on Para entender o libertarianismo direito
LUIZ EDMUNDO DE OLIVEIRA MORAES on União Europeia: uma perversidade econômica e moral
Fernando Chiocca on À favor das cotas racistas
Ricardo on Imposto sobre o sol
vastolorde on Imposto sobre o sol
Max Táoli on Pobres de Esquerda
Joaquim Saad on Imposto sobre o sol
Fernando Chiocca on A ética da polícia
Paulo José Carlos Alexandre on Rothbard estava certo
Paulo José Carlos Alexandre on Rothbard estava certo
Paulo Alberto Bezerra de Queiroz Magalhães on Como consegui ser um policial libertário por 3 anos
fabio bronzeli pie on Libertarianismo Popular Brasileiro
João Pedro Nachbar on Socialismo e Política
SERGIO MOURA on O PISA é inútil
Jemuel on O PISA é inútil
Mariahelenasaad@gmail.com on O PISA é inútil
Yuri CW on O PISA é inútil
Rodrigo on Contra a esquerda
José Carlos Andrade on A maldade singular da esquerda
Lucas Andrade on À favor das cotas racistas
DouglasVolcato on À favor das cotas racistas
Fernando Chiocca on À favor das cotas racistas
TEFISCHER SOARES on À favor das cotas racistas
Natan R Paiva on À favor das cotas racistas
Joaquim Saad on À favor das cotas racistas
Caio Henrique Arruda on À favor das cotas racistas
Guilherme Nunes Amaral dos Santos on À favor das cotas racistas
GUSTAVO MORENO DE CAMPOS on A arma de fogo é a civilização
Samuel Isidoro dos Santos Júnior on Hoppefobia
Edmilson Moraes on O toque de Midas dos parasitas
Mauro Horst on Teoria do caos
Fernando Chiocca on Anarquia na Somália
liberotário on Anarquia na Somália
Rafael Bortoli Debarba on O teste Hitler
Lil Ancap on Por que eu não voto
Matheus Martins on A origem do dinheiro
OSWALDO C. B. JUNIOR on Se beber, dirija?
Jeferson Caetano on O teste Hitler
Rafael Bortoli Debarba on O teste Hitler
Rafael Bortoli Debarba on Nota sobre a alteração de nome
Alfredo Alves Chilembelembe Seyungo on A verdadeira face de Nelson Mandela
Nilo Francisco Pereira netto on Socialismo à brasileira, em números
Henrique on O custo do Iluminismo
Fernando Chiocca on Mises explica a guerra às drogas
Rafael Pinheiro on Iguais só em teoria
Rafael Bortoli Debarba on A origem do dinheiro
João Lucas on A anatomia do Estado
Fernando Chiocca on Simplificando o Homeschooling
Guilherme Silveira on O manifesto ambiental libertário
Fernando Chiocca on Entrevista com Miguel Anxo Bastos
DAVID FERREIRA DINIZ on Política é violência
Fernando Chiocca on A possibilidade da anarquia
Guilherme Campos Salles on O custo do Iluminismo
Eduardo Hendrikson Bilda on O custo do Iluminismo
Daniel on MÚSICA ANCAP BR
Wanderley Gomes on Privatize tudo
Joaquim Saad on O ‘progresso’ de Pinker
Cadu Pereira on A questão do aborto
Daniel on Poder e Mercado
Neliton Streppel on A Lei
Erick Trauevein Otoni on Bitcoin – a moeda na era digital
Skeptic on Genericídio
Fernando Chiocca on Genericídio
Antonio Nunes Rocha on Lord Keynes e a Lei de Say
Skeptic on Genericídio
Elias Conceição dos santos on O McDonald’s como o paradigma do progresso
Ignacio Ito on Política é violência
ANCAPISTA on Socialismo e Política
Élber de Almeida Siqueira on O argumento libertário contra a Lei Rouanet
ANTONIO CESAR RODRIGUES ALMENDRA on O Feminismo e o declínio da felicidade das mulheres
Neta das bruxas que nao conseguiram queimar on O Feminismo e o declínio da felicidade das mulheres
Jonathan Silva on Teoria do caos
Fernando Chiocca on Os “direitos” dos animais
Gabriel Peres Bernes on Os “direitos” dos animais
Paulo Monteiro Sampaio Paulo on Teoria do caos
Mídia Insana on O modelo de Ruanda
Fernando Chiocca on Lei Privada
Joaquim Saad on Repensando Churchill
Helton K on Repensando Churchill
PETRVS ENRICVS on Amadurecendo com Murray
DANIEL UMISEDO on Um Livre Mercado em 30 Dias
Joaquim Saad on A verdade sobre fake news
Klauber Gabriel Souza de Oliveira on A verdadeira face de Nelson Mandela
Jean Carlo Vieira on Votar deveria ser proibido
Fernando Chiocca on A verdade sobre fake news
Lucas Barbosa on A verdade sobre fake news
Fernando Chiocca on A verdade sobre fake news
Arthur Clemente on O bem caminha armado
Fernando Chiocca on A falácia da Curva de Laffer
MARCELLO FERREIRA LEAO on A falácia da Curva de Laffer
Gabriel Ramos Valadares on O bem caminha armado
Maurício on O bem caminha armado
Rafael Andrade on O bem caminha armado
Raimundo Almeida on Teoria do caos
Vanderlei Nogueira on Imposto = Roubo
Vinicius on O velho partido novo
Mauricio on O mito Hiroshima
Lorhan Mendes Aniceto on O princípio da secessão
Ignacio Ito on O princípio da secessão
Matheus Almeida on A questão do aborto
Ignacio Ito on Imposto = Roubo
Hans Hoppe on Imposto = Roubo
Jonas Coelho Nunes on Mises e a família
Giovanni on A questão do aborto
Jan Janosh Ravid on A falácia da Curva de Laffer
Satoshi Rothbard on Por que as pessoas não entendem?
Fernando Chiocca on A agressão “legalizada”
Mateus Duarte on A agressão “legalizada”
Fernando Dutra on A ética da liberdade
Augusto Cesar Androlage de Almeida on O trabalhismo de Vargas: tragédia do Brasil
Fernando Chiocca on Como uma Economia Cresce
Hélio Fontenele on Como uma Economia Cresce
Grégoire Demets on A Mentalidade Anticapitalista
FILIPE OLEGÁRIO DE CARVALHO on Mente, Materialismo e o destino do Homem
Wallace Nascimento on A economia dos ovos de Páscoa
Vinicius Gabriel Tanaka de Holanda Cavalcanti on A economia dos ovos de Páscoa
Eugni Rangel Fischer on A economia dos ovos de Páscoa
Cristiano Firmino on As Corporações e a Esquerda
Luciano Pavarotti on Imposto é roubo
Luciano Pavarotti on As Corporações e a Esquerda
Leandro Anevérgetes on Fascismo: uma aflição bipartidária
FELIPE FERREIRA CARDOSO on Os verdadeiros campeões das Olimpíadas
mateus on Privatize tudo
victor barreto on O que é a inflação?
Fábio Araújo on Imposto é roubo
Henrique Meirelles on A falácia da Curva de Laffer
Paulo Filipe Ferreira Cabral on A falácia da Curva de Laffer
sephora sá on A pena de morte
Ninguem Apenas on A falácia da Curva de Laffer
UserMaster on O que é a inflação?
Pedro Enrique Beruto on O que é a inflação?
Matheus Victor on Socialismo e Política
Rafael on Por que paleo?
vanderlei nogueira on Sociedade sem estado
vanderlei nogueira on Independência de Brasília ou morte
vanderlei nogueira on Independência de Brasília ou morte
Fernando Chiocca on Por que paleo?
Esdras Donglares on Por que paleo?
Fernando Chiocca on A Amazônia é nossa?
Fernando Chiocca on A Amazônia é nossa?
Margareth on A Amazônia é nossa?
André Lima on A questão do aborto
Fernando Chiocca on Socialismo e Política
André Manzaro on Por que paleo?
Markut on O mito Hiroshima
Eduardo César on Por que paleo?
Thiago Ferreira de Araujo on Porque eles odeiam Rothbard
mauricio barbosa on Capitalismo bolchevique
Vinicius Gabriel Tanaka de Holanda Cavalcanti on Uma agência assassina
rodrigo nunes on Sociedade sem estado
Fernando Chiocca on A natureza interior do governo
Marcello Perez Marques de Azevedo on Porque eles odeiam Rothbard
Virgílio Marques on Sociedade sem estado
Vinicius Gabriel Tanaka de Holanda Cavalcanti on O que é a inflação?
Fernando Chiocca on A ética da liberdade
Fernando Chiocca on Os “direitos” dos animais
Rafael Andrade on Por que imposto é roubo
Joseli Zonta on O presente do Natal
Ana Fernanda Castellano on Liberalismo Clássico Vs Anarcocapitalismo
Luciano Takaki on Privatizar por quê?
joão bosco v de souza on Privatizar por quê?
saoPaulo on A questão do aborto
joão bosco v de souza on Sociedade sem estado
Luciano Takaki on Sociedade sem estado
Luciano Takaki on Privatizar por quê?
joão bosco v de souza on Sociedade sem estado
joão bosco v de souza on Privatizar por quê?
Júnio Paschoal on Hoppefobia
Sem nomem on A anatomia do estado
Fernando Chiocca on Teoria do caos
RAFAEL SERGIO on Teoria do caos
Luciano Takaki on A questão do aborto
Bruno Cavalcante on Teoria do caos
Douglas Fernandes Dos Santos on Revivendo o Ocidente
Hélio do Amaral on O velho partido novo
Rafael Andrade on Populismo de direita
Fernando Chiocca on Votar deveria ser proibido
Thiago Leite Costa Valente on A revolução de Carl Menger
mauricio barbosa on O mito do socialismo democrático
Felipe Galves Duarte on Cuidado com as Armadilhas Kafkianas
mauricio barbosa on A escolha do campo de batalha
Leonardo da cruz reno on A posição de Mises sobre a secessão
Votin Habbar on O Caminho da Servidão
Luigi Carlo Favaro on A falácia do valor intrínseco
Bruno Cavalcante on Hoppefobia
Wellington Pablo F. on Pelo direito de dirigir alcoolizado
ANONIMO on Votos e Balas
Marcos Martinelli on Como funciona a burocracia estatal
Bruno Cavalcante on A verdade, completa e inegável
Aristeu Pardini on Entenda o marxismo em um minuto
Fernando Chiocca on O velho partido novo
Enderson Correa Bahia on O velho partido novo
Eder de Oliveira on A arma de fogo é a civilização
Fernando Chiocca on A arma de fogo é a civilização
Heider Leão on Votar é uma grande piada
Leo Lana on O velho partido novo
Fernando Chiocca on O mito do império da lei
gustavo ortenzi on O mito do império da lei
Douglas Fernandes Dos Santos on Democracia – o deus que falhou
mauricio barbosa on INSS e a ilusão de seguridade
mauricio barbosa on Justiça e direito de propriedade
Josias de Paula Jr. on Independência de Brasília ou morte
Bruno Cavalcante on Democracia – o deus que falhou
paulistana on IMB sob nova direção
Alexandre on IMB sob nova direção